Capítulo 15: La curiosidad sí mata al gato
Ursa
Como había llovido, el agua era abundante e iba a toda velocidad, arrastrándonos.
—¡Max! —traté de que despertara, pero estaba inconsciente.
Al caer, el muy tonto se quedó debajo de mí y chocó primero con el agua. La corriente nos separó, pero logré tomar su mano y aferrarme a él.
Me quejé por la velocidad con la que el agua nos llevaba. A ese paso, no sabía en dónde podíamos terminar. Traté y luché por mantenernos a flote todo lo que pude. Estaba empezando a agotarme, y me preocupaban los gemelos.
No logré olfatearlos en Columbus, tampoco olía a sangre, quizá no les había hecho daño todavía, pero lo haría, y yo no estaba para ayudarlos.
Finalmente, el agua iba bajando su velocidad, ya estábamos muy lejos de mi pueblo. Estar tan lejos empezaba a asustarme. Los humanos nos comparaban con animales salvajes en parte porque al sentirnos lejos de nuestro habitad, de nuestro hogar, nos estresábamos mucho e incluso nos asustábamos, tornándonos agresivos.
Miré alrededor, a las orillas, incapaz de reconocer nada. Estábamos lejos en verdad. Jadeé e hice el último esfuerzo de llevarnos a la orilla.
Gruñí arrastrando a Max y lo dejé sobre la tierra. Respiraba agotada. Me acerqué a su rostro, con leve preocupación. No sabía cómo estaba. Me había protegido a pesar de que seguramente sabía que, si Columbus llegaba a asestarle un golpe, lo mataría.
Se quejó y abrió los ojos. Me alejé.
—Aich. Sí estás vivo —renegué.
El volvió a quejarse, pero terminó riendo muy apenas, para volver a quejarse. Intentó moverse, pero ahogó un quejido más fuerte.
—Agh, perfecto.
Me acerqué, muy frustrada, ya que me preocupaba y eso me hacía sentir impotente.
—¿No te puedes mover? —quise saber, neutralizando mi tono.
—Creo que sí, aunque debo tener alguna fisura o algo. —Dio un hondo respiro y cerró los ojos—. O quizá es solo el golpe. No estábamos tan alto, por suerte.
—Y hay mucha agua porque ha llovido más arriba en la montaña.
—Ah... Yey...
Miré a mi alrededor y crucé los brazos.
—Gracias.
Él levantó la cabeza, mirándome con extrañeza.
—¿Qué?
—Si no te hubieras metido en el camino, estaría por aquí yo sola. Puedo oler humanos, han estado cerca.
Sonrió y se volvió a recostar, cerrando los ojos.
—Bah, no es nada, muñeca, tranquila. Gracias más bien por no dejar que me ahogara. Temo que he sido una carga.
—Sí, también.
Su sonrisa se amplió.
—Okey. —Se reincorporó, haciendo una leve mueca de dolor, y se puso de pie.
—Debemos regresar. Los gemelos están en peligro.
—¿Dices que no los ha atacado ya? Creí que...
—No pude olerlos en él, tampoco olí sangre.
Dio un respiro de alivio y asintió.
—Tranquila. También me preocupan, pero tengo otra forma de saber si están bien.
Sacó su teléfono de un bolsillo, que estaba sellado de algún modo, y tocó un par de cosas en la pantalla.
Me acerqué, con la angustia a flor de piel, pero aun tratando de doblegarla y ocultarla. La pantalla estaba negra, con un icono en medio que vibraba. Decía "los gaticos". Arqueé una ceja y lo miré, a lo que él lo notó y sonrió de lado.
Los gemelos aparecieron en la pantalla y solté aire con alivio también.
—¿Están bien?
—Sí —dijo Deneb con extrañeza—. ¿Y ustedes? Ya no volvieron.
—Bien. Columbus no atacó. —Ellos se preocuparon—. Ya no salgan del pueblo. Quédense en casa. Voy a denunciarlo con los líderes apenas regrese.
—¿Segura? Podemos ir nosotros ahora mismo.
—No. —Suspiré—. No quiero que los toque. Él no juega limpio.
Ambos sonrieron levemente y asintieron.
—Les guardamos pastel —Rigel lo mostró.
—Uno... porque me comí el otro —se lamentó Deneb—. Lo siento, Max.
—Está bien.
—Cómanse el mío también —quise premiarlos—. Nos vemos luego.
Ambos se entusiasmaron.
—¡Sí!
Max se despidió de ellos y volví a dar un hondo respiro, caminando un par de pasos. Ellos iban a obedecerme. No eran tercos o busca problemas como Sirio. Sus futuras compañeras eran afortunadas.
—Podría llamarte así, si me dieras tu número —dijo en un tono extraño, como tentándome.
—¿Nos vamos?
—Meh, me temo que llegaríamos en la madrugada —comentó. Me acerqué de nuevo porque estaba viendo la pantalla del teléfono. Era un mapa—. ¿Ves? Dice que caminando vamos a llegar a las cinco de la madrugada, y eso sin contar que podamos parar a descansar.
Yo podía ir sin parar, pero considerando que él estaba conmigo y me había protegido, a pesar de todo, solo me crucé de brazos, frustrada de nuevo, ya que no podía dejarlo.
—¿Entonces?
Me mostró el mapa de nuevo.
—Llamaría a mi camioneta, pero no nos encuentra. Tengo que enviarla a un lugar que conoce. A un lugar que esté en su mapa o por lo menos en la ciudad, en donde llega su señal. —Tocó un punto en la pantalla—. Vamos hacia la costa. Estamos super cerca. Ya ahí puedo hacer que Patricia nos encuentre.
Resoplé.
—Bueno.
Notó que seguía cruzada de brazos. Era mi modo de sentirme segura. Sus ojos viajaron desde mis brazos a mis ojos.
—Tranquila. Estás conmigo. Vamos.
—Mas bien dirás que yo estoy contigo.
Rio. Se quejó y vio su ropa que goteaba agua.
—No podemos andar así.
Avanzó hacia unos árboles y plantas bajas y me detuve en seco al ver que se sacó el cinturón y empezó a desabrochar su camisa.
—¿Qué haces?
—Si caminamos con el agua encima nos podemos enfermar, y no puedo costear más medicinas ahora.
Mi corazón se desestabilizó.
—¡No! N-no hagas eso.
—Lo siento, hermosa —se excusó y se sacó la camisa, quedando con una camiseta negra sin mangas ceñida a su torso. Quedé en blanco al ver sus brazos tonificados.
Abrí mucho los ojos al ver que levantaba esa prenda también y entreabrí los labios, empezando a notar los músculos marcados de su abdomen.
Se detuvo y me miró, espantándome.
Giré de golpe, con mi corazón hecho un lío, luego de ver la sonrisa que puso. Le escuché reír entre dientes y apreté los labios.
—Pero ¿qué crees que haces? ¡Por todos los árboles!
—¿Por qué molestas a los árboles? Anda, debes quitarte la ropa mojada.
—¡Jamás!
Tenía curiosidad, sí, pero mi mentora siempre, siempre había dicho que el que buscaba encontraba. Si era muy curiosa, podía ser víctima del bajo honor, o podía descubrir algo que me perturbara. La curiosidad había hecho que desterraran a algunos, según contaban los ancianos.
—Sabes que te puede hacer muy mal el agua...
—Más mal me va a hacer que me veas. Y verte. Te vas a ofender. Vas a caer en la deshonra.
Escuché una cremallera y entreabrí los labios. No podía ser.
—¡Ay, noooo! —exclamó, pero era ese tono falso que usaba para burlarse—. ¡Deshonor! ¡Qué bárbara la Ursa, va a irse al infierno de los gatitos pervertidos porque le vio algunos centímetros de piel a un sucio humano!
Rio. Esperé, ya que escuchaba el agua caer, luego logré escuchar que se vestía de nuevo y pude soltar aire.
—Puedes verme. No tengo camisa encima, pero al menos sí lo demás.
Volteé, pero apenas vi algo de su piel, volví a girar, causando que soltara una carcajada que hizo que mi estómago empezara a molestar. Ya me estaba preocupando, parecía que había agarrado ya una enfermedad gástrica o algo.
—Anda, no puedo ser tan horrible. Son naturales, por cierto, mis músculos.
—¿Por qué no lo serían?
—Es que algunos humanos se operan. —Rió en silencio.
El viento corrió y me vi obligada a cruzar los brazos de nuevo porque me dio frío. Era verdad, el agua lo empeoraba. Mi camiseta estaba empapada y pegada a mi cuerpo.
—Si te veo y le dices a alguien...
—¿Para qué lo diría? Si me ves, no pasa nada. ¿No has visto acaso a Sirio?
—Es diferente. Mis ojos no se fueron ahí, de todas formas. Solo quería ayudarle.
—Bueno. Nosotros los humanos no hacemos alboroto por nuestro cuerpo. Es natural. Vamos. Yo no tengo problema absoluto con que me veas. Deberías al menos escurrir esa agua, prometo no mirarte.
Suspiré, o resoplé. Ya no sabía.
—Bien. ¡Pero no veas!
—Promesa es promesa.
Lo escuché girar, así que volteé para vigilarlo, de todas formas. Quizá él estaba tan curioso como yo. Aunque se suponía que los humanos eran unos exhibicionistas, no sabía si él sabía cómo eran nuestros cuerpos. Tal vez en sus escuelas sí les enseñaban.
Volví a suspirar y me saqué la camiseta lo más rápido que la tela llena de agua y pegada a mi piel me lo permitió. Quedé un segundo vigilando de nuevo que él no se hubiera movido.
Parecía que revisaba su teléfono y sostenía su camisa, camiseta y cinturón con su otra mano. Entrecerré los ojos. Escurrí la prenda sin dejar de mirarlo, notando la forma de su espalda.
Sí tenía el cuerpo tonificado. Los líderes nos decían que los humanos no estaban en buena forma, pero él sí lo estaba. Solo tenía de referencia parcial a Sirio, de cuando una vez lo espié mientras entrenaba con los otros. Y a veces notaba las formas detrás de la ropa de algunos, sobre todo de los más fuertes y grandes.
Max, sin embargo, era de contextura más esvelta, similar a Sirio, con los músculos marcados. Hombros anchos. El pantalón colgaba de sus caderas estrechas. Sus brazos también tenían buenas formas, que incluso pude sentir ese día que me hizo tomarlo del brazo.
Me puse mi camiseta de prisa y tragué saliva, sin dejar de mirar, avisando que ya estaba lista.
Cuando volteó, pude ver su pecho. Los chicos no tenían senos como nosotras, así que técnicamente no tenía nada que esconder, pero, de todas formas, la curiosidad me llamaba a seguir viendo, ya que no era un evolucionado y no iba a ofenderse.
Me di cuenta de que tenía una que otra marca en la que su piel era ligeramente más clara, sobre todo unas que parecían cuatro líneas casi paralelas, como si fueran las marcas de las garras de un animal.
Podía ver las clavículas ir del centro hacia cada hombro. El collar metálico con su nombre y rango colgaba entre sus pectorales, y más abajo, los músculos del abdomen...
—¿Hola? —llamó mi atención moviendo su mano frente a mi vista.
Reaccioné y sonrió.
—¿Qué?
—¿Qué de qué? —Su sonrisa se amplió—. Anda, vamos. Se te van a secar los ojos si no parpadeas. Ya sé que estoy bueno, pero tampoco es para tanto.
Fruncí el ceño y abrí la boca, pero luego me di cuenta de que no había entendido.
¿Cómo que "bueno"? ¿A qué se refería?
Me animó a empezar a caminar, así que lo hice.
Una palabra iba apareciendo por su hombro derecho, decorada con algunas líneas y formas alrededor, como si la luz del sol le cambiara el color, haciéndolo más visible, así que me acerqué un poco, curiosa, sabiendo que era de esos "tatuajes" que algunos humanos se hacían.
...Hasta que distinguí un nombre. "Aidé".
Mi estómago volvió a molestar y me quedé sin poder avanzar. Era el nombre de una mujer humana. Pero bueno, ¿por qué mi estomago decidía ponerse malo ahora?
Él se dio cuenta y volteó.
—¿Qué sucede?
—Nada —gruñí y avancé hasta quedar adelante.
—Okey.
Iba cruzada de brazos, sintiendo esa molestia horrenda. Respiré hondo y limpié algo de sudor de mi frente. Quizá era la curiosidad, quizá a eso se referían los ancianos al decir que te podía "hacer daño".
Lo sentí a mi lado y di un respingo cuando intentó poner su camisa sobre mi cabeza.
—¡Oye! —reaccioné.
—¿Qué? Te está dando el sol. Te vas a arrugar.
Gruñí.
—Estoy bien.
—Anda, no sea terca. No quiero que te quemes, eres toda blanca.
—¿Y tú qué?
—Yo ya tengo un bronceado natural —se jactó—. No soy tan blanco como tú, puedo aguantar.
Me puso la camisa sobre mi cabeza y me encogí apenas.
—¡Huele a ti! —renegué.
—Oye, estoy limpio, ¿sí? Al menos lo más humanamente posible.
Apreté los labios, sintiendo que mis mejillas estaban calientes, pero porque el sol sí me había estado quemando. En el bosque, con tanto árbol, nunca me había dado tanto el sol, pero sí sabía lo que te podía hacer si te daba directamente.
Cerré los ojos un par de segundos, respirando hondo. La camisa me cubría desde la cabeza hasta más abajo de los antebrazos. Su aroma me envolvía, ahora literalmente... Y me era muy agradable.
***
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