Capítulo 14: Confío en ti
La siguiente ciudad era la capital finalmente, calculé que sería otro día de recorrido. Seguimos hurgando entre las músicas del reproductor, pero luego él pidió que le hablara de mí, aunque ya lo había hecho, un poco.
—Creo que soy yo la que quiere saber más de ti.
—Sí, pero también quiero saber sobre tu cultura. Por ejemplo, no me dijiste acerca de los besos. Te conté sobre bebés apareciendo y no me explicaste. Sé que sabes más sobre eso que yo...
Reí y me di un golpecito en la frente.
—Sí, bueno...
Él volvía a verse serio. Si no fuera porque a veces no expresaba mucho, hubiera sospechado que algo le incomodaba. Quizá había sido yo con mi beso, pero pensar en eso era estúpido.
Ya era cerca de medio día, así que nos detuvimos, Antonio me enseñó a armar su cocina improvisada nuevamente y preparé algo de carne pre-cocida.
Nos sentamos a comer, le di una botella de leche y él sonrió apenas, algo le faltaba a su sonrisa. Me angustié al pensar que quizá en verdad había algo que le preocupaba.
Comí en silencio hasta que no pude soportarlo.
—Oye... no estés preocupado, si algo pasa y tienes que pelear yo estaré bien, ¿sí?
Me miró confundido por unos segundos y luego bajó la vista.
—Sé que no te gusta que pelee, y he tratado de evitarlo, como verás, pero de igual forma te lastimé.
Negué sonriendo.
—No. Olvida eso, fui una tonta al ofenderme, razonaste con ellos en vez de irte a los golpes, eso me hace sentir... orgullo.
No entendía, ¿tanto le preocupaba? Quizá yo era la que debía entender que para él, esas cosas eran nuevas, ya que su cultura era muy diferente como todos lo decían.
—Eres una buena persona —le aseguré.
Volvió a sonreír apenas, era como si no lo creyera. En verdad no creía lo que le había dicho, quizá algo más le pasaba, quizá no estaba así por mí.
—Solo espero no fallarte de nuevo durante el tiempo que esté contigo —murmuró.
Sentí algo de pánico.
—¿El tiempo que estés conmigo? No digas eso. Quiero que te quedes conmigo... —Noté que empezaba a ruborizarme y él pareció sorprenderse—. Además dijiste que me mostrarías tu pueblo.
Sonrió.
—Sí.
Sentí el alivio recorrerme, él y su bonita sonrisa estaban de vuelta. Quizá lo que le preocupaba era morir a causa de pelear, o a causa de mi gobierno.
—Todo irá bien —susurré—. No voy a dejar que te toquen.
—Pero yo tampoco voy a dejar que te toquen, me pondré en frente como sea, así que si yo...
—No, Antonio...
—Si muero... por favor, no te angusties.
Caramba. Suspiré con frustración.
—Bueno. Okeeey —dije con molestia y eso también pareció sorprenderle—. En tu cultura piensan mucho en la muerte, me parece.
Sonrió con culpa.
—Sí, tal vez, porque veo que ustedes no...
—Quizá sí lo pensamos pero no la tenemos tan presente como una posibilidad diaria... no lo sé.
—Mi tutor siempre nos instruyó sobre la muerte... La muerte y el honor. Y él no era el único, así que... sí, supongo que es parte de mi cultura.
—Eso vi desde que me dijiste que si cometías una falta, o morías con honor o elegías ser desterrado...
—Desterrado como un cobarde. —Otra vez volvía a su expresión seria. Quise darme otro golpe en la frente—. Mi tutor me golpearía por cobarde y me haría desear escoger la muerte.
Sentí molestia. ¡Vaya abusivos!
—Mira. —Suspiré—. No eres un cobarde, eres muy valiente y fuerte. Y discúlpame pero tu tutor exagera. En mi cultura, temerle a la muerte no es cobardía, ¿bien? Y tampoco está bien golpear a la gente. —Otra antigua duda vino a mi mente—. ¿Qué fue lo que hiciste que lo creyeron tan grave como para matarte o desterrarte?
Mostró una triste sonrisa y negó despacio. Sentí más peso en el estómago de lo que estaba sintiendo. Asumí que no me lo diría, y eso me angustiaba. ¿Tan malo era?
—No voy a dejar de verte como te veo ahora —agregué mirándole con ternura.
Él dudó.
—¿Cómo me ves ahora?
—Yo...
Se puso de pie de golpe y me sobresalté.
—Rayos... —murmuró.
—¿Qué sucede?
—Nos ha olfateado, está cerca, ¡vámonos! —cargó la mochila y tiró de mi mano.
Empezamos a correr. Él era rápido, pero yo le retrasaba sin duda. Nos detuvimos.
—Sube a mi espalda —dijo mientras se sacaba la mochila.
—¿Es solo uno? —pregunté mientras subía a su espalda.
—Sí, pero podrían ser dos...
Me asusté mucho. ¿Dos? Dos ya eran algo bastante malo. Rodeé su cuello aferrándome fuerte a él mientras corría. Ahora sí que iba rápido, pero conmigo encima seguía siendo un retraso. Frenó de golpe derrapando en la tierra y me bajó de su espalda. Miré angustiada que había un león de montaña frente a nosotros.
—Mantente atrás —me ordenó.
Quizá eran leones de montaña lo que había olfateado, no le había preguntado. Si no eran evolucionados, eso suponía un alivio para mí, los animales salvajes muy rara vez decidían dar pelea, preferían huir y ponerse a salvo.
El animal estaba agazapado, pero bien podía salir corriendo en cualquier momento. Antonio empezó a soltar un bajo y grave gruñido de advertencia. Escuché un ruido detrás de mí y me preocupé más. Él empezó a gruñir más fuerte al ver que el animal no se retiraba, yo podía sentir cómo vibraba su espalda.
El animal salió corriendo disparado, Antonio giró y se puso nuevamente delante de mí para darle frente a lo que estaba detrás de nosotros.
Apareció un H.E. Otro desterrado, con ropas similares, hechas girones.
—Una humano —dijo con enojo—. ¿A donde la llevas? La mataré. —Antonio empezó a retroceder haciéndome retroceder también—. Oh, vaya. Esto es nuevo. Eres un traidor de nuestra especie.
Quiso avanzar pero Antonio le gruñó en modo de advertencia, el hombre se detuvo y mostró una siniestra sonrisa.
—¡Él no es un traidor! —exclamé—. ¡Intentamos parar las disputas entre las dos especies, ya no hay por qué seguir peleando!
—Ilusa —se mofó.
Lanzó un gruñido y se abalanzó hacia mí, Antonio lo detuvo agarrándolo del cuello y lanzándolo contra el suelo en cuestión de un segundo.
—Perdón por la brusquedad —dijo con una sonrisa de burla en su rostro—, pero no te le vas a acercar.
El joven se puso de pie como una bala, gruñendo furioso. Antonio me miró, dándome a entender de que huyera y me angustié. «No otra vez».
Me lancé a correr y esto disparó la pelea entre ellos. Oía esos gruñidos salvajes, estaban furiosos en verdad. Me detuve a unos metros al escuchar un golpe contra el suelo y volteé a mirar.
El evolucionado había caído, se volvió a lanzar y Antonio usó esa fuerza con la que venía para tirar de él y aventarlo lejos de nuevo. Al parecer no eran tan bueno peleando, quizá no había sido entrenado por alguien tan salvaje como había sido entrenado Antonio. El H.E. se volvió a abalanzar, Antonio alzó la rodilla y le estampó la suela de la zapatilla en el pecho con una patada, volviéndolo a tirar.
Vi con horror que un león de montaña estaba agazapado oculto tras unos arbustos. Al mismo tiempo, otro león de montaña apareció por mi costado dispuesto a atacarme también.
—¡Antonio! —chillé.
—¡Marien! —escuché que gritó en respuesta.
El león de montaña brincó hacia mí y pude ver apenas cómo algo impactó contra el animal, llevándoselo de encuentro. Me fije bien y Antonio había lanzado al hombre contra él.
—¡Eres malo!
—¡Vámonos! —Tiró de mi mano y empezamos a correr.
El otro león de montaña venía detrás.
—¿Es que acaso todos quieren comerte hoy? —preguntó.
Me sentí avergonzada. Corría tan rápido que yo casi no tocaba el suelo, esta vez no estaba midiendo su velocidad para que yo pudiera seguirle el paso. Volteé y vi que el evolucionado y el león venían tras nosotros.
Frenamos de golpe nuevamente derrapando en la tierra, habíamos llegado al borde de un peñasco. Perfecto.
Antonio miró hacia nuestros perseguidores, volvió a jalarme y corrimos hacia el borde.
—¡¿Qué...?! —Fue lo único que pude decir antes de que Antonio se lanzara de espaldas hacia el precipicio conmigo entre sus brazos.
Solté un fuerte y agudo grito contra su pecho, golpeamos contra la ladera de tierra y seguimos deslizándonos hacia abajo a mucha velocidad.
Me angustié y tragué tierra por seguir gritando, no había cuándo parar de caer. Volví a sentir esa horrible sensación, caíamos al vacío nuevamente. A los pocos segundos irrumpimos en la copa de un árbol, pasamos rompiendo las ramas con violencia, sentí algunos cortes y raspones en las partes desprotegidas de mis brazos, y terminamos en el suelo con un fuerte y seco golpe.
Respiraba agitada, Antonio se sentó de prisa ayudándome a levantarme.
—¿Estás bien? —preguntó.
—¡Estás loco! —grité—. ¡Qué tal si era una caída peor! —Le di una leve sacudida.
Sonrió.
—Sí estás bien —dijo y me abrazó fuerte.
Le correspondí el abrazo aliviada de que estuviera bien. Mi corazón latía fuerte, por la caída y por su abrazo.
—Vamos.
Tomó la mochila de mi espalda y se la puso.
Continuamos con nuestro camino. Por la pelea nos habíamos desviado un poco al parecer, pero Antonio sabía dónde era el lugar, así que me dejé guiar.
La noche llegó pronto y nos detuvimos bajo unos árboles.
—Estamos cerca, mañana en unas horas estaremos allá —murmuró.
—Si gustas seguimos y llegamos en la madrugada —sugerí.
—No, descansa, puedo aguantar otra noche vigilando.
Eso no era sano, por vigilar casi no dormía, me sentía culpable a veces, pero debía no preocuparlo. Él se sentó a los pies de un árbol cercano. Flexionó sus piernas y apoyó los antebrazos en sus rodillas, así estaría toda la noche, otra vez alerta. Me acomodé para dormir y miré al cielo estrellado, era muy bonito.
—Marien... —murmuró—. ¿Te gustaría... venir aquí? —preguntó con timidez.
Me ruboricé y sentí un hormigueo en mi estómago, quizá tendría algo que decirme, quizá me diría si algo lo tenía preocupado, o quizá... quizá me diría lo que había hecho.
Fui hacia él, extendió su mano, la tomé y tiró suavemente, me senté entre sus piernas y me rodeó con sus brazos.
—Si me duermo, nadie podrá acercarse a ti sin despertarme primero.
—Oh... —Decepción.
—¿Confías en mí? —preguntó casi susurrando.
—Sí, claro que sí... ciegamente —respondí.
Me apretó más recostándose contra el árbol. Me acomodé en su pecho y él recostó su mejilla en mi cabeza.
Me sentí en las nubes, por primera vez sentí que ese era mi hogar, entre sus brazos. Vaya, sí podía mostrarse afectivo, en verdad ahora parecía que sí podía llegar a amar.
Me embriagué de su aroma. En realidad no importaba si nunca llegaría a amarme, yo seguiría a su lado.
***
Me encontré recostada en el suelo al despertar. Antonio aún me tenía entre sus brazos, al parecer se había deslizado del árbol y habíamos terminado completamente recostados. Sonreí. Enterré mi nariz en su pecho y luego me aventuré a mirarlo, él estaba tranquilamente dormido, me deslicé lentamente para alcanzar mejor su rostro y le di un beso en la mejilla. Abrió sus bellos ojos de verde destellante y pupilas rasgadas y me alejé sonriente.
—Buenos días —dije.
Me ofreció una dulce sonrisa.
Mientras continuamos con el viaje, él estaba algo callado pero se le veía completamente tranquilo. Yo me sentía la más feliz del mundo, por el momento, hasta ahora. Si un día podía decirle lo que sentía y él lo aceptaba probablemente ahí me sentiría más feliz aún. Sonreí ante la idea.
Íbamos en silencio, y yo seguía observando el bosque, era muy bonito.
—En un par de horas habremos llegado —comentó.
Asentí con la cabeza, si iba a pasar otra noche entre sus brazos ya no sentía prisa por llegar a la capital, salvo por el hecho de que los días pasaban y debíamos evitar una guerra y el uso de esa arma. Felizmente, sin mí no podrían trabajar bien con la toxina, eso me aliviaba.
Al cabo de unas horas divisé algo. Era una ciudad, sí, pero no se parecía al pueblo que habíamos cruzado antes, esta era un poco más campestre. Vi algunas parcelas de cultivos, eso también era nuevo, no solían estar en las afueras. Lo más raro era que no poseía la bandera del país, por lo menos en las otras ciudades y el pueblo, las había visto de reojo en la entrada.
Cuando logré divisar una bandera me preocupé, no era la del país, esta era diferente. Completamente roja, con un ovalo vertical en el centro de color negro. Simulando ser el ojo de un evolucionado.
—No, esta no es, no es... —Era una ciudad de los evolucionados, sin duda—. ¿Es tu ciudad?
—Lo siento, pero no —me respondió él, encogiéndose de hombros.
Escuché unos ruidos y me estremecí. Aparecieron dos evolucionados de una de las casas en ruinas que había cerca. Muchas preguntas pasaron por mi cabeza, no entendía y a la vez trataba de rechazar la única cosa obvia: ¿era una trampa?
—Bien hecho, Sirio. Valió la pena la espera —dijo uno de ellos.
¿Sirio?
Si Antonio ya era casi letal, no podía imaginar lo implacables que podían ser estos dos. Uno de ellos, el que habló y por cierto, el más enorme, tenía el iris de sus ojos de un intenso color miel. El otro los tenía de un color celeste casi fosforescente y parecía tener la misma edad de Antonio. Ambos tenían pantalones similares a los de los militares y camisetas negras.
Antonio se acercó a ellos, dejándome estupefacta. Dijeron unas cuantas palabras y voltearon a mirarme.
—Es un honor, doctora Marien. Una de las pioneras en querer hacer un arma para destruirnos —dijo el evolucionado de ojos color miel.
Otros dos de ojos escarlata aparecieron por detrás de mí y me aprisionaron de los brazos. Ahogué un grito, estaba aterrada. Miré a Antonio buscando una explicación, pero solo hallé una fría mirada sin sentimiento alguno.
El hombre de mi derecha tiró de mi brazo y enseguida el de mi izquierda le detuvo con un bajo gruñido mientras le mostraba los colmillos.
—Suficiente, dije que los dos se encargarán de llevarla a su celda, así que muévanse, trabajen en equipo —gruñó el enorme evolucionado, que parecía ser el líder.
Ambos tiraron de mí, llevándome a rastras. Antonio y los otros dos caminaban adelante. Llegamos a una edificación que no estaba en muy buen estado, me llevaron por varios pasillos hasta uno que tenía una puerta metálica sin ninguna abertura.
Me sentía perdida y desolada, no pude evitar que un par de lágrimas me recorrieran el rostro.
Abrieron la puerta y me lanzaron adentro, me arrastré hasta la pared. Tenía una pequeña ventana alta, había una cama a mi costado, que era más una litera, una habitación pequeña más al fondo, suponía que era el baño.
Tiraron mi mochila a mis pies, casi vacía al parecer, y los tres entraron. No quería que me vieran abatida, pero era muy tarde. Volver a mirar a los fríos e inexpresivos ojos de Antonio me hizo chocar por completo con la realidad. El gran hombre de ojos color miel dio un paso hacia mí.
—¿Qué sucede?
—Creo que aún no entiende qué pasa —sugirió el de ojos celestes.
El líder dio un paso más.
—Dime, ¿qué creíste? —dijo esta vez en todo de burla.
—¿Por que? —le pregunte a Antonio.
—Deja a mi muchacho —reclamó el líder—. Hizo su trabajo mejor de lo que esperaba. —Se me acercó, fingiendo compasión—. Ya, sshh, no llores. No es personal, él tenía una misión y la cumplió, eso es todo. Somos luchadores, pero ustedes los humanos son tan... Sensibles...
Oí las risas bajas del otro. Alcé la vista y me arrepentí inmediatamente al toparme con esos ojos de verde intenso. No había ni rastro del Antonio que yo conocía, él había muerto.
—Orion, ella está en shock —dijo el de ojos celestes claro.
El líder, que al parecer se llamaba Orión, dio media vuelta.
—Humanos y sus ridículos sentimientos —murmuró—. Mentalízate para que puedas colaborar, vendré luego. Por favor, en verdad deseo que colabores, entonces... y solo entonces, saldrás de aquí.
Los tres salieron de mi celda. Abracé fuerte mis rodillas, estaba perdida.
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Nota: Ya sé que ahora odian al gato malo, pero tiene un motivo xD paciencia :"v
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Copyright © 2014 Mhavel N.
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