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Capítulo 7: la primera semana

Adaptarse a la nueva vida fue algo complicado. Pensé que Mara se molestaría de nuevo porque Ian traía a un segundo desconocido a la casa, pero esos ojos verdes la dejaron sin palabras.

Sorem era mucho más propio y serio que yo, pero eso le daba un aire interesante. Su semblante normalmente emanaba una tranquilidad contagiosa y su mirada era profunda. Las distinciones entre nuestros elementos eran claras. A pesar de nuestras marcadas diferencias, nos entendimos bien y convinimos que por estar allí teníamos que agradecerles a Mara y a Ian de alguna manera, entonces comenzamos a aprender sobre los quehaceres de la casa y nos encargamos de ellos mientras Ian y Mara salían a trabajar o estudiar.

Vivir con humanos era una faceta francamente intrigante, tenían una rutina como nosotros, nada más que la de ellos sí podía variar un poco. A veces cenábamos juntos, a veces Sorem y yo por nuestra cuenta... y es que descubrimos que nuestro cuerpo humano también necesitaba alimento. Pero era tan extraño comerse a nuestros propios hermanos, yo definitivamente no aguanté el pescado y Sorem pedía por cada vegetal, fruta, hierba o flor que comíamos.

—Madre Tierra, —comenzaba— somos un ciclo, no hay principio ni fin. Ellos ahora nos proporcionan energía que nosotros les devolveremos después —y con esto, comía lo necesario sin decir una palabra más.

Cierto que había muchas cosas que nos volvían extraños, como que no teníamos necesidad de bañarnos. Esto era porque, por una parte, mi cuerpo era prácticamente Agua que absorbía del Aire húmedo y de la Tierra que a veces pisaba; pero también, por el otro lado, nuestra piel se regeneraba tan rápido, que para cuando acababa el día ya no quedaba rastro de la sucia. Supongo que era una ventaja. El otro pequeño detalle y que Ian consideraba más perturbador, era el de los ojos, porque no parpadeábamos. Mirarlos, según palabras de Ian, era adentrarse en un abismo algo escalofriante, así que pasamos hartas horas intentando corregir esa conducta y dándoles un poco más de expresividad.

Limpiando la sala con la escoba, Sorem me miraba fijamente, evaluando que parpadeara a tiempo, pero después caímos en la cuenta de que no era tan práctico porque si él no parpadeaba, entonces no practicaba y viceversa. Lo intentamos al mismo tiempo, pero acabó siendo un desastre, pues nos concentrábamos tanto en hacerlo bien, que parpadeábamos de más y ya no podíamos ver si el otro lo hacía bien.

La única vez que Ian nos vio en acción, se partió de risa tirado en el sillón mientras yo lo imitaba disimuladamente, y Sorem fruncía profundamente el ceño con frustración.

Nuestra misión entre los humanos seguía siendo un misterio, pero había algo que yo sí tenía claro: no dejaban de despertarme una creciente curiosidad.

—Ian, ¿cuándo nos mostrarás la ciudad?

Él, como era habitual, traía una camiseta sin mangas y unos shorts. Estaba tirado en lo que me había dicho que era una hamaca, la cual me parecía la mejor invención que jamás se le hubiera ocurrido al hombre.

Levantó la vista de su libro.

—Hele, ya sabes que cuando ustedes quieran. No quiero que me piensen como su carcelero y el que los tiene encerrados dentro de estas paredes.

Me tiré sobre el pasto y miré el cielo azul.

—¿Y si te dijera que hoy?

Él sonrió al tiempo que fruncía el ceño. Sentí su mirada posada sobre mi ropa.

—Tal vez sea tiempo de que a ti te consigamos algo más cómodo.

Digamos que Mara había decidido ceder un poco conmigo, pero no lo suficiente como para darme algo más decente desde el punto de vista de Ian.

—¿Entonces qué esperamos? —pregunté emocionada, recordando parpadear.

Ian rió ante mi reacción y se incorporó lentamente. Se desperezó. No pude evitar fijarme en cómo sus fuertes músculos se contraían. Su piel estaba húmeda por el clima, ¡era tan fascinante ver a los humanos actuar!

Entonces me miró y sonrió de oreja a oreja al tiempo que yo me incorporaba.

—Iré por las llaves del coche. Nos vemos afuera.

Asentí con la cabeza al tiempo que entraba a la casa para avisarle a Sorem, que estaba en la cocina y miraba por la enorme ventana que daba hacia la calle. Sus ojos estaban posados en el cielo.

Me acerqué a él temerosa de interrumpirlo. Él no se inmutó cuando quedé a su lado.

—¿Qué miras? —murmuré.

Bruscamente salió de sus pensamientos y me miró con gravedad. Di un paso hacia atrás.

—¿A veces no tienes la sensación de que algo todavía más grande va venir?

Lo miré al tiempo que asentía con la cabeza.

—Sólo que...

—No sé lo que es —dijimos al unísono.

Sonreí levemente a lo que él correspondió con una mueca que parecía ser su mejor sonrisa.

Guardamos silencio. Tomé su mano.

—No sé cuándo vaya a llegar, pero vendrá... y para entonces estaremos listos —dijo, rompiendo el silencio. 

Su mano apretó la mía y los dos miramos hacia el cielo.

—Ya tengo las llaves, pero... —Ian se interrumpió a la mitad de su frase cuando nos vio— lo siento... —su voz se tornó seria— no quería interrumpir nada...

Sonreí y miré a Sorem.

—Ian nos va a mostrar la ciudad.

Sorem, quien de por sí ya me llevaba como una cabeza y parecía un tronco gigante, se irguió aún más, soltando mi mano.

—Gracias, Ian.

Yo no comprendía por qué tenía un sentimiento de extrañeza e incomodidad, ¿acaso era la mirada de Ian? Una vez más los sentimientos humanos me parecieron enigmáticos y muy difíciles de descifrar.

Uno por uno salimos de la cocina y nos dirigimos hacia donde estaba el monstruo que los humanos llamaban coche. Me había costado mucho trabajo comprender que no tenía vida...

El camino fue silencioso. Yo me limitaba a mirar por la ventana, mientras mi cerebro asimilaba tanta información. El último registro que tenía era de una época en la que las casas habían sido de madera, ahora parecía que los edificios eran más resistentes y las calles estaban pavimentadas. Me sorprendía cómo la gente caminaba sin mirar a su alrededor. Todos estaban metidos en su propia burbuja.

Después de un largo rato nos paramos y nos apeamos en un "estacionamiento subterráneo". Tuvimos que subir unas escaleras para salir a la calle y por primera vez sentir lo que era estar en esa marabunta de burbujas personales. Me sorprendía que a pesar de poseer individualidad, los humanos preferían esconderse entre burbujas al grado que no se distinguían entre ellos, ¿por qué aquella paradoja de la vida?

Sorem no dejaba de mirar los árboles.

—No tienen espacio suficiente... —comentó indignado.

Suspiré. Sorem ya me había expresado antes que las condiciones de sus hermanos entre los humanos eran deplorables... ¿Sería que para eso nos mandaban nuestros padres?

A pesar de ello, no dejé de maravillarme por los colores, las voces tranquilas y los espacios que había. A nuestro costado había una plaza de árboles gigantes y un empedrado que llevaba a una fuente en el centro.

Inmediatamente me vi atraída por el Agua, pero me abstuve, recordando que Ian decía que debíamos comportarnos normal.

Caminamos acercándonos a uno de los árboles. Ian se sentó sobre una banca y nos observó por un momento. Parecía estar calculando posibilidades.

Miré el cielo azul de nuevo, poblado de nubes gobernadas por el mismísimo padre Sol. El ambiente estaba cálidamente húmedo.

—Empezaremos por ti, Hele —yo lo miré frunciendo el ceño, pero, como siempre, una encantadora sonrisa se extendió por su rostro—. Y vamos a empezar por allá —dijo al tiempo que señalaba un edificio azul verdoso con escaparates al frente—. Digamos que soy malísimo para entender los gustos de las mujeres... lo digo por experiencia... pero ya que Mara no ha sido de mucha ayuda desde que llegaron, yo te ayudaré.

Y con estas palabras, se incorporó y caminó hacia nuestro siguiente destino. 

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