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Capítulo 11

Ágatha

Mientras me dirigía al comedor, noté que diferentes personas y criaturas se hallaban en el camino. La mayoría de ellas eran chinchinás, quienes transportaban sobre sus cabezas bandejas de plata con diferentes alimentos. Un centauro permitió que ingresara al comedor, en donde encontré al rey y a mis amigos.

—Nos alegra que hayas venido, jovencita —dijo amablemente Demetrius, quien estaba sentado en una punta de la mesa.

Deo estaba sentado al lado de su padre; Nico estaba sentado al lado de su amigo, mientras que Cora estaba sentada frente a su hermano. Me posicioné al lado del rey, con la presencia de Deo frente a mí. Cuando cruzamos miradas, nuestros ojos comenzaron a brillar.

¡Otra vez no!

Debido al ardor que me produjo este hecho peculirar, sujeté mi cabeza, tratando en vano de detenerlo.

—Para calmar el dolor, tienes que sujetar mi mano —indicó Deo y lo obedecí.

En el instante en que nuestras manos estuvieron entrelazadas, el ardor y el brillo desaparecieron.

—¡Vaya! —exclamó Nico.

—Así que ese es el brillo que les sucede —dijo Cora.

El rey también nos miraba con curiosidad, sin embargo, no comentó nada. Solo se dedicó a comer la comida que fue servida por los camareros. Imitamos su acción y, una vez finalizado el almuerzo, mis amigos y yo nos retiramos del comedor.

—La comida hizo que me dé sueño —comentó Nico tras un bostezo.

—No es momento de dormir, todos me acompañarán a la biblioteca —dijo Deo y, sin esperarnos, emprendió el paso.

Ese chico sí que está loco.

Sin comprender su comportamiento, Cora, Nico y yo lo seguimos hasta llegar al interior de la biblioteca. Una vez dentro, Deo sujetó su varita y cerró con llave la gran puerta.

—¿Se te ha zafado un tornillo? —preguntó Cora.

—¿Acaso quieres raptarnos? —preguntó Nico en forma de broma.

Al menos no soy la única desconcertada por el comportamiento de Deo...

—¡No estuve leyendo un maldito libro de dos mil páginas para no compartirles lo que descubrí! —dijo el pelinegro.

—¿Descubriste algo sobre nuestro inusual brillo ocular? —pregunté.

—Sí, pero no es un simple brillo ocular, sino que es una conexión existente entre ambos —respondió Deo, y aquello me desconcertó aún más.

¿Qué conexión podría existir entre Deo y yo?

—¿Podrían explicarnos el origen de su conexión, por favor? —preguntó Nico, quien estaba sentado sobre el suelo junto a su hermana.

—Todo sucedió un día en el que me hallaba en la Biblioteca Nacional de Atenas, como era habitual. Noté que Deo me estaba observando, pero preferí ignorarlo hasta que sentí un gran ardor en mis ojos y que estos brillaban. Deo también tenía sus ojos brillando, por lo que me acerqué a él para exigir explicaciones por aquel peculiar hecho.

—¿Qué hacías en aquel lugar, amigo? —preguntó Nico.

—Suelo viajar a otras dimensiones cuando no soporto los regaños de mi padre. Últimamente, estaba visitando la dimensión de Ágatha por su fabulosa arquitectura, y fue allí en donde entré a la mencionada biblioteca. Mientras observaba el lugar, comencé a sentir un punzante ardor y un brillo en mis ojos, y recorrí el lugar para buscar su causante. Fue allí donde conocí a Ágatha, pero escapé al reconocer el peligro que suponía hablar con humanos.

Fuertes declaraciones, pensé.

—¿Y cómo sabes que hay una conexión entre ustedes? —preguntó Cora.

—Leí que las familias de hechiceros están conectadas unas a otras. A lo largo de los siglos, los hechiceros han desarrollado una técnica para reconocer a uno de ellos en cualquier situación y esta es, como supondrán, el brillo ocular —explicó Deo—. Así que aquella es mi conclusión: nuestro brillo solo ocurre debido a una simple conexión entre hechiceros.

Quedé un tanto desilusionada por la explicación del chico. Si bien esto respondía al misterio de nuestros ojos, ¿por qué no me ocurrió lo mismo con el rey Demetrius?

—Para responder a aquello, Ágatha, solo puedo decir que no lo sé. Yo tampoco tuve esta conexión con mi padre, y no conozco a otros hechiceros para averiguar si nos sucedería lo mismo frente a ellos. Lo único que no queda es soportar la molestia cada vez que ocurra.

—¡Por todos los demonios, luego me explicarás porqué lees mis pensamientos! —dije furiosa y los hermanos Lander rieron como respuesta.

—Es una simple habilidad que tienen los hechiceros. Pronto aprenderás a dominarlo —dijo Cora y aquello me animó.

¡Queda tanto por descubrir y aprender!

—Así que leíste dos mil páginas, eh —dijo Cora para romper el silencio.

—Dos mil páginas que solo provocaron ojeras —dijo Deo negando con la cabeza —. En fin, me gustaría descansar durante la tarde. Nos vemos luego.

El pelinegro volvió a abrir la puerta de la biblioteca y se retiró.

—Creo que podríamos hacer lo mismo que Deo —comenté.

—No es mala idea. Iré a buscar a Nico —dijo Cora, pero su búsqueda fue breve ya que el chico se hallaba durmiendo sobre la alfombra roja.

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