Capítulo 13: Cediendo a los impulsos
El viento soplaba desde el frente, íbamos hacia el sur y el viento venía desde el lado sur oeste. Eso mantenía tenso a Antonio porque el viento se llevaba nuestro aroma hacia los posibles depredadores y evolucionados situados más al este, pero mantenía la esperanza de que no quisieran pelear o estuviesen lo suficientemente lejos como para no llegar a tiempo a nuestro encuentro.
Ya había bajado de su espalda. Pasábamos cerca de las afueras de otra ciudad fantasma. Había pedido alejarnos lo mas que pudiéramos, pero todavía veíamos algunas casas derruidas. Antonio decía que no olfateaba a nadie pero tampoco estaba tan seguro, ya que el viento no ayudaba.
Un pequeño zorro cruzó la calle huyendo de nosotros y me sorprendí. Antonio no le quitó la mirada hasta que el animal se escabulló dentro de otro edificio. El viento entró a la edificación que se encontraba a nuestro lado, escuché cómo corría en el interior y volvió a salir por el ventanal roto.
Antonio me alzó en brazos de pronto haciéndome gritar por la sorpresa. Dio un par de saltos retrocediendo y esquivando un par de zarpazos. Pude ver una de mas garras pasar veloz cerca de mis ojos. Echó a correr y me hizo entrar por una ventana a un oscuro ambiente, para luego ser embestido por el evolucionado que nos atacaba.
—¡No! —La angustia me devoró de nuevo. Él estaba todavía recuperándose.
La sangre se me enfrió más al ver a otra persona bajar de un salto del techo mientras los otros dos todavía peleaban. Ella volteó, era una mujer evolucionada, no había visto a una mujer de su especie. Tenía unos enormes ojos verdes de pupilas rasgadas, exótica piel morena, el cabello oscuro le llegaba al hombro y sus músculos también estaban marcados. El hombre tenía las mismas características, ambos parecían ser nómadas, vestían ropa suelta y algo ligera.
Me miró con esos ojos felinos inexpresivos y me entró terror.
—¡Antonio! —Chillé huyendo hacia la otra habitación y cerrando la puerta.
La mujer se estrelló contra esta y caí. Grité y corrí cuando la puerta fue hecha pedazos. Algo rompió el vidrio y retrocedí más. Antonio se puso delante de mí, veloz, y los otros dos se levantaron del piso, empezando a gruñir.
—¿A dónde la llevas? Si quieres matarla solo dilo y te ayudamos —dijo el hombre.
Yo respiraba agitada. Me di cuenta de que una gota de sangre bajaba por el brazo de Antonio.
—Lo siento, pero no voy a dejar que la toquen —respondió él.
—¡Ellos nos atacan! —reclamó la mujer—. ¡Merecen morir!
—¡Yo lo sé! ¡Pero ella es la única que puede ayudar a detenerlos, si la matan arruinarían la oportunidad!
Los evolucionados parecieron pensar unos segundos, aunque seguían listos para atacar.
—Cómo saber si no mientes.
—¿Por qué otra razón protegería yo a un humano?
Y eso encogió algo en mi interior. Tragué saliva con dificultad. Aunque para mi pesar, funcionó.
Los hermanos evolucionados relajaron sus posturas y respiraron más despacio. El hombre le hizo una señal a su hermana y salieron, después de clavar su mirada de odio en mí, enfriando mi sangre más de lo que ya estaba.
—¿Estás lastimada? —preguntó Antonio.
—Un poco. —Y en diferentes maneras. Volteó y quiso tomar mi brazo herido por el raspón hecho por la caída pero avancé—. Vámonos, por favor.
—Uh... Ok. Iré por tu mochila.
Me abracé a mí misma mientras andaba. Él tenía razón en cierto modo, nosotros estábamos usándolos, las historias eran ciertas, y yo no había sabido de eso. Ahora habían dos cosas por detener, el uso de la toxina y averiguar qué intentaba esa gente, que para colmo parecían usar el uniforme del gobierno. Y si era el gobierno, eso iba a ser algo difícil sino imposible.
Respiré hondo y vi al pequeño zorro olfateando algo.
—Hola —murmuré. El animal se alejó un metro con cautela, me puse en cuclillas—. Ven —dije mientras estiraba mi mano hacia él.
El animal dudó unos segundos, dio un paso y volvió a retroceder. Seguí haciéndole señas y avanzó lentamente hacia mí. Sonreí.
—¿Qué haces? —preguntó Antonio y el zorrito salió disparado—. Ten cuidado, puede estar enfermo.
—Eh... Ya lo sé, soy humana pero he estudiado, ¿sabes?
Soltó una suave risa y me extendió la mano para ayudarme a ponerme de pie.
—Tú tienes algo que atrae a los animales salvajes, y eso me incluye a mí —comentó con una sonrisa.
Quedé en blanco con mi corazón hecho un lío. ¿Yo le atraía? Me lo acababa de decir. ¡Lo acababa de decir así de simple...! Aunque no sabía de qué forma.
La tarde casi acababa, el cielo estaba de un naranja muy bello. Divisé una casa que parecía estar en buen estado, no tenía ventanas rotas, así que por dentro no estaría tan sucia y desordenada; no como otras.
Entramos a ella. Todo estaba casi intacto, si no fuese porque estaba lleno de polvo y seguro alguno que otro roedor. No había agua, pero me podría dar el lujo de ponerme pijama y dormir sobre algún colchón. Encontré una vela en una gran y polvorienta mesa, así que la encendí.
El cielo era ahora de un color violeta.
—Marien. —Antonio dijo mi nombre. Me había percatado de que él rara vez me había llamado por mi nombre. Era extraño. Aunque yo sabía que ellos se identificaban mediante el aroma, por lo tanto no requerían del uso seguido de nombres.
Volteé, él estaba apoyado en el umbral de la puerta, sus hermosos y felinos ojos me estudiaban con cuidado.
—¿Sí?
—Traeré agua en uno de esos contenedores de abajo, si gustas.
—Gracias... solo ten cuidado, por favor.
Parecía inquieto, me miró otro par de segundos de forma profunda, envolviéndome.
—Quiero disculparme por haber fallado antes. No va a volver a pasar. —Negué en silencio. No podía creer que le preocupara haber perdido—. También saliste lastimada al enfrentarte a ese humano que manipulaba a los evolucionados, no debí dejar que te involucraras, debí ser más fuerte.
Antes de que pudiera juntar el valor de decirle algo, salió y me dejó sola en la habitación a que descansara. Suspiré y empecé a alistarme para dormir. Había una amplia cama, así que le sacudí el polvo.
No... No estaba tranquila, así que apenas me recosté, me puse de pie y fui a buscarlo.
Bajé despacio, di unos cuantos pasos hacia la sala y logré verlo de espaldas, se había quitado la camisa y parecía estar curando una de sus heridas. La vela estaba iluminando de forma tenue su piel desnuda.
—¿Todo bien? —quiso saber, concentrado en lo que hacía.
No respondí. Caminé despacio hacia él, con mi corazón empezando a acelerarse. Toqué su fuerte espalda y él quedó quieto. Deslicé mi mano suavemente por su piel, los dedos de mi otra mano recorrieron las líneas de su brazo. Pegué mi frente contra el centro de su espalda y cerré los ojos. Adoraba su aroma.
¿Cómo hacerle entender que me importaba él y no lo que pudiera hacer? Cómo hacerle saber que no quería que le pasara nada, porque estaba sintiendo algo muy fuerte por él, algo que él no conocía...
Volteó despacio, alcé la vista y quedé atrapada en su profunda mirada, como de costumbre. Esos ojos verdes ensombrecidos por sus negras cejas, reflejando bajo la tenue luz de la vela.
Levanté las manos y toqué su varonil rostro. Bajé lento, acariciando sus anchos hombros y luego sus pectorales hasta llegar a su marcado abdomen. Mi corazón latía muy, muy fuerte. Tomó mi rostro y acarició despacio mi mejilla con su dedo pulgar. Volví a mirarlo, queriendo decirle todo lo que sentía.
—¿Te encuentras bien? —preguntó en susurro—. Tu rostro está rojo...
Sonreí. Tomé el algodón con alcohol que él tenía en su otra mano e hice que se sentara en el banco que estaba cerca. Empecé a desinfectar su herida en el hombro.
—Estoy bien. Solo no debes morirte, ¿sí? Yo seré solo una humana pero me preocupo por ti, y no voy a dejar que te lleven...
—No eres solo una humana, ¿por qué...? —Pareció reaccionar—. Le dije eso al hombre para que se fueran, y si no lo hacían yo iba a pelear hasta las últimas consecuencias... por ti... porque quiero cuidarte. Creí habértelo dicho ya.
Yo volvía a ruborizarme. Era verdad, él me había dicho eso el día en el que vi lo que era. Bajé la vista avergonzada por haber dudado de él.
—Perdóname tú también... —dije—. Soy presa fácil.
—Claro que no, hiciste un buen trabajo.
—Desde antes... solo me puse en peligro por causa de la toxina, solo te estorbo, y ahora...
—No digas más —me interrumpió en un dulce tono de voz. Lo miré—. Me alegra que estés aquí, no te quiero en ningún otro lugar, en serio.
Mi impulso venció y me le acerqué, dándole un beso en la mejilla. Tardé otro mili segundo en darme cuenta de que él había retrocedido por la sorpresa, pero la posición en la que estaba, le habían obstruido el alejarse por completo de mí. Me separé avergonzada.
—¿Qu...?
—¡Perdón! —le interrumpí, ruborizada y más avergonzada—. Perdón, no debí hacer eso... —Intenté alejarme.
—Espera —me detuvo tomando mi mano—. ¿Qué fue eso?
Mi corazón latía tan fuerte y rápido que sentía que él lo iba a escuchar. Había cometido otro error, ahora él preguntaba qué había sido eso y yo estaba perdida. Miré sus felinos ojos de verde destellante.
—Mi mamá hacía eso también cuando era muy, muy pequeño —contó—, es un símbolo de aprecio maternal, solo que ella me lo daba en la frente... solo recuerdo un par de veces...
—Oh... bueno. —Me sentí aliviada de que no preguntase ni supiese algo más, pero preocupada porque para él significaba otra cosa. Temía explicarle mi porqué y que me rechazara—. Aquí... los humanos nos besamos también. —Me aclaré la garganta—. A veces, claro, rara vez. —Arqueó una ceja, debía explicar más—. Un beso... significa que también te aprecio y quiero que confíes en mí, así como yo confío en ti.
Sonrió levemente, tiró suave de mi mano, pegándome a su tibio cuerpo mientras bajaba del banco y se ponía de pie. Me volví a ruborizar al sentir su calor aproximándose. Juntó su frente a la mía y pude sentir su respiración acariciar mis labios. Mi corazón se disparó.
—Siento lo mismo —dijo casi en un susurro—. Y este gesto significa lo mismo también, pero... —Pude sentir sus tentadores labios contra mi mejilla y corazón dio un brinco. Sus fuertes brazos me apretaron contra su cuerpo. ¿Por qué todos decían que ellos no podían amar? Si ahora parecía que era capaz—. Esto se siente mejor contigo —susurró contra mi piel.
Hice todo el esfuerzo posible por no ladear mi rostro los pocos centímetros que quedaban entre sus labios y los míos. Él ya me había soltado y yo estaba libre. Reaccioné, me aparte, y lo miré sonriente.
—Eso me alegra —murmuré.
Volvió a mostrar su leve sonrisa.
—Buenas noches, señorita —dijo con ese tono de voz que me derretía.
La luna ya se encontraba en el cielo dando inicio a la noche. Tardé varios minutos en dormirme. El deseo de besarle me ardía en el pecho. Me mordí el labio inferior. Esta era la primera vez que me pasaba algo así, si no le robaba un beso aunque fuese algún día, ¡me moriría! Tenía que besarlo, morder esos labios, sentir su grosor, devorarlos, pero era muy tímida. Siempre fui tímida toda mi vida...
Solo sabía que tenía que hacerlo porque él no lo haría. Ya había tenido el coraje de tocarlo, quizá podía robarle un beso en una siguiente oportunidad...
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Copyright © 2014 Mhavel N.
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