Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 19: enojo y tristeza

Cuando el padre Sol empezó a hacer su acostumbrada salida, Aydan y yo nos acercamos a las chozas e hicimos un hoyo en el suelo donde metimos las semillas y las cubrimos nuevamente con Tierra. Yo me encargué de hidratar vastamente la misma para que las semillas pudieran germinar.

Fue una acción silenciosa de la que nadie tuvo noción pues la Luna, cómplice nuestra, nos escondía bajo un manto de oscuridad.

"Mañana podremos hacer algo por ellos" pensaba una y otra vez desesperada ante una noche tan martirizante como aquella.

Volvimos como sombras al borde del claro, en donde me senté y atraje mis rodillas hacia mi pecho preguntándome si era posible hacer que el tiempo pasara más rápido.

Entonces de las manos de Aydan salió Fuego; un Fuego que se transformaba. Primero salió un caballo que corrió a mí alrededor, casi podía escucharlo relinchar. Después apareció un delfín que fluía como el Agua y daba saltos. Animales de Fuego desfilaban ante mí en una danza silenciosa que se me antojaba contagiosa.

Hice un caballito de Mar con delicadeza cuando un gato de Fuego se puso a juguetear con él.

Reí mientras mis ojos se anegaban de lágrimas.

Aydan sonrió. Acto seguido, un oso bebé apareció frente a mí. Sus ojos curiosos relucían por el Fuego.

Las lágrimas se amontonaron en la comisura de mis labios. Él las limpió con suavidad. Por alguna razón, su tacto quemaba de forma agradable... ¿sería algún truco suyo? ¿o era mi propio sentir?

Sus ojos no soltaban los míos.

—No sufras, si sabes que pronto va a cambiar. Vamos a ayudar a esa gente. Sé feliz por ello —murmuró.

Asentí bajando la mirada. Si bien, sus manos habían dejado de limpiar mis lágrimas, el rastro de su tacto seguía quemando agradablemente en mi rostro. La sensación era definitivamente reconfortante.

El resto de la noche platicamos sobre cosas triviales, como el suelo, los animales, las personas y otras cosas referentes a lo que éramos, hasta que dio el alba y cuando me volví hacia el lugar donde habíamos plantado las semillas, pude ver gratificantemente cómo comenzaba a crecer un árbol con una rapidez vertiginosa. Era como si se construyera solo. Al poco rato ya tenía gruesas raíces que sobresalían del suelo y las ramas le brotaban como extremidades pobladas de hojas verdes y moradas. Llegó a tal altura que sobrepasaba a la población arbórea del lugar.

Mi emoción fue tal que impulsó a mi cuerpo hacia delante, de manera que corrí con todas mis fuerzas hasta quedar frente a él y tocar su rugosa y flexible corteza.

Mi mano se movió lentamente. Cerré los ojos y comencé a escuchar voces y voces que se propagaban como eco; susurraban, aunque no comprendía lo que decían. Sentía también el Agua fluir por las raíces y entre cavidades de la corteza como si fueran venas. El árbol respiraba silenciosamente al tiempo que sus hojas goteaban tan vivas como él, vigorizadas por el mismo padre Sol, que, como siempre, era testigo del pequeño y maravilloso espectáculo.

Cuando abrí los ojos, noté que unos pocos se acercaron a ver qué sucedía.

Itsmani se acercó directamente a mí e imitándome, colocó una manita sobre la corteza. Me pregunté qué era lo que él, como humano, escuchaba, ¿serían voces también?

Su rostro se volvió hacia mí. Me miró estupefacto.

—¿El Mar está encerrado allá adentro? —preguntó.

Negué con la cabeza riendo suavemente.

—No, Itsmani. El árbol es parte de Mar. Están conectados... —me hinqué a su lado— y te va a cumplir un deseo.

Sus ojitos se abrieron como platos.

—Señora, usted me está tomando el pelo —dijo lentamente.

Fruncí el ceño pasando de mi mano a su cabello enmarañado con la mirada... ¿De dónde?

—Pide el deseo... —continué, como si no hubiera dicho nada.

—¿Pero lo digo en voz alta?

Asentí con la cabeza.

—Quiero...

—No digas dinero —le advertí. Itsmani hizo un puchero y me miró afligido—. Debe ser algo que de verdad necesites.

Soltó un hondo suspiro antes de proceder.

—Quiero comida.

Sonreí ante su petición observando atentamente el árbol. A mí también me daba curiosidad cómo cumpliría su deseo.

—¡No pasa nada! —exclamó cruzando sus brazos.

Señalé las manzanas que empezaron a surgir sobre nuestras cabezas, en las ramas de los árboles, y su boquita quedó totalmente abierta.

—Son todas tuyas —le dije justo cuando la primera cayó en sus manos.

Él la mordió con avidez. A los pocos segundos sólo quedaban huesos que tiró al suelo.

Más manzanas cayeron a sus pies. Él juntó todas las que sus brazos podían cargar e hizo ademán de irse corriendo, cuando se volvió y regresó junto a mí.

—Lo siento, señora —intentó tomar una, pero todas cayeron al suelo.

Rápidamente le ayudé, y estaba a punto de colocar la última en la punta, pero él negó con la cabeza y sonrió.

—Ésa es para usted.

Ese detalle me provocó un gran bienestar porque llevaba demasiadas horas sin comer. Mientras le daba una mordida, observé cómo Itsmani le daba manzanas a los otros y entendí que él era mi puente para comunicarme con ellos. Por fin había encontrado mi portavoz.

Entonces me volví hacia Aydan, que había estado observando la escena desde atrás.

Le ofrecí de mi manzana, pero él negó con la cabeza.

Me encogí de hombros y continué comiendo.

—Tu mano sigue negra —comentó Aydan con frialdad.

—No comprendo por qué... —murmuré masticando lentamente.

Él suspiró, desviando la mirada con aflicción.

Quise animarlo, pero en el momento que abrí la boca se escuchó un grito rabioso detrás de mí.

—¡Maldita ramera! ¡¿Te estás burlando de nosotros?! —me volví sobresaltada al tiempo que una manzana manchada de lodo rodaba a mi lado— ¡¿Crees que necesitamos de tu caridad o sólo pretendes prolongar nuestra vida y con ella el dolor?

Negué con la cabeza. Sus palabras eran como dagas a mi corazón.

El hombre, mugroso hasta su última célula, me miró con ojos sombríos. Su cabello estaba largo, lo que provocaba unas sombras escalofriantes en su rostro.

—¡Cada vez que alimentas una de estas bocas aumentas su desgracia! —me reprochó a gritos.

Retrocedí agitada.

—Mi única intención aquí es ayudar —aseguré.

Él escupió a mis pies.

—Si no vienes para buscar refugio entonces lárgate. Nuestros problemas ya son suficientes aquí.

Tragué saliva y con ella todas sus palabras que formaron un nudo en mi garganta, amenazándome con romper a llorar... ¿Cuál era su maldito problema?

— ¡Puta! ¡No vuelvas a acercarte aquí y mucho menos intentar acercarte a ninguno de nosotros! —me tomó del cabello. Su aliento apestaba a alcohol y tampoco digamos que él olía precisamente a rosas— ¿Te quedó claro?

Entonces, antes de que yo pudiera siquiera responder, Aydan lo tiró al suelo y lo fulminó rabioso con la mirada.

—No vuelas a acercarte a ella. Si quieres que tu vida sea desgraciada, adelante, pero no hables por los demás —le espetó inclinándose a su lado para verlo mejor a los ojos—. Nosotros podríamos ignorarlos como los otros, pero no es así —me miró por un momento— ella intenta brindarles ayuda.

Él hombre rió con una histeria que me causó escalofríos.

Entonces Aydan tomó la manzana del suelo y la limpió con su desgastado saco negro.

—Va en serio —dijo Aydan dándole una mordida a su manzana—, tómalo o déjalo. Nadie te está molestando, así que cierra la boca —se acercó un poco más a él— y si vuelves a tocarla...

La manzana comenzó a incendiarse hasta que todo lo que quedó de ella se volvió cenizas que cayeron sobre el rostro del hombre.

Este soltó alaridos de dolor, tratando de quitarse las cenizas calientes de encima. Su semblante de pronto cambió por completo, por su mirada parecía que estaba listo para salir corriendo en el instante que se diera la oportunidad. 

En ese momento entendí aquella frase que Mara había dicho un día que se peleaba con Ian en el desayuno: una acción habla más que mil palabras.

Entonces Aydan lo dejó caer con brusquedad. Este se levantó con torpeza, pero lo más rápido que pudo y, por fin, salió corriendo.

¿Por qué me pedía que no llorara si no podía evitarlo? Cada cosa, cada evento, todo a mi alrededor me producía una tristeza infinita. Ahora comprendía por qué él se sentía como un monstruo: el enojo lo dominaba siempre.

Quise gritar, patalear, hundirme en mi propio llanto, lo anhelaba tanto que la Tierra a mis pies se volvió un lodo demasiado acuoso y mis lágrimas me derretían a mí misma.

Aydan, sin perder la calma, caminó hacia mí y volvió a reír al tiempo que su mirada se dirigía hacia mi pequeño pantano de tristeza.

—Tengo una idea...

Pero mi llanto no paraba... ¿Por qué la gente era tan cruel?

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro