15. ¿Y si... la pierdo?
Días antes...
Como siempre que tenía alguna inquietud, Mowgli fue a la selva, en busca de su papá oso para recibir algún consejo. Él bien sabía que para todo aquello que requería ser tratado con el corazón, Baloo no era muy bueno, pero siempre sabía cómo hacerle sentir mejor, y Bagueera podría hacerle reflexionar acerca del tema.
Sin embargo, antes de llegar al lugar en el que usualmente se encontraba el oso, se topó con su madre lobuna tomando agua de un pequeño arrollo.
Raksha lo contempló a lo lejos y corrió a saludar a su ya no tan pequeño cachorro.
Él se acercó a ella, con una sonrisa que delataba su creciente alegría y se agachó para tomarla entre sus brazos y apretujarla con sumo cuidado para no causarle algún daño.
Hacía bastante ya que no la veía, pues no quería asustar a los animales de los alrededores como la última vez, así que no solía profundizar en el terreno; prefería quedarse cerca de la aldea.
— Hola, mamá — saludó alegremente, al apartarse de ella — ¿Cómo estás? Te he extrañado mucho.
— Pues no lo parece, lobezno mal agradecido. Hace tiempo no te apareces por la cueva, ¿cuánto más pensabas dejarme esperar? — gruñó ella, con fingida molestia.
— Lo lamento, he estado un poco ocupado — no le diría la verdad, desde luego. No quería hacerla sentir mal.
— ¿Por qué estás aquí? — preguntó — Es inusual que visites este lugar.
— Recientemente hemos estado teniendo problemas con Hati y su manada, han estado marchando muy cerca de nuestro territorio y eso disgusta a los nuestros. Ese elefante cabeza dura no quiere llegar a un acuerdo, así que, como Bagheera se lleva bien con él, pensé que podría ayudarnos — explicó, recibiendo un asentimiento de parte de su hijo.
— Entiendo — respondió, pero su mirada estaba posada sobre una planta, no muy lejana, de crisantemos violetas.
De alguna manera, le recordaban a Shanti. Ella solía usar un color similar en su falda cuando era una niña, lo recordaba muy bien. A Mowgli le parecía un color muy lindo, porque era ella quien lo usaba; aunque de ninguna manera podría compararse al color avellana, ese era su favorito.
Era el color de sus ojitos.
— ¿Desde cuando te gustan los crisantemos? — preguntó la loba, al darse cuenta de la dirección a la que apuntaba su mirada — Solías destrozarlos cuando eras un cachorrito.
El muchacho hizo una mueca.
¿Cómo podría lastimar algo tan bonito? En la actualidad, la mera idea le horrorizaba.
Y ahí se dio cuenta.
El verdadero motivo por el que no aceptaba que su corazón se aceleraba al ver a la chica de ojitos bellos, por lo que no quería aceptar que se ponía nervioso y, que en efecto, la quería muchísimo, era ese.
Porque temía lastimarla con sus dudas y no ser lo suficiente para ella, porque no quería arriesgar su amistad por sentimientos que iban más allá del cariño que se le tiene a una amiga.
¿Y si... la pierdo?
— No sería capaz de lastimarla... ¡l-lastimarlas!
Y aunque Raksha no sabía nada de lo que pasaba por la cabeza de su silencioso hijo adoptivo, terminó por descubrir que, lo que sea que sucedía, tenía que ver con la chica que solía acompañarle cuando iba a visitarla.
— ¿Te digo algo curioso? — agitó suavemente la cola, intentando ocultar lo enternecida que estaba ante, lo que creía, era el primer amor de su humanito — Los crisantemos violetas evocan el dolor ante la idea de perder a la persona amada.
La loba comenzó a caminar, en dirección al sitio en donde sabía, podría encontrar a la pantera que buscaba.
— Aunque, para una confesión de amor, las más indicadas serían las peonias rosas o blancas — sugirió, con una mota de diversión en la voz, e inició un tranquilo trote.
En un primer instante, el joven no reparó en el hecho de que supiera que planeaba confesarse; fue una sola pregunta la que surgió en su distraída mente:
¿Y esas flores qué significan?
— ¡Mamá, espera! — pidió, corriendo tras ella segundos después.
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