5. KURT
Come as you are, as you were
As I want you to be
KURT
Los niños no detienen sus gritos por más de que el profesor Derecho, a quien ayudaré con ellos, se los suplique. Saltan y aplauden como si contaran con gusanos en sus pequeños traseros.
—Bueno. —Él coloca una mano en mi hombro—. Te los dejo. —Sonríe y sale por la puerta.
¿Qué? ¿Me deja? ¿Solo? ¡¿CON ELLOS?!
Me remango hasta los codos las mangas de la camisa blanca que decidí usar para lucir algo más formal, hasta uso una corbata y me peiné de forma elegante, aunque aún así algunos mechones caen por mi frente. Observo a los niños, desde que la puerta se cerró han quedado en silencio. Dan miedo, ternura y miedo.
—Hola. —Silencio—. Seré su profesor de guitarra y piano.
Un niño alza una mano y le concedo la palabra.
—¿Estás soltero? —Frunzo el ceño y observo cómo ríen algunas madres que acompañan a sus hijos. Una de ellas me sonríe.
Y luego me llaman hormonal a mí.
—Casado —miento y los ojos de algunas señoras se agrandan. El niño me sonríe y baja la mano—. Como primera clase, les enseñaré el grupo de las teclas do, re, mi, ¿de acuerdo? Es sencillo.
Los pequeños asienten, emocionados. Doy un aplauso y comienzo con mi explicación. Con esto tan sencillo luego serán capaces de aprenden algunas canciones, que es lo que se apresuran por conocer. Y, al contrario de lo que creí en un inicio, explicarles se me hace sencillo, algo incómodo por las madres, pero llevadero. Hay berrinches de parte de varios a quienes les cuesta saber algunas notas y debo de hallar la forma más creativa para ayudarlos, ya que si no les llama la atención no aprenderán.
Un niño requiere de mi ayuda con la localización de las teclas, voy junto a él, me coloco de cuclillas y le muestro cuáles pertenecen a las notas dadas, marcando cada una con separadores de colores.
—¿En serio estás solo?
Enarco una ceja hacia el niño.
—No lo estoy.
—Es que no me creo que estés casado. —Mueve sus pies con diversión y sonrío por sus palabras.
—Algunas cosas que jamás creímos que pasarían, solo... —Me encojo de hombros—, suceden.
Asiente con lentitud.
—Le diré eso a mamá cuando me vuelva a hacer en mis pantalones.
Aprieto los labios para reprimir la risa y asiento ante su sabiduría.
Solo les enseño unas tres horas, que son más que suficientes para ser mi primer día, por lo que jugamos un poco acerca de lo aprendido, es sencillo al tratarse de niños con cuatro a cinco años. Al culminar muchos se despiden con sonrisas muy tiernas, y no sé por qué creí que serían unos pequeños complicados, hasta que veo cómo uno llora por no querer irse y debo ir a persuadirlo para que se relaje un poco. Consigo que el llanto disminuya, prometiéndole que en la próxima clase le enseñaré una canción de cualquier dibujo animado que quiera.
Estiro mi espalda y termino de ordenar el lugar, guardo la guitarra que traje, que solo utilicé para hacerlos cantar un poco, justo cuando el profesor vuelve con una sonrisa complacida.
—Me encontré a algunas madres, dicen que eres genial con los niños.
Asiento con una sonrisa incómoda, no es que me agraden esas señoras.
—Pensé que sería más difícil, pero pude dominarlos.
—¡Así se habla! —Coloca una mano en mi hombro, sacudiéndolo un poco—. ¿Y esa guitarra?
—Es mía.
—Oh, pero no es necesario, puedes usar los que hay aquí.
—Sí, es que... —Me paso una mano por la nuca—, es mi niña.
—Comprendo. —Asiente—. Oh, y no hace falta la formalidad, no es como que eso me dará una mejor imagen de ti, lo que me interesa es la enseñanza que les darás a los niños. Solo... —Señala mi vestimenta—. Sé tú mismo.
Sonrío y asiento ante sus palabras. Es un alivio que piense eso, la maldita corbata está por matarme.
Nos despedimos luego de que me haya informado sobre lo que enseñaré el próximo día, y me hago consciente de que así serán mis mañanas por varios meses, eso si logro llegar a algo estable con la banda.
Decido pasar por el frente de la universidad, aún no es el horario de salida, así que espero recostado contra un muro, con una mano despeino mi cabello mientras comienzo a tatarear una buena canción para sobrellevar la espera.
—Mi barba tiene tres pelos... Tres pelos tiene mi barba...
Los alumnos comienzan a salir como animales siendo liberados de una enorme jaula llena de números, ángulos, palabras profundas y discursos sin importancia. Me fijo sobre la multitud de jóvenes, en busca de una cabellera negra. Doy con ella justo cuando se voltea luego de hablar con una chica, de inmediato agito una mano en el aire, al verme se dirige hacia mí.
Por más que le dejé mensajes acerca de si vendría al ensayo del sábado, no respondió, y no llegó. Fue algo raro ya que había dicho, un día antes, que sí lo haría. Los demás días tampoco supe nada de ella, y no he querido ir a su casa, no me siento con el derecho de reclamarle nada, tal vez quiere alejarse un poco de todos. O tal vez solo de mí, no lo sé, pero mejor aclararlo, así que aprovecharé el momento.
—Hola —saluda. Y nada más, no hay abrazo—. Por un momento creí que vi mal. Estás muy formal.
—No tanto. —Bajo la vista hasta mi vestimenta—. Pero lo intenté.
—Te ves bien. —Toma el nudo de la corbata con gesto coqueto—. Muy bien.
—Si tú lo dices, me lo creo. —Ríe y suelta la tela.
—¿Qué tal el primer día de trabajo? —Frunzo el ceño—. Es hoy, ¿verdad?
—Ah, sí. Y mejor de lo que esperaba.
—Suerte la tuya. —Gira los ojos, bufando—. Yo tengo más trabajos para entregar.
—Valdrá la pena. —Sonrío y hace lo mismo, pero con menos ánimos. Hay pocas personas a nuestro alrededor, la mayoría sube a sus autos o van hacia el bus para dirigirse hacia sus hogares, ella parece querer hacer lo mismo así que me apresuro en volver a hablar—. No fuiste el sábado.
Su mente parece viajar a ese día, la sonrisa se convierte en una mueca y sus ojos se apagan un poco.
—Lo olvidé. —Aprieta los labios, desviando la mirada—. Estaba algo distraída.
—¿Con mi recuerdo? —Chasqueo la lengua—. Tranquila, a muchos les pasa.
Consigo mi objetivo, ella vuelve a reír. No tengo la intención de indagar en lo que pasó ese día, apenas nos conocemos, creo que sería algo atrevido de mi parte. No obstante, no está mal querer mejorarle los ánimos.
—Siempre con el autoestima hasta el cielo.
—Y el perreo hasta el suelo. —Le guiño un ojo. Ella observa sobre su hombro mientras coloca mejor su mochila—. ¿Quieres que te lleve?
—¿Qué? —Me observa y enarco ambas cejas—. Ah, no, no. Iré en bus.
—Oh, genial.
Aprieto los labios en una sonrisa y se acerca, quiero creer que es por fin para un abrazo, pero solo me extiende un puño, lo comprendo, alzo el mío y los hago chocar.
—Prometo ir al próximo ensayo al que me invites —murmura, aún con nuestros puños unidos.
—¿Y quién te dijo que te volveré a invitar?
Se aparta, su mirada cargada de seguridad me advierte lo que dirá.
—Sé que lo harás.
Asiento con una media sonrisa, porque claro que lo haré.
Observa de nuevo sobre su hombro y debe dar pasos hacia atrás al ver que el bus que la lleva ya ha llegado, alza una mano como despedida y realizo lo mismo. Sigo el bus con la mirada hasta que lo pierdo y giro sobre mis pies para dirigirme hacia mi auto, no es el mejor del mundo pero eso me vale madres, lo compré con mi propio dinero, eso le da un valor mucho mayor que el que tendría si mi padre me lo hubiese regalado.
Y tal parece que invoqué al sujeto mencionado ya que, al llegar, lo primero que veo es la camioneta negra blindada de papá.
Él está enfrente de la puerta del garaje, sus manos detrás de su espalda, haciendo así a un lado un poco del saco gris que lleva puesto. Todo en él es orden, orden y más orden. No puedo ver un solo cabello fuera de su lugar.
Lo que me faltaba.
Aparco el coche y cierro la puerta con fuerza para que sepa de mi llegada, se gira con una gran sonrisa como si estuviera feliz de verme. Le ofrezco la sonrisa más forzada de mi vida y me acerco.
—¡Qué gusto verte, hijo!
—Lo mismo digo, pa.
Claro, claro.
Coloca una mano en mi hombro, lo sacude un poco y mi mente no puede evitar compararlo con el gesto del profesor. Señala con un dedo el edificio en donde vivo.
—Gran lugar —dice con un tono de voz que intenta ser el de alguien complacido.
—Lo es.
Me recorre con la mirada.
—¿Y esa ropa?
—Vengo de trabajar —respondo con sequedad.
Me aparto y abro la puerta corrediza del garaje, lo observo sobre mi hombro y hago un gesto con la cabeza para que ingrese conmigo, realiza una mueca de disconformidad para al final ceder.
No es el hotel de cinco estrellas en el que él suele hospedarse en sus viajes de negocios, pero cuenta con un techo y eso es suficiente. Claro que su rostro arrugado al ver las cosas que hay en el interior del garaje no es el de felicidad pura, no es lo que él quería para mí.
Llega hasta un sillón, pero no se sienta, solo alza la mirada para observar el techo.
—Siéntete como en tu casa.
—No creo poder hacerlo —murmura por lo bajo.
—¿Perdón?
—¿Qué? —Me observa, alzando las cejas como un hombre inocente—. Nada, nada.
Sonríe y dejo la guitarra en su lugar para luego quitarme la molesta corbata. De reojo veo cómo hace el amago de sentarse, pero no consigue dejar de lado su desagrado por el lugar.
—¿Se supone que debo de estar orgulloso por estas tonterías, Kurt? —dice, dejando salir su verdadero lado.
Me encojo de hombros.
—Se supone.
Quedo de espaldas a él, tomo un trapo de una esquina para limpiar unos cuadros colgados en la pared, cualquier cosa con tal de no verlo a los ojos.
—¿En serio crees que lograrás algo con estos muchachos? —Bufo sin girarme hacia él—. No hacen más que perder el tiempo y pensar en llegar a lograr un sueño tonto. Tengo una empresa, dinero, mucho dinero. Puedo hacer de ti un verdadero éxito si trabajas conmigo.
Aprieto la quijada. Tengo cuidado de no romper el material de uno de los cuadros al pasar el trapo por él. Trago y volteo, sus manos están puestas en su espalda baja, como lo encontré en un principio. Es su pose de padre controlador y decepcionado, lo he visto varias veces a lo largo de mi vida.
—¿Terminaste?
—¿Quieres que continúe? —Silencio—. ¿Quieres que siga diciéndote tus verdades? Porque te las digo cada semana y no logro nada más que-
—Exacto —lo interrumpo y me observa con enojo—. No hace falta que sigas porque conozco cada palabra que dirás. Me lo sé de memoria.
—Entonces... —Alza sus brazos para volver a bajarlos en un acto de cansancio—. ¿Por qué no buscas algo mejor?
—¡¿Y por qué tú no intentas apoyarme?!
—¡¿Cómo lo hacía tu madre?! ¡¿Quieres terminar como ella?!
—¡No soy ella!
—¡Eres igual de iluso y patético, vas de mal a peor!
Hijo de...
No puedo evitar explotar. Yo con mis razones bien escritas, y él con sus pensamientos destructivos sobre mamá. No sé cómo logra sorprenderme mucho más cada día por la forma en la que, hace unos años, supe que pensaba de ella.
Su rostro pierde el color rojo que fue tomando a medida que fuimos gritando, siento también el ardor en el mío, pero no por el esfuerzo que me llevó gritar, sino por la rabia.
—Vete —ordeno, seco.
—No qui-
—¡Vete! —vocifero entre dientes.
Traga y se pasa ambas manos por su cabello ya algo canoso, lo peina de forma correcta, tal y como el mundo debe verlo: perfecto.
Abre su boca para hablar, pero me le adelanto.
—Ahora irás a verla, ¿no es así? —Vuelve a tragar y desvía la mirada—. ¿No quieres añadir algo más antes? Como, no lo sé... —Finjo pensar por un momento—. Drogadicta.
Se endereza, tomando aire para intentar mantenerse a raya.
—Detente, Kurt.
—Hablas como si de verdad no pensaras en gritarlo con todas tus fuerzas.
—¡Que te detengas!
Aprieto los dientes.
Una muerte por causas naturales está bien, pero una muerte a causa de las drogas es mucho para la polémica, es por eso que, cuando ella estuvo en su punto más bajo, él no hizo acto de presencia, solo el pequeño Kurt. Un Kurt que no entendía una mierda.
—Lárgate a narrarle tu gran charla con tu hijo desastroso a tu nueva mujer. —Abre mucho los ojos.
—Ella no es-
—Los periódicos dicen lo contario. O mejor dicho, las fotos en ellos.
Se relame los labios y se gira hacia la salida, estoy por cantar victoria cuando vuelve a girarse. Suelto aire por la nariz, harto de todo esto.
—Le llevaré sus flores favoritas —dice y quiero vomitar sobre él—. Deberías aceptar venir conmigo alguna vez.
—Como si eso arreglara algo.
Tomo otro cuadro y paso el trapo por él. Vuelvo a escuchar sus pasos cerca de la salida, y de nuevo se detiene.
—¿Ya no ves a la psicóloga?
—¿Quieres irte ya?
Me giro para enfrentarlo una vez más. Baja la mirada y va hacia su coche, antes de ingresar me dedica una última mirada, suspira y, un rato después, deja mi hogar.
Mis ojos permanecen anclados en un punto fijo en la pared. No entiendo su insistencia hacia el mismo tema. Si voy a visitarla siempre es en soledad, así no hay nadie de quién temer, no temo a que me pidan que detenga el llanto, los sollozos o algunas súplicas.
Y no necesito de la tortura que conlleva pasar tiempo con él.
Gruño y, sin percatarme, ejerzo demasiada fuerza en el cuadro en mis manos hasta que se escucha que algo cruje.
Bajo la mirada y maldigo, he roto una de sus esquinas, solo un poco, por lo que al colocarlo en su lugar no se nota tanto, la abertura queda escondida, tal y como las que llevo en mi interior.
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Wenaaaas
¿Qué les parece todo hasta ahora? Vamos conociendo a nuestros loquillos...
Me emociona un chingo todo porque YA SON MÁS DE 6K DE LECTURAS MERIYEEEEEEI
¡Muchas graciaaaaaas!🥺💞
Me ayudarían un montón más si recomiendan la historia, eso si les va gustando y quieren que alguien más sea alumnx de Kurt, solo digo 7u7
Coman bien, vean el atardecer y den amor, yo les traeré mucho de este último en otros caps, sabes a lo que me refiero *guiño guiño*
¡Muak!
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