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Capítulo 11: Un lugar perdido

Partimos hacia la ciudad en ruinas, sería quizá un día de viaje, pero como habíamos partido en la tarde, tendríamos que dormir en medio del campo.

Me importaba mucho llegar a la capital y detener la creación de un arma que podría destruirnos a nosotros también. No me harían caso si se los decía por teléfono, pero pensé que si lograra convencerlos de que no todos los evolucionados eran iguales se podría llegar a un acuerdo. Más bien me sorprendía que el gobierno no hubiera intentado nada así, quizá ocultaban algo, y eso no me extrañaría.

El bosque estaba lleno de vida. Vida que, en su mayoría, huía al percatarse de la presencia del hábil depredador que iba conmigo. Pronto nos dio la noche. Tendí una sábana en la crecida hierba y me eché; Antonio se sentó al pie de un árbol cercano a mí.

—¿No te recostarás? —pregunté.

—No, prefiero estar alerta —dijo mientras miraba seriamente hacia los alrededores.

Me sentí apenada. Él flexionó un poco sus piernas, apoyó su antebrazo en la rodilla, miró hacia otra dirección y pude ver cómo sus ojos reflejaron la luz de la luna que se encontraba en el cielo.

Me volteé acomodándome en mi costado para mirarlo, así podría abrir los ojos cada vez que pudiera y ver cómo se encontraba. Volteó a mirarme.

Me moría por saber qué pasaba por su mente...

Podía permitirme soñar con un mundo en donde los evolucionados fueran aceptados. O al menos aquí. Sabía que en otros continentes no tenían los problemas que nosotros, y me pregunataba por qué. Los asiáticos respetaban su cultura, los africanos también, a pesar de que los evolucionados de allá tenían dos colmillos extra y eran más salvajes, ellos no tenían los problemas que nosotros.

¿Por qué sería?


***

Antonio observaba a un pequeño venado que se encontraba colina abajo. Estábamos casi al borde de un corto peñasco, quizá de unos tres metros de altura, no era mucho, luego venía una ladera.

El venado se encontraba pastando en el valle, supe que le daría caza. Antonio tenía los ojos completamente enfocados, preparaba cada músculo para salir disparado, empezando a soltar un muy, muy bajo gruñido.

—¿De cacería? —pregunté.

Él soltó un corto sonido de sorpresa. El venado alzó la vista y salió corriendo.

Oh...

—Marien... —Me miró completamente intrigado y desilusionado.

Me tapé la boca y sonreí con vergüenza.

—¡Perdón! Vamos, no necesitamos un animal tan grade de todas formas, recuerda que tengo bastante comida y carne en la mochila.

Suspiró resignado y sonreí por eso. Él era otra obra maestra de la naturaleza. Calentamos la comida y al cabo de unos minutos ya estaba listo el desayuno.

—¿Quién te enseñó a cazar? —pregunté.

—Mi mamá.

—Vaya, ¿y es tan buena como tú?

—Puede decirse. Rara vez cazamos en nuestra ciudad, es como un simple conocimiento extra. Pero algo me llama a hacerlo, lo tenemos en los genes, supongo.

—¿Cómo se llama tu mamá?

—Enif.

—Oh... es el nombre de una estrella.

—Sí, lo es.

Me ofreció una dulce sonrisa. Luego de desayunar guardamos todo y nos alistamos para seguir.

El día estaba muy bonito, el clima aquí siempre era perfecto, aunque podía llegar a extremos en invierno. Siglos atrás se decía que había sido una zona caliente.

Caminamos disfrutando del campo, era tan nuevo para mí y él me dejaba admirar todo lo que podía. Me hallaba contemplando una bella mariposa amarilla cuando Antonio me sonrió y señaló hacia la rama de un árbol. Había una araña enorme, de unos siete centímetros, suspendida en su muy bien estructurada red. Me horroricé y Antonio soltó una carcajada, al final también terminé riéndome de mí misma. Él me sacó de mi leve risa entregándome una flor, era la flor rosada de un ceiba, un árbol. Sonreí mientras el rubor se apoderaba de mi rostro.


Cerca del medio día divisamos las ruinas de la antigua ciudad.

Volteó a mirar al frente completamente serio. Miré también, se veían unas casas no muy lejos de donde estábamos, había algo de movimiento.

—¿Qué? Creí que no estaba habitada... creí que... ¿será algún asentamiento de evolucionados?

—No —respondió él—, son humanos.

Me sorprendí, no sabía que las historias de pequeños pueblos en medio de la nada eran ciertas. Era extraño que los E.H. no los hubieran eliminado o algo así. Continuamos caminando hasta llegar.

—Sería bueno que te pusieras los lentes —comenté.

—Detecto el aroma de los evolucionados, han estado aquí —dijo algo confundido.

Las personas nos miraban, algunos desde la sombra del pórtico de sus casas, otros desde la acera. Unos niños dejaron de patear su pelota para detenerse a mirarnos, pero pronto volvieron a lo que estaban haciendo, como si Antonio fuese un humano más.

El pueblo tenía un toque de antigüedad, no tenía todo lo ostentoso de una ciudad moderna de hoy en día, parecía sacado de un libro de historia del siglo XXII. Había un auto pequeño, algunas reliquias que aún funcionaban con combustible orgánico. Nos quedamos de pie afuera de lo que parecía ser un restaurante.

—¿Gustan comer algo? —preguntó una señora de ropas sencillas que se encontraba cerca de la puerta.

—Eh, sí... por favor —respondí.

—Pasen.

Me dispuse a seguirla pero sentí que Antonio puso la mochila en el suelo, volteé a mirarlo y él estaba ya unos pasos lejos de mí, mirando fijamente a una gallina.

—¡No! —grité—. ¡Antonio! —me tapé la boca, horrorizada.

Antes de que pudiese siquiera terminar la corta palabra monosílaba, Antonio salió disparado tras la gallina. El ave corrió lo más rápido que le permitieron sus patitas y dio un salto, siendo atrapada en el aire por el chico. Cayó y se arrastró como un metro en el suelo, riendo y con el ave entre sus brazos.

—Tranquila —dijo la señora en tono casual—, a los evolucionados les encanta perseguir aves. Pero no las lastiman, al menos no aquí, estamos acostumbrados a ellos y a que vengan de vez en cuando. No salen muy seguido de sus pueblos, ¿sabe? Y es peligroso para nosotros adentrarnos ahí.

Miré a Antonio, había soltado la gallina mientras seguía riendo en el suelo, apoyado en sus codos. Suspiré. Su risa tan hermosa, musical y varonil. Di un paso hacia él y esto hizo que se detuviera de golpe cerrado la boca. Me le acerqué.

—Así que te gusta perseguir pajaritos y gallinas, ¿eh? —le dije de forma dulce. Sonrió sin separar los labios y se puso de pie—. Vamos, la señora vende comida. Me parece haber visto leche —le comenté tentativamente.

Me siguió, entramos y nos sentamos. El lugar era agradable, los muebles eran de madera, algo que casi nunca se veía, salvo en nuestro viejo laboratorio. Había un ventilador de techo que refrescaba el ambiente. Almorzaríamos ahí y también compré leche.

—¿Se dirigen a algún lugar? —preguntó la señora.

—A la capital —respondí.

—Vaya... ¿Él estará seguro ahí? —murmuró refiriéndose a Antonio.

Me confundí, la palabra seguro me sonó muy diferente, como si nosotros fuéramos los peligrosos para ellos.

—Sí, bueno... está conmigo. No voy a dejar que le hagan algo. Además, es la capital, ¿qué podría pasar? —respondí.

—No lo sé, a veces escuchamos cosas, historias... —dijo la señora.

—¿Historias? —preguntó Antonio.

—Historias sobre presuntos lugares donde tienen prisioneros a los evolucionados y hacen experimentos con ellos, o los torturan, o los usan para entrenar a los soldados, experimentando técnicas para matarlos... un sinfín de cosas —comentó la mujer.

Fruncí el ceño. Se suponía que había organizaciones que impedían que se les tocara porque eran humanos, pero eso explicaría la actitud reacia de ellos hacia nosotros.

Tomé un bocado de comida.

De pronto, Antonio empezó a gruñir, asustándome. La mujer lo miraba expectante, pero confundida al mismo tiempo.

—An... —Susurré, pero pronto empecé a sentir pesadez. Me empecé a angustiar.

—Ya veo —murmuró la mujer—. Has estado con humanos y ahora sabes diferenciar los aromas de sus comidas, a diferencia de otros H.E. que vienen aquí.

Él empezó a gruñir más fuerte, poniéndose de pie de pronto y asustando a la señora, ella no esperaba nada de eso. Intenté ponerme de pie también, cuando unos hombres con casco y uniformes habían entrado y le apuntaban con armas.

Me angustié y me impulsé para levantarme.

—¡Antonio...! —Pero caí.

La vista se me nubló. Solo podía escuchar a Antonio gruñendo todavía. Me quejé lastimosamente intentado hacer que mi cuerpo reaccionara.

—Duerme —musitó la mujer—. Él no ha probado la droga, es muy listo, pero no evitará que se lo lleven. Me darán una muy buena recompensa por un evolucionado fuerte y joven.

No... no. No, Antonio...

—Huye... Huye... —logré murmurar apenas, pero mis ojos se cerraban.

La angustia me devoró. Era un país enorme, si se lo llevaban no iba a poder encontrarlo nunca. Todo había sido una trampa, sabían bien qué cosas les gustaba a los evolucionados y los atraían... Iban a experimentar con él, iban a torturarlo, iban a matarlo...

No... Por favor no se lo lleven...


Marien, querida —murmuró una voz. Mi mamá...—. Te vas a hacer tarde a tus clases.

—M-mamá...

—Dijiste que serías mejor que yo, así que te voy a ayudar. Levántate ya.


Antonio...

Abrí los ojos, mi mano alcanzó la mochila pero mi visión seguía nublada. Busqué con torpeza las pastillas que mi tía me había dado y me tragué una como pude.

Traté de respirar mas rápido, apoyé mis manos en el suelo para poder levantarme, jamás algo que era tan sencillo había sido lo mas difícil que había tenido que hacer. Mi cuerpo pesaba como el plomo.

Escuché gruñidos.

¡Antonio!

Alcé la vista, seguían amenazándole con las armas y acercándose lentamente a él. Vaya, quizá yo no había cerrado los ojos por mucho tiempo para alivio mío. La adrenalina surgió de golpe y pude ponerme en pie. Caminé y casi corrí, poniéndome entre ellos y extendiendo los brazos. Respiraba con dificultad.

—No se lo van a llevar —reté como pude.

—Marien...

Yo sudaba frío a causa de los químicos en mi cuerpo, pero empezaba a sentirme mejor. Un sujeto con un traje que parecía ser elegante pero al mismo tiempo para combate, parecía los que usaban los del gobierno sin duda, y los tres hombres con casco y uniformes como los de los oficiales. Asumí que el otro era el que comandaba ese pequeño escuadrón.

—No está drogado, así que lo llevaremos vivo o muerto —dijo el extraño hombre—. Apártese.

Negué rotundamente, mi cuerpo temblaba todavía.

—Ya he dicho que yo no iba a dejar que le hicieran nada, así que no voy a apartarme.

Sacó un pequeño objeto rectangular de su bolsillo y presionó un botón. Los otros tres hombres guardaron las armas, dieron un paso hacia adelante y se retiraron los cascos.

Abrí los ojos como platos al ver que eran H.E., pero tenían una especie de chip pegado en la sien derecha, era algo que a simple vista no se notaba, quizá solo me parecía.

Empezaron a gruñir y me aterré. Antonio no iba a poder contra los tres, era el fin. Sentí que la presión me bajaba, ¿cómo era que el gobierno tenía evolucionados de su lado?

Uno se abalanzó hacia mí, y esperé al menos una muerte rápida, pero lo único que sentí fue un golpe. Antonio me había empujado y había recibido la mordida, golpeó al evolucionado mientras los otros dos lo mordían también. Me tuve que aguantar la angustia y salir corriendo de ahí para no complicarle las cosas.

—¡Un arma! ¡¿ALGUIEN TIENE UN ARMA?! —chillé mientras corría.

Oí los rugidos y gritos de dolor de los H.E. Miré sobre mi hombro, y ellos se debatían entre forcejeos, golpes, zarpazos y mordidas. Antonio pateó con toda su fuerza al que tenía delante. Liberó su brazo del que lo mordía, sin importarle que esto le arrancara algo de carne, y golpeó a uno, pero los otros dos ya estaban sobre él de nuevo, mordiéndolo más.

Me tapé la boca llena de horror, lo harían pedazos en segundos. Era tan horrible como ver un montón de perros despedazándose entre ellos, prácticamente eso era lo que estaba ocurriendo.

El hombre observaba a unos metros afuera del local, mostrando impaciencia. Corrí. Una señora anciana salió de un callejón y me dio una pala, la recibí al vuelo y seguí corriendo. Rodeé la manzana y corrí hacia el hombre que ahora estaba de espaldas hacia mí. No me detuve a pensar y aceleré, el hombre se volteó pero ya no pudo hacer nada pues me embestí contra él con todas mis fuerzas, cayó y yo caí de rodillas.

Hice a un lado el dolor del raspón con el asfalto y me puse de pie como una bala. Golpeé al hombre con la pala y me puse sobre él, presionándole los hombros contra el suelo con mis rodillas e intenté sacar el aparato rectangular de su bolsillo. El hombre tiró de mi cabello haciéndome gritar y presioné su cuello con el mango de la pala.

Me agarró el cuello presionando fuerte y yo le agarré la muñeca hincando mis uñas en su piel. Moví rápido mi otra mano y logré sacar el aparato de su bolsillo. En ese momento fui embestida por uno de los H.E. y me raspé contra el asfalto, él evolucionado se abalanzó hacia mí, pero fue embestido por Antonio.

Rodaron más allá, atacándose llenos de rabia. Busqué el aparato que se me había desprendido de las manos con la embestida. Los otros dos ya estaban sobre Antonio otra vez, hallé el aparato pero el hombre me agarró por detrás, aprisionando mi cuello. Grité, no pude liberarme, pataleé, lo arañé, hice de todo. Antonio se abalanzó contra el hombre sin importarle tener a uno de los evolucionados prácticamente encima destrozándole el hombro.

Me encontraba atrapada dentro de la lucha. Venían empujones y gruñidos salvajes de todos lados. Antonio logró empujarme fuera, y grité al ver al hombre caer a mi lado con el cráneo abollado. Los H.E. seguían con su carnicería.

Ubiqué el aparato rectangular y lo sostuve, mis manos temblaban mientras trataba de localizar el botón entre los tres que había, llenos de sangre. Las lágrimas tampoco me dejaban enfocar más, lancé un gemido de frustración. Logré leer la palabra «stop» y lo presioné.

Los gruñidos cesaron excepto uno. Antonio gruñía de forma salvaje mientras los otros empezaban a darse cuenta, horrorizados, de que tenían las manos y la boca llenas de sangre. Estaban muy heridos, pero Antonio...

—¡Antonio! —Lo llamé angustiada.

Él no dejaba de amenazarles con su fiera mirada, dio un paso atrás y su gruñido se quebró.

Le vi caer...

Escuché el golpe sordo de su cuerpo contra el suelo en medio del charco de sangre, y se me detuvo la respiración.

Los tres H.E. le miraban como si no supieran qué era lo que habían hecho. Corrí hacia ellos, aparté de un empujón a uno y me caí de rodillas al lado de Antonio.

Las lágrimas empezaron a brotar de mis ojos de forma precipitada.

—No... no, por favor —sollocé.


*****

Copyright © 2014 Mhavel N.

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