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Capítulo 47: Volviendo a la realidad

Sirio

Acariciaba a mi dama mientras ella mantenía su leve sonrisa con ojos cerrados, muy relajada y feliz. No tuvimos "sexo", como lo llamaba ella, pero sí que nos sumergimos en una laaarga sesión de besos y caricias. Sin darnos cuenta, habíamos empezado a conversar sobre nosotros.

Era otra forma de hacer el amor, sin duda.

—... Por eso, de algún modo, ver a mi tía con sus hijos y las reuniones en casa cuando estábamos todos, en navidad, o alguna festividad, me hizo querer tener una gran familia también —me contaba. Me encantaba escucharla, saber sobre su vida antes de mí—. Luego el quedarme casi sola, me hizo desearlo más. Aunque, por un tiempo renuncié a ello, por el trabajo... Pero ahora, contigo —me miró con cierta timidez—. Ya sabes, sabes que quiero todo contigo.

—Sabes que yo igual. —Medité un segundo—. Bueno, hace cinco años yo... Bueno, tenía quince. —Ella soltó una leve carcajada y se alejó un poco—. ¿Qué?

—No me hagas recordar que mientras yo ya era una vieja pensando en familia tú todavía jugabas por ahí —dijo entre risas.

Reí también y negué.

—Hey, no eras vieja. Además, a los quince ya tenía que pensar también en mi futuro. Aquí es así —la calmé y le di un par de besos.

Dio un largo suspiro y me miró.

—¿Puedo hacer una pregunta tonta? —Eso se me hizo raro—. ¿Qué te enamoró? O... ¿Qué te gustó de mí? Es decir, cuando me viste...

—Tu dulzura —respondí sin demora y sonreí al recordar ese momento—. La luz y paz que me transmitiste, la forma inocente en la que me miraste, diferente a las miradas de sospecha y odio de los demás. Cómo mi mente, siempre alerta, quedó en completo silencio apenas te vi. —Ella sonrió y acarició mi pecho—. Luego, claro, esa sensación de libertad que me provocaba el solo tenerte cerca... Además, debo admitir que el que me parecieras hermosa fue algo nuevo y fresco también. —Su leve rubor se asentó—. No entiendo, esa no es una pregunta tonta —le aseguré con dulzura.

Dio una suave risa entre dientes.

—Sí, bueno. Es que usualmente son chicas más jóvenes las que preguntan algo así. Aparte de que es considerado tonto por muchas personas, es solo que como no has crecido en la sociedad humana, supongo que tu visión es distinta... Y claro, tu respuesta también ha sido distinta a lo usual. —Me dio un beso—. Pero eso es lo que me fascina de ti.

—Oh... Ya veo. —Continué acariciando su cabello—. ¿Y tú?... ¿Qué te gustó de mí?

Mordió su labio inferior.

—Me avergüenza un poco admitir que mi respuesta sí es un tanto humana, pero... Lo primero, primero que me gustó fueron tus ojos. —Se encogió de hombros, apretando los labios, y reí en silencio—. Pero me enamoré definitivamente de ti al irte conociendo, incluso luego de ver que eras un evolucionado. —Recorrió mi pecho con su dedo índice—. Tú y tus preguntas inocentes... La pureza de tu mente.

—¿Mi pureza? —Negué con diversión—. Tú eres pura.

Volvió a reír.

—Ya no estoy tan segura de eso —su mano siguió bajando y di un respiro hondo.

—Si tú no crees eso, entonces yo lo soy menos —ronroneé trayéndola contra mí, apretando la parte posterior de su muslo.

Mordió mi labio inferior con algo de fuerza, esa que me robaba el aliento.

—Bueno, creo que ambos simplemente nos amoldamos...

—Sí, es exactamente lo que pienso —dije con entusiasmo. Ella y yo estábamos conectados.

Asintió y se acurrucó contra mí.

Me fascinaba hablar con ella y seguir conociéndola.

—Así que mi pureza —medité y sonreí al recordar—. ¿Como cuando pregunté si tendríamos hijos solo porque me estabas quitando la camisa?

Rio.

—¿Qué pensabas que pasaría? ¿Te preocupó romper alguna regla?

Negué y arqueé una ceja.

—Solo quería que hicieras lo que te apeteciera conmigo —ronroneé.

Arqueó una ceja también, mirándome de esa forma tan seductora que tenía.

—¿Cómo lo que hicimos más temprano?

Sentí mis mejillas calientes, pero asentí.

—N-no habría estado mal...

Se rio, tirando el rostro levemente hacia atrás.

—Insaciable —susurró y mordió mi labio inferior.

Continué acariciando su suave cabello.

—¿Por qué dices que chicas jóvenes preguntan eso? Tú no eres anciana, y siempre es bueno saber.

—Bueno, es que, como dije, son perspectivas diferentes de nuestras culturas, pero sí, es bueno saber. —Se sacudió apenas tras una corta risa silenciosa—. ¿Qué vas a hacer cuando esté toda anciana?

—¿Qué?

—Te llevo cinco años, niño. —Me tocó la punta de la nariz.

Negué con diversión.

—Estás joven. Y créeme, es cuestión de estilo de vida y alimentación. Voy a enseñarte cómo es aquí. Te aseguro que vas a durar incluso más que yo.

—Oh...

—Cuando estemos aquí, luego de que te hayas recuperado bien, podemos salir en la mañana a caminar alrededor del lago. La temperatura es perfecta, la tierra está húmeda y los árboles sueltan bastante aire fresco.

Sonrió ampliamente, probablemente imaginando.

—Me encanta esa idea. Aunque también podemos trotar. Claro que posiblemente no te siga el paso.

Volví a negar.

—Iré a tu ritmo. —Le besé la frente—. Siempre contigo.

—Solía trotar con mamá hace muchos años. —Sentí su fino brazo apretar su agarre a mi alrededor y le correspondí—. Claro que en la ciudad no se respira el aire que he respirado aquí. —Una leve sonrisa volvió a iluminar su rostro—. Luego de otro tiempo, Marcos y yo también intentamos correr, así mantenerme en forma yo, y él... pues bajar de peso. —Se encogió de hombros, divertida—. No nos duró mucho la iniciativa —rio en silencio—. Bueno, no se pudo. Ya sabes, los estudios, la investigación.

—Entiendo.

La contuve contra mí y respiré su dulce aroma. Sin darnos cuenta, la noche se nos había ido pasando mientras conversábamos de diversas cosas.

Sin darse mucha cuenta también, ella quedó dormida entre mis brazos. Su brazo parecía mejor al tacto, ya no estaba con esa ligera tibieza de antes, lo que significaba que ya no estaba inflamado. Seguí acariciándola, prefería observarla que dormirme y tener pesadillas.

Suspiré, pensando en que debía volver ya. Había cosas que hacer, pero ella no tenía que estar en peligro, no de nuevo. No podía permitir que algo le pasara. Iba a darle todo con lo que soñaba, una vida tranquila, todo el amor que merecía, y una gran familia...


***

Una dulce caricia me hizo empezar a ser consciente de que la noche había terminado, un suave beso por mi mentón mandó una leve corriente por mi cuerpo. Sonreí al sentir sus ricos labios brindarme más de sus besos por mi cuello, acaricié su cabello, me miró y tomé su mentón para besarla...


Tiró de mi mano y entramos al chorro de agua. Había querido ducharse conmigo, finalmente se había podido sacar la venda del brazo, además, cosa que me alivió.

Se colgó de mi cuello para besarme, así que tomé sus muslos para avanzar. La atrapé contra la pared y mordí su labio inferior. Besé su cuello, gruñí a modo de juego y ella rio.

—Mi salvaje —dijo entre risas.


Al salir, la cubrí con su toalla y quedamos mirándonos. Entonces me di cuenta de que su expresión de alegría se había ido, había sido reemplazada por la seriedad. Tomó mi rostro entre sus manos, haciéndome verla hacia abajo, a sus bonitos ojos, y me abrazó fuerte.

—¿Estás bien? —pregunté con preocupación mientras le correspondía el abrazo. Asintió—. Todo está bien... perdóname.

Seguía asustada, seguía triste, y cómo no. Tal vez le tomaría un poco más de tiempo calmarse, mientras Orión siguiera persiguiéndome esto no acabaría, su angustia no se iría. Acaricié su cabello para relajarla. Mi hermosa y sensible dama.

—No vuelvas a dejarme, ¿cómo creíste que iba a vivir sin ti? —reclamó bajo.

—Mejor eso, que dejar que te lastimen...

Suspiró profundo y me dio un beso por el cuello. La alcé en brazos y la llevé a la cama, sentándome con ella en mi regazo. No dejó de mirarme durante todo el momento, así que le sonreí a labios cerrados.

—Ya pasó, no me pongas esa cara de tristeza —le pedí con ternura.

Sonrió al fin. Me besó y nos disfrutamos un buen momento. Su mano se paseó por mi pecho aún húmedo, mordió mi labio y gruñó a su modo, haciéndome reír un poco. Era muy tierna cuando hacía eso.

Se separó, sacando la toalla de su cuerpo para envolvernos a ambos con esta. Se recostó contra mi piel y cerró los ojos, acurrucándose. La tuve así otro buen rato, acariciando sus cabellos, desenredándolos con mis dedos. Mis brazos eran su hogar, en donde siempre estaría bien.

Aunque...

Su teléfono móvil sonó, haciéndome reaccionar. Chasqueó los dientes y se puso de pie de mala gana. Agarró el aparato y volvió para sentarse a horcajadas sobre mí, levantándome el espíritu de paso.

—¿Qué sucede? —respondió de forma insulsa.

—¿Ya vienen? —preguntó Max.

—Sí, de aquí ya vamos para allá, aunque claro... llegaremos mañana si vamos caminando... —murmuró mientras su mano libre acariciaba mi cuerpo. Aproveché y la abracé, empezando a llenar de besos su cuello y hombros.

—Está bien, iré por ustedes en la camioneta.

—Bueno, te esperamos. —Colgó, sonriente, y se lanzó a mis labios. Sus besos suaves y dulces me derretían como siempre—. Gracias —susurró—, ya estoy mejor. Ya estás conmigo, eso es lo que importa...

—Claro que sí. —Eso me recordó nuevamente lo que tenía que hacer. Suspiré y le brindé muchos besos seguidos, haciéndola reír entre dientes—. Te dejo a que te vistas con tranquilidad —susurré y le di otros dos besos fugaces—. Voy a ayudar con el desayuno. ¿Sí?

—También puedo ayudar.

—No te preocupes.

Asintió.

Me separé, aunque sin ganas, ya que la dejaba desnuda en la cama. Mis ojos la recorrieron sin pudor y volví a inclinarme para darle otro beso mientras ronroneaba. Ella terminó riendo y finalmente me alejé. Me puse pantalón y camiseta, veloz, y salí.


Escuché a papá por ahí. Los encontré a él y a mamá en la sala principal.

Incliné levemente la cabeza.

—Padre.

Sabía que tenía un muy leve rubor en las mejillas y mi cabello estaba mojado y un desastre. También tenía el aroma de mi amada, pero ahora todo eso era lo de menos.

—Sirio. No hiciste lo que te aconsejé —murmuró.

Apreté los labios.

—Lo siento, me encontraron desprevenido.

—Es lo que le expliqué —dijo mamá.

Papá se cruzó de brazos.

—¿Qué vas a hacer ahora? Tu madre me dice que vas a enfrentarte a Orión o algo así, y que además vas a seguir ayudando a los humanos en sus cosas.

—Tengo que hacerlo. —Bajé la vista un instante y volví a encararlo—. Necesito pedirles algo. Por favor, sé que ya como adulto no debería, pero será lo último que les pida.

Pareció confundido.

—Siempre puedes pedirnos favores, hijo —murmuró mamá,

—¿Qué es?

Respiré hondo, miré fugazmente sobre mi hombro, y me les acerqué.

—Necesito que Marien se quede aquí. Apenas termine, volveré.

—¿Acaso es tan peligroso? —se preocupó mamá.

—Confío en que todo va a salir bien, pero no quiero que ella esté en medio, ni siquiera por un segundo. No soportaría si un evolucionado o un humano la lastima.

Mamá bajó la vista y papá asintió despacio.

—Pero ella... ¿Acepta que te vayas?

—Papá. Quiero que esté a salvo. Por favor, prométeme que la van a cuidar. Es mi compañera.

—Eso tenlo por seguro. A lo que me refiero es que si le has preguntado si desea quedarse. —Apreté los labios—. Recuerda que, al tener una familia, no puedes tomar decisiones apresuradas.

—Esto no es una decisión apresurada —insistí—. Papá, es que no tengo que pensarlo ni dos veces.

Suspiró y negó. Tal vez estaba haciendo mal, no debía decidir por ella, pero es que... ¡Es que...!

Mamá tomó mi brazo y me hizo sentar con ellos.

—Tranquilo. Estás muy tenso. Yo sé que vas a estar bien. Los humanos te van a ayudar, ¿no? Ellos tienen armas al menos.

—Enif —mi padre estaba estupefacto.

Ay, como si no supiera cómo era mamá. Solté una fugaz risa y le di un par de palmadas en el hombro. Entonces noté que mamá también parecía estarlo calmando a él, acariciando su mano.

Marien vino y se sorprendió al encontrarnos.

—Buenos días —saludó.

—Buen día —respondieron mis padres mientras yo me ponía de pie para ir con ella, que había sonreído al notar sus manos juntas.

La llevé a la cocina.

—Ellos casi nunca se habían tomado la mano antes, al menos, no frente a mí —le susurro.

—Será porque ahora consideran que al unirte a mí ya no tienen que ocultarse frente a ti, porque ya sabes ciertas cosas —me susurró en respuesta con una traviesa sonrisa.

Aprovechando que estaba tan cerca, besé su mejilla.

—Es una teoría válida. —Me aparté sonriente—. ¿Qué te gustaría comer? —Volteé para buscar si había algo para preparar, entonces recordé que ya era época de huevos...


Guie a Marien hacia el jardín de los pollos. Estaban en sus pequeñas casas de madera, así que entramos y busqué en los nidos, levantando a las rechonchas aves para asegurarme de que mi olfato no me engañaba.

Como cacareaban sorprendidas, Marien soltó su hermosa y leve risa.

—Esta tiene —dijo de pronto y volteé.

La gallina de su lado se había puesto de pie, como buena chismosa, y dejó ver los huevos que había puesto. Sonreí y dejé a la que tenía en manos, revisando su nido, para ir a tomar los de esa otra ave.

Le dejé uno, como me indicó mamá siempre, y el resto lo puse en una pequeña canasta. El gallo enfurecido estorbó en la entrada, osando amenazarnos, así que le gruñí y salió disparado. Marien volvió a reír y la miré con ternura, tomando su mano para volver a la cocina.

Amaba que le gustara todo esto, ella sin duda estaba destinada a vivir conmigo.

—Te ayudo —dijo con mucho ánimo una vez que tuvimos todo listo.

Preparó los huevos con una proeza que solo había visto en mamá, así que me apresuré en tibiar la leche de soja. Saqué el pan que le habían dado a papá en la mañana y nos fuimos a la mesa.

—¿Te gusta la soja? —le pregunté, ya que la vi algo pensativa mientras la observaba.

Reaccionó y sonrió.

—Oh sí. Bueno, de pequeña no, pero luego entendí que era muy nutritiva. Aunque, ¿cómo es que la hacen?

Me alivió.

—Es de los agricultores del pueblo. Lo hervimos a fuego bajo por un par de horas. Sí es nutritivo, y tiene más proteína que la carne, pero claro, es proteína vegetal. También necesitamos la proteína animal.

Se acercó para besar mis labios y yo lo recibí con mucho gusto.

—Quiero aprender a cocinar lo que más te gusta —susurró y eso me hizo sonreír.

—Yo también sé cocinar, y también quiero aprender a hacer esa comida asiática que te gusta tanto —la tenté.

Eso la hizo sonreír ampliamente.


Max debía de estar ya muy cerca. Me puse ropa ya normal, no el pijama con la que salí a hablar con mis padres. Marien estaba lista también, y sentí la mirada inquisidora de papá porque todavía no le había dicho nada...

Suspiré y la observé un momento. Era incapaz de dejarla, pero era por su bien.

Volví a ver a mis padres.

—Por favor, cuídenla mientras termino con esto.

—¿Qué? —Marien susurró y reaccionó, dándose cuenta—. No. Yo voy contigo.

—Está bien, querida —la calmó papá—. Ya hemos hablado y te vamos a mantener a salvo, descuida.

Su respiración se agitó levemente y negó.

—En verdad lo aprecio, en verdad. —Inclinó la cabeza de manera fugaz como nos había visto hacerlo—. ¡Muchas gracias! Pero debo ir con él.

—Está bien.

¡Pero...!

—Padre —le reclamé.

—Es una decisión lógica —dijo mamá—. Ella quiere seguirte, es como debe hacerlo, por ser tu mujer.

—No, y ya no quiero hablar de esto.

No entendía. ¿Cómo exigían que me portara como adulto si luego nadie quería tomar en serio mis decisiones?

—Bueno, son un núcleo ahora —insistió papá—, no la culpes por querer seguirte, son uno solo. —Gruñí bajo en frustración porque tenía razón, éramos uno solo, pero esa regla nuestra podía ponerla en peligro—. Estás volviendo a romper las reglas, pero mal, porque tú, como su hombre, sí la seguirías, sin embargo, no quieres que ella lo haga.

La tristeza se mezcló con mi frustración. Pero es que no era lo mismo.

—Irrumpí en su vida sin decirle mis verdaderas intenciones, y la metí en este lío por la misma causa, no me pareció justo arrastrarla hasta el final... Y ya la he hecho sufrir demasiado.

—Yo he decidido estar a tu lado —aclaró Marien en un tono serio—. ¿No te ha quedado claro con el hecho de que me he unido a ti de todas las formas posibles? —...Wow—. El que hayas entrado a mi vida no fue ningún error, fue mi salvación. ¡Así que no te atrevas a dejarme otra vez!

Quedé con las cejas algo arqueadas por la sorpresa. Ella enfadada y decidida seguía siendo muy hermosa. Nuevamente había cometido el error de subestimarla...

De pronto, papá rio entre dientes y volteé a verlos con la misma sorpresa.

—Me recuerda a ti —le dijo a mamá, y ella sonrió a labios cerrados—. Esa es la actitud.

—Te lo dije, es buena para nuestro hijo.

Arqueé una ceja.

...¿Eh?

Marien los miró sonriente y yo fui el único que quedó frustrado, pero ya qué. Quizá tenían razón, hasta cierto punto, cuando decían que era un terco, y que todavía me faltaba madurar. Tenía mucho que aprender, pero no significaba que no sabía cuándo proteger a mi amada.

Suspiré y me rasqué la parte trasera del cuello.

Un sonido característico de motor se acercaba así que ya sabía qué era. Se detuvo afuera y abrí la puerta.

—Qué hay, resucitado —Max saludó y entró, pero, al ver a mis padres, se puso serio—. Oh, buenas tardes.

—Buenas tardes, joven —respondieron juntos y se pusieron de pie.

Pidieron que avisáramos cuando acabara todo y se despidieron de nosotros, pegando brevemente sus frentes a las nuestras. Éramos una familia ahora, sabía que Marien lo sentía así, y su rostro se iluminó por el gesto de mis padres al despedirse de ella.

Seguimos a Max hasta la camioneta, nos sentamos en el asiento posterior y Marien se recostó en mi hombro. Max sonrió de lado a través del espejo retrovisor y partimos.

—Debo decir que fue un alivio verte ahí vivo —comentó—, porque esta mujer ya se estaba muriendo. Se había vuelto la reina del drama.

Ella se avergonzó y suspiró, así que la rodeé con mi brazo y besé su frente. Yo la entendía, no tenía que sentirse mal. Cuánto sentía en verdad haberla herido así.

Escuchamos unos llamados y volteé. Los gemelos y Ursa venían persiguiendo a la camioneta. Max frenó.

—Queremos ir.

—No.

—Oye —insistió Rigel—, ya lo decidimos...

—¡No quiero que los atrapen y les hagan lo que a mí! —interrumpí con voz algo severa.

—Eso no pasará —volvió a insistir, restándole importancia.

—Sirio —dijo Ursa—, queremos ayudarte, por favor déjanos.

—No hieras nuestro orgullo —recriminó Deneb.

Di un pesado suspiro. Estos niños nunca habían sabido cuándo parar.

—Vendré luego por ustedes si los necesito... —traté de disuadirlos.

—No creo que tengas tiempo, no mientas. —Entonces algo le hizo voltear—. Sirio...

Vi a Altair viniendo y gruñí, bajando enseguida para hacerle frente. Seguí gruñendo en forma de amenaza, casi mostrando los colmillos, haciéndole saber que, si daba un paso más, iba a lanzarme.

—¡Espera! —Marien se aferró a mi espalda y se me cortó el aire un segundo, para luego seguir gruñendo ahora con más rabia, ya que Altair la había visto.

Sin embargo, no avanzó.

—No he venido a pelear —aseguró con seriedad—. He venido a advertirte.

—Bueno, ¿qué esperas? Dilo.

—Orión les ha hecho creer a sus seguidores que, al haber escapado, has cometido más deshonra. Los ha manipulado de tal forma que están diciendo que la palabra de los líderes ancianos ya no vale nada. Ha armado un plan y ha ido a buscarte a esa ciudad de humanos.

—Ya lo suponía. —Había sido extraño no haber escuchado nada de él en estos días—. No te he perdonado, pero... gracias.

Asintió levemente. Retrocedí un par de pasos sin darle la espalda, guiando a mi chica a que subiera a la camioneta, y al ver que él se iba finalmente, subí con ella. Suspiró.

—¿Te ayuda porque ustedes eran amigos? —preguntó en voz baja—. Pero, no entiendo, ayudó a Orión a lastimarte en ese lugar.

—No, él se retiró, parece que se arrepintió, dijo que yo no lo había matado cuando pude, así que él no iba a cooperar en mi muerte tampoco. —Volví a rodearla con mi brazo para calmarla. Sabía que estaba tensa por la situación—. Pero no borra el hecho de que quiso matarte, y que me traicionó.

—Al menos ahora sabemos con certeza dónde está Orión. ¿Cómo piensa entrar a la ciudad?

—Probablemente tiene al gobernador —habló Max.

—Bueno, no me esconderé más. Lo acabaré yo mismo.

—Sirio —dijo Rigel—, si tardas, iremos.

Terminé aceptando también para que se calmaran, y Max volvió a partir.


Max llevaba la camioneta a toda velocidad. Hubo un ataque en la ciudad y su hermano había avisado que era Orión. Abracé a Marien, ya que la noté asustada por el caos del exterior.

Caramba, yo que había pensado en dejarla en el hospital con sus amigos o en el lugar de entrenamiento. Nos íbamos a adentrar al peligro sin tiempo de que pudiera hacer nada.

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