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Epílogo

Me tallé los ojos al despertar. El Jefe (que aún no me había dicho su verdadero nombre) estaba frente al armario abrochándose una camisa azul claro de botones. Me senté intentando no moverme con tanta brusquedad para que la chica acostada (boca abajo) a mi lado no se despertara.

No me gustaba, pero los tríos ya se habían hecho algo común en mis días, aunque cuando tenía suerte El Jefe prefería estar con otras y no conmigo para no "aburrirse". Hacía lo que fuese con tal de mantener feliz a aquel hombre que me había dado un techo.

– ¿Lista para darle de comer a las putas? –. Me preguntó poniéndose el saco azul marino.

– Ya te dije que no me gusta que las llames así... –bajé de la cama sin importarme que sus ojos recorrieran mi cuerpo completamente desnudo–. Para empezar ni siquiera les pagas.

– Perdóname –dijo con sarcasmo–. Ve con Roberto para que te dé algo de desayunar y ya después le das a las... chicas... –asentí vistiéndome.

Cuando salí puse mi cara más "perra" para fingir que no notaba las miradas de odio que me lanzaban aquellas pobres mujeres, quienes vivían en la tierra, semidesnudas y mal alimentadas mientras yo vivía en la misma casa que El Jefe, vestía ropa decente y comía tres veces al día.

Algunas chicas intentaban hacerse mis "amigas" solamente para tener los mismos privilegios que yo pero El Jefe simplemente ignoraba sus inútiles esfuerzos.

– Eres una puta, por eso te quiere. –decían la mayoría intentando jalar mis ropas o mis cabellos; pero no lograban demasiado pues los guardias llegaban a mi rescate.

Durante varios días le había suplicado al Jefe que dejara ir a las chicas más inocentes y torturadas que veía por ahí pero esas suplicas también eran en vano. "Confórmate con la segunda oportunidad que te di, Ojos bonitos, no pidas más" me repetía siempre, como una grabadora.

Cuando llegaban chicas nuevas yo era la encargada de explicarles cómo funcionaba el lugar y qué es lo que les pasaría si intentaban algo. Siempre me ponía de ejemplo a mí, que al haber intentado huir repetidas veces me habían violado y matado a mi padre y mejor amiga.

Una vez una de las chicas intentó hacer lo mismo que yo había hecho con el fin de lograr sustituirme y ser la nueva "favorita" del Jefe; lo único que consiguió fue que la violaran, torturaran y una muerte demasiado lenta... Tanto que yo no soporté verlo y me fui a encerrar a mi habitación. Por esta razón las demás no volvieron a intentar hacer lo mismo que ella; lo cual hizo que me odiaran aun más.

Un día llegó una nueva chica. Como de rutina salí al patio situándome justo frente a la puerta trasera del coche de policía.

– ¿Cómo estás, Ojos bonitos? –. Preguntó Arturo sonriendo con un cigarrillo encendido en la boca, mirándome de arriba a abajo.

– Muérete. –dije sin voltear a verlo. El policía soltó una carcajada.

– Aún no. –esa era una conversación que teníamos cada vez que llevaba a una chica nueva, como una rutina que habíamos adquirido.

Al abrir la puerta me topé con una enorme y horrible sorpresa. La chica nueva era... una niña...

– Arturo... Ella es... –no podía ni siquiera escupir el asco que tenía en aquel momento.

– Lo sé, ¿no? El Jefe quería probar cosas nuevas... –me forcé a tragar saliva y estiré mi mano hacia el interior del coche.

– Vamos, cariño. –intenté hacer mi voz lo más amable posible. Empujó mi mano con fuerza y saltó del coche corriendo lo más rápido que sus pequeñas piernas le permitieron.

– ¡Deténganla! –. Arturo ordenó a los guardias.

– ¡NO LE HAGAN DAÑO! –varias chicas nos miraban con curiosidad u horrorizadas con lo que estaba pasando. La niña fue a esconderse detrás de una enorme lámina de madera que estaba recargada en la reja de tal manera que creaba un triángulo rectángulo. Me acerqué a ella lentamente. Me miró aun escondida.

– Tranquila, pequeña... –recargué una mano en mi rodilla y la otra la estiré hacia ella.

– Creo que no habla español. –dijo Arturo detrás de mí. Vi que en sus manos tenía unos pequeños puntos rojos de pintura.

– ¿De dónde es? –. Pregunté incorporándome para verlo. Se encogió de hombros.

Tardamos un buen rato intentando sacarla por las buenas de su escondite. No quería que llorara porque eso molestaría al Jefe. Cuando finalmente salió la cargué de tal manera que sus piernitas rodeaban mi cintura y sus bracitos mi cuello.

– Que horror. –susurré para mí misma antes de entrar a la casa.

– ¿Qué tenemos aquí? –. El hombre del traje frente a mí estiró los brazos sonriendo.

Jefe... Es sólo una niña... –dije como si eso lo fuese hacer entrar en razón.

– ¿Cómo te llamas? –preguntó aquel hombre pegando su rostro al de la niña. Ella enterró su pequeño rostro en mi hombro–. Llévala a la habitación y prepárala. –me ordenó. Abrí los ojos como platos.

– Eso no me corresponde a mí –aunque lo que realmente me sorprendía era que sí quería abusar de aquella criatura.

– Parece que te tiene mas confianza a ti que a cualquiera de mis hombres –se encogió de hombros–, llévala a la habitación y prepárala. –repitió. Negué con la cabeza dando un paso hacia atrás. Sin pensarlo demasiado me giré sobre mis talones y corrí fuera de la casa con la niña en brazos. Llegué hasta la puerta ignorando los gritos y advertencias que me hacían los hombres armados. Al llegar a la reja la alcé sobre mis hombros para que alcanzara a saltar. Antes de que lograra si quiera agarrarse de la reja se escuchó un disparo y por instinto la volví a pegar a mí abrazándola en mi pecho y cubriéndola con mi cuerpo. La alejé un poco para poder revisar si la habían herido, pero no era así. Volví a levantarla sobre mis hombros cuando sentí unas manos sujetando mis brazos y jalándolos hacia atrás causándome que la soltara. Cuando cayó al piso empezó a llorar. Me sacudí sin éxito. La levantaron y nos llevaron frente al Jefe que estaba en medio del patio con los brazos cruzados. Acercaron a la niña a él.

– Por favor, Jefe –supliqué–, no le hagan nada a ella. Háganmelo a mí, pero por lo que más quieran... No la toquen...

– Tú –caminó hacia mí pasando a lado de la niña–, no vas a decirme jamás lo que debo o no hacer, tú debes respetarme como todas estas putas –me dio un puñetazo en la sien que me tomó por sorpresa. Los guardias que me sujetaban evitaron que cayera al piso. El Jefe volteó a ver a su alrededor. A las chicas curiosas por ver qué pasaba al rededor del círculo de guardias que nos rodeaba–. Por hacer lo que acabas de hacer, Ojos bonitos, voy a abusar de ella, aquí, justo ahora. –abrí los ojos horrorizada y empecé a patalear.

– ¡No! ¡Por favor! ¡NO! –. Uno de los guardias me dio un puñetazo en el abdomen que me dejó sin aire.

Dos guardias sujetaron a la niña de sus pequeños brazos alzándola en el aire. Sus gritos se incrementaron. Otro hombre le quitó la ropa que tenía de la cintura para abajo.

– ¡Por favor, no! –mis pies levantaban tierra de tantos movimientos que intentaba hacer para zafarme del agarre de aquellos dos gorilas. Me tomaron por el cabello obligándome a levantar la vista para ver como violaban a quella pobre niña la cual ni siquiera estaba tocando el suelo.

El Jefe tardó una eternidad en terminar con un sonoro gemido de placer. Soltaron a la niña al mismo tiempo que yo. Todos los hombres  se alejaron de nosotras dejándonos solas. Quise arrastrarme a ella pero las demás chicas la rodearon.

– ¡Es tu culpa! –empezaron a gritar unas.

– ¡Vete a la mierda! –gritaban otras.

– Yo... no quería... –susurré llorando.

No pude evitar la ola de golpes que me llegó por todos lados. Esperaba que los guardias o El Jefe llegaran para detenerlas, pero nadie vino en mi rescate. Las chicas estaban furiosas; me patearon, me jalaron el cabello hasta arrancármelo, me dieron puñetazos en donde pudieron, incluso me introdujeron un palo de madera, que encontraron, por la vagina. Cuando terminaron de torturarme me dejaron en el suelo casi inconsciente.

Al día siguiente abrí los ojos para darme cuenta de que seguía en el mismo sitio. Intenté moverme pero el cuerpo entero me dolía, incluso respirar me era doloroso.

***

Para las dos de la tarde el sol ya me quemaba en la mejilla. Por fin El Jefe se dignó a salir a verme. Se plantó frente a mí con las manos en la cintura. Intenté moverme, hablar para pedirle ayuda pero un silencioso gemido de dolor salió de mis labios. Suspiró y tronó los dedos a la altura de su cabeza. Tres hombres se acercaron a él.

– Sáquenla de aquí. –dijo secamente. Dio media vuelta y entró de nuevo a la blanca casa.

Los hombres me cargaron y me sacaron del terreno. Me llevaron unos cuantos metros más lejos y empezaron a cavar un hoyo en la tierra.

No puede ser. Me van a enterrar. Voy a morir. No quiero morir así.

No se cuanto habían tardado pero cuando finalmente el hoyo estuvo hecho me cargaron.

– No puede ser, ni el palo le sacaron. –dijo uno de los hombres asqueado. Una lágrima resbaló por mi sangrada mejilla pero ellos ni siquiera se habían dado cuenta. Sin el menor cuidado me aventaron al hoyo y empezaron a echar la tierra sobre mi lastimado cuerpo. Solté un gemido y empecé a llorar.

No quiero morir así. No quiero morir así. No quiero morir así.

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