Capítulo 33: Una nueva vida
Un leve vibrar me hace abrir los ojos.
—Lo siento —dice ella. Apoya los antebrazos en el colchón—, no quise despertarte.
Niego mirándola con dulzura. Ya dormí un poco, eso me basta. Ella me dijo que me pusiera cómodo mientras iba por ahí, quizá a ver a sus amigos, así que aproveché en darme una ducha fría para bajar mi temperatura... Y mi rara tensión. Luego, por supuesto, caí rendido.
—Descuida.
—¿Vamos a comer algo por ahí?
—Rosy dijo que nos esperaban en la cafetería.
—Sí, pero... —Acaricia mi labio inferior y la corriente vuelve, se siente tan bien— A esta hora ya no deben estar ahí, pero compremos algo ligero y luego vamos a recorrer la ciudad, ¿sí?
—Bueno.
—Dime algo —pregunta mi dama mientras caminamos por el pasadizo—. Ese amigo que mencionaste más temprano, ¿es alguno de los hombres de Orión?
—Altair... —Me amarga un poco el recordarlo, aunque ahora está lejos de mi chica—. Sigo enojado con él por lastimarte, a pesar de que solo hacía lo que Orión le ordenó, y era como mi hermano.
—Hey, lo siento.
Rodeo sus finos hombros con mi brazo y le sonrío para calmarla, ella no tiene que estarse preocupando por esas cosas.
—Está bien, tranquila.
Al estar cerca de la cafetería puedo oírlos conversar, así que no se han ido como pensaba Marien. Me alegra, ya que sé que ella quiere verlos.
—Vaya... —dice ella cuando entramos— Creí que ya no estaban.
—Tenemos las tardes libres —cuenta Rosy con aburrimiento—, no hay mucho que hacer.
—Bueno, compraremos algo de comer y vamos a recorrer la ciudad, ¿les parece?
Ellos se sorprenden.
—Oye, a Marien no le gustaba salir a pasear, ¿quién eres? —dice Marcos, sonriendo, y mi dulce dama ríe—. Ya sé, vamos un rato al campo de entrenamiento de al lado.
—Sí, suena interesante.
Al salir, un policía detiene al médico amigo de Marien, y nosotros nos escurrimos por otra puerta. Y aunque me preocupa que entren a buscar tal vez a papá y sus compañeros, Marcos me asegura que no pueden hacerlo, así que confío.
El campo de entrenamiento ese está cerca, a varios metros. Una edificación con un gran descampado, puedo ver algunas pistas de obstáculos, zonas para tiro al blanco, una pared para escalar. Aunque, sobre todo, veo un enorme bosque que se extiende del otro lado.
Marcos dice que estaremos unos minutos ahora que está vacío mientras yo no dejo de ver el bosque. Su verdor me llama, me recuerda a mi pueblo y el ver el bosque siempre ahí, además de los árboles abundantes entre las calles y casas.
Mi Marien me saca de mis pensamientos con su suave toque. Volteo a verla y me está alcanzando los lentes de sol, entonces recuerdo que mis ojos todavía pueden ser un problema.
—¿Te digo algo? —dice Marcos—, así da más miedo.
—No seas envidioso, se le ve muy bien —reclama Rosy.
Entramos a la oficina. Un guardia nos recibe y dice que un tal Max no llega aún, pero Marcos dice que sólo nos mostrará las instalaciones. Presentamos nuestras identificaciones y pasamos.
Hay unos cuantos hombres entrenándose. Marcos nos enseña algunas máquinas y en especial una que puede medir la fuerza.
—El día que esto esté vacío quisiera ver cuánta fuerza tiene nuestro pequeño evolucionado —me mira y sonrío.
—Bien, aunque mis niveles de fuerza evolucionada no son los más admirables —admito.
—No importa, siempre quise ver a un H.E de cerca sin que esté intentando matarme.
—Luego podría intentarlo también —me burlo.
—Ja, ja, sí —finge reírse mientras mantiene expresión seria y oigo sus latidos aumentar un poco, tal vez lo asusté—. Vamos a ver el campo antes de que llegue Max.
—¿Quién es Max? —pregunta Marien.
—Un muchacho que se unió a los de seguridad nacional hace un par de años. Lo ascendieron rápido por su entusiasmo. No te agradará, es terco y orgulloso, tiene una fascinación por los evolucionados extrema, pero también los odia por igual a veces.
—Um —gruñe ella de forma tierna, aunque sé que se ha molestado—. Tienes razón, no me agrada.
—Podría intentar matarlo mientras tú observas —le sugiero y la hago reír, cosa que me gusta y alivia.
Salimos al campo y puedo ver más cosas: trincheras, viejos neumáticos, muñecos humanoides tirados y algunos destrozados en el suelo, una caja de madera con explosivos de corto alcance y armas de fuego.
Las chicas se burlan de todas esas cosas "para hombres", y detecto a alguien aproximándose. Volteo para ver quién es. Un muchacho con el uniforme de los de seguridad: camisa azul marino y pantalón negro, de esos con bolsillos grandes a los costados. Nos mira arqueando una ceja y Marcos se tensa, ese debe ser Max.
—Hey Max, llegaste antes —dice.
—Vaya ¿Qué me has traído hoy? —su vista se pasea por todos—. ¿Más ratones de laboratorio como tú? —Se acerca arrogante. Marcos niega, pero no le hace caso—. ¿Qué les parece el campo de entrenamiento? Es genial, aquí puedo destrozar maniquís simulando que son evolucionados.
Esta vez el que se tensa soy yo. Marien al parecer se da cuenta y acaricia mi brazo, lo cual tiene efecto inmediato.
—Bueno, nos vamos, te dejamos entrenar —sugiere Marcos.
—No —interrumpe el castaño—, escuché que unos evolucionados habían irrumpido en el hospital, ¡genial!, ¿los capturaron?, ¿los estudiarán?
—Eso nunca pasó —asegura Rosy.
—Por favor, no intentes engañarme, lo sé de fuentes confiables.
—Bueno, nadie experimentará con ellos —refuta Marien
—Hey —le sonríe mirándola de arriba abajo en un segundo, y un fuerte sentimiento de molestia se clava en mí—, tú debes ser Marien. Marcos ha hablado tanto de ti —se le acerca, provocando que mi molestia aumente—. Guapa y pacifista, ¿eh?
¿Qué ha dicho Marcos? ¿Quiénes se han creído para hablar de mi chica?
Marien se aferra a mi brazo y olfateo su leve cólera apenas, pero sabe que estoy como un león a punto de brincar de improvisto y por eso no me suelta.
—A Marien no le gusta la disputa que hay entre las dos especies —interviene Marcos.
—¿Ah sí? —responde burlón—. Vamos, eso es utopía, los H.E son despreciables, ¿por qué te agradan?
—Ya debemos irnos. —Intenta apartar a Marien, pero ella no se deja.
—Simplemente porque los conozco —habla ella—, son una sociedad grandiosa.
Max se carcajea con ganas.
—Por favor —intenta calmar su risa—, nadie puede entrar a sus tierras sin morir, o sin que se lo coman, o que se los coman y mueran. —Ríe un poco más. Pero ¿qué está diciendo?—. Los H.E. son salvajes, todos saben eso. ¿Cómo puedes apreciarlos? Mataron a tus padres.
La temperatura de Marien baja apenas y eso es suficiente para hacerme saber que le ha afectado. La tomo de los hombros, pero ella me aparta de forma suave.
—Sí, ya lo sé —dice con algo de pena—. Su naturaleza es salvaje, pero así son. Muchos no pueden controlar su instinto, pero eso no es excusa, los humanos no nos estamos comportando mejor, y estoy segura de que hubo algo más detrás de ese ataque.
—Vaya, dices que los conoces, bien. Tráeme a uno y veremos qué tan bien se controla, a ver si son tan civilizados.
¿Quiere ver a uno? Perfecto.
—No vayan a pelear, ¿eh? —advierte Marcos fingiendo claramente su preocupación.
—Ja, no pelearía con una frágil chica como ella, por más terca que sea —responde sonriente.
—Pero sí pelearías conmigo —desafío ya harto de que se burle de mi dulce dama.
—Niño —me dice—, estoy entrenado para matar evolucionados, ¿crees que podrías contra mí?
—Conozco a un evolucionado que se enfrentaría a ti con mucho gusto —afirmo.
Marien toma mi brazo de nuevo, y ahora la siento un poco más fría, está asustada.
—Antonio, vamos, no vale la pena —susurra—. No conseguirás un H.E ahora —enfatiza—. Así que mejor vámonos.
Marcos la ayuda a hacerme retroceder. Pienso un poco y sé que tienen razón, podría meterla en problemas, así que cedo y doy media vuelta. No quiero que tema, ni que esté angustiada.
—Si me lo traes te pagaré, en serio —avisa Max, haciendo que me detenga—. No te delataré si logras sacar a uno de los que están en el hospital.
—¿Me pagarás? —volteo a verlo—. Sería genial, necesito dinero.
—No —susurra mi dulce chica, ahora más preocupada—. No, Antonio por favor, no necesitas dinero...
—Claro que sí —murmuro—, quiero cuidar de ti.
—No, hay otras formas, por favor...
Es justo lo que busco, con eso voy a poder cuidar de mi compañera, como un hombre adulto de verdad, responsable y capaz. Avanzo, me saco los lentes y al tipo se le borra la sonrisa.
—Oh, mierda —dice sorprendido—. ¿Qué? ¿Cómo entraste aquí? ¿Cómo es que no te has lanzado a matarnos a todos?
Sonrío lo suficiente como para que vea mis colmillos.
—Sólo me lanzaré a atacarte a ti, para que veas que tengo autocontrol.
—Sirio, vámonos, por favor —pide Marien, y toma mi mano.
—Hola, hermano —aparece otro muchacho humano del que no me había percatado—. ¿Qué hay? —Me mira y se espanta—. ¡Santa madre de...! —corre hacia y saca un escudo metálico de una gran caja, cosa que me hace rodar los ojos—. ¿Qué creen que hacen? Max, ¿qué sucede aquí?
—Tranquilo —responde Max—. Está domesticado, no nos atacará.
Gruño de forma salvaje y asusto a todos sin querer. Marien se aferra a mi brazo. Admito que no me he medido, mi gruñido debe haberse escuchado a varios metros a la redonda.
—Mi Antonio —susurra mi dama apenas—, vamos, ¿sí?
Quedo emitiendo un bajo y grave gruñido de amenaza. Siento su rostro acariciar mi brazo y empiezo a calmarme. Creo que empiezo a entender que está demás, después de todo, ni siquiera me ven como humano.
El recién llegado suelta el escudo.
—Oh vaya, sensacional, ¿me ayudarás a entrenar? —pregunta esperanzado.
—¡¿Qué?! —grita Max
—Vamos, él puede enseñarnos. Sería muy diferente a entrenar con maniquíes, ¿no te parece?
—Olvídenlo —respondo de forma tosca, y volteo.
—¡Hey!, espera. Te pagaré si me ayudas a entrenar.
—¿Y enseñarles a matar a los de mi especie? —lo miro con desprecio.
—Bueno, entonces sólo enséñanos a pelear.
Continúo caminando, pero Max me detiene con algo más.
—Únetenos, el gobierno nos paga, podrías entrenar aquí, no pierdes nada. Ya no diré nada sobre tus congéneres y te mostraré las instalaciones secretas que hay, anímate... Te pagarán —recalca.
Es verdad, no pierdo nada con intentar.
—Lo pensaré —contesto.
Marien resopla y ahora sé también que está enfadada conmigo. Ella no quería, no entiende que quiero tomar responsabilidades. Al salir aprieta más mi mano con la suya.
—Sabes que no es necesario que hagas esto —dice en voz muy baja—, el gobierno también me paga. Intentaremos detener la lucha, pero no quiero que te involucres. Compraré un departamento y nos iremos ahí.
—Marien —suspiro—, has cuidado mucho de mí, siempre me inculcaron que debía cuidar de mi familia cuando la tuviera, y ahora quiero hacerlo, desde que te vi, quise cuidar de ti.
—Lo harás, pero no significa que yo no vaya a cuidarte también, no voy a dejar de protegerte, no aguantaría que te separaran de mí.
—Quiero sentirme útil, quiero estar listo en caso de que Orión llegue a encontrarme un día. No quiero que se atreva a tocarte.
—¿Y crees que yo estaría feliz si llega a tocarte a ti también? —Su corazón pulso está acelerado.
Marcos se acerca y eso la hace respirar hondo y alejarse de mí.
—No le hagas caso a Max, Antonio. Aunque a mí me gustaría entrenar con ellos, en vez de estar ahí en el hospital. —Guarda silencio, al parecer por la mirada de Marien—. Está bien, bien, lo siento. Sólo decía.
—Sí bueno —dice ella—, lo siento también.
La observo, parece triste, me preocupa. No entiendo qué puedo hacer. Quiero abrazarla y hablarle, pero Rosy se acerca y se la lleva. Se ponen a hablar mientras Marcos camina a mi lado. Suspiro y continúo, es mejor si hablamos cuando estamos solos.
La oigo reír por algo que su amiga le ha dicho. La miro y sonrío, me alivia ver que está dejando pasar la molestia.
—Así que gruñes en verdad —comenta Marcos—. En fin, espero cuides a Marien, ella al parecer no quiere problemas. Piensa —intenta advertir—, si te unes a ellos, te pagarán. Conozco a Max, es leal, pero ¿y si pasa algo y te descubren otros?
—Lo sé, voy a tener cuidado. Solo quiero ser útil en algo...
—Cuida a Marien —insiste y frunzo el ceño con extrañeza—. No la has lastimado de ningún modo, ¿verdad?
Demonios. Sí, lo he hecho. ¿Qué significa? ¿Que debí dejarla ir? ¿Que soy malo para ella?
—La cuido con mi vida —respondo, y creo que no me he escuchado tan serio en toda mi vida—, y lo seguiré haciendo.
—Sí... ¿Manejas bien tu fuerza?
Me confunde.
—Claro que manejo mi fuerza, es mi cuerpo. Puedo controlarlo cuando estoy con ella.
Puedo controlar la delicadeza con que la toco y la fuerza con la que golpearía a cualquiera que intente tocarla.
Se aclara la garganta y cruza los brazos.
—Bien, bien... No quiero traer imágenes a mi mente —¿A qué imágenes se referirá?—. Oigan, chicas —voltea a verlas—. ¿Vamos a cenar algo por ahí?
—Claro —responden.
Le sonrío de forma dulce a mi hermosa dama al verla más tranquila. Rosy vuelve a acaparar su atención y observo que le da algo. Marien se ruboriza por completo ante el pequeño paquete y ríe un poco. ¿Qué será?
Entramos a un restaurante y nos quedamos en la terraza, así la oscuridad me ayuda a no tener que ocultar mis ojos. La comida que piden tiene bastantes especias, pero es muy rica. Dicen que es de la antigua "Italia", un lugar que ya no existe.
***
Al volver al hospital, pasamos viendo a papá. Él duerme, pero Marien avisa que va a ponerse mejor en poco tiempo, cosa que nos alivia a mí y a sus compañeros que siguen esperando.
Entramos a nuestra habitación y ella deja su bolso en el escritorio. De éste saca el paquete que le dio Rosy, y puedo ver que son pastillas. Queda mirándolo con intriga, duda, y un leve rubor en sus mejillas.
—¿Estás enferma de algo? —pregunto preocupado.
Ella reacciona y sonríe negando en silencio.
—No, descuida, es por otra cosa. Algún día de estos lo sabrás —dice en tono tentador y juguetón.
Suspiro y sonrío.
—Me pregunto cuándo llegará ese famoso: "algún día de estos" —medito.
Ríe y me abraza. Me inclino, rosando su nariz, buscando sus dulces labios, y ella me los da de inmediato, aliviándome. Nos besamos una vez más, disfrutándonos otra vez. Tira con sus dientes de forma suave mi labio inferior, sonrío y hago lo mismo, cuidando que mis pequeños colmillos inferiores no le hagan daño.
—Debes dormir —murmura.
No aún, debo saber que todo está bien. Rozo mi mejilla en la suya, acariciándola. Mis padres a veces hacían eso, aunque ellos ronroneaban, esta situación es diferente.
—No estés molesta conmigo —le pido en un susurro.
—No lo estoy.
—No quieres dejar que cuide de ti...
Rodea mi cuello y sus manos juguetean en mi cabello, pegando su frente a la mía.
—Solo estoy preocupada, puedes hacer otra cosa en vez de meterte a pelear y eso ...
—¿Y qué más podría hacer? Soy un H.E, ¿qué más podría hacer en esta ciudad?
Ella entristece levemente y besa mi mejilla, llenándome de su dulzura.
—Bueno —suspira—, por ahora si gustas únete a ellos, pero veremos qué pasa después, ¿bien? —Sonrío y asiento—. Me daré una ducha para dormir, ¿sí?
—Claro —la libero de mis brazos.
Ella se aleja, voltea a verme de arriba abajo con su leve sonrisa y algo más en sus bonitos ojos, y sigue con su camino.
Me dejo caer en la cama tras un largo suspiro.
La veo observar la cama. Ya tiene su pijama puesto. Veo que los humanos tienen las mismas costumbres de vestirse adentro del baño, así como nosotros, para que nadie nos vea semidesnudos. Aunque luego sus ojos se posan en mí y parece estar pensando en algo.
Quizá es porque estoy solo con el pantalón del pijama, ya que sé que le gusta verme, y me es cómodo dormir así. Sus ojos se iluminan y sus mejillas vuelven a tornarse de ese hermoso rosa. Ella suspira, se recuesta y me mira expectante.
Apago la luz y voy a la cama también.
Veo el techo, puedo ver claro. Volteo a verla un segundo y ella observa el techo también. Sé que está agotada, yo también, casi no he dormido. A pesar de todo, el poder dormir con ella me hace feliz. Las parejas humanas duermen juntos, aunque yo quiero más que solo dormir a su lado.
¿Debería decirle lo que quiero?
... Pero claro que sí, es mi compañera eterna, quiero todo con ella.
—¿Dormirías en mi brazos? —le pregunto volteando a verla.
Ella sonríe ampliamente y viene a mí con prisa. Me da un beso en el pecho al tiempo en el que rodeo su fino cuerpo y la aprieto contra mí, riendo entre dientes. La miro a los ojos, está feliz. Sí, es esto lo que quería y ella también.
La abrazo de nuevo y ronroneo del puro gusto, cosa que provoca su dulce risa.
—Sabía que ronroneabas.
—Créeme que no lo hago desde que soy muy, muy pequeño.
Aunque no descarto haberlo hecho hace poco mientras he soñado con ella...
Me besa, reclamando mi total atención, haciéndome gozar de su dulzura, de sus ricos labios, su aroma, su sabor. Me besa de forma deliciosa siempre, aunque luego de unos minutos su ritmo baja, suspira suave y me da un par de besos cortos, estando ya semi dormida. Mantiene su leve sonrisa y me da un beso más.
Acaricio su cabello suave, sedoso, y ella ya está dormida. Sabía que estaba agotada. Suspiro, beso su frente y la pego a mi cuerpo para que duerma acurrucada a mí, mientras le doy mi calor. Voy a darle mi calor cada noche de ahora en adelante...
-------------------------
Página en facebook: https://www.facebook.com/ojosdegatotentador
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro