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Capítulo 17: Ambigua como una gata

Ursa

Agarré el tomate, lo partí a la mitad y, aunque él miró confundido, insistí en frotárselo en la piel.

—Es para la quemadura del sol. Terco —renegué.

Él suspiró.

—Okey. Hazme ensalada, anda.

Se quitó la camisa y me acerqué. En parte, poder verlo de cerca y a detalle me entusiasmó de forma extraña.

Pasé el tomate, realizando toques suaves con este, y él se quejó apenas un par de veces.

—Vaya. No puedo creer que me quemara. Aunque ya me había pasado antes durante un entrenamiento.

—¿Lo aguantaste hasta que se te pasó?

Mis labios formaron una línea al poner el tomate contra uno de sus pectorales.

—No. Nos untaron una medicina especial. Es solo que ya ahora el seguro solo cubre la mitad del precio, y es exageradamente costosa. Igual no es algo grave.

Con duda, retiré del camino la placa con su nombre que colgaba de su cuello, y él la tomó de mis dedos para sostenerla.

Dio un leve respingo cuando le puse el tomate contra una de sus mejillas, y su intensa mirada con cejas rectas sobre los ojos se plantó en la mía. No era severa a pesar de eso, y se suavizó al instante.

Le pasé el tomate por la otra mejilla y, al acabar, quedé mirando su pecho, tan cerca de mí.

—Ustedes no se curan tan bien como nosotros, ¿no?

Veía sus pocas marcas. Algunas muy pequeñas y otras de un tamaño más o menos considerable, pero no tanto como la del centro de su pecho.

—Tranquila, muñeca —murmuró con la voz un poco rasposa—, son antiguas. Ya no duelen.

Me aparté frunciendo el ceño, víctima de mis latidos extraños.

—No estoy preocupada si eso crees.

Sonrió.

—Claro.

—La del centro, ¿te la hizo un animal? —Aunque no se parecía a las causadas por un puma, sino...

—Un evolucionado.

Lo miré con preocupación, pero sacudí la cabeza.

—Oh.

—Es de cuando mi mamá fue asesinada. Él lo hizo.

Volví a verlo y me perdí en su mirada unos instantes, para luego observar mejor la cicatriz. Esas cuatro garras lo habían marcado, pero no solo en lo físico.

Le dediqué una mirada fugaz, levantando parcialmente mi mano, y esperaba que él hubiera entendido. Volví a ver su pecho y mis dedos se dirigieron a aquella cicatriz, pasando sobre esta con suavidad.

Era tenue, la piel cambiaba ligeramente de textura. Noté su pecho subiendo y bajando, respiraba hondo. Volví a mirar a sus ojos, pero estaba cerrados. Los abrió, y estos se habían oscurecido de algún modo.

—Nadie la ha tocado. —Su voz volvió a salir ronca.

Era por eso que nos odiaba... Era por eso que se hizo un "guerrero" o como fuera.

—Lo siento... —Bajé mis manos, finalizando.

Negó.

—Bueno. Gracias, mi doncella, ya me hizo ensalada. Ahora te la tienes que comer. —Arqueó las cejas con diversión.

Chisté.

—De verdad que a veces no tiene nada de sentido lo que hablas.

Rió.


Comimos en una mesita que estaba en la habitación. No estaba mal. La comida de humanos sabía bastante diferente, pero no feo. Él además pidió papas fritas porque me fascinaban, aunque sabía que no eran buenas.

—Salud —dijo levantando la botella de jugo.

Suspiró y levantó la mía, la hizo chocar apenas con la suya, y la puso en la mesa de nuevo.

Intenté no sonreír. A veces sus pésimas bromas empezaban a causarme gracia. Aunque, si éramos amigos, en realidad ya no estaba mal que me mostrara en confianza estando con él.

Movía la comida con el cubierto, apoyando el rostro en su mano. Sus ojos subieron a los míos y sonrió. Se enderezó sin dejar de mirarme y sin cambiar su expresión.

—Qué grandes ojos tienes —comentó.

—Ya sé.

—Y son hermosos. —Ladeó el rostro apenas—. Tú eres hermosa. —Parpadeé un par de veces y volví a ver mi comida. Mi corazón había dado un brinco—. Y lo sabes.

—Bueno. Solo la naturaleza es hermosa. ¿Yo? No sé. —Moví la comida con el cubierto también—. Si es que lo soy, quizá no lo suficiente, ya que nadie quiere que su hijo se una a mí.

—Bah. Ellos son pendejos. —Hizo una mueca negando—. No saben lo que dicen. Igual, no me refiero solo al exterior. Aunque eres una muñeca, créeme, pero también eres hermosa por dentro.

Volví a parpadear confundida y me miré. Eso hizo que él riera.

—No sé qué dices. Una vez, luego de un festival, un chico de mi clase comentó algo como "¿Ursa es una chica?" y ahí me quedó todo claro.

Rio y negó.

—No mereces a ninguno de esos perdedores, eso es lo que pasa. Mereces más. El mundo entero. —Sonaba muy seguro.

Estaba segura de que no mentía. Su mirada era profunda. Volvió a sonreírme y siguió con lo suyo.


Al salir de la ducha, de haberme relajado un buen rato en el agua caliente, luego de quizá años de no haberme bañado en agua con esa temperatura, escuché que Max hablaba en su habitación.

Tomé mi ropa que había sido lavada y secada en tiempo récord, pero me sentía más cómoda con una de las batas que estaban en el cuarto.

Aunque había un espejo grande en el baño, no me detuve a verme por mucho tiempo o con detenimiento, mi curiosidad por escuchar lo que hablaba él era más grande.

Max rio. Me acerqué a la puerta y pude reconocer la voz de su hermano desde el otro lado del teléfono.

—Está recargando su batería aquí. Creí que ya habías llegado.

—Sí, ya sé. No. Pasaron cosas. Estoy cansado, pero mañana temprano estoy ahí.

—¿Estás con ella?

Pegué mi oreja un poco a la puerta.

—Sí. —Suspiró—. Oye. No sé qué pasa.

—Uhm. El virus de la zoofilia.

Max dio otra carcajada.

—Ya he dicho que no. No. No pasa nada, ¿sí? No importa. Ugh. —Resopló—. Estoy caliente. Eso es todo.

—¿Caliente cachondo o...?

—Me he quemado con el sol. Menso.

—Ah. Yo creí que te ibas a apretar el ganso conmigo al teléfono.

—¿Qué? —Max rio—. ¡No lo voy a apretar, lo voy a estrangular!

Ambos rieron y yo estaba confundida. Pero ¿de qué hablaban? Los humanos sí que eran raros.

Sin embargo, sonreí. Sus palabras habían rondado mi cabeza. Que era hermosa y que merecía el mundo.

Su mundo libre...

Sacudí la cabeza. No. Al final iba a volver a mi pueblo. No podía dejarlo tampoco. Yo cazaba, era una función muy importante para mi gente.

Bajé la vista y fui a la cama. Para mi sorpresa, era muy suave y firme a la vez. Sonreí extasiada al cubrirme con esas cobijas tan voluminosas.


***

Desperté gracias a mi instinto, aunque fue por eso mismo que supe que era tarde. Me estiré y ronroneé. Abracé la almohada. Me había dormido con el sonido del mar, y ahora despertaba con él.


Luego de vestirme y estar lista, me pregunté por qué no escuchaba movimiento en la otra habitación.

Abrí la puerta despacio y vi a Max profundamente dormido.

Oh...

Me acerqué y sonreí apenas. Parecía que él no había dormido con ninguna bata puesta. Estaba boca abajo, le veía parte de su espalda desnuda.

Noté que se quejó apenas y me preocupé. Quizá tenía una pesadilla. Un evolucionado había matado a su madre, no podía imaginar un dolor tan grande, incluso tenía su nombre grabado en el hombro. Aunque, a falta de sol, ya no brillaba en colores.

Tenía el ceño fruncido, algunos mechones de su cabello marrón oscuro cubría su frente. Vi sus labios, la línea de su mandíbula.

Yo lo observaba sin parpadear. Era atractivo. Lo admitía. Para ser humano, claro, seres sin gracia que no llamaban la atención ni tenían atributos especiales...

Reaccioné cuando balbuceó algo.

—Sí, así —se quejó—. Así, nena...

Abrí mucho los ojos, sintiendo que la amargura revolvía mi estómago de pronto.

Agarré uno de los cojines y gruñí, dándole con este una y otra vez mientras él se quejaba ahora en serio. El cojín salió volando tras el último golpe y lo dejé quejándose todavía de forma patética.

Bufé, retirándole la vista con enojo.

—Pero ¿qué pasó? —preguntó mirando al rededor, perdido, sin saber siquiera en dónde estaba al parecer.

—Nada —gruñí—. Van a ser las siete. Es tardísimo.

—Ay, qué barbaridad —murmuró, aunque no parecía que lo decía en serio—. Me dormí hasta las siete de la madrugada. Sacrilegio.

—¿Te estás burlando?

—Algo así. Se llama sarcasmo, ¿sabes?

Se apoyó en los codos y sobó su cabeza con una mano. Suspiró y me sonrió, aunque todavía con mirada somnolienta. Su cabello estaba alborotado.

Fruncí el ceño.

—No me mires así. Soñabas con alguna mujer, por lo que veo, así que ahí es a donde debes ir a sonreír. —Ni si quiera me daba cuenta de lo que decía. No tenía sentido.

Rió en silencio.

—Soñaba contigo. —Arqueé una ceja y él se mostró preocupado de pronto—. No me digas que dije cosas...

—¡¿Qué rayos soñabas conmigo?!

—N-n-nadaaa —soltó con un hilo de voz, pero supe que mentía.

Gruñí bajo en mi garganta y él recuperó su sonrisa de confianza.

—Me alisto y nos vamos, ¿sí? —cambió de tema como si no me hubiera dejado una enorme duda.

Bueno, quizá no era nada, total los sueños era sueños. A veces incoherencias y, a veces... deseos muy profundos, como decía mi mentora.

—Bueno. De prisa. Levántate.

Seguía en cama, mirándome.

—Sí, eh... Voy a necesitar que salgas para que pueda levantarme a alistarme.

Crucé los brazos.

—¿Por qué?

—No te quieres enterar todavía, créeme.

Rodé los ojos y acepté, yendo a mi cuarto, escuchando su "¡gracias!" y cerrando la puerta.


***

—Eres el de la televisión —escuché que una mujer le hablaba a Max.

Yo estaba tocando la arena mientras él pedía algo de desayuno en un puesto que miraba a la playa.

—Sí, me temo.

—No estoy muy de acuerdo en defender a los evolucionados.

—Hace unos años yo tampoco lo hubiera estado, pero todos podemos cambiar de opinión.

—Supongo que hay otras formas de hacer que alguien cambie de opinión.

Ella se inclinaba levemente hacia él, quien sonrió a labios cerrados.

—Ya no me quedo hoy. Lo siento.

—Bueno. ¿Te puedo seguir en el insta?

—Eh, okey.

Quedé prácticamente entre los dos cuando ella terminaba de buscarlo en su teléfono. Alzó la vista y dio un respingo.

—Ay, por Dios —susurró—. Qué ojos.

Max rio entre dientes.

—Cuidado, rasguña —dijo en un tono divertido.

—Ah —la chica rió apenas—. Bueno. Nos vemos. Un gusto conocerte en persona.

—Claro.

Volteé a mirarlo y él sonreía. Recibió un par de platos y me ofreció uno. Era un pan relleno de carnes, huevo y papas asadas a un costado.

Sentí que mis ojos se iluminaban.


***

Cuando salimos, la camioneta ya estaba ahí, esperando en la zona de estacionamiento. Al parecer, había llegado durante la madrugada.

Él suspiró y reclinó un poco su asiento.

—Son casi tres horas. Relájate.

—Terminaré de completar mi lista de música.

Sonrió manteniendo sus ojos cerrados.

—Claro. Adelante. Mi Patricia es tu Patricia.

Las comisuras de mis labios se levantaron en una muy leve sonrisa y me puse a buscar las canciones. Había unas pocas que las había escuchado más de una vez, en la camioneta, en la fiesta, o por ahí entre los humanos, así que sabía cuáles buscar.

También agregué otras que, al escucharlas, se me hacían agradables.

Me di cuenta de que Max no estaba dormido, solo descansaba los ojos. Su respiración no era de dormir, por eso lo sabía. Yo tenía el volumen bajo para él, aunque yo sí escuchara bien, así que no me preocupé. No lo estaba incomodando, estaba relajado.

—Me gusta el ritmo de esta —comenté sintiendo ganas de moverme un poco, pero me contuve—. Aunque no sé por qué ella le pide a un "chico rudo" que la agarre duro del pelo.

—¿Entiendes inglés? —Había levantado la cabeza para verme.

—Los evolucionados sabemos tres idiomas. Así que sí. Latín, Español e Inglés.

—Ah. —Volvió a recostarse, cerrando los ojos—. Chica lista.

—Latín, porque es nuestro idioma antiguo, y los otros dos para entenderlos a ustedes. Ya sabes lo que dicen. Entender al enemigo.

—Uhm... —Fruncía levemente el ceño.

—Aunque hay algunas palabras que no nos enseñan. ¿Qué significa horny?

Volteé a verlo de nuevo y él, aunque seguía con los ojos cerrados, tenía una amplia sonrisa.

Se le veía radiante cuando sonreía así, aunque esa sonrisa tuviera algo distinto. No era inocente del todo.

—Concéntrate en la música sin hacer preguntas, que no te van a gustar las respuestas.

—Oh.

Seguí pasando canciones, decepcionada, pero esperaba insistirle luego. Total, él mismo había aceptado que le preguntara cosas.

Me habló un poco sobre un par de canciones que le gustaba. Lo miraba fijamente cuando hacía eso. Tenía de todo en su máquina. Música suave, otra horrorosa, otra cuya letra no entendía y que, según él, solo decían "cochinadas".

—Este idioma sí que no lo conozco, pero me gusta el ritmo.

—Eres de canciones pervertidas, ¿eh? —bromeó manteniendo esa sonrisa maliciosa.


Al llegar, le pedí que esperara para traerle los brazaletes. También le di un papel, y él miró confundido.

—Es el número del teléfono que me diste.

—Oh. Vaya. —Sonreía satisfecho—. Me honra, mi doncella.

—Con una condición. Si lo quieres tanto, solo memorízalo. No te puedes quedar con el papel.

—Siempre hay un truco, ¿no?

Lo leyó. Cerró los ojos un par de segundos y ladeó el rostro. Me dio el papel y sacó su teléfono para apuntarlo, al parecer.

Su expresión cambió y miró a los costados.

—¿Gustas que te acompañe a denunciar a ese loco que nos atacó?

—Estoy bien. Iré con los gemelos.

Apretó los labios y asintió.

—Okey. Me voy entonces.

Lo miré, esperando a que hiciera lo de la vez anterior. Que tomara mi mano y sentir sus labios tocar mi piel. Él se dio cuenta de que quería algo y preguntó con la mirada.

—¿No te vas a despedir? —quise saber.

Parpadeó un par de veces. Junté mis manos y él bajó la vista para verlas. Entreabrió los labios y extendió la mano con algo de duda todavía. Levanté la mía apenas, y así finalmente entendió.

La tomó, sonrió de lado y la llevó a sus labios.

Mi corazón dio un brinco y me zafé de su agarre.

—Ya, mucho.

—¿Qué? —preguntó con diversión.

—Hasta luego.

Di la vuelta y lo escuché reír entre dientes.

—Gata tenía que ser —murmuró.


De pronto no sentí que denunciar a Columbus tuviera lógica, después de todo, yo estaba rompiendo muchas reglas. Quizá en mi pueblo no lo sabían, pero lo sabía yo, y eso era suficiente para que mi conciencia y mi moral entraran a molestarme cuando estaba a solas conmigo misma.

Frustrada, en vez de hacer algo productivo, como cazar, agarré el teléfono. Tenía un mensaje.

"Gatita?"

Toqué en donde decía responder, y traté de escribir, a pesar de que mis uñas en punta lo dificultaban un poco.

"No sé quién eres."

Sonreí satisfecha.

Recordé entonces el código que le dio a aquella entrometida de la privacidad y busqué el nombre de ese programa en el que pidió "seguirlo". No estaba en mi teléfono, pero me decía que podía descargarlo, así que lo hice.

Puse mi nombre, sin saber ni leer que eso estaría en el perfil. Igual no lo consideré un problema cuando lo vi en la parte superior.

Busqué a Max y mi corazón dio un brinco cuando lo reconocí.

Sonreí levemente, sintiendo que estaba de incognito haciendo alguna travesura. Tenía fotos, algo antiguas. En una miraba al horizonte como si estuviera pensando. Ladeé el rostro. En otra imagen estaba con su hermano haciendo muecas. Negué y seguí.

La sonrisa se me borró cuando varias de las imágenes eran de él sin camisa. En todas era muy difícil distinguir sus cicatrices. Eran algo que solo se notaba al ojo fino y en persona al parecer. En una foto sostenía una especie de mancuerna. En otra solo estaba frente a un espejo con una toalla cubriendo su parte baja. Se le notaba un leve y extraño bulto ahí.

Entreabrí los labios y resoplé ofendida, sintiendo que se me calentaba el rostro. Era verdad. Los humanos eran unos exhibicionistas.

Oh, pero ahí no acababa. No. Había comentarios. Entre términos inusuales como "papi", que me hicieron arrugar la cara en expresiones de confusión, también había unas caritas amarillas como si tuvieran calor, y gotitas de agua.

Negué rodando los ojos. ¡¿Qué clase de lenguaje criptográfico era ese?!

Cuando me di cuenta, el tener mi dedo contra la pantalla, había hecho que la figura de un corazón humano se pusiera rojo.

No sabía qué significaba, tampoco me importó cuando entré al perfil de una de esas mujeres y abrí mucho los ojos al ver que solo tenía fotos en ropa interior.

¡¿QUÉ?! ¡POR TODOS LOS ALAMOS!

—¡EXHIBICIONISTAS!

Toqué una notificación y se me escarapeló todo el cuerpo al ver que Max me había empezado a seguir.

Di un respingo, un grito ahogado, y arrojé el teléfono. Salí de mi cama, enfadada, y fui a buscar a los gemelos.


***

https://youtu.be/ownA52Zj-qU

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