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Capítulo 43: Regreso

Su madre nos sonrió con amabilidad.

—¿Qué tal? —preguntó a modo de saludo.

Yo podría jurar que estaba roja como un tomate pero no podía quedar mal.

—Buenas noches —saludé.

—Ahí hay algo de carne —comentó Sirio—. ¿Gusta que le sirva un poco?

—Sí, gracias —respondió ella.

Noté que eso la había entusiasmado. Sirio acarició mi mejilla con el dorso de su mano y me sonrió, quería tranquilizarme y lo estaba logrando.

Su mamá se sentó frente a nosotros luego de que su hijo le sirviera algo de comida.

—¿Volverán a esa ciudad? —preguntó de manera casual.

—Sí, hay cosas pendientes por hacer —contestó Sirio de la misma manera.

Aunque esas cosas pendientes no eran tan fáciles como sonaban, pero sabiendo cómo estaban de enfadados los de la sociedad mundial protectora de evolucionados, las cosas podían facilitarse un poco. Solo quedaba el asunto de Orión.

—Orión me hizo creer que te había matado —murmuró la señora de pronto, dejando un momento el tenedor de madera—. Cuando me lo dijo, yo... —Lo pensó un segundo antes de continuar—. Lo ataqué, le arañé la cara.

—Madre. —Sirio estaba estupefacto, y yo también.

—Nadie se lo esperaba, pero es que no iba a quedarme sin hacer nada. Tuvieron que separarme de él, y tu padre aceptó tomar el castigo en mi lugar—. Quedé más sorprendida y preocupada, miré a Sirio y él estaba igual—. Es por eso que no ha estado aquí, pero descuida, fui a visitarlo, y ya lo van a soltar. —Suspiró—. ¿Por qué te dejaste capturar tan fácil?

—Lo siento —respondió su hijo—. Si no me entregaba iba a asesinar a personas inocentes por mí. —Su madre frunció el ceño. Juré concentrarme en mi comida y no mirarla, estaba intentando traspasarlo con la vista y sacarle más respuestas. Sirio continuó sin vacilar—. Atacó a mi padre, les ha hecho sufrir haciéndoles creer que me había matado, no le ha importado lo que dicen los líderes. Así que ahora acabaré yo con él.

La frialdad en su voz me hizo tragar saliva con dificultad, mi Sirio también estaba enfadado, lo había ocultado bien hasta el momento.

—Pero mira lo que te hizo —le replicó su madre con la misma frialdad.

—Esto no me lo hizo él solo, fue un cobarde. Además, al hacerme esto también la lastimó a ella, y eso no lo perdono. Voy a tener ayuda, así que no te preocupes.

Sentí la mirada de su mamá sobre mí. Alcé la vista y ella retiró los ojos volviendo a posarlos en su hijo, seguían mirándose de forma fría. Ay, ¿por qué tenían que ser así los H.E.? Pero bueno, sí se preocupaba por él, eso era obvio. Al menos me gustó que lo recibiera con un beso en la frente.

—Si es verdad lo que dices, de que tendrás ayuda, entonces estaré tranquila —respondió ella y continuó comiendo.

Luego de eso la tensión volvió a desvanecerse, partiríamos al día siguiente aunque si por mí fuese, me quedaría en esta ciudad con él por el resto de mi vida. No se auto bombardeaban con medicamentos ni productos modificados genéticamente, podían ser estrictos pero estaban comprometidos y conectados con la naturaleza, vivían tranquilos. Sus ciudades eran en verdad hermosas, llenas de verde.


Nos dirigimos a la habitación y cerró las cortinas.

—Para que no sientas vergüenza —explicó haciéndome sonreír.

—Gracias.

—Aunque debes saber que no tienes por qué preocuparte —aclaró mientras se acercaba a mí, tan guapo y sensual—. Esta habitación es nueva, es para nosotros, mientras construimos nuestra propia casa, es por eso que está en otro sector.

—Oh, ya veo. —Entonces tenían en cuenta esas cosas, como los sonidos. Rodeó mi cintura, quise quitarle la camiseta que me prohibía el contacto con la piel de su pecho y su aroma, entonces recordé algo—. Ern, ¿no crees que quizá tu madre se enfadó al olernos?

—¿Por qué dices eso? No estaba enfadada, estaba preocupada.

Oh, vaya forma.

—Bueno, yo no puedo olerlo pero, estoy segura de que olemos a... —Me ruboricé. No sentía vergüenza con él, tocarlo y hacerle el amor, pero sí me daba vergüenza si alguien más se enteraba. No podría contarle esas cosas a nadie, ni a Rosy.

—Nuestro mundo está lleno de aromas de toda clase —explicó él—. Despreocúpate. Además hueles delicioso. —Me juntó a su cuerpo para besar mi cabeza.

—Ya, pero, ella conoce este olor en particular. —Alcé la vista hacia sus bellos ojos y arqueé las cejas intentando hacerle entender.

—¿A que te refieres?

Ay, señor.

Suspiré y sonreí. Bueno, ya estaba, de todos modos todos éramos adultos, y si ellos estaban acostumbrados a un mundo lleno de aromas...

—¿Sabes? —Acaricié su pecho y colé mis manos debajo de su camiseta—. Lo que hacemos... sé que hacemos el amor y hay muchas formas de hacerlo, como dijiste aquella vez en nuestra cita. —Se quitó la prenda y sonreí ampliamente, recorriendo esos fuertes pectorales. Mordí mi labio inferior mientras me rodeaba con sus brazos y repartía besos por mi cuello—. Lo que hacemos se llama sexo —susurré—. O... relaciones sexuales. —Jadeé.

Me tomó en brazos y me llevó a la cama. Me sentó en el colchón y me acorraló, arrodillándose y apoyando las manos a cada lado de mí, rozó su nariz por mi cuello y pude sentir su sonrisa por unos segundos contra mi piel.

—Mi aroma está impregnado en ti —murmuró con un suave y grave tono de voz que me estremeció—. Creo que ya sé a qué te referías. —Reí entre dientes—. Así que... sexo, ¿eh?... —Se apoderó de mis labios—. Suena como sexy... —Reaccionó, apartándose unos centímetros—. Oh...

Volví a reír.

—Sexy significa algo así como que eres atractivo y quisiera tener sexo contigo, o podría, o bueno, algo así.

Tensó los labios.

—Entonces solo es bueno si eres tú la que me lo dice.

—¿Alguien más te lo ha dicho?

Se encogió de hombros.

—Sí, bueno, he escuchado cómo otras mujeres se han referido a mí de esa forma. A lo lejos, ya sabes, porque puedo oír bien. —Ugh, claro, debí suponerlo—. Y Tania. También en otros ámbitos, Max, dijo que si aceptaba el auto que iban a darme, tú ibas a pensar que era sexy.

Reí y mi leve enojo con las chicas se esfumó. Pareció aliviado al verme feliz y sonrió también. No tenía que preocuparme porque otras mujeres lo vieran sexy, y no podía culparlas tampoco.

—Soy todo tuyo —afirmó.

Se acercó tentativamente a mis labios, manteniendo esa leve sonrisa. Sus manos se colaron por debajo de mi ropa, acariciando mi abdomen. Me dio un beso y se separó un poco, levantó la tela de la camiseta y enseguida entendí que quería sacármela, alcé los brazos mientras deslizaba la prenda, despojándome de ella. Quedé con el pecho desnudo, él sonrió de forma candente, soltó un bajo gruñido y me cayó a besos, haciéndome reír. No le negaría mis besos y caricias, eso nunca, me hacía tocar el cielo.


***

Desperté sobre él, la sábana me cubría hasta los hombros. Me acomodé para mirar su rostro, dormía con total paz. Al parecer, hacerle mucho el amor lo dejaba lo suficientemente agotado como para que ya no tuviera pesadillas.

No tuvimos sexo durante la noche, quedamos dormidos casi al instante, depués de una intensa sesión de besos y caricias, hablando sobre distintas cosas, anécdotas de nuestra infancia, festivales, y demás, otra forma de hacer el amor con él.

Acaricié sus hermosos labios y besé su mejilla. Su pecho ya no tenía las marcas que esos salvajes le habían hecho al querer torturarlo. Suspiré alejando esos pensamientos y besé su bonito mentón, bajé de forma suave intentando no despertarlo y besé su cuello. Acarició mi cabello y volví a mi posición anterior para verle el rostro, me sonrió tomando mi mentón y me besó.

Habíamos llegado tan lejos en tan poco tiempo. Se había metido bajo mi piel en pocos días, luego me hizo su esposa y ahora era mi hombre, apasionado y ardiente como el fuego. Era mi amigo, mi compañero y mi amor.

—Te amo —le susurré y continué besándolo mientras sus manos recorrían mi cuerpo.

Era insaciable, me entregaba besos y caricias llenas de amor incondicional, era algo que lo sentía hasta en lo más profundo de mí cuando lo hacía, como ahora.

—Construiré nuestra propia casa y todo será tranquilidad, tal y como te lo prometí —murmuró suavemente mientras me abrazaba y apretaba contra su caliente cuerpo.

—Es lo que más deseo, pero por favor, no vuelvas a arriesgar tu vida —le pedí pegando mi frente a la suya.

Acarició mi cabello.

—Esa es la idea...

No parecía estar seguro de ello y eso me angustiaba, pero en parte tenía razón, uno no podía saber cómo sucederían las cosas, a veces los planes fallaban.


***

Tiré de su mano y lo metí a la ducha conmigo, colgándome de su cuello y besándolo apasionadamente. Me puso contra la pared saliendo parcialmente del chorro de agua, mordió mi labio inferior y bajó besando mi cuello. Soltó un gruñido contra mi mejilla mientras yo enredaba mis dedos en su cabello, sonreí y me mordí el labio.

Sonrió también contra mi piel ocasionándome cosquillas.

—Mi salvaje —le dije entre risas.

Soltó su hermosa y leve risa y me besó, soltando ronroneos y cortos gruñidos del puro gusto. Era muy sensitivo, y era como si estuviera conectado a mí. Besó mi cuello presionándome contra la pared de nuevo y subió recorriendo mi piel con su lengua hasta llegar a mi boca, mordió mi labio superior y gruñó. Liberó mi labio y pegó su frente a la mía sonriéndome. Reí y le mordí el labio inferior también, me había contagiado su vitalidad.

—Me encantas —le dije casi en un susurro.

Me ofrecía su resplandeciente sonrisa de ensueño con sus ojos felinos destellando alegría. Quería quedarme aquí con él por siempre y que el resto del mundo se arreglara solo con sus problemas.

Terminamos de ducharnos juntos entre jugueteos y risas. Me cubrió con la toalla y no le desprendí la mirada.

Admiraba su fortaleza, yo había vivido un infierno creyendo que había muerto, pero él había vivido un infierno peor, bajo fuertes golpes, maltratos, torturas y pesadillas, pensando que no volvería a verme, incluso había podido notar que aún tenía algunas marcas, como si le hubieran incrustado objetos punzantes en el brazo, o hecho cortes profundos en el abdomen. Y ahora podía sonreír y juguetear conmigo como si no hubiese pasado nada; aunque con lo bien que podían ocultar ellos sus sentimientos, quizá no estaba tan bien del todo, sabía que estaba enfadado con Orión, pero era capaz de dejarlo de lado, no como yo, que a cada rato pensaba en todo eso mientras se me retorcía el estómago de la cólera.

Acuné su rostro en mis manos haciéndole ver hacia abajo, a mis ojos; quedé sosteniéndole la mirada.

No podía creer que en algún momento pensé en tener que continuar mi vida sin él. Después de conocerlo y haber estado con él, nunca, jamás hubiera habido otro hombre en mi vida, eso no. Era duro, ya que muchas otras personas sí tenían que resignarse a perder a sus seres amados. Yo tuve la suerte de que no hubiese tenido que ser así y ahora tenía miedo de que solo fuera momentáneo.

Lo abracé fuerte, muy fuerte, y él me correspondió de la misma forma.

—¿Estás bien? —preguntó con preocupación.

Asentí con el rostro enterrado por su cuello, otra vez me había colgado de él prácticamente. Suspiró y se enderezó lo poco que yo lo había jalado al abrazarlo, separándome del suelo y manteniéndome contra su cuerpo.

—Todo está bien —susurró—, perdóname.

Acarició mi cabello. Sabía que me había pedido perdón por haberme dejado.

—No vuelvas a dejarme, ¿cómo creíste que iba a vivir sin ti? —le reclamé con suavidad.

—Mejor eso, que dejar que te lastimen...

Suspiré con pesadez y besé su cuello. Se inclinó y pasó su brazo por detrás de mis rodillas, alzándome. Me meció un poco, me llevó a la cama y se sentó conmigo en su regazo. Me sonrió.

—Ya pasó, no me pongas esa cara de tristeza —pidió con ternura.

Le sonreí con melancolía, debía ser tan fuerte como él y así no preocuparlo ni angustiarlo. Lo besé, disfrutando una vez más de sus labios, acaricié su pecho aún húmedo por la ducha, palpé una de sus cicatrices del abdomen que esperaba desapareciera pronto. Mordí su labio superior y gruñí a mi modo haciéndolo soltar una leve risa, me separé y desenvolví la toalla de mi cuerpo para luego envolvernos a ambos con ella.

Me recosté en su pecho y cerré los ojos, sintiéndome protegida entre sus brazos. Empezó a acariciar mi cabello mojado, desenredándolo suavemente con las puntas de sus uñas.

Mi móvil sonó y chasqueé los dientes, era la realidad tocando a mi puerta. Me puse de pie de mala gana y me dirigí hacia el aparato, regresé al regazo de mi esposo y me senté a horcajadas sobre él.

—¿Qué sucede? —respondí de forma insulsa.

—¿Ya vienen? —preguntó Max.

Suspiré y empecé a deslizar mi mano libre por el pecho de Sirio.

—Sí, ya vamos para allá, aunque claro... llegaremos mañana si vamos caminando.

Sirio dejó caer la toalla al colchón, me rodeó con sus fuertes brazos y empezó a llenar de besos mi cuello y hombros.

—Está bien, iré por ustedes en la camioneta.

Me encogí de hombros y sonreí al sentir los labios insistentes de Sirio recorrer mi cuello con más intensidad.

—Bueno, te esperamos...

Colgué y me lancé a los labios de mi amado.


***

Después de alistar mis últimas cosas, salí de la habitación y me dirigí hacia la parte de adelante. Había dejado que Sirio se adelantara, quería ayudar a su madre con el desayuno, yo también había querido pero insistió en que no me preocupara. Max ya no tardaría.

Me encontré con la mesa lista y él y sus padres sentados en los sofá. Me quedé helada, quizá nos habían escuchado jugar en la ducha.

—Buenos días —saludé.

Pude ver que los señores estaban tomados de la mano.

—Buen día —respondieron ambos con leves sonrisas.

Les sonreí de vuelta y Sirio vino a mí con su dulce sonrisa, me dirigió a la cocina y una vez ahí se acercó a mi oído.

—Ellos casi nunca se habían tomado la mano antes, al menos, no frente a mí —me susurró.

Sonreí y me acerqué a su oído para responderle.

—Será porque ahora consideran que al unirte a mí ya no tienen que ocultarse frente a ti, porque ya sabes ciertas cosas.

Ladeó el rostro y me dio un beso en la mejilla.

—Es una teoría válida —murmuró contra mi piel. Reí apenas—. ¿Qué te gustaría comer? —preguntó con su espléndida sonrisa mientras se separaba de mí.

Me encogí de hombros sonriéndole de la misma forma. Empezó a rebuscar en los muebles de la cocina, quedó pensativo por unos segundos y me tomó de la mano.

—Ven...

Me resultó extraño por un segundo, creí que ya habrían preparado algo, pero al parecer habían estado conversando. No me importó, me alegraba que se hubieran distraído conversando.

Me guió hacia la parte trasera de la casa, otra parte que no conocía. Una especie de jardín diferente a los otros dos, con un par de casetas de madera. Me sorprendí y sonreí al darme cuenta de que eran gallineros. Entramos a una y vi a las gallinas, cada una reposando sobre sus nidos. Sirio empezó a levantar a cada una para ver si había puesto huevos, haciéndolas cacarear de la sorpresa, y no pude evitar reír entre dientes.

La que estaba cercana a mí se había levantado para ver qué le pasaba a las otras y noté que tenía unos cuatro huevos en su nido.

—Esta tiene —le avisé.

Él volteó con una de las gallinas en sus manos y sonrió, dejó al ave en su sitio y vino hacia la que estaba a mi lado. Tomamos los huevos y salimos para encontrarnos con el gallo enfurecido, Sirio le gruñó y el gallo echó a correr. Reí. «Pobrecito».

Preparé huevos arrebozados mientras él calentaba leche de soja. Sacó el raro pero delicioso pan casero y nos sentamos a comer. Sus padres conversaban en la sala, ya eran casi las doce del mediodía; era una barbaridad que estuviéramos tomando desayuno a estas horas.

Esperaba que no me estuviesen culpando de haberle contagiado alguna «mala costumbre» de humanos al no haber madrugado junto con los pollos como ellos lo habían hecho.

Aunque, por otro lado, seguro entendían el cansancio que tenía su hijo al haberle pasado lo que había pasado.

Dejé de pensar en eso inmediatamente.

—¿Te gusta la soja? —me preguntó.

—Oh sí, bueno, de pequeña no, pero luego entendí que era muy nutritiva. Aunque, ¿cómo es que la hacen?

Sonrió.

—Es de los agricultores del pueblo, lo hervimos a fuego bajo por un par de horas. Sí es nutritivo, y tiene más proteína que la carne, pero claro, es proteína vegetal. También necesitamos la proteína animal.

Me acerqué y le di un casto beso en los labios.

—Quiero aprender a cocinar lo que más te gusta. —Volvió a sonreír ganándose otro beso.

—Yo también sé cocinar, y también quiero aprender a hacer esa comida asiática que te gusta tanto.

Quería cuidar de mi esposo como mi madre me había enseñado, mientras yo decía que no iba a casarme nunca. Ahora de algún modo nacían en mí las ganas de consentirlo, cocinar para él todas las cosas deliciosas que sabía hacer, darle mi amor, infinitas caricias, amarlo en las noches, ¿y por qué no? también en el día. Todas esas cosas que antes no pensé que llegaría a sentir aunque mi madre me dijera que sí. Esas buenas memorias, esos consejos que uno no creía que algún día pudieran ser importantes.


Luego del desayuno nos terminamos de alistar para salir y llevé mi mochila a la sala. Sus padres nos sonrieron. Era como si también estuvieran conectados de algún modo, por cómo nos saludaron de igual forma y cómo sonreían. Sirio también se había conectado a mí de alguna forma especial. Sonreí ante ese pensamiento. Probablemente yo estaba conectada a él igual y no lo había notado.

Sirio me miró con algo de seriedad en sus ojos, acompañados por una levemente triste sonrisa, luego regresó su vista a sus padres.

—Por favor, cuídenla mientras termino con esto.

Me angustié enseguida.

—¿Qué? No —reclamé—. Yo voy contigo.

—Está bien, querida —dijo su padre—. Ya hemos hablado y te vamos a mantener a salvo, descuida.

Me sentí conmovida pero la angustia no se iba.

—En verdad lo aprecio, en verdad. —Me incliné levemente siguiendo su señal de respeto—. ¡Muchas gracias! Pero debo ir con él.

—Está bien.

—Padre —reclamó Sirio.

—Es una decisión lógica —dijo su madre—. Ella quiere seguirte, es como debe hacerlo, por ser tu mujer.

—No —le refutó Sirio dirigiéndole su mirada seria—, y ya no quiero hablar de esto.

Entristecí, él no me permitiría seguirlo de esa forma, iba a reclamar de nuevo pero su padre habló.

—Bueno, son un núcleo ahora, no la culpes por querer seguirte, son uno solo. —Sirio soltó un muy bajo gruñido, relajó el rostro y respiró hondo—. Estás volviendo a romper las reglas, pero mal —continuó—, porque tú, como su hombre, sí la seguirías, sin embargo no quieres que ella lo haga.

Recordé cuando le pidió a Orión que lo matara al creer que me habían matado. Lo miré, él me miró de reojo y volvió a fruncir el ceño mientras tensaba los puños.

—Irrumpí en su vida sin decirle mis verdaderas intenciones, y la metí en este lío por la misma causa, no me pareció justo arrastrarla hasta el final... Y ya la he hecho sufrir demasiado.

—Yo he decidido estar a tu lado —le aclaré, él me miró con algo de tristeza—. ¿No te ha quedado claro con el hecho de que me he unido a ti de todas las formas posibles? —le recordé, no me importó mucho que sus padres estuvieran ahí—. El que hayas entrado a mi vida no fue ningún error, fue mi salvación. ¡Así que no te atrevas a dejarme otra vez! —le increpé al final.

Alzó las cejas, sorprendido por mi orden. Escuché una leve risa masculina y volteamos a mirar hacia sus padres.

—Me recuerda a ti —le decía su padre a su esposa. Enif sonrió a labios cerrados mientras miraba hacia abajo ligeramente avergonzada—. Esa es la actitud.

—Te lo dije, es buena para nuestro hijo —agregó ella.

No pude evitar sonreír. Sí, ellos se amaban de alguna forma especial, ahora podía notarlo más. Al fin y al cabo, ellos se habían unido por amor, y no por obligación.

El sonido de un motor se hizo presente afuera de la casa, Max había llegado. Sirio se dirigió a abrir la puerta.

—Qué hay, resucitado —le saludó Max. Entró a la casa y al ver a sus padres se puso serio—. Oh, buenas tardes —les saludó.

—Buenas tardes, joven —le respondieron.

Se pusieron de pie.

—Bueno, avisen en cuanto acabe todo, ¿sí? —nos pidió su mamá.

—Sí —respondimos.

—Gracias.

Se despidieron de nosotros pegando brevemente sus frentes a las nuestras y se adentraron en la casa. Quedé sorprendida por su gesto. Max suspiró.

—Bien, vamos —dijo con una ancha sonrisa.

Lo seguimos hacia la camioneta, me senté en el asiento de atrás con Sirio y me recosté en su hombro. Max sonrió de lado y partimos.

—Debo decir que fue un alivio verte ahí vivo —comentó mientras acomodaba el espejo retrovisor—, porque esta mujer ya se estaba muriendo, se había vuelto la reina del drama —agregó mientras me miraba.

Sentí algo de pena y suspiré. Sirio me rodeó con su brazo y besó mi cabello. Escuchamos unos llamados y volteamos a mirar enseguida, los gemelos y Ursa venían corriendo detrás de nosotros. Max frenó. Uno de ellos se apresuró a hablar.

—Queremos ir.

—No —le respondió Sirio.

—Hey —reclamó el chico—, ya lo decidimos...

—¡No quiero que los atrapen y les hagan lo que a mí! —le interrumpió, con severidad en la mirada.

Esa mirada fría que congelaba, lo abracé queriendo quitarle toda preocupación, y todo rencor.

—Eso no pasará —insistió el gemelo en tono casual.

—Sirio —dijo Ursa dando un paso adelante—, queremos ayudarte, por favor déjanos.

—No hieras nuestro orgullo —le recriminó un hermano.

Sirio suspiró con pesadez.

—Vendré luego por ustedes si los necesito...

—No creo que tengas tiempo, no mientas. —Pero algo atrajo su mirada y se preocupó—. Sirio...

Miré al frente y pude ver a Altair, me angustié. Apenas me di cuenta, Sirio había salido de la camioneta, así que lo seguí casi corriendo.

—¡Espera! —Me aferré a su espalda para detenerlo. Él gruñía de forma desafiante.

Me atreví a mirar, Altair se había detenido, plantó sus celestes ojos en mí unos segundos y luego volvió a mirarle a él.

—No he venido a pelear —dijo—. He venido a advertirte.

—Bueno, ¿qué esperas? Dilo —gruñó mi amado.

—Orión les ha hecho creer a sus seguidores que al haber escapado, has cometido más deshonra, los ha manipulado de tal forma que están diciendo que la palabra de los líderes ancianos ya no vale nada. Ha armado un plan y ha ido a buscarte a esa ciudad de humanos.

Se me congeló la sangre.

—Ya lo suponía —respondió Sirio—. No te he perdonado, pero... gracias.

Lo había liberado de mi abrazo por la sorpresa, dio media vuelta, tomando mi mano para volver a la camioneta. Altair me vio una última vez de forma neutra y también se giró para irse, cojeaba apenas.

—¿Te ayuda porque ustedes eran amigos? —pregunté—. Pero, no entiendo, ayudó a Orión a lastimarte en ese lugar.

—No, él se retiró, parece que se arrepintió, dijo que yo no lo había matado cuando pude, así que él no iba a cooperar en mi muerte tampoco. —Me rodeó con su brazo, reconfortándome—. Pero no borra el hecho de que quiso matarte, y que me traicionó.

Me aferre a él.

—Al menos ahora sabemos con certeza dónde está Orión. ¿Cómo piensa entrar a la ciudad?

—Probablemente tiene al gobernador —dijo Max, que nos había escuchado.

—Bueno, no me esconderé más —agregó Sirio—. Lo acabaré yo mismo.

Eso me volvió a angustiar.

—Sirio, si tardas, iremos —advirtió uno de los gemelos.

Mi esposo sonrió apenas y asintió.

Continuamos con nuestro camino, y lo pasé recostada en su pecho.


***

Al ver la muralla de la capital en las lejanías quedamos sorprendidos, la gran puerta metálica había sido destruida por una explosión. Max aceleró.


******

Copyright © 2014 Mhavel N.

Registrado bajo derechos de propiedad intelectual, caso número 1-2261766092 United States Copyright office. Prohibida toda copia parcial o total, toma de ideas de la trama, personajes, adaptaciones. Bajo pena de denuncia.

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