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Capítulo 26: Roaya

—Idiota —murmuré golpeándolo contra la pared y dejándolo inconsciente. Su cuerpo cayó inerte al suelo.

Él era una muestra del deseo humano. Se había acercado a mí por una necesidad absurdamente humano. Había intentado seducirme.

Sonreí.

—Pareces gato —espetó Nirva molesta apareciendo al principio del callejón.

Mi sonrisa se ensanchó aún más.

—Quiero su sufrimiento —repuse con voz melosa bajando la mirada hacia el hombre—, ¡me gusta su sufrimiento!

Y sin contemplarlo un segundo más encendí Llamas que lo quemaron vivo. Vi sus ojos, que se abrieron de golpe, y escuché sus gritos con delicia.

Nirva me dio la espalda y caminó lejos con los ojos anegados en lágrimas.

Como siempre.

Bufé, dejando que el hombre se consumiera.

—¿A dónde crees que vas? —repuse molesta cuando noté que se dirigía a las calles principales.

Su atuendo negro escondía su personalidad, pero ella era demasiado sensible. Alguien debió dejarla en el jardín de niños, el que lo hiciera me haría un gran favor.

"Cállate" escuché su voz en mi mente.

Me reí con malicia a sabiendas de que ella veía todo lo que veía mi mente y de que podía ver cómo me la imaginaba en el jardín jugando y riendo entre niños. Patético.

—¡Basta! —gritó volviéndose hacia mí.

Reí aún más y la desafié con la mirada.

—Ya deberías estar acostumbrada, llevamos más de medio siglo juntas.

Sus ojos se anegaron de lágrimas por segunda vez al tiempo que continuaba su camino.

"Eres una tortura constante... deberías pudrirte con este mundo de mierda" escuché, saboreando su odio.

—Recuerda que mientras más buena seas tú, más mala seré yo. Así que deberías comenzar a considerar en ahogar a unos cuantos individuos. Digo, la verdad es que no me importaría —miré a mí alrededor con desprecio—, francamente los humanos me repugnan.

Sus casas inestables, sus olores, sus actitudes, su ignorancia, su altanería, todo me parecía insoportable. Incluso había llegado a pensar que estaba aquí para hacerle justicia a la humanidad.

—No empieces con tu estúpida teoría de la elegida, ¿sí? Tú ni siquiera eres de este mundo —dijo Nirva interrumpiendo mis pensamientos bruscamente.

Gruñí molesta. Me hubiera gustado golpearla, pero Gaiam decía que teníamos que controlarnos, si no lo hacíamos, regresaríamos al lugar de donde habíamos venido.

Para entonces ya habíamos salido a la luz del día y la gente transitaba las calles con normalidad.

—¿Y tú sí eres la elegida? —repuse.

—Yo le di vida a la gente.

—¿No siempre me decías que Mar les dio vida? Te estás poniendo petulante, me encanta —admití sonriente.

Nirva guardó silencio para mi gran satisfacción, pero yo no pude guardar silencio el resto del camino, ¡era desesperante! uno tiene que interactuar con los suyos. Comencé a molestarla sobre su origen hasta que llegamos a la puerta del edificio.

Estaba en las afueras de la ciudad.

—¡Roaya! ¡Cállate! —me gritó Nirva— ¡Búscate algo mejor que hacer! ¡Estoy harta de ti!

—Todos los días me dices eso —repuse sonriente revisando mis perfectas uñas con un cierto desinterés—, ya cambia de frase. Yo también estoy harta de ti y no te lo digo todos los días.

—Pues... ¿Sabes qué? —hizo una pausa— ¡Te quiero, hermanita!

Su tono era tan genuinamente falso; sin embargo, esas dos palabras me sacaban de mis casillas. Me molestaba su existencia, ¡de todos años que llevábamos juntas y ahora se le ocurría esto!

Su sonrisa de suficiencia causó rabia en mí, al grado que mi cuerpo explotó en Llamas.

Ella rápidamente creó una barrera de Agua y cuando el Fuego se redujo a mi persona, entró al edificio sin dedicarme una sola mirada o palabra más.

Respiré hondo intentando controlar mi rabia. Tuve que esperar un largo rato cuando sentí que algo me jalaba, era como una cuerda invisible que insistentemente me atraía al interior del edificio. Su fuerza era tan dominante que no la podía ignorar. Eso significaba que Nirva intentaba alejarse del perímetro que nos unía perpetuamente. No podíamos estar a mucha distancia sin jalar a la otra.

"Estúpida" pensé ingresando.

Nirva esperaba seis pisos arriba del oscuro recinto. Mis pasos resonaron en la inmensidad del espacio cuando me acerqué al centro de la habitación.

El edificio estaba aparentemente abandonado, eran medidas de seguridad importantes que debían tomarse a raíz de la insaciable curiosidad humana que en varias ocasiones había arruinado proyectos de Gaiam. Solo al centro había una intensa luz, cegadora, que al aproximarse a ella parecía una ventana a otro mundo poblado de árboles.

Y es que sí lo era. Es más, no se trataba de una ventana, era una puerta: un portal a otra dimensión.

Si queríamos vivir, teníamos que pasarlo juntas.

Dimos el paso al mismo tiempo.

La sensación que experimenté era placentera, pero yo sabía que la experimentaba de esa manera porque para mi odiosa compañera, la sensación era dolorosa.

La naturaleza de nuestra relación era opuesta. Esta será una cuestión en la que profundizaré más adelante.

Yo fui la primera en salir, ya que naturalmente era más fuerte que ella. El guardia me miró de pies a cabeza con frialdad.

—¿Y su complemento?

Sonreí maliciosamente.

—Ahí viene... —repuse restándole importancia al asunto cuando Nirva cayó golpeando contra el suelo.

Ahora las dos estábamos en otra dimensión. Paradas en un puente flotando a mitad del acantilado, pero que en realidad era quien recibía a los de otras dimensiones.

—Gaiam las está esperando... —el guardia miró mis manos como si esperara encontrar algo en ellas— ¿Dónde están la hija de Agua y el hijo de Sol?

Me acerqué a él y lo tomé de las solapas de su traje sin que él pudiera hacer nada al respecto.

—¿A caso estás ciego? —apreté un poco más su cuello— ¿Ves a uno de los dos aquí? —Él negó lentamente sin inmutarse. Su actitud hizo a mi Fuego repiquetear de furia— Entonces usa el sentido común —siseé con ojos fulminantes.

—¡Roaya, contrólate! Tenemos trabajo que hacer —me regañó Nirva.

Gruñí levemente y lo solté.

El hombre cayó de rodillas al suelo, justo como lo quería.

Sonreí ante su brazo sangrante.

—Gaiam no estará nada contento... —musitó al incorporarse.

—¡Nadie te dijo que hablaras! ¡Soy superior a ti, así que te ordeno que cierres la boca! —grité rabiosa.

Para entonces Nirva ya se había adelantado, caminaba por la parte del puente que conectaba hacia la aldea. Sentí su indiferencia como si fuera mía, pero eso sólo me producía una sonrisa socarrona.

Cuando llegué al final del puente, observé al árbol gigante que custodiaba la entrada. Era la última medida de seguridad que quitaba todo tipo de sortilegios para poder ingresar. Después del árbol estaba el muro que custodiaba un reino de casas que conforme se acercaban al palacio en la cima iban ascendiendo. La geografía era así, porque el lugar se encontraba sobre un cerro. Aldeanos había pocos, y la verdad no me interesaba convivir con ellos.

Nadie del castillo convivía con ellos. La diferencia entre el resto y yo era que lo mío era iniciativa propia. A Nirva, casi como a la mayoría, se lo tenían prohibido.

No pude evitar fijarme en lugar exacto donde estaban las cicatrices de los latigazos que en algún momento le habían dado. En este momento estaban cubiertas por la gabardina y otro tanto de capas de ropa negra. La habían castigado por llevar alimento a las casas más necesitadas.

A ella no le gustaba pasar por las casas, porque la mayoría estaban en un estado deplorable. A mí la vista me hacía sonreír. El sufrimiento definitivamente era lo mío.

Cuando por fin llegamos a la entrada del castillo, un nuevo sequito de guardias nos recibió, sólo que a ellos sí no me atrevía a enfrentarme.

"Cobarde" escuché en mi fuero interior.

Fulminé a Nirva con la mirada.

Los soldados que nos recibieron estaban ciegos, pero su percepción de energía era exacta, por lo que era casi imposible confundirlos, siempre sabían dónde te encontrabas sin importar cuánto intentaras esconderte. Además, leían pensamientos y no necesitaban tocarte para causar dolor. No eran rivales para mí; la mía era la fuerza física.

—Gaiam las está esperando —dijo uno de ellos con voz fría sin que verdaderamente sus labios se movieran.

"Lo sabemos" me hubiera gustado decir, pero en lugar de eso, les dediqué todo mi odio mientras pasaba a su lado. Supe que habían leído mis pensamientos.

Estos soldados eran conocidos por siopes. Era una orden milenaria que había arribado aquí con la conquista de Gaiam; le habían ofrecido su lealtad y sus servicios sin dudarlo. Trataban a Gaiam como si de un dios se tratase.

Nirva y yo continuamos caminando.

El castillo era la edificación más grande que había visto en ese mundo hasta aquel momento. Sus torres eran altas, tanto que parecía que tocaban el cielo, pero para llegar a ellas se requería cruzar una serie de pasillos que para mí eran laberintos. Y a pesar de todo, al entrar, dejando de lado la parte misteriosa y tétrica de la estancia, la elegancia era sublime y ostentosa. Los barandales de las escaleras tallados de oro y las gigantescas estatuas que nos miraban fijamente desde cada esquina del altísimo salón.

Los guardias de la entrada se quedaron quietos como estatuas cuando pasamos a su lado. Una mujer nos recibió desde el piso superior, bajando las escaleras con elegancia. Su rostro arrugado delataba su edad, pero ella sabía esconderlo con una sonrisa que me desquiciaba.

—¡Niñas, volvieron!

—No soy una niña —refunfuñé cruzándome de brazos.

—¡Merina! —gritó la mujer haciendo oídos sordos a mis palabras— ¡Cambia su ropa!

La sucia sirvienta no tardó en llegar y llevarnos a nuestros "aposentos". Con ayuda de otras dos nos despojaron de las prendas negras y nos colocaron elegantes pero molestos vestidos de campana que llegaban hasta mis pies. Siempre que sentía la suave tela me daban tantas ganas de tirarlos al suelo o quemarlos...

Sonreí ante tal idea mientras Nirva y yo abandonábamos la habitación y caminábamos por los oscuros pasillos hasta que llegamos a un portón gigante con dos colgantes dragones que nos veían en silencio. Su descomunal tamaño podía intimidar, pero la verdad a mí me encantaba el detalle. Eran de piedra, pero sus cabezas nos siguieron cuando abrimos para entrar. Estaban encantados y servían de ojos para Gaiam.

Nuestro rey miró desde el final del salón, sentado en cojines y pieles de animales salvajes que en su momento mató. Su cabello llegaba hasta abajo de sus hombros, pelirrojo como las hojas marchitas y caídas de los árboles, y ondulado. Él se veía demasiado joven para la edad que tenía... ¡Demasiado!

—¿Dónde estaban? —su voz llegó a mis oídos como si fuera mi propia consciencia, como si estuviera en el interior de mi cabeza.

Sonreí forzadamente lista para hablar primero.

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