Adiós
Para entender mis actos, debería empezar por cómo llegué a esta situación. Él tenía razón, estaríamos juntos hasta que él quisiera o hasta que uno de los dos muriese. Ese día llegó hoy, dos años después de que esto iniciase. Hoy se cumplen dos años desde que cometí mi peor error. Hoy 1 de noviembre del 2019.
Conocí a Ángel gracias a Sarah, aunque no sé si debería agradecérselo. Eso pasó hace 9 años. No paraba de hablarme de él, de ese primo suyo tan querido que seguía en Alemania. Ángel apareció por aquí esa primavera. Él era mayor que yo 4 años y Sarah 6, aún a día de hoy me sorprendo de que estuviese rodeada de personas que me sacasen tanta edad, siendo yo aún una mocosa y ellos unos pre adolescentes. Sus ideales chocaban con los míos, a pesar de tener gustos tibiales similares. Simplemente nos soportábamos.
Todo eso cambió cuando mi tío murió, él era mi pilar y se derrumbó. Mi personalidad cambió totalmente, me volví solitaria, callada y triste. Y contra todo pronóstico, Ángel se acercó a mí, me brindó su amistad y su apoyo.
Para mi cumpleaños empezábamos a ser buenos amigos, le hable de esa tonta costumbre que tenía con mi tío; de seleccionar un poema y leerlo juntos. Él me regaló un libro de poesía y una rosa amarilla. Leyó conmigo uno de sus poemas, fue mi poema favorito hasta ese horrible día en el que me destrozó. Le pregunté el porqué de una rosa amarilla, y me dijo que eran un símbolo de la amistad; y curiosamente, como descubriría años más tarde, también del perdón.
Por su forma de actuar, se convirtió en mi mejor amigo, se lo había ganado a pulso o eso pensaba, igual que fue relativamente sencillo enamorarme de él 6 años después. Veía imposible que él sintiese lo mismo que yo, él con sus 18 años y yo que apenas acababa de cumplir los 14. Creí que se me pasaría, pero no fue así.
Curiosamente, su cumpleaños coincidía con el día del Pilar, el 12 de octubre, y siendo tan tonta me declaré mediante una carta en una caja de bombones y una camiseta de Nirvana, uno de sus grupos de música favoritos. Se lo di y salí corriendo, me daba miedo su reacción ¿y si luego ya no quería seguir siendo mi amigo? Esa noche no dormí.
Y al día siguiente, cuando Sarah me escribió, insistiendo en que él había estado encantado con mi declaración y que sentía lo mismo, no lo acababa de creer. El 1 de noviembre, se me declaró él, y me pidió iniciar algo. Ilegal, sí; que acepté, también. Sin dudas, mi mayor error.
Pasaba el tiempo y estábamos muy bien, respetaba mis tiempos, comprendía que desease esperar para avanzar en algunos pasos como pareja; pero todo cambió. Cambió cuando salí del armario, cuando les dije que soy bisexual. Empezó a presionarme para que nos acostásemos, que fuese realmente suya decía. Y yo seguía sin sentirme capaz de ello. Empezó con las insinuaciones de que me acostaba con mis amigas, que no quedase tanto con ellas si no era cierto y logró que me alejara de ellas, consiguió su propósito. Que me quedase sola. Solo teniéndole a él, sola con él.
Por semana santa, iniciando el Domingo 14 de abril, me fui a una excursión a la meseta castellana durante una semana, y debido a ello, apenas podía hablarle. Empezó a insultarme y cada vez que tardaba demasiado en responder me decía su frase favorita "Du bist eine dreckige verdammte Hure, meine Liebe" cuyo significado era: maldita puta asquerosa que eres, mi amor.
El Domingo 21 de abril, cuando volvimos, insistía en que nos viésemos; pero no me encontraba bien, me costaba respirar y me diagnosticaron una neumonía, casi me tienen que ingresar en un par de ocasiones. Entre sanar y otros problemas no pude verle antes del 6 de junio. Sentía muchísimo miedo, me había amenazado previamente, me había insultado. No inspiraba total confianza. Pero para acabar con eso, necesitaba hacerlo en persona, superar el miedo. Ahí, llegó la primera paliza.
Me insultaba llamándome puta y zorra, mientras me golpeaba sin dejar marcas físicas, sabía golpear sin dejarlas. Decía que había sido una mala novia y que merecía un castigo, el castigo terminó con una quemadura de cigarro en el abdomen. Había insistido en el sexo, pero me continué negando. Y al final cedió, y me dejó, para luego abrazarme y darme un ramo de rosas amarillas, diciéndome que eran un símbolo de perdón. Yo estaba llorando, no podía parar, sentía pánico, y toda intención de dejarle, se fue.
A partir de ese momento intentaba quedar lo mínimo posible, siempre estando los chicos presentes. Aun así, siempre encontraba algún momento, y alguna bofetada caía. La siguiente paliza fue 11 días después, terminé con unas costillas fracturadas que ante mis padres aludí a una caída.
No fue complicado decir que fue por eso, ya que, sí se ocasionó por una caída. Caída propiciada por un empujón suyo. Ahí obtuve otro de sus ramos. Donde a las rosas amarillas añadió 13 rosas rojas, símbolo de la pasión y el deseo. Aseguraba que me amaba, pero cada vez, estaba más segura de que solo quería sexo conmigo. Dejarle no era una buena opción. Tenía miedo de quedarme sola por su culpa, miedo por que cumpliese sus amenazas y dañase a los que quiero, y cada día que pasaba estaba más convencida de que sería capaz.
Esa fractura, que alejó de él durante casi un mes, siguieron las amenazas, y el día antes de que accediese a verle me amenazó con provocarle un aborto a su prima, sabía que sería capaz, y el saber que sería capaz de hacerle eso a su propia sangre me atemorizaba, ¿Qué no me haría a mí?
Al día siguiente cuando le vi, creí que me mataría, estaba furioso, me golpeaba como nunca he insistía en que nos acostásemos como si le fuese la vida en ello y yo me negaba, me sorprendía que mi palabra valiese algo, pero, cuánto más lo haría era un misterio que no tardaría mucho en descubrir. Después de esa paliza, no me dio su típico ramo de rosas, no, me obligó a comérmelas mientras me asfixiaba con una cinta de seda negra. Estaba segura de que moriría, cuando de repente me soltó y me dijo que me fuera, que nos veríamos por mi cumpleaños y no dudé en irme de allí, con la garganta ardiendo y el miedo bajo la piel.
Llegó el día más odiado, el día en que más asco sentí.
Llegué a su casa, donde íbamos a pasar mi cumpleaños los 5 juntos. Diego, mi amigo del alma; Alejandro, el novio de Sara y la propia Sara; junto a Ángel y a mí.
Sara y Alejandro tenían la primera ecografía de su bebé y Diego, iba a parar por la tarta por lo que también llegaría tarde. Pero la presencia de Raúl, el padre de Ángel me mantenía relativamente tranquila, porque creía que él no permitiría que me hiciera daño.
Ángel me abrió la puerta, con mala cara y despeinado, emanando un olor a alcohol y a mariguana demasiado potentes, pero estaba acostumbrada a ese asqueroso olor en él. Cuando me estaba aproximando al sofá, donde iba a dejar mis cosas me sobrepasó y escondió algo entre los cojines, y mi curiosidad me llevó a preguntar que había escondido, pero me mintió, me dijo que nada. Entonces lo aparté para descubrirlo por mí misma.
Una jeringuilla. Estaba consumiendo algo más que mariguana y sin pensar le dije, que se había acabado. Me cogió por el cuello y grite, estaba esperando que Raúl me ayudase, pero cuando bajó las escaleras y descubrió la escena, bajó sonriendo, como si le complaciera lo que veía. Le preguntó qué hacía y él le respondió que darme una lección, ya que no me sabía comportar con él, que no le daba lo que me pedía. Y Raúl le aplaudió y se ofreció a ayudar.
Raúl me dijo que no llorase, que lo pasaría bien. Pero sus afirmaciones sólo me provocaban más miedo y yo, me revolvía bajo la presión de sus cuerpos tratando de huir de ellos. Ángel sacó una navaja y me la acercó al cuello para luego pasarla por entre mis pechos y rasgar el vestido hasta abajo. Empecé a gritar y Ángel me tiró al sofá. Raúl, en el acto se bajó los pantalones y me forzó a abrir la boca para meterme su miembro en ella. Sentí asco, el vómito no paraba de venirme a la garganta por medio de las arcadas, y el llanto no parecía capaz de disminuir. Quería morir.
Ángel rompió mi sujetador con la navaja, y en ese proceso también rasgó mi piel en forma de X. Le daba igual que estuviese sangrando, tocaba y chupaba mis pechos igual mientras, yo notaba su erección contra mis piernas. Traté de no abrir los ojos y evadirme en mi propio mundo, lejos de lo que estaba sucediendo. Y no pude. Noté como me obligaba a abrir las piernas, y me metía su miembro a la fuerza. Noté el dolor, mientras él estaba gimiendo y gruñendo. Les escuchaba a ambos y tenía más que asco, repulsión, por ellos, y por mí.
Raúl se corrió en mi boca al mismo tiempo que noté una fuerte arcada y acabé vomitándole encima y recibiendo un golpe como respuesta. Ese golpe me llevó a la inconsciencia. No sé cuánto tiempo pudo ser eso, quizás segundos, tal vez minutos u horas. Solo sé, que cuando me desperté me encontré a Ángel encima mía y que su padre ya no estaba.
Sus ojos estaban rojos, con las pupilas muy dilatadas. Estaba fuera de sí y yo sentía mi cuerpo arder. Notaba la sangre manar de entre mis piernas y pechos igual que ya se le podía apreciar el cansancio. Solo podía pensar y rezar por que él terminase, que me dejase, que me matase incluso.
Su plan era ese, matarme, cogió su navaja; una navaja de doble punta. Decidió que primero me metería el mango, para averiguar qué daños obtendría, después probaría con la hoja y ya finalmente me cortaría las venas para ver cómo me desangraba. Yo no creía que fuese a necesitar tanto tiempo, o quizás es lo que quería pensar. Al final, solo deseaba morir.
Cuando comenzó a hacer "su trabajo" llegó Diego; la puerta se había quedado abierta y su característico sigilo favoreció que no nos enterásemos. Diego, le golpeó con un jarrón dejándole lo suficientemente aturdido como para que me pudiese sacar de ahí, quería llevarme a un hospital, que le denunciará. Las amenazas que me había proporcionado a lo largo de esos meses y días hizo que me negase, no podía arriesgarme a que le hiciese daño a los que quiero.
Me llevó con su madre, enfermera y matrona en el hospital de la zona. Ella podría evaluar los daños y tratarlos, me dijo Diego. No recuerdo qué pasó cuando llegamos a su casa. No recuerdo lo que me dijo, pero si recuerdo las lágrimas, el dolor y la incapacidad para caminar.
Colocó varios puntos de aproximación en mis pechos, que dejaron ligeras cicatrices aún existentes en mi cuerpo. Cuando llegó a mis partes íntimas vi, como una lágrima bajaba por su rostro, vi la lastima en ella y eso me hundió más. Me encontraba bastante dañada y lacerada, pero por "suerte" apenas tendría que recibir unos pequeños puntos. Me ofreció una serie de pastillas de las que identifique un ibuprofeno; las otras, no tenía totalmente claro de que se trataban, pero confiaba en ellos. La incomodidad permanecería un par de días y yo no podía volver a casa en ese estado. Me pasé en su casa unos días donde apenas podía dormir o comer. Solo sabía llorar y las lágrimas se acabaron. Ahí comenzaron las pesadillas, Diego dormía conmigo todas las noches, tranquilizando mi alma.
Volvía a casa más callada, más débil y carente de ganas de vivir. Lo único que podía justificar mi estado era una depresión. Intenté acabar con mi vida varias veces, muchas, pero ni para acabar con mi vida servía. Empecé a sabotearme, ya que no podía acabar con mi vida, tenía que pagar mi frustración y odio hacia a mí misma de alguna manera. Lo pensé con los cortes, pero ver mi sangre me traía aún más esos recuerdos y no podía con eso. Por ello atacaba al hambre, o comía mucho y lo vomitaba o apenas comía matándome al hambre. Diego me puso un alto cuando en un mes perdí 15Kg y subí 20 con apenas diferencia de 15 días.
Ángel se fue por un año de aquí, incluso de España, lo cual me trajo cierta tranquilidad, el miedo parecía empezar a disminuir, pero, el 21 de agosto del 2018 volvió, y con él, el miedo a salir de casa. Vino a mi casa con ese ramo de rosas amarillas y rojas, por suerte no estaba, y lo recogió mi madre. Ángel me lo trajo como regalo y aquella nota que decía: "Hola mi amor, he vuelto, perdona que te dejase solita este año, ¿me extrañaste? porque yo, a ti, sí, estoy deseando volver a darte ese regalo de cumpleaños. Siempre serás mía, bebé, o mueres o serás mía". ¿Miedo? Eso se quedaba corto a lo que sentí, no hay palabras que pudiese emplear para decir cómo me sentía en ese momento. Empecé a volver a no dormir, a temblar como una hoja cada vez que salía de casa.
Al mes, volvió a irse, puede que fuese por las deudas que tenía con Omar, o quizás iba por las acusaciones contra su padre, no lo sabía, pero saber que no estaba cerca de nuevo, me traía paz. Una paz que no duró para siempre, si no, no nos encontraríamos así.
Por el puente de la constitución de ese mismo año, regresó, y regresó para no volver a irse; aunque ya no le interesaba. Eso fue un alivio para mí, lo reconozco, pero cuando mencionó que tenía una nueva pareja y que esta estaba embarazada de una pequeña niña. Me entró miedo, miedo por ellas, sabía que seguía consumiendo; no hacía falta ser una lumbrera para saber esto. Me decidí a terminar con él, a asesinarle, o morir en el intento, y lo haría. Sí yo moría sin matarle, él caería conmigo; si yo le mataba, yo moriría con él. Siempre tuvo razón cuando dijo que ambos moriríamos juntos o que mi muerte nos separaría.
Conseguir un arma y aprender a disparar, fue sencillo, tener al hermano menor de Omar como amigo facilitó cualquier cosa relacionada con ello. La fecha para su muerte estaba señalada en el calendario desde que me decidí a hacer esto. Su padre murió un mes antes, de él, no me podría vengar, solo esperaba que la estancia en la cárcel le fuese lo suficientemente desagradable, aunque con su poder, difícilmente podría serlo.
El final es hoy, dos años después de mi mayor error, aceptar esa relación con él. El 1 de noviembre de 2019.
Encontrar su nuevo hogar no fue complicado, Omar le tenía vigilado. Lograr que su novia saliera, aun menos, solo hizo falta que María, la madre de Diego, cambiase el día de su cita con la matrona (ella). Omar se ofreció a llevar a cabo mi venganza, y de paso, cobrar sus deudas, pero necesitaba ser yo.
No espero que apoyen mis decisiones, no espero nada, solo que me intentéis entender. Cuando lleguéis, mi cuerpo estará tan muerto como el suyo, o eso espero. Necesito que esté muerto.
Cuando me vió, se sorprendió, pero se alegró, dijo que podríamos repetir, que tenía aún mejor cuerpo que entonces, mi cuerpo se congeló por unos segundos, pero al apreciar que estaba bebiendo encontré mi oportunidad. Le pedí una copa, a pesar de ser abstemia, y él sonrió de nuevo, creía que esta vez sería diferente y me dejaría hacer por él. Cuando se giró, para coger una copa para mí, le apunté con el arma y le dije que se diese la vuelta. No creía que pudiera matarle, y avanzó hacia mí. El primer tiro fue a la rodilla derecha, el siguiente en sus partes íntimas y el último en el estómago.
Pensé que me temblaría el pulso, incluso creí, que podría no ser capaz, pero aquí estoy, acabando de escribir esta carta mientras veo cómo se va desangrando sobre la blanca alfombra del salón. Sus gritos dejaron de sonar hace apenas unas líneas, posiblemente pronto llegue la policía; y ahora, que por fin dio su último suspiro, es el momento de que yo también me despida. Las sirenas ya se están acercando.
Mi nombre ya no importa, no soy más que un fantasma de lo que fui, y como fantasma mi cuerpo debe estar muerto. Este es el adiós. Yo pagaré mi crimen en el infierno, pero ellos me harán compañía allí, y disfrutaré atormentandose, como ellos lo hicieron.
Adiós.
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