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Capítulo 32: Los siopes

Miré desde el techo cómo los hacían papilla. En algún punto creí que lo lograrían, pero finalmente los siopes los retuvieron con sus trucos mentales después de una inesperada intervención de los policías en contra de los elementos. Definitivamente era momento de intervenir.

—Max, ¿ya puedo ayudarlos?

Irisaura, es la última vez que te lo repito. No podemos arriesgarnos sin saber que son ellos verdaderamente...

—¡Max! —solté con molestia— ¿Los videos que te he mandado no son suficiente prueba? ¡Son la siguiente generación! ¡Estoy segura!

Espera mis órdenes —insistió él con voz tajante.

Resoplé, agazapándome hacia la orilla del techo para tener una mejor vista.

Tenía que estar lista en el momento que diera la orden, pero la espera se estaba convirtiendo en una tortura. De todos modos, no había alternativa, cuando Max se ponía en aquella actitud era absurdo discutir con él. Yo decía que era la edad, con los años se había vuelto más obstinado, pero procuraba no decirlo frente a él, porque otra de sus habilidades era rezongar sobre las generaciones jóvenes.

Me sorprende que los siopes hayan salido de su madriguera. Gaiam no acostumbra utilizarlos contra los elementos, porque su estrategia de batalla es muy débil, sólo funcionan efectivamente con sus movimientos sincronizados.

—¡Es porque a quienes se enfrentan son los indicados! —exclamé rodando los ojos.

Me percaté en ese momento de cómo una patrulla se paraba no muy lejos de donde me encontraba. Descendió un policía que no vestía uniforme, rodeó el muro de asfalto que había creado el hombre de Tierra y caminó hacia los recién capturados con un Aire altivo. Estaba casi segura de que él había sido quien había dado la orden de dispararles a los elementos. Por eso no me gustaba confiar en la policía en esta ciudad, eran muy fáciles de corromper.

Iris, ¿sigues ahí?

—Sí, Max, ¿me copias?

Iris, sí... —la señal se distorsionaba un poco.

Los siopes se habían reunido ya con escalofriante sincronía y caminaban hacia los elementos, quienes estaban inmovilizados al final de la calle. Eso sólo podía significar una cosa: estaban por llevárselos.

—¿Estás viendo lo que yo veo? —pregunté con insistencia, deseosa de ayudar.

El video se distorsiona mucho, pero ellos estarán bien, ¡la policía está apoyando a los hermanos y al humano!

Sacudí la cabeza.

—No, Max. Fíjate bien, la policía también les lleva la contraria —repuse algo exasperada, justo en el momento que la policía apresó al humano.

El policía no uniformado intercambió un par de palabras con el líder del grupo de siopes. Fue un diálogo silencioso, porque era difícil hacer a un siope hablar, normalmente se comunican por la mente.

"Olvidarán..." escuché una voz en mi cabeza acompañada de un dolor punzante. Me alarmé, si no actuábamos de inmediato, perdería la memoria a manos de los trucos mentales de aquellos dementes.

—¿Ya? —insistí.

Está bien... —cedió finalmente— Pero no hagas estupideces, sabes que odiaría perderte.

—¡Max, por favor! Como si no me conocieras... —murmuré sonriendo con emoción y comenzando a bajar.

Llegué al suelo con sigilo, amortiguando la caída con una rodada y colocándome detrás del muro de la casa. Acto seguido me cercioré de que nadie hubiera prestado atención a mis movimientos.

Le coloqué el silenciador a mi arma y apunté. Mi primer objetivo fue el más cercano de los siopes.

Mi tiro fue certero, y una vez que impactó contra el hombro del individuo, este se retorció en el suelo, al tiempo que los elementos recuperaban la movilidad.

Entonces procedí con el segundo, que cayó de igual manera.

—¡Max! Ya es hora de enviar el transporte, no tenemos mucho tiempo —murmuré apuntando al tercero y disparando.

Mi intervención había llamado la atención de los cuatro restantes, quienes miraban en mi dirección.

"No te escondas..." escuché en mi cabeza sintiendo cómo un involuntario escalofrío recorría mi espalda. Me percaté de que mi respiración era agitada y me recargué contra la pared del muro que me protegía, intentando apaciguar los latidos de mi corazón.

Si consigues salir con todos llévalos a la calle este, treinta y cinco, ¿de acuerdo? Te mando las coordenadas. Te quiero allí en menos de diez minutos.

—Afirmativo —repuse antes de soltar el cuarto disparo, que, para mi buena suerte, dio en el blanco.

Quedaban tres, pero el hecho de que los tres se acercaran a mí me causaba un temor indescriptible. Juntos aquellos hombres era lo peor que le podía pasar a cualquiera, más siendo yo una simple humana con todas sus desventajas incluidas.

Respiré hondo tres veces y me dispuse a apuntarles de nuevo cuando la Tierra detuvo sus pies, el Fuego los incendió y el Agua erosionó con el calor hasta que se convirtieron en tres piedras gigantes que parecían menhires sacados de Stonehenge. Para cuando reparé, los otros cuatro estaban convertidos en piedras también y el Fuego, la Tierra y el Agua se disponían a liberar al humano.

—¡Disparen! —escuché que gritaba la policía.

Y en menos de lo que hubiera esperado comenzaron a escucharse disparos, que despertaron de su letargo a los civiles dentro de las casas. Se comenzaron a escuchar gritos entremezclados con balazos y sirenas.

Me volví hacia los elementos y con un ademán de la mano les indiqué que me siguieran antes de salir corriendo.

Crucé la calle cubriéndome de los disparos, serpenteando entre túneles de asfalto y piedras en medio de la avenida, ¡era el escenario perfecto para evitar el Fuego!

Me crucé con uno de los policías y lo paralicé con mi arma. A tan solo unos palmos había una subida que me permitiría salir del laberinto de asfalto en el que me había metido, así que agarré vuelo y salté presta a sostenerme de la orilla con ambas manos.

Me así con agilidad y me volví levemente para comprobar que me siguieran.

—¡Sorem! —gritó una voz masculina a lo lejos.

El hombre de Tierra volvió su vista hacia los siopes, cuyas piedras comenzaban a desquebrajarse.

Maldije en voz baja.

—¡Por aquí! —los apremié lanzándome una vez más a la carrera. El hombre de Fuego y el hombre de Tierra vacilaron— ¡Solo intento sacarlos de aquí! ¡Síganme!

Entonces cada uno adoptó la figura de su respectivo elemento y corrieron a mi encuentro justo en el momento que una Ola derrumbó algunas casas a mi costado derecho. Pude observar que consigo llevaba a tres humanos.

¡Definitivamente los humanos no estaban contemplados en el plan! Pero aquella sería una cuestión para discutir después, la preocupación en aquel momento era la de sobrevivir a toda costa.

Doblé en la esquina con los elementos pisándome los talones. Para ese momento ya habíamos salido del rango de ataque de los siopes. Sus poderes mentales no llegaban tan lejos, pero aún así no disminuí la marcha, porque era menester llegar al vehículo seguro. No había otra escapatoria.

Revisé rápidamente el mapa digital que Max me había enviado y doblé a la derecha como indicaba. El vehículo metálico nos esperaba estacionado en una esquina oscura.

Dos soldados en los asientos delanteros se apearon con rapidez y abrieron las compuertas traseras.

—¡Suban! —les indiqué a los elementos.

El Fuego y la Tierra recuperaron su figura humana casi al mismo tiempo. El Agua demoró unos segundos más, pero una vez que ella recuperó su figura, quedó junto al humano que cojeaba. El hombre de Fuego corrió a su auxilio, mientras que el de Tierra ayudaba a la mujer humana y al niño a correr al interior del vehículo.

No pude respirar con alivio sino hasta que los soldados cerraron las dos puertas y se apearon al coche, listos para arrancar.

—¡Los distraeré! —exclamé corriendo de regreso a la calle principal— ¡Eviten a toda costa las calles treinta y tres, y treinta y dos!

¡Bueno! Ahora me tocaba recoger mi moto... 

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