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Capítulo 16: Un pequeño paraíso

Ursa

—Ugh. Siempre he creído que el sol del atardecer quema más que el de medio día, o será porque te da directo a la cara —se quejaba Max.

—Tú mismo dijiste que podías aguantarlo.

—Seeeh...

El ver el nombre en su hombro me hizo volver a mirar hacia el frente.

—Entonces, ¿tienes una futura compañera? —quise saber.

—¿Qué? No. —Rio entre dientes—. Creo que ya sabes que nosotros no somos tan así.

—Entonces... La mujer de tu dibujito del hombro...

Él soltó una carcajada, sorprendiéndome.

—¿Qué? —continuó riendo—. Mi "dibujito" —repitió entre risas.

Me detuve y lo quedé viendo con los brazos cruzados.

—Estoy esperando.

Arqueó una ceja, sonriendo de lado.

—¿Estás celosa por el nombre?

—¡No!

Llevó una mano al mentón.

—Estás celosa —parecía disfrutarlo demasiado.

—¡Que no! ¡Solo tengo curiosidad! Si... Si es tan importante para que lo marcaras en tu piel.

Suspiró y apretó los labios.

—Sí. Fue y es importante. —Mi estómago molestó y me obligué a dar un respiro hondo mientras mis labios formaban una sola línea—. Es el nombre de mi mamá —dijo con mirada acusadora y reaccioné.

Negó con una sonrisa de incredulidad y ofensa. Dejé mis brazos caer.

—Oh. Bueno. No estaba celosa. Solo quería saber.

—Sí, ya sé. Ustedes los gatos son muy curiosos.

—¡No somos gatos! —Él volvió a reír y continuamos caminando—. Y, ¿ella está bien?

Por un momento me pregunté que facciones similares tendrían, ya que eso pasaba en las familias. Me pregunté si podría conocerla, y a su papá...

Entonces me di cuenta de que su semblante era serio, sombrío.

—Falleció hace unos años.

Sus cejas se juntaron apenas, volviendo su mirada triste unos segundos. Respiró hondo y recuperó su anterior expresión. Puso las manos adentro de los bolsillos de su pantalón.

Me sentí mal porque no sabía qué decirle.

—No me imagino lo terrible que ha de ser eso.

—Está bien. —Encogió los hombros.

—En mi pueblo... Cuando uno de los ancianos muere, lo despedimos todos. Como todos somos materia y la materia regresa a la tierra, a nuestra madre, la naturaleza, nuestros seres queridos siguen estando con nosotros de algún modo.

Sonrió levemente.

—Sí.

—Imagino que tu padre tomó el cargo como cabeza de la familia.

Hizo una mueca.

—Neh, no tengo padre.

—¿T-también falleció?

—¿Qué? ¡Pf! Nah.

—Entonces sí tienes.

—Biológicamente, sí, supongo.

¿Por qué parecía no respetarlo? Todo buen hijo debía honrar a sus padres, pero él no lo hacía. Bajé la vista.

—Deberías honrar su nombre de todas formas. Un padre es un padre. No podemos juzgarlos.

—¿Qué? No, no, no —se alejó con una sonrisa de burla—. Tus reglas no aplican en mi mundo. No para la clase de persona que es él.

Me crucé de brazos.

—Vaya. Claro. Olvidaba que son humanos. Los hijos son un reflejo de los padres. Así es la naturaleza. Refleja todo.

—No. No soy su reflejo. Y ya no hablemos de eso, ¿sí?

Resoplé.

—¿No te pesa en los hombros el no hablarle y arreglar las cosas? ¿No sabes lo que es la culpa?

Suspiró.

—La culpa me carcomió por años hasta el día de hoy. Créeme. Reaparece en mis sueños para atormentarme. —Me miraba con una seriedad que podía cortar el aire, sin embargo, sonrió apenas—. Y me encantaría que el único peso sobre mis hombros fuera el de tus piernas, gatita.

Quedé confundida.

—¿Cómo sería eso? —cuestioné y él rió, siguiendo con su caminata.

No se me ocurría alguna forma en la que mis piernas pudieran hacerle peso, a menos que me sentara en sus hombros, pero eso solo los niños lo hacían a veces con sus padres o madres, cuando eran muy, muy pequeños, y querían ver algo en lo alto.

Parpadeé frustrada por no poder descifrarlo.

—A veces dices cosas que no tienen sentido —me quejé—. Peso mucho para ti.

—Lo dudo. Igual te quiero levantar. —Me guiñó un ojo y yo de nuevo me encontraba confundida.

Mi corazón latiendo de prisa.

¿Por qué parecía que las palabras que usaba no querían decir lo que yo creía que decían?

Sin darme cuenta, mi nariz había ido captando un aroma peculiar. A sal, a agua, a plantas...

—Ah, al fin, ¡civilización! —exclamó él.

Me di cuenta de que, en el horizonte, lo que parecía simple efecto del sol, era en realidad agua. Un cuerpo de agua inmenso, que parecía no tener fin.

El mar. El océano. No lo había visto así antes, tan accesible. En el festival al que fuimos solo lo vi de lejos, con un muelle en todo el largo al que no me acerqué. Muchos en el pueblo nunca llegaban a ver el mar durante toda su vida.

Avancé con más prisa al verlo a mi alcance, sin hacerle caso a él que me pidió que esperara.

El olor extraño era cada vez más fuerte. Las plantas eran completamente diferentes. Avanzando, la tierra también cambiaba de textura y algunas plantas crecían sobre montículos, hasta que ya no lo hacían a cierta distancia del agua, que iba y venía.

Sonreí, sintiendo el aire golpear mi cara, y me quedé quieta al sentir que la nueva y diferente tierra no era compacta como la del bosque.

Era arena, similar a la de la orilla del lago, pero diferente al mismo tiempo. Me agaché para tocarla y la vi y sentí caer por entre mis dedos.

Ahogué una risa y me reincorporé para girar, mirando a mi alrededor.

Quedé plantada en Max, que me miraba con los labios entreabiertos. Sus mejillas estaban enrojecidas por el sol.

—Te vas a arrugar —le dije y me alejé trotando, feliz.

La arena era una sensación muy nueva. Vi un ave extraña y sonreí, sintiendo las ansias por perseguirla, así que lo hice.

—Eh, espera —Max llamó, pero no me importó, yo estaba enfocada en el animal.

El ave voló bajo, pero al ver que de hecho podía alcanzarla, se elevó. La vi planear en el fuerte viento en las alturas junto con otras.

Volví a quedar quieta al ver una edificación acompañada de otras más pequeñas. Olió a...

—Humanos. —Retrocedí un par de pasos.

—Tranquila. Ya está por anochecer —me calmó Max llegando a mi lado—. Creo que podemos descansar. —Revisó su teléfono—. La Patricia se ha puesto a cargar energía en el cuartel. Cuando acabe, todavía le va a tomar casi dos horas en llegar aquí. —Lo miré arqueando una ceja—. Oh, por favor, por favor. No te estoy mintiendo, mira. —Mostró la pantalla que decía que Patricia estaba cargando—. Déjeme descansar. Estoy reventando.

Le di la espalda, cruzando los brazos.

—Está bien.


***

—¿Cómo que no tienen de dos camas? —se quejaba.

Ya tenía puesta su camisa, aunque no estaba bien abotonada. Apoyó los codos en el counter mientras que el humano que atendía revisaba su máquina.

—¿Seguro que no quiere una cama? —Me miró de reojo de forma fugaz y luego a él.

—Sííí —renegó él luego de resoplar.

—Bueno. Tengo dos habitaciones conjuntas con una cama cada una.

—Agh, perfecto. —Aunque ese "perfecto" no sonaba a que en realidad era perfecto—. E imagino que cada una cuesta por separado.

—Lo siento, pero es lo que hay.

Max se quejó lanzando su rostro hacia atrás. Se pasó las manos y sacudió la cabeza.

—Okey, como sea. Solo quiero descansar —se rindió sacando ese llavero con tarjetitas.


Ya por el pasillo del lugar, pasó una tarjeta que le habían dado y la puerta sonó. La abrió y pasamos.

El lugar tenía un olor característico que no podía descifrar. Había una cama bien arreglada, unas mesas a su lado.

—Tu habitación está cruzando esta puerta. —La abrió. Era una puerta que conectaba a la habitación conjunta—. Algunas habitaciones son así para hospedar a familias. Puedes ir y descansar a la hora que gustes. Yo no cerraré esta puerta por si me necesitas.

Asentí. Me acerqué a un objeto gracioso que estaba sobre una de las mesas, mirando con cautela. Max vino y le tocó algo, haciendo que se iluminara.

Reaccioné.

—Ah. Verdad que ustedes tienen estas cosas para iluminar en la oscuridad, porque no ven bien.

Sonrió y negó rodando los ojos.

—Claro, búrlate de nuestras incapacidades.

—No me burlo. Solo digo hechos comprobados —me excusé. Me acerqué a ver un marco negro en la pared—. Esto debe ser un televisor, en donde ustedes se ven a sí mismos, como el que tienes en tu hogar, en el que jugamos.

—Sep. —Se dejó caer en un sillón y se recostó, cerrando los ojos.

Estaba agotado. También noté que el sol sí le había quemado. Su piel se estaba enrojeciendo. Vi otro sillón de forma graciosa, como curvado, así que me acerqué.

—Ah, yo no me sentaría ahí si fuera tú —me detuvo.

Volteé a verlo. Sonreía de forma extraña mientras sus ojos me recorrían a mí y al sillón curveado.

—¿Por qué?

—¿Tienes hambre? Creo que pediré algo.

Se enderezó y tomó una tableta de la mesa. La tocó y esta se iluminó.

—¿Tendrán tomate?

Él se extrañó ante mi pregunta.

—Eh... Sí. Supongo. Pediré.


Mientras esperábamos, me enseñó otras cosas de mi habitación. Descubrí que el agua salía tibia de la ducha, no era necesario calentarla al fuego para luego usarla.

Me miró de esa forma diferente mientras mantenía mis manos bajo el chorro de agua tan cómodamente tibia. Nosotros sabíamos que era mejor bañarse con agua fría, no era problema, la usábamos así todos los días, todas las madrugadas, pero sentirla tibia era una delicia de todas formas.

Escuché una leve música viniendo de afuera y pedí salir a ver. Me recordaba a los festivales en mi pueblo.

Nos encontramos con una fogata en la arena y algunos humanos celebrando algo. Bailaban. Daban la impresión de que vivían sin problema alguno. Lo tenían todo. Muchas comodidades. Y, a pesar de que podía costar, no parecía importarles.

Yo estaba fuera de mi hábitat, pero en ese momento ya no lo sentí así, sobre todo porque no estaba sola. Nunca pensé que llegaría a sentirme acompañada con un humano.

El ver a esas parejas, traté de empezar a bailar similar a como lo hacían en mi pueblo. Ladeé el rostro al darme cuenta de que no respetaban el espacio personal, sin embargo.

Intenté imitar un par de pasos, moviendo los pies de forma torpe, pero no pude hacer más de dos. Me rendí.

Max vino y me tomó las manos de pronto.

—Necesitas una pareja si quieres intentar —comentó—. ¿Puedo?

No era mi pueblo, así que, el saber que los ancianos no iban a reprocharle mi actitud a mis padres me liberó de algún modo. Mi corazón palpitara de forma extraña, pero asentí.

Tomó mi cintura con un brazo y me pegó a su cuerpo, sosteniendo mi otra mano, y empezó a moverse despacio, al ritmo de esa canción.

—Solo te dejas llevar —indicó.

Lo seguí, aunque estuviera rozando su cuerpo, hacia un costado y luego hacia el otro en unos tres pasos. Sonrió y asintió. Giramos despacio y sentí su respiración por mi sien. Se apartó y me dio una vuelta, algo que me hizo sonreír apenas, ya que era algo nuevo. Yo giraba en mis bailes, pero se sintió diferente que él lo hiciera.

Llevó mi mano hacia detrás de su cuello, pegándome más a él, y no pude evitar sentir como si lo abrazara mientras danzábamos de forma suave. Mis ojos estaban plantados en el cuello de su camisa, el suave movimiento de sus hombros, su aroma me envolvía, y podía sentir su respiración también, cosa que indicaba que tenía su rostro inclinado hacia mí.

Alcé la vista un instante y me arrepentí, pues me topé con sus labios cerca de los míos. Su leve sonrisa. Mis ojos volvieron a los suyos, quedando ahí unos segundos hasta que estos bajaron a mi boca.

Me aclaré la garganta y retiré la vista, pero me espanté al darme cuenta de otro detalle.

—No mires, pero... Algunas personas están en ropa interior.

Rio entre dientes y volteó fugazmente.

—Se llama ropa de baño. Se usa cuando se está en la playa o en la piscina. —Alcé la vista y él me miraba de una forma extraña, sus ojos tenían cierto brillo—. Puedes quedarte así también si gustas.

—Ya ha de haber llegado la comida —solté nerviosa.

—Ah, es verdad. 


***

https://youtu.be/Ys589P0vLU4

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