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Capítulo 8: El baile de Agua

Eso de conseguir ropa fue una tarea verdaderamente tediosa. Había por montones en cada tienda que íbamos y la idea de probarme cada una de las prendas me causaba pavor ¡¿Cuándo acabaríamos?! ¿Mañana? ¿Pasado?

Ian intentó tranquilizarme con la idea de que sólo debía probarme lo que me gustaba, pero después de la segunda tienda, sin siquiera estar segura de mis propios gustos, salimos a descansar a la plaza con apenas una falda larga y un top... creo que así le había llamado...

Sorem no fue de mucha ayuda. Él no había comentado nada en ningún momento del proceso, así que Ian le sugirió que pusiera pulgares arriba cuando algo le pareciera apropiado. Solo una que otra vez lo hizo.

Para entonces, sentados en la banca, mirábamos exhaustos cómo la gente pasaba.

—Cuéntenme... entonces los dos vienen de distintos... —vaciló— ¿Padres?

Sorem y yo negamos con la cabeza simultáneamente.

—Tierra, Agua, Aire y Sol. Todos somos hijos de nosotros mismos —Ian frunció el ceño, indicándome con la mirada que no estaba entendiendo a lo que me refería—. Todos nacimos al mismo tiempo, pero Agua es más grande que Océano, que es más grande que Mar, que es más grande que Lago y que Río. Por eso somos hijos, aunque nacimos al mismo tiempo —expliqué—. Nuestra misión es completar el ciclo de la vida y permitir que el Agua fluya. Mi tarea antes de llegar aquí era guiar a las Corrientes hacia Río y Lago. Un trabajo monótono después de repetirlo por tantos miles de años.

Ian parecía sorprendido de mis palabras, pero se limitó a asentir con la cabeza.

Sonreí y retomé mi historia, haciendo pequeñas representaciones con el Agua de mis propias manos. Una esfera "gigante" que se dividía en secciones y de repente se volvía una cascada por la que saltaban peces y acababa volviéndose una gota.

—¡Mamá! ¡Mamá! —exclamó una pequeña que miraba mis manos fijamente— ¡Mira! ¡Mira!

Ian rápidamente se puso frente a mí y tomó mis dos manos, que recuperaron su forma.

—Es... —hizo una pequeña pausa— hermoso lo que haces —sus ojos se cruzaron con los míos— ¡Nunca había visto nada igual! —pero su semblante se entristeció, ¿por qué contradecía el significado de sus palabras?— Es sólo que no es prudente que los humanos vean eso... no todos reaccionan como Mara y yo. Y eso va para los dos —concluyó mirando a Sorem también.

Asentí lentamente con la cabeza, bajando la mirada.

Ian suspiró.

—Oye, no es...—miró hacia otro lado para después volverme a encarar— No me perdonaría si les pasara algo.

Aquellas palabras provocaron que una media sonrisa se dibujara en mi rostro, ¿qué podría pasarnos?

—Ian... no te preocupes por nosotros. Nos podemos proteger.

Él asintió lentamente con la cabeza al tiempo que soltaba mis manos. La sensación de su tacto fluyó por mi cuerpo durante un rato más.

—A veces te veo, Hele, y me pareces tan inocente... el mundo de los humanos no es tan hermoso como lo ves.

Aquellas palabras me tomaron por sorpresa. Me incorporé y lo miré directamente a los ojos.

—Ian, creo que olvidas todo lo que he vivido. Vengo desde que la Tierra se pobló. No me puedes hablar como si no supiera nada.

Él alzó las palmas de sus manos a la altura de su cabeza.

—Está bien, está bien. Tienes razón. Es sólo que verte... con esa sonrisa, esos ojos tan grandes, azules y curiosos... se me figura... me recuerdas a...— tragó saliva— Lo siento. Tienes razón.

No pude soltarle la mirada. Me parecía muy curioso que sus ojos castaños reflejaran los míos, pero todavía me parecía más curioso el hecho de que le recordara a alguien... ¿A quién sería?

—Ian... No será lo mismo aquello que ves a aquello que está en el interior de cada individuo —repuse—. Esa es una de las maravillas de la vida de los humanos. Tienen una capa de piel que cubre su interior... En el Agua, en Mar, tu eres el infinito, lo eres todo, pero al mismo tiempo no eres nada, tu ser es un punto que confluye con aquella infinidad de puntos que conforman el Agua. Ahora tengo la oportunidad de considerarme un yo completo. Un yo con un interior que ya no confluye, sino que tiene un exterior que lo protege... Así que puedo afirmar que mi exterior es distinto a mi interior. Y estoy segura que con toda la sabiduría que Mar me ha dado, puedo protegerme.

Sorem se incorporó y colocó una mano sobre mi hombro.

—Hele tiene razón, Ian. Nosotros no podemos, no en esta ocasión. La tecnología humana sobrepasa ya algunos de nuestros conocimientos. Especialmente porque la madre Naturaleza no está familiarizada con estos procesos antinaturales...

Ian soltó un hondo suspiro con una creciente preocupación que su mirada tampoco podía esconder.

Lo encaré fijamente, con el desafío reluciendo en mis ojos. La lucha silenciosa acabó cuando él desvió la mirada primero.

Entonces me di cuenta de que había olvidado respirar y solté el Aire de golpe.

—Continuemos —propuso Sorem dando la iniciativa.

Ambos asentimos con la cabeza y caminamos detrás de él.

Yo estaba tan ensimismada en mis pensamientos, que no me di cuenta cuando Ian paró y se quedó mirando en la dirección opuesta.

De repente se comenzaron a escuchar gritos y Sorem y yo nos volvimos al mismo tiempo. Allí donde Ian miraba fijamente un edificio se incendiaba.

—¡Llamen a los bomberos! —gritó un hombre que estaba cerca del edificio.

Intercambié una rápida mirada con Sorem. "Solo espera a tus hermanos" había dicho mi madre en el sueño, ¿sería que por fin conoceríamos al tercero?

Cuando comprendí que a Sorem le cruzaban los mismos pensamientos, corrí hacia la fuente y jalé el Agua hacia mí. Esta vez, en lugar de volverme parte de ella, la lancé contra la entrada, pero no fue suficiente.

Bufé y ambos corrimos hacia la misma, abriéndonos paso entre la gente. Yo entré con una serpiente de Agua detrás de mí.

Cuando por fin pudimos observar el interior, reparé especialmente en las estructuras de madera, su estado revelaba sutilmente que el edificio estaba por desplomarse.

El techo casi cae sobre nosotros cuando cruzamos el recibidor, así que Sorem se convirtió en un hombre de arena. Se acercaba a las paredes ardientes y se dejaba caer para apaciguarlas.

—Tú encárgate de aquí. Yo subiré a ver si no hay gente —le dije antes de dirigirme hacia las escaleras.

Arriba los gritos se escuchaban con mayor fuerza, pero no la suficiente para saber exactamente de dónde venían. A mi alrededor solo había enormes flamas lamiendo todo a su paso.

Corrí arremetiendo a las feroces flamas con mi serpiente de Agua. Aunque gran parte se evaporó en el camino, fue suficiente para recorrer el pasillo e identificar a un hombre que estaba atorado bajo el colchón de su cama y clamaba por su vida, pues no tenía la fuerza para levantar la base de madera que el fuego empezaba carcomer como si fuera de juguete.

Sin embargo, mi Agua ya no era suficiente para levantar la base, ¿qué opciones me quedaban?

Suspiré.

No perdía nada intentando. El Agua se transforma: se hiela, se evapora o regresa a su estado líquido. Seguramente el ambiente me proporcionaría alguna solución. Y con ese firme pensamiento me hice a la tarea de ayudarle.

—¿Es usted un ángel? —preguntó con voz débil cuando me acerqué lo suficiente.

Sonreí negando con la cabeza.

—Vengo a ayudarle...

—Entonces sí lo es —sollozó— ¡Ya estoy muerto!

—Señor, le ruego que se pregunte si está muerto o no una vez que logremos salir de aquí —repuse antes de tomarlo por ambos brazos y tirar de él.

A pesar de mis palabras, sus lamentos cada vez fueron más fuertes y mi frustración más grande: sus piernas estaban atoradas.

Mi corazón se aceleró cuando descubrí que el Fuego comenzaba a rozarlo y de un latigazo de Agua, apagué lo poco que comenzaba a acercarse.

El hombre gritó de dolor.

—¡Déjeme aquí! —suplicó después del momento de agonía—¡Déjeme morir aquí! ¡Ya no quiero sufrir!

Y nuevamente ignorando sus lamentos, tiré con un poco más de fuerza cuando los escombros del techo cayeron sobre ambos. Quedamos frente a frente bajo un peso inminente.

—No se asuste, todo va a estar bien... —murmuré al tiempo que me convertía en Agua y protegía su cuerpo. Aproveché para analizar su anatomía y comprendí que una de sus piernas ya estaba perdida. Decidí que por el momento ocultaría esa información, no era preciso que se lo dijera o perdería las esperanzas... y yo podía sentir cómo la pequeña chispa de la vida no se dejaba apagar, parecía, irónicamente, que el mortífero Fuego que nos rodeaba solo conseguía avivarla más. Él era un hombre que todavía quería vivir.

Tenía la intención de decirle que respirara, que pensara en otra cosa, que no temiera... pero lamentablemente mi estado no me lo permitió. No me quedó de otra más que esperar a que el Fuego se apaciguara; sin embargo, el tiempo pasaba y el Fuego se acercaba cada vez más, acariciando mi superficie casi con ternura.

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