Capítulo 30: No digas más
Salir de la casa fue una pesadilla mayor que entrar a ella. El ambiente de fiesta había caído por completo, sustituido por uno de miedo oprimido que hasta parecía impreso en las paredes. Muchos habían salido corriendo de mi Ola y otros se retorcían de dolor en el suelo o trataban de reubicarse. Incluso la música se había detenido.
Cuando recuperé mi figura humana y mis pies tocaron territorio libre, el Aire fresco me pareció la sensación más placentera de todas, pero al mismo tiempo, distintos pensamientos dominaban mi cabeza, dando vueltas a una velocidad vertiginosa. Tenía una mezcla de ira, frustración y tristeza.
—¡Todo es tu culpa! —le grité a Aydan una vez que salió de la casa— ¡Ni siquiera pudimos hacer el cuadro! ¡Hubiéramos encontrado a Aizea!
Si tuviera sangre verdadera estaba segura de que me herviría. El simple hecho de tenerlo atrás mío me enojaba sobremanera. Había sido culpa suya que el cuadro de energía no funcionara...
—¿Qué es eso del cuadro? —preguntó Ian con un hilo de voz.
No estaba en mis cabales como para contestarle, pero afortunadamente Sorem mantenía una postura neutral, así que contestó:
—La Madre Naturaleza está estrechamente conectada con nuestros padres, por lo que sus hijos directos también lo están, es decir, Agua, Fuego, Tierra y Aire. Cuando hacemos un cuadro nos conectamos de manera que podemos sentir el cuerpo del otro como si fuéramos uno solo. Podemos ver, oler, tocar y oír lo mismo. Sin embargo, para estar en la misma sintonía y establecer la conexión, nuestra energía debe estar en armonía. Hele y Aydan tienen muchos problemas que arreglar...
—¡Bien, pues díganle al hijo del Fuego que haga su parte! ¡Yo no soy la del problema! —lo interrumpí molesta.
—¿Ah, no? Entonces explícame por qué armaste toda una escena con Angélica. Yo no dije ni hice nada que pudiera molestarte —repuso Aydan cruzándose de brazos.
Sentí cómo mis mejillas se coloraban, en el momento que el Agua comenzó a arder en mi rostro. Las palabras estaban a punto de explotar en mi boca y mis manos se cerraron en puños.
—Entonces... —continuó Sorem como si nunca lo hubiéramos interrumpido— al hacer la conexión y sentir el cuerpo del otro, puedes darte una idea de dónde está.
—¡Eres un descarado, insensible! —exploté finalmente, acercándome a Aydan hasta que quedamos frente a frente— ¡Y eres un cobarde!
Sus ojos refulgieron rabiosos cuando sus manos me tomaron por los hombros con fuerza; sin embargo, mi semblante permaneció desafiante.
—¿A qué te refieres? —siseó notablemente molesto.
Sonreí satisfecha porque por fin lo había hecho reaccionar a algo.
—Eres un cobarde, porque no te atreves a admitir que algunos humanos te importan, porque te escondes detrás de tu Fuego adulando tu fuerza y tu capacidad para destruir a la humanidad, cuando en el fondo sabes que no es cierto —su agarre comenzó a lastimarme y sus ojos refulgieron amenazantes—, y eres un maldito insensible, porque ni siquiera tienes la mínima decencia para interesarte por el bienestar de quienes te rescataron. Ian no tiene por qué morir por nosotros...
—¡Esa es decisión de él! —gruñó con voz grave.
—¡Entonces hónrala y no la desvalores como lo hiciste ayer! ¡Dijiste que no te importaba! ¡¿Siquiera mides las consecuencias de tus palabras?! ¡¿O la de tus actos?! —murmuré dolida al recordar su beso con Angélica.
Noté, que por una fracción de segundo su mirada cedió a un dolor que nunca había visto antes, pero desapareció tan rápido como había llegado y sus facciones se endurecieron al grado que un escalofrío recorrió mi espalda.
—¿De todos modos, a ti qué te puede importar que haya besado a alguien? —repuso como si supiera que con esas palabras golpeaba directamente a mi corazón, en donde más me dolía.
Guardé silencio tratando de aguantar las lágrimas que amenazaban con salir... "Porque pensé que los besos eran para personas especiales" quería decirle, pero no fueron esas las palabras que salieron de mis labios.
—Bueno... pues gracias a ti no pudimos hacer contacto con Aizea... —murmuré con la voz quebrada— Estábamos tan cerca...
—Esto es de dos... —me susurró al oído antes de soltarme y alejarse unos pasos de mí. Por un momento deseé que me detuviera por detrás de la cintura y me mirara con franqueza como lo hacía siempre que se abría hacia mí. Pero no lo hizo y yo, en cambio, me volví hacia Sorem y lo ayudé a llevar a Ian hacia el coche.
—No puedo manejar así, hay que pedirle a Mara que venga —dijo Ian, avergonzado. Después le indicó a Sorem que sacara de su bolsillo el extraño artefacto mágico que permitía contactar a otros humanos a larga distancia.
Veinte minutos después de haber contactado a Mara, ella llegó por nosotros y nos llevó al hospital para revisar a Ian. La quemadura recorría toda la rodilla casi hasta el muslo.
Nadie habló en el camino, ni siquiera cuando esperábamos sentados en los mullidos sillones del hospital a que Ian terminara con el chequeo. Había una televisión del otro lado de la sala, en la que transmitían un video borroso del dragón de elementos gigante, ¡qué increíble que un suceso así se propagara tan rápido! A veces no entendía bien esa magia que los humanos llamaban tecnología.
Me percaté de reojo cómo Aydan, sentado dos butacas a la izquierda, miraba por la ventana. Había esperado que después de nuestra discusión él hubiera desaparecido como aquella vez en la comunidad, pero se había quedado... ¿por qué?
Suspiré frustrada repitiéndome una y otra vez que me rindiera con él, que dejara de tratar de hablar las cosas y de averiguar más sobre su persona. Su actitud hacia mí y su falta de cuidado demostraban que acercarse a mí no le importaba en lo absoluto.
Sin embargo, de pronto me descubrí observándolo atentamente y sin poderlo evitar. Había algo que me intrigaba de su semblante serio y sus facciones marcadas, tenían un extraño y misterioso atractivo. Sus ojos, perdidos en algún punto fijo, también provocaban un extraño encanto en mi interior, revolviendo mi estómago agradablemente. No entendía todas estas emociones que me embargaban, ¿qué significaban? ¡Me frustraba tanto no poder entenderlas! ¡Yo estaba enojada con él! ¿Por qué continuaba cautivándome de esa manera?
Por fin desvié la mirada. Mi cabeza continuaba dando vueltas, demasiados recuerdos se agolpaban en mi mente, exigiéndome que hiciera algo con ellos porque de pronto sentía que me asfixiaban. Me fue tan difícil darle un orden a tantas ideas, que, rendida, dejé que todo fluyera, recordando a Mar, sus cálidas entrañas, los naufragios de los marineros, los tesoros... Entonces pensé en mi hermana, lo que provocó una creciente preocupación en mi pecho... si tan sólo el cuadro hubiera funcionado...
—El cuadro...
Cerré los ojos y sentí cómo miles de conexiones se instalaban en mi cerebro comenzando a percibir los sentimientos de mis tres hermanos.
Entonces, cuando por fin abrí los ojos, aparecí en un desierto interminable, sin cielo y sin Sol.
Miré a mi alrededor hasta que me encontré con Aydan, Sorem y Aizea. Comenzamos a acercarnos.
Aizea me miró sonriente, pero sin decir nada. Se veía tan delicada y cariñosa que su sola presencia me levantó el ánimo.
Pronto Aydan me encaraba en silencio, mientras que Aizea y Sorem se colocaron frente a frente.
Mi mano de Agua tocó el corazón de Aydan, explorando su interior. Sentí rabia por encima de todo, pero al mismo tiempo había un extraño sentimiento nostálgico, y dolor, un dolor que me abrumó por completo al acercarme a él.
Entonces su mano tocó mi corazón y sentí cómo ahora era su turno de explorar mi ser. La calidez de su tacto me hizo olvidar mi enojo por completo y concentrarme en las sensaciones que me provocaba.
Cerré los ojos.
Y cuando los abrí, sentí una energía vigorizante recorrer mi cuerpo, preparándome para entrar en la consciencia de Aizea, cuya mano reposaba sobre el pecho de Sorem, tocando su corazón.
Mis pies se dirigieron en automático hacia ella, pero mi mente comenzó a traicionarme hasta nublar mi vista. De pronto en mi cabeza solo había recuerdos de casas incendiándose, de gritos de personas que clamaban por ayuda sin que yo pudiera hacer nada por salvarlas, hasta que mi mente se detuvo en el recuerdo de los labios de Aydan sobre los míos, como si ese momento hubiera sellado nuestro destino.
—Hay algo que no funciona en ti —dijo una versión de la voz de Aydan que se repitió como eco en mi interior.
La conexión flaqueó en el momento que mi mente me retornó al recuerdo del beso entre Aydan y Angélica. El dolor se propagó por mi cuerpo como una enfermedad y mis pasos se detuvieron.
Aizea estaba tan cerca, que sentía que podría tocarla con mis manos, pero cuando las extendí no pude más que decepcionarme por el hecho de que ni siquiera la rozaban.
—¡Hermana! —exclamé esforzándome por estirarme más.
Estaba inusualmente callada y dolida... como si la tuvieran encarcelada y aislada. Comencé a sentir su debilidad cuando Aydan apareció frente a mí y ambos nos miramos fijamente. Todo lo demás desapareció, incluyendo a mi hermana de Aire.
Algo se había interrumpido.
Me alarmé... ¡Ella no estaba bien!
—Superen sus diferencias para encontrar a Aizea —nos instruyó la voz de Sorem en la lejanía.
—Discúlpate —exigí.
—No entiendo de qué debo disculparme.
Solté un hondo suspiro subiendo los pies al asiento y colocando la cabeza entre las rodillas.
"Esto es de dos..." recordé las palabras de Aydan, sintiendo el peso que representaba su verdad.
¿Por qué me había alterado de esa manera cuando lo vi besándose? ¡En realidad me tuvo que haber causado indiferencia! ¿O no?
Suspiré por segunda vez, abrazando mis piernas con fuerza.
El tiempo pasó tan lento...
Cuando Ian y Mara salieron de emergencias, Ian cojeaba un poco, pero sonreía radiante como siempre.
Me incorporé rápidamente de mi lugar y corrí hacia él.
—¿Por cuánto tiempo tienes que usar las muletas? —preguntó Aydan colocándose a mi lado.
La mirada de Ian se cruzó con la mía por un momento, como si tratara de tranquilizarme.
—Sólo hasta que pueda apoyar la pierna... —contestó volviéndose hacia Aydan.
—Lo siento —musitó Aydan desviando la mirada hacia la ventana.
De verdad lo lamentaba...
Ian se encogió de hombros, restándole importancia a la situación.
—Es el riesgo de recibirlos en mi casa, pero lo acepté desde el momento que les di la entrada. Sigo consciente de que habrá más y no me arrepiento.
Sus palabras eran tan ciertas. La sola idea de recordar el estado de ánimo tan extraño de mi hermana, ése que nos había calado hasta lo más profundo cuando la conexión, me causaba escalofríos. El lugar al que la habían llevado era horrible, de eso estaba segura.
Esto no terminaba todavía.
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