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36. KURT

Now the tide is rolling in

I don't wanna win

Let it take me, let it take me

I'll be on my way

How long can I stay

In a place that can't contain me?

I'm Tired – Labrinth & Zendaya

KURT

Lo que me rodea es borroso.

Mi entorno se va aclarando cuando coloco una mano en el umbral de la puerta, balanceándome, como si estuviese ingresando a un nuevo mundo, uno con las decoraciones que en este instante me provocan nostalgia, odio, amargura.

La habitación de mamá.

No ha cambiado, y no lo hará por mucho tiempo más al ella ya no estar aquí, menos con papá negándose a estar en esta por culpa de los recuerdos. Y es la primera vez que yo coloco un pie adentro luego de resignarme rotundamente a su partida.

Emito una pequeña risa al tiempo que me dejo caer de lleno en el suelo, con la espalda contra los pies de la cama. Bufo antes de llevarme la botella a la boca, el alcohol siendo mi mejor amigo desde hace semanas.

Mi vista permanece en la nada, mi respiración siendo tranquila mientras alzo una mano para limpiarme con el dorso la sangre que siento salir de mi nariz. Meterme en peleas en las madrugadas se ha vuelto otro de mis nuevos momentos. Hay algo enigmático en eso, me permite drenar mi frustración en quien sea mi oponente, golpearlo hasta tenerlo al borde de lo inevitable, como desearía estarlo yo, por ello hay veces como esta en las que no me defiendo del todo y permito ser el saco de boxeo, como si el dolor físico pudiese opacar el de mi interior.

Observo las manchas carmesís en mi camiseta blanca, y resoplo con diversión, echando la cabeza hacia atrás, extendiendo mis brazos a mis costados y comenzando a reír, despacio, pero llego a hacerlo con ganas, con fuerza, soltando altas carcajadas.

Una imagen escalofriante.

—No entiendo por qué... —Otra carcajada—. Por qué te fuiste... ¿por qué lo hiciste?

Las risas siguen hasta que de un movimiento brusco lanzo la botella de vidrio, haciendo que impacte contra la pared frente a mí y se haga trizas.

Acerco mis piernas a mi pecho al igual que mis manos a mi rostro, volviéndome pequeño, como si pudiese protegerme de esta forma, sintiéndome débil. Solo.

Las manos me tiemblan cuando aferro mis dedos a mi cabello y lo estiro con frustración, balanceándome de adelante hacia atrás.

Gruño con una ira desmedida.

—¡¿POR QUÉ?!

La garganta me arde, quema, duele con cada gruñido y grito que suelto. Mi cuero cabelludo exige que detenga la tortura, mi cuerpo pide que paralice el malestar de alguna forma. El alcohol no lo hará, saber eso me enoja mucho más, porque en el fondo sé que necesito esto, soltar lo que me ata a esta tortura.

¿Quién me escucharía?

¿Quién estaría para mí desde hoy?

La respuesta: nadie.

Nadie lo estuvo antes en realidad.

Nadie está ahora.

Y nadie nunca lo estará.

—¡¿QUÉ CARAJOS?! —grito al borde del llanto—. ¡¿NO SOY SUFICIENTE?! —Río, sintiendo lágrimas deslizándose por mi rostro—. ¡¿ALGUNA PUTA VEZ LO FUI?!

Cubro mi rostro con mis manos, apretando mis dedos en mi piel. Mi cuerpo tiembla completo, y bajo mis manos por mis mejillas, estirando mi piel, gruñendo.

—¡PÚDRETE! —vocifero con furia, sin control—. ¡PÚDRETE!

Respiro con dificultad, mis dedos clavándose en mi rostro, queriendo sentir algo que no sea esta sensación de pérdida, de tenerlo todo completamente jodido, de no poder arreglar las cosas, de saber que ya nada será como antes. Porque, a pesar de tenerla mayormente ausente, al menos la veía, al menos la escuchaba, al menos la sentía, lejos, pero ahí estaba.

«No importa cuánto grite... Ella no volverá».

De forma lenta, mis manos bajan hasta posarse en el suelo. Mi pecho se agita por mi manera de querer retener el llanto, y con mis manos intento estar más recto al apoyarlas con fuerza al suelo, pero luego quiero levantarme, necesito hacerlo, el estar en el suelo hace que mi cuerpo se sienta ahogado, atrapado.

—Por favor... —suplico a la nada.

En mis seguidos intentos por erguirme, termino sobre mis rodillas, pero estas fallan y termino cayendo de lado en el suelo. Mi pecho arde, como si no obtuviera aire suficiente, y duele, me consume. Y, en medio de la locura, consigo hablar:

—No... —susurro, culpable—. No te vayas... Mamá, no te vayas... —Mi palma temblorosa queda sobre la alfombra, su favorita, acariciándola—. Aún no, por favor...

Lágrimas de impotencia ruedan por mi piel, mis dedos se aferran a la tela bajo ellas, mis pies se deslizan con desesperación por el suelo como si este se fuese a desvanecer, como si fuese a morir.

Soy más frustración que antes, más incapacidad de pensar, más cólera, más dolor.

Termino con mi espalda contra el suelo, respirando de forma entrecortada. Subo mis manos y entierro mis dedos en mis ojos, estirando el párpado inferior con fuerza hasta sentir el desgarre de la piel, la sangre brotando y cayendo por mi rostro desquebrajado, líneas negras brotando de mis poros al tiempo que mi cuerpo se contorsiona.

Grito con profunda agonía, hasta que me pitan los oídos, hasta que mis cuerdas vocales son rotas y puedo degustar del sabor metálico.

«Si el dolor saca lo mejor de nosotros, he aquí mi versión renovada».

***

Tomo mucho aire de un solo golpe, abriendo los ojos con temor tras esa horrible imagen que fue real, ¿o no? ¿Fue... mi imaginación? Se sintió tan vívido.

Mi respiración es un desastre que intento regular al tiempo que paso una mano por uno de mis ojos, lo que me hace recordar la sangre y la aparto de inmediato, incorporándome con rapidez para ver mi palma bajo la luz de la luna ingresando por mi ventana.

No hay nada.

Es una mano limpia, normal.

Resoplo, pasando esta vez mis dos manos por mis ojos y, al recordar, también por mi boca.

«Mierda. Qué jodida pesadilla».

Aunque sé que no lo fue por completo.

Bajo mis manos, fijando mi vista en el cuadro que me regaló Coraline, lo hago muy seguido desde que lo tengo conmigo, me reconforta.

El final de lo que vi sí fue una pesadilla, mi mente distorsionando lo que pasó aquel día: un mes luego de la muerte de mamá.

Fue real, el inicio, la mayor parte sí sucedió, y el tener tan pegadas las sensaciones que me causa recordarlo tan bien, como si hubiese pasado hace solo segundos, crea una presión en mi pecho que me hace llevar mi mano allí, tomando lentas respiraciones.

«Ya pasó. Ahora estás mejor. Créelo».

Ya no me paso con el alcohol, tan solo bebo una lata o vaso si se da la ocasión, y eso luego de meses sin probar una sola gota, luego de recibir ayuda. Si hay la opción de algún refresco, tomo eso. ¿Hubieron burlas por preferir sodas y no unirme a los demás? Las hubo, y no me importaban, porque la primera vez que caí en ese hoyo, fue la primera noche que me descargué con el vacío, con una madre que ya no estaba, llorando y culpándome por lo que hubiese sido. Y esa noche, es la que acabo de ver.

El saber que parte de mi adolescencia la utilicé luego para realizar eso, escupirle lo que sentía a su espíritu, con el alcohol en mi sistema, me consume. Y fui más allá, refugiándome en lo que ella misma me había mostrado que era la peor forma de hundirte en tu propia mierda, y de una manera muy contradictoria: dañándote para dejar de sentir.

No lo sé, quizá una parte de mí creyó que, al ella morir por las drogas, podría encontrar partes de ella en ese mundo, a la vez que acallaba todos esos pensamientos junto a esa maldita sensación de ir hundiéndome.

Pero solo era eso, una suposición, pura mierda, porque lo único que lograba era desconocerme cada día más.

Presiono mi frente contra mi palma. Cierro los ojos con fuerza.

—Un cerebro jodido, eso es lo que tengo —murmuro por lo bajo.

Observo a Misha, súper cómoda, dormida en una camita gris que por hoy he colocado pegado a los pies de mi cama, esta se la compré apenas la tuve conmigo. Me da paz verla, tenerla conmigo.

Dejo salir mucho aire antes de levantarme para ir por agua, viendo que son casi las tres de la madrugada. Me harta no poder dormir lo que debo, y si estos recuerdos/pesadillas se hacen recurrentes, terminaré hecho un desastre andante, similar a un zombie.

Al apenas dar como cinco pasos, el tono de una llamada entrante hace que me sobresalte. Incluso Misha levanta la cabeza en alerta.

—¡Que me hago encima! —exclamo aún en voz baja, suspirando al tomar el teléfono. Todo mal humor se va al ver que es Coraline, y me llevo el aparato a la oreja con una gran sonrisa—. ¿Te es imposible dormir sin mí, my love?

Silencio. Una sensación extraña me recorre y frunzo el ceño.

—¿Cora?

Ella ríe, bajito.

—Shh, podrías despertar a tus vecinos, Kurtquidunqui.

—¿Qué...? —Mi confusión crece al escuchar que vuelve a reír—. Dejaré de lado el horrible apodo porque no te escucho bien, ¿dónde estás?

—La pregunta es... ¿dónde no estoy? —Ríe como si fuese una gran travesura—. Pero la verdad es que odio este pasillo, huele a caca... ¡Ah, no! Es que me tiré un pedito, pero... no le digas a nadie —susurra lo último en modo secreto.

No puedo evitar reír un poco por eso pero, ¡mierda! Me estoy comenzando a preocupar, ella no es así a menos que... A menos que...

—Un momento —digo, arrugando las cejas con disgusto—. ¿Estás ebria?

Suelta unas risitas que van en aumento.

—¡Shh, no le digas a nadie! Se suponía que no lo volvería a hacer.

Suelto mucho aire, angustiado, de seguro no tiene ni idea de en dónde se encuentra, y no sé qué mierda debo hacer en este caso, ¿rastrear su teléfono? Ni puta idea de cómo se hace, tendría que molestar a James o a Sax, pero este último debe estar en su quinto sueño lujurioso, y el primero en el de alguna fantasía sobre una habitación bien ordenada.

—De acuerdo, de acuerdo. Guarda la calma —digo, más para mí que para ella, aunque mi intención es al revés—. Quédate donde estés, ¿bien? Voy a tratar de, hmm... No sé, quédate ahí, ¿me escuchas?

—Mi culo no piensa ir a otro sitio —dice con picardía y diversión que en otras circunstancias me harían reír.

Ahora no. Ahora estoy que de verdad me cago de la preocupación.

No corto la llamada, así como estoy salgo de mi habitación y corro hacia la puerta de entrada, buscando y tomando las llaves, bien torpe. Apenas noto a Misha pasando entre mis pies para ir al sofá, por lo que tropiezo con ella y le pido disculpas.

Llevo el teléfono a mi oreja al abrir la puerta.

—No pienses en... moverte.

La última palabra sale de mi boca de forma lenta, en automático, porque lo primero que veo al posar mi vista en el pasillo, es a Coraline, recostada contra el marco de la puerta y, tras un paso, cae con todo su peso sobre mí.

Permanezco inmóvil, impactado, y un escalofrío me recorre cuando me abraza y hunde su rostro en mi cuello como si buscara calor.

Su voz es apenas un susurro:

—Te necesito...

Mi pecho sube y baja con la respiración algo acelerada, sin poder controlar mi sorpresa. Bajo la mirada y compruebo que es real, que se encuentra aquí siendo mucho más que vulnerable, siendo una versión desconocida de sí misma.

La tomo del rostro pero ella lo mueve para intentar liberarse, queriendo quedarse en mi cuello.

—¿Qué mierda, Coraline? —El olor a alcohol llega a mí. Alzo las cejas con asombro—. ¿Cuánto tomaste?

Se señala con un dedo, y ni siquiera lo hace bien, su dedo apunta a la pared de al lado.

—¿Yo? Ni tanto... —Niega con la cabeza—. Solo... No sé... ¿Un buen para olvidar mis penas? —Ríe, pero yo no le veo lo gracioso al asunto.

—Mierda —mascullo.

Recuesta su cabeza contra mi hombro y alza sus manos para moverlas como si hubiera música a nuestro alrededor.

—Nananana —canturrea.

Paso un brazo por su cintura al percibir que se balancea con torpeza. La sostengo y puedo percibir cierto aroma floral de su colonia que logra embriagar mis sentidos, eso junto a caer en el hecho de que, a pesar del cabello algo revuelto y el maquillaje de los ojos corrido, sigue benditamente hermosa.

Sacudo la cabeza. Me percato de que su teléfono ha quedado medio guardado en uno de sus bolsillos y lo tomo para guardarlo en el mío más seguro, en eso también veo que afuera hay una mochila, la suya, tirada con descuido en el suelo.

—Hey... —No me hace caso—. Coraline. —Tampoco, así que decido tomarla con delicadeza de la mejilla con mi mano libre—. Cora, ¿cómo llegaste aquí? ¿Lo recuerdas?

Tengo que saber si corría peligro, o si hay alguien más afuera que la trajo para avisarle que está bien o algo, pero ella refunfuña y me toma de las muñecas para alejar mis manos.

—Agh, déjame.

Quedo descolocado tras la mirada reprobatoria que me dedica antes de pasarse ambas manos por el rostro. La observo en silencio, pero alerta al ver que se tambalea al caminar.

—Te ayudo. —Impide que me acerque con un gesto de brazos—. ¿A dónde vas?

No responde, solo camina como puede hacia... No tiene idea de a dónde, hasta que parece recordar la puerta de mi habitación, la dirección de esta, y camina hacia ella. La sigo luego de tomar su mochila para colgármela y asegurar con rapidez la entrada. Llego justo a tiempo cuando sus pies se enredan y por poco se da de bruces contra el marco de la puerta. Paso un brazo alrededor de su cintura y la atraigo de lado hacia mí.

—Mierda, Cora, vas a lastimarte. —Afianzo mi agarre—. Déjame llevarte a la cama, no estás bien.

Se deja encaminar sin rechistar y lo agradezco internamente.

—No... Yo quiero...

—Dime lo que sea, pero en la cama, ya fuera de peligro.

La gran sorpresa me la llevo cuando se gira, alza sus manos y las coloca en mi nuca para acercar mi rostro al suyo. Se relame los labios y paso saliva, nervioso.

—¿Qué...?

—Quiero que me folles.

Vuelvo a tragar.

«Yisus, ¿pero cuánto bebió?»

—Cora, no hagas esto.

Intento quitar sus manos de mi nuca, pero se resiste.

—Quiero eso, solo eso...

Suelta su pesado aliento en cuello justo antes de ir dejando besos húmedos en mi piel que me hacen estremecer. Aprieto los dientes cuando comienza a lamer, en eso afloja su agarre y tomo el momento como una ventaja que me facilita el alejarla de mí, tomándola desprevenida.

La tomo de las muñecas, haciéndonos girar hacia un lado para así retener estas contra la pared que queda detrás de ella, acorralándola.

—No. No haremos eso. Por más que sé que cuando no estés en estas condiciones puedas querer hacerlo. Ese no es el caso, y no voy a aprovecharme de la situación —digo con firmeza—. Mi deber ahora es protegerte, y si tengo que hacerlo de ti misma, lo haré.

Queda en silencio. Sus ojos sin dejar los míos. Su semblante siendo uno sorprendido, el mío, serio.

Ella toma aire, separando sus labios para hablar, y la espero, atento.

—Vete a la mierda.

Peor quedo al ver que sus ojos se cristalizan.

Se zafa de mi agarre con una brusquedad que me hace retroceder unos pasos. Ella se sujeta la cabeza, respirando con irregularidad.

—Aún tienes alcohol en tu sistema, mejor duerme —digo con calma, midiendo mis palabras para no decir las otras cosas que quiero que haga antes de meterse en la cama, como tomar un baño, pero debo ir lento.

Me duele el pecho de solo ver cómo una lágrima cae por su mejilla.

—No quieres.

Arrugo las cejas.

—¿Qué?

—Me rechazas.

—Coraline, estás borracha, así que-

—¡Ya déjame! —Doy un respingo por su tono tan alto, llena de ira—. ¡¿Por qué mejor no te vas de una puta vez?! ¡Como todo el mundo!

Me asustan lo rojos que se han puesto sus ojos y lo mucho que los abre, cómo gruesas lágrimas resbalan por sus mejillas y alza ambas manos para estirarse de los mechones mientras aprieta los dientes. Ya no hay diversión, ha pasado a otra fase provocada por la cantidad de alcohol recorriendo su cuerpo, pero impulsado por lo que se ha estado guardando, eso es seguro.

Lentamente, camino hacia mi escritorio donde dejo su teléfono, la mochila queda sobre la silla frente a esta y, con esa misma actitud, intento acercarme a ella, pero camina en círculos, alterada, así que solo me mantengo observándola en busca de palabras en mi mente que ayuden. Es como si nunca hubiese pasado por una situación como esta, porque lo he hecho, miles de veces con amigos.

Repasando esos momentos, creo saber la razón de mi mente en blanco.

Porque no es ninguna de esas personas, es ella. Con esas personas también tenía miedo de no poder ayudarlos, por supuesto, pero esto va a mayor escala, ella lo cambia todo.

De un movimiento rápido, se gira hacia mí y me apunta con un dedo. Entreabro los labios para hablar, pero ella es más rápida.

—¡No! —Me sobresalto—. ¡Cállate! ¡No digas una maldita palabra! —Su respiración es acelerada y trago para mantenerme muy quieto y no alterarla más—. Solo cállate y no digas lo que Gigi repite una y otra vez. La amo pero me cansa que ella también quiera mejorarme con dulces palabras, ¡no quiero eso, porque no mejoraré!

—Cora-

—¡¿Que no lo entiendes?! ¡Soy un desastre que nadie logrará arreglar porque yo misma me hago esto! —Baja el dedo y deja salir su respiración, con una mirada en la nada que logra erizarme la piel—. Lo intento. Jodidamente lo intento y fracaso y voy y... no entiendo cómo veo a todos triunfar y yo... yo...

Con rapidez, antes de que actúe de nuevo, me acerco y la envuelvo con mis brazos. Sus manos suben por mi espalda y se aferran a mis hombros, como si sintiera que está por caer. Queriendo resistir un poco más al dolor.

—Aquí estoy —le susurro.

—No sé qué hay de... malo e-en mí —dice entre hipidos—. ¿Haré esto to-toda mi vida? —Su cuerpo se sacude con cada palabra y alzo una mano para acariciarle el cabello de arriba abajo—. No quiero esto... —La voz se le quiebra—. No lo quiero, Kurt...

Me parto en mil pedazos cuando aumenta su agarre, sus dedos clavándose en mi piel, apretándome contra ella, como si buscara refugiarse en mí. Niega con la cabeza, sin poder contener el llanto.

«Mierda, no quiero verla así, cada maldita parte de mí sufre con ella».

Percibo el temblor con el que comienza a contar mi cuerpo, afectado, y lo único que se me ocurre para sentirme mejor es abrazarla más fuerte, hundiendo mi rostro en sus mechones, sintiendo su calor.

Tengo miedo. Mucho miedo.

No la ahogaré con preguntas, pero es necesario que sepa qué la tiene así, y lo peor es que sé que no se lo preguntaré, no en mucho tiempo hasta que todo esto pase, y me carcome la espera, no saber qué hacer, cómo ayudarla, cómo hacerla sentir a salvo, comprendida.

«¿Cómo hacerlo si se cubre con sus propias sombras y me aparta?»

Las respiraciones que realiza son en medio de hipidos. A pesar de su estado, aún logra que prevalezca su lado duro, y puede que no se dé cuenta, puede que lo haga por costumbre, por ello no me espero el que comience a hablar, viendo el pasar de su expresión a una más abierta, una donde no hay capas.

—No debí hablarle así, él solo quería... un abrazo, y yo... —Suelta mis brazos y baja sus manos para cubrir su rostro, su frente quedando recargada en mi pecho—. Yo... ¡soy un pedazo de basura!

Veo la forma desesperada en la que aprieta sus ojos con la parte baja de sus palmas. Y si a mí me duele verla así, no puedo imaginarme el caos en ella, lo que retiene, lo que procura dejar de sentir.

En medio de mi guerra mental por la confusión que todo esto me provoca, me relamo los labios secos, nervioso, pero dispuesto a actuar al procurar tomarla de las manos.

—Por favor, no hagas eso, Cora.

—¡No! —exclama, pero en voz baja, más al su voz estar amortiguada contra su palma—. No...

Desliza sus manos con lentitud hasta dejarlas sobre sus mejillas, ensimismada, para luego deslizarse contra la pared detrás de ella, de manera perezosa, como si el cuerpo le pesara. Suspira de forma entrecortada al quedar sentada.

Analizo la situación y llego a su lado para sentarme con un poco de espacio entre ambos, esperando su reacción.

La frialdad en su voz congela cualquier pensamiento:

—Lo odio.

Deja salir las palabras en un murmullo bajo, con la mirada desenfocada y el semblante serio. Podría asustarme.

—¿A... quién? —me atrevo a preguntar.

Se acomoda, tomándose su tiempo en flexionar una pierna más que la otra, echar la cabeza hacia atrás y mirar el techo con sus manos en su regazo.

—Sam es lo único que me queda —dice, evadiendo mi pregunta—. Su pureza está hecho trizas... pero sigue mereciendo ser feliz.

En serio me asusta el camino que están tomando sus palabras. Temo que sus pensamientos se mezclen y suelte algo que no quiera, que entre ellas esté la verdad de todo. Por más que quiera saber lo que sucede, no me parece correcto que sea así.

—Vas a protegerlo, como siempre lo has hecho.

—No puedo...

Frunzo el ceño. Los mechones le cubren parte del rostro junto con su fleco, y aún así, puedo ver el líquido escurriendo por sus mejillas.

—¿Por qué? —cuestiono, temiendo por algún motivo de su respuesta.

—Por más que quiera... —murmura, una sonrisa estirándose en su rostro, una llena de grietas—, terminaría muerta antes de poder darle lo que merece.

Quedo de piedra.

Profundizo en sus palabras y no encuentro en mi mente algo que haga realidad lo que dice, y por qué cuenta con tanto miedo, el que se ve en sus ojos. Ella agoniza, teme por su vida.

—¿Qué te hace llegar a esa conclusión?

Solo recibo una negación.

Y lágrimas.

Si el corazón contara con la opción de realizar ciertos sonidos para cada sensación, se podría escuchar el crujido del mío, como cada pieza cae al verla hundirse en sus propias sombras.

—Él siempre va a ganar, ¿no? —Inhala y su pecho se sacude—. E igual... Siempre esperaremos que algo cambie.

Debo pasar saliva.

—No comprendo a qué te refieres.

Me alejo un poco al verla reír de nuevo, poco a poco hasta llegar a una escalofriante melodía que me remueve el estómago, las imágenes de aquella pesadilla pasando ante mis ojos, comparando a aquel Kurt con esta Coraline.

Al final, permanece con una sonrisa débil.

—No debería estar aquí —susurra antes de girar su rostro para observarme—, pero lo estoy.

—Cora...

Sé lo que viene, y no quiero que siga, porque espero saberlo todo cuando ella esté realmente dispuesta, pero no puedo callarla una vez comienza a hablar.

—Y no debí tomar de esa forma. Algo... —Presiona un dedo en su sien—. Algo aquí me lo decía, pero no entendí, y... me cansa no entender nada. —Deja caer su mano—. Pero sé algo. —Sus ojos portan nuevas lágrimas—. Que no importa qué haga, él siempre regresa. Y yo siempre... seré su reflejo.

Sonríe en medio de toda esa destrucción.

—A los dieciséis busqué esta salida, robando las botellas de papá. —Alza ambas manos como si me presentara a un viejo amigo, como si refugiarse en el alcohol no se tratara de una horrible decisión—. Y..., un año después, una gran paliza me hizo detenerme. —Ríe por lo bajo—. Por eso tengo esto.

Alza una mano hasta su frente, toma los mechones que conforman su fleco, y los sube. Mis ojos se abren con incredulidad al ver la cicatriz en la parte inicial de su frente, parte de ahí hacia la izquierda y se desvía un poco hacia arriba, es del tamaño de la mitad de mi dedo índice. Por mi mente pasa la vez que le corté el cabello, ni siquiera allí podría haberlo visto porque la marca solo es visible si se aparta todo el cabello de esa zona, como ahora.

«No puede ser verdad».

—¿Qué...?

La voz me sale débil.

Coraline apoya su cabeza contra la pared.

—Papá deja lindos recuerdos.

«No puede ser verdad. Mierda».

—¿Él...? ¿Él hizo...?

—También deja estos —murmura a la vez que rodea su muñeca con una mano, luego la suelta un poco y deja caricias sobre las venas que se logran ver.

—¿Hablas de...?

Sí. Habla de los morados.

Ahora no cuenta con ninguno, me aseguro de repasar bien la zona, y no hay, pero sé que se refiere a eso, y de solo recordar lo mal que las tenía cuando la acababa de conocer, provoca que me le quede viendo, impactado.

—Me dejó a lo Harry Potter —bromea, riendo con amargura.

Me incorporo de un movimiento que podría marearme, pero la rabia en mi interior lo impide.

—¡No puede hacerte eso! —exclamo en voz baja, sin querer asustarla, pero nervioso por lo que me está soltando.

Miles de preguntas me asaltan: ¿Desde cuándo es así? ¿Pasó toda una vida de esta forma? ¿Ha aguantado todo este tiempo y debe seguir haciéndolo?

«No. No debe seguir así, no puede. Debo...»

—Creo que lo hace para marcar territorio —comenta, sin ser consciente de mi estado—. Como si solo él tuviera el permiso de dejarlas.

—¡Pero no es así! —vocifero, aterrado—. ¡Nadie puede!

El vacío en su mirada me deja perplejo cuando la conecta con la mía.

—¿Entonces por qué siento que no se acabará nunca?

Tomo todo el aire que mis pulmones me permiten.

Falta aire. Falta mucho aire.

Es tan difícil respirar.

Mi espalda impacta contra la pared cuando me dejo caer sentado, con un temor latente que de seguro es visible en mi semblante, porque el aire se hace espeso, difícil de ser bien recibido por mis pulmones que siento que no se expanden lo suficiente, que podrían explotar si los sigo forzando a crecer más como si eso fuese posible.

Aprieto las manos en puños, uno contra mi abdomen, cerrando los ojos para así ir controlándome, porque sé lo que sucede, y sé lo que debo hacer, no solo por mí, porque ella sigue aquí, necesitándome.

Expulso lentamente el aire por la boca, apretando los dientes al el conocido temblor recorrerme entero, pero sigo respirando, intentando alejar todas las imágenes que se crean al sus palabras volver a calar en mí, poderosas, destructoras, buscando aniquilar la calma que voy consiguiendo.

Me concentro, aflojando y volviendo a apretar las manos. Voy calmándome, no del todo, con parte de aquella rara sensación aún acompañándome, pero ya más centrado.

—¿Cómo es que...? —Trago—. ¿Cómo es que pasas por eso?

Es más una pregunta para cualquier deidad que nos esté observando, si es que realmente existe alguno, algún poder mayor, pero, si es así, ¿por qué ella?

Coraline responde con calma:

—Porque la vida te pisotea. Te piden que te levantes todos los días y enfrentes siempre la misma mierda. Y... —Encoge los hombros—. Esto es lo que me toca.

«Debo hacer algo».

«No es justo».

Inhalo con fuerza y la saco con rabia, enojado al darme cuenta de lo normal que ella puede llegar a verlo, de lo acostumbrada que ya debe estar a esos recuerdos que de seguro son la causa de esas ojeras debajo de sus bellos ojos, de que estos no brillen en su totalidad ciertas veces, de que su sonrisa sea apagada, de que intente disfrutar al máximo las cosas porque sabe, lo sabe muy bien, que nada dura para siempre y que podrían arrebatarle esa porción de felicidad en un parpadeo.

Su voz, suave, me saca de mis pensamientos:

Hey, Lord, You know I'm trying

Trago con dificultad, sintiendo una punzada en el pecho al reconocer la letra.

«¿Por qué justamente esa canción?»

Ella cierra los ojos y prosigue:

It's all I've got, is this enough? Hey, Lord, I wanna stay

Me hace preguntarme qué escenas estarán pasando por su mente a la vez que la melodía las envuelve, les da un nuevo sentido. Porque las que me llegan a mí podrían hacerme vomitar.

La veo a ella, recibiendo golpes.

La veo a ella, aguantando lo que siente.

La veo a ella, soportando un poco más.

La veo a ella, ocultando la verdad para protegerse.

Es retorcido.

Siniestro.

Sacudo la cabeza, alejando cada imagen que intenta volver. Escucho su risa despreocupada, lo que me hace pensar en que al menos en este estado logra resguardarse un poco de la pesadilla, y está mal verlo de esa forma, por ello el pensamiento se va tan rápido como llegó.

Tomo aire para colocarme de rodillas a su lado, porque no pienso quedarme sentado toda la noche con ella así, debo reponerme y ayudarla.

Le acaricio la mejilla sonrojada. Sus ojos paran en los míos.

—Vamos a darte un baño, ¿sí? Eso te ayudará —murmuro despacio, acoplándome a esa paz en ella que no es más que una fachada.

Arruga el entrecejo.

—No quiero... —protesta a la vez que aplasta su mejilla contra mi palma, haciendo que sus labios sobresalgan más.

Sonrío con dulzura, una que se paraliza por culpa de la voz en mi cabeza.

«Este precioso rostro ha pasado, y pasa por múltiples palizas...»

—Vamos, te ayudo —apremio y gime en protesta.

—Que no... —se queja y suspiro.

Lo siguiente, no lo veo venir.

Ella se incorpora con rapidez, con las ganas recargadas, y va directo al baño, tambaleándose un poco en el acto. Una sonrisa victoriosa aparece en mis labios, pero desaparece al verla parar de golpe y recargarse del marco de la puerta.

Logro llegar a ella en el momento en el que cuenta con una arcada. Actúo de inmediato.

Rodeo su cintura con un brazo y la apremio a ir conmigo hacia el retrete a unos pasos de ella, puede hacerlo y me derrumbo con ella cuando llega otra arcada, el vómito siguiéndole. Tomo su cabello con mi mano libre, mientras que con la otra realizo círculos en su espalda.

—Lo haces bien. Tranquila, Cora.

Vomita un poco más hasta soltar un quejido por el sabor y el cómo debe haber quedado su garganta.

Tengo una costumbre de dejar una botella de agua allí, todas las mañanas, sobre el lavado, raro pero me sirve ahora que tomo esa botella y se la ofrezco, destapándola y ayudándola a enjuagarse la boca.

—Sabe a mierda —protesta para luego beber el agua.

—Pasará con esto, lo prometo.

Acaricio su cabello y sus ojos suben hasta los míos con un tinte de asombro y agradecimiento. Le sonrío con calidez, o trato, en mi interior estoy muriéndome de la preocupación, a pesar de saber que esto la ayudará a estar mejor.

—Sigues aquí... —susurra con voz rasposa.

Mi pulgar viaja con cariño hasta su mejilla, sintiendo su piel delicada.

—¿Dónde más podría? Aquí es donde estás.

El momento se destruye un poco al yo estirar la cisterna, pero tampoco podía dejar que el olor se expanda.

—¿Cómo no se dan cuenta de que al decir "no pasa nada", lo que uno quiere es decapitarse a uno mismo? —Piensa unos segundos—. ¿Y eso es posible? Ni puta idea, pero es un sentimiento horrible.

Sus palabras me llegan más de lo que deberían, porque la entiendo, supongo que la mayoría lo haría, lo cual es sumamente triste.

Esbozo mi mejor sonrisa.

—Prepararé el agua, ¿sí? —Ella asiente despacio al tiempo que dejo una última caricia en su mejilla.

Es una suerte que cuente con una tina, lo hace todo más acogedor y fácil al preparar el agua un poco tibia. Luego, mi plan es mantenerla allí más tiempo hasta que el agua baje de temperatura poco a poco y sea fría, una suficiente que logre aguantar para ayudarla a espabilarse y sentirse mejor.

Una vez la ayudo a incorporarse, le pido permiso para desvestirla, ella vuelve a asentir y hasta me echa una mano, aunque su cuerpo no está nada coordinado con lo que al parecer quiere hacer, como cuando quiere ayudarme a sacarle los pantalones y en su lugar me clava un dedo en el ojo. Encantadora.

Todo es realizado con sumo cuidado y educación. No importa si ya hemos hecho miles de cosas sin nada de tela de por medio, me aseguro de hacerla sentir cómoda, en confianza, sin borrar mi sonrisa y soltando una que otra palabra de apoyo hacia lo que logra ayudarme, cerrando el ojo lastimado porque este queda picando/ardiendo.

Arrojo su ropa al interior de la canasta de ropa sucia a un lado de la puerta y, una vez en el agua, la hago sentarse despacio para no lastimarse. Ella se acomoda, soltando un suspiro. Me pongo de cuclillas a su lado, tomando la esponja junto con el jabón y voy pasándola con el mismo respeto por su cuerpo, y ella no hace más que relajarse y disfrutar tranquila.

Deslizo la esponja por su espalda cuando ella se ha inclinado hacia el frente para recargar su mejilla contra su antebrazo sobre la esquina de la tina frente a mí, dejando así su rostro de lado mientras me observa.

—¿Por qué me cuidas tanto?

Eso me toma desprevenido, provocando que detenga mi labor con la esponja y me aparte hasta posar mi brazo sobre mi pierna.

—Porque... —Pienso en lo que diré porque ni siquiera yo comprendo del todo por qué lo hago, ¿me importa? Eso está claro. ¿Le tengo cariño? Por supuesto. ¿La... quiero?—. Porque eso es lo que hacen los amigos.

Suspira y aprieta sus labios.

—Se te da bien.

—¿El qué?

Permanezco enganchado a la intensidad de sus ojos.

—Ser un buen amigo..., pero sabes que no somos eso. —Alza un dedo como diciendo "o mejor dicho"—. No solo eso. —Suelta una risa atontada—. Pero ni siquiera sé cómo llamarlo porque... —Ríe de nuevo, creo que hay un tinte de amargura en este—. Porque tengo miedo.

Su dedo sigue un rumbo más arriba hasta llegar a tocar la punta de mi nariz. Al bajar, observo embobado la sonrisa de labios pegados que me ofrece a la vez que su mano sigue su rumbo por mi mejilla y termina por caer para quedar colgando de la esquina de la tina.

Puedo sentir cómo el corazón me late con fuerza, podría salirse de mi pecho.

«¿Cómo puede ser tan benditamente hermosa?»

«¿Cómo puede lograr ponerme de este modo tan jodidamente ridículo con un gesto tan simple?»

«¿Por qué hay esta cosa similar a una estampida de Pikachus en mi estómago?»

Arrugo las cejas tras dejar un poco de lado lo alocado que se encuentra mi interior, y analizo sus palabras.

—¿Miedo? —repito—. ¿De mí?

Sus verdosos ojos no se apartan de mi rostro, acogedores.

—Contigo siento de todo, menos miedo.

«JO-DER».

La corriente que recorre cada una de mis terminaciones no me permite alejar mi mirada de ella. De la calidez en sus ojos al posarlos en mí. De cada uno de sus rasgos. De sus mechones cayendo por su rostro sonrosado.

Es simplemente... perfecta.

—¿Entonces de qué temes? —pregunto con la curiosidad impidiéndome detenerme.

Pero no me espero la respuesta que da:

—De mí.

Vuelvo a arrugar las cejas, pero continúa:

—De todo lo que tengo adentro. De cómo exploto sin previo aviso. De cómo sé que lo jodo todo en algún punto. —Aparta la mirada—. De mí.

Tras esas palabras, su cuerpo se hunde completo en el agua.

No reacciono al instante, sin comprender del todo lo que sucede, sus palabras flotando por mi mente pero, al ver que no vuelve a salir, me alarmo.

Actúo con rapidez, sumerjo mis manos para así rodearla por los hombros con un brazo y con mi otra mano la tomo de un brazo para impulsarla mejor hacia mí.

—¡Coraline!

Hago que se incline hacia adelante y ella comienza a toser. La observo con los ojos muy abiertos, asustado por lo rojo que se ha puesto su rostro.

—¡¿Qué pretendías?! —inquiero con brusquedad, mi cuerpo contando con temblores. No puedo manejar la sensación tan sofocante que se apodera de mí.

No hace falta ser un genio para confirmar que su idea era la misma que llegó a mí, helándome la sangre.

Sigue tosiendo hasta que va estabilizándose.

—Yo no... —susurra apenas, la voz le sale rasposa al sucumbir al llanto y por cómo debe tener la garganta—. Perdón... —Me observa con una inmensidad de dolor en sus ojos—. No me dejes —pide, a la vez que toma la tela de mi camiseta a la altura de mi hombro en un puño. Niega con la cabeza, lágrimas gruesas rodando por su rostro—. Ya no puedo... perder a alguien más.

«Pero casi te pierdo yo a ti...»

Sin importarme que la ropa se me empape, la abrazo con fuerza, intentando de esa forma que seamos uno, que con mis brazos pueda sanar algo de su dolor, que mi calor la pueda envolver por completo y ser suficiente para transmitirle que está a salvo, que conmigo siempre lo estará.

—Está bien. Estoy aquí, sigo aquí —susurro con la respiración pesada, dejando caricias en su cabello mojado a la par que también algunos besos—. Estoy aquí, Cora. No pienso irme, ¿oíste? No me iré.

El llanto sacude su cuerpo y me mantengo firme, sosteniéndola, dándole todo mi apoyo. Suturando algunas de sus heridas.

En algún momento mi mano baja de su cabello para llegar hasta su hombro y apretarlo, a pesar de saber que ni de esta forma podré pegar sus piezas, pero sigo, sigo apretándola contra mí, temeroso de soltarla y no reconocerla entre sus escombros.

Ojalá pudiera hacer más.

Lograr, no repararla, sino darle las herramientas para reconstruirse y volver a estar completa con las mismas piezas ya sanadas. Porque los errores se reparan, y ella no es uno.

Sigue sollozando, ya de forma más baja. Con mi mano temblorosa alcanzo la toalla colgada a un lado mío y se lo coloco en su cabeza, frotando su cabello. Paso saliva y aclaro mi garganta.

—No quiero que te resfríes o algo —digo, bajito—. Estarás mejor en la cama calentita.

La escucho sorbes por la nariz y soltar aire en otro sollozo, es mi señal para esperar un poco más, y lo hago hasta que su respiración es regular, aún tiembla un poco tras toda esa descarga que de seguro la ha dejado cansada.

Ya fuera del agua, incorporándose con mucha de mi ayuda, la envuelvo con otra toalla, porque tengo dos aquí, que por suerte puedo asegurar están sin usar.

La hago sentar sobre la tapa bajada del retrete.

—Espérame, traeré ropa, ¿sí?

Espero a que asienta y salgo como un rayo del baño. Tomo una camiseta y un calzoncillo que no uso, pero limpio, claro. También otra toalla más para su cabello, de verdad quiero secarla bien, y eso creo lograr cuando me encuentro frotando de nuevo su cabello luego de vestirla con cuidado, esta vez no me mete ningún dedo al ojo.

No puedo evitar sonreír con gracia al ver que la camiseta le queda grande, pero a ella parece encantarle al meter sus dos brazos adentro de la tela y fingir no tenerlos.

—¿Te imaginas que algún día me corte un brazo? —inquiere con voz divertida.

—Sería horrible —digo con sinceridad.

—No podría masturbarme.

Aguanto una risa.

—Tendrías el otro —le sigo el juego.

—Pero dos son mejor que uno.

Lo más gracioso de la situación es que termina diciendo todo con seriedad.

—Esto ya está —anuncio, dejando a un lado la toalla con la que secaba su cabello.

Saca sus brazos de la camiseta para estirarlos hacia atrás junto con la espalda, emitiendo un sonido de cansancio. Y vuelvo a aguantar un poco de risa al verla alargar su estiramiento y también estirar sus piernas frente a ella.

—¿Ahora sí quieres dormir? —inquiero.

Entrecierra los ojos al tiempo que me señala.

—Me dormiré cuando yo quiera. —Bosteza y baja su dedo, deslizando su palma por mi pecho—. Y ahora quiero, y lo haré... porque yo quiero.

Giro los ojos y la cargo en brazos, esto al ella no protestar. Se aferra a mi cuello donde puedo percibir que olfatea para luego hundir su rostro, cosa que me estremece.

La dejo sobre el colchón, con la espalda apoyada a la cabecera de la cama, y no pierde la oportunidad de volver a estirarse con exageración.

Ya no hay rastro de aquel episodio vivido en el baño, sus lágrimas también fueron secadas por la toalla, lo único que ha quedado como prueba son sus ojos hinchados y algo rojos.

—¿Me esperas unos segundos? —pregunto.

—Siempre...

Sus ojos son apenas unas rendijas, pero promete eso y algo revolotea en mi interior.

Me apresuro en ir a la cocina. En un vaso, pongo zumo de medio limón, agua, un poco de sal y lo remuevo hasta mezclarlo bien. Esto la ayudará a mantenerse hidratada y recuperar las sales que su cuerpo ha perdido debido al exceso de alcohol.

Tras tantos errores, uno debe aprender algo.

Al ir de nuevo a la habitación, la encuentro cumpliendo su promesa, pero apenas, los ojos se le cierran e intenta aguantar.

—¿Qué es eso? —pregunta al ver el vaso.

—Te ayudará —aseguro con suavidad a la par que me siento a su lado y guío el vaso hacia ella—. Toma pequeños sorbos.

Obedece si chistar, y eso me calienta el pecho por la confianza que me tiene, o quizá es por lo cansada que está.

La bebida no llega ni a la mitad del vaso porque no creí que tomaría mucho, y estuve en lo cierto. Ella se hace hacia atrás cuando aún queda líquido en el vaso.

—Ya... —protesta y sonrío encantado.

—Algo es algo. —Dejo el vaso sobre la mesita de noche a mi izquierda.

—¿Lo hice bien?

Su pregunta llega cuando se acomoda de lado en la cama, conmigo bajando de esta para estar nuevamente de cuclillas y que así nuestros rostros queden uno frente al otro.

Coloco un mechón detrás de su oreja.

—Más que bien.

Suspira con suma lentitud.

—Sí está calentita...

Sé que se refiere a la cama y mi sonrisa se acentúa, adorando verla tranquila, en paz. Por ello permanezco mucho más así, dejando caricias en su cabello lacio, contemplándola, sintiéndola.

—No te vayas. —Las lágrimas empañan sus cansados ojos—. No te vayas...

La voz le sale con algo de esfuerzo por lo que sé es un nudo en la garganta. Sacudo la cabeza en una negativa.

—No lo haré. —Trago mi propio nudo y le dejo un beso en la frente.

Y luce como si, solo con esas palabras, encontrara un poco del alivio que necesita, porque su cuerpo se va tranquilizando de nuevo, hasta que cierra los ojos y solo quedan pequeñas respiraciones entrecortadas mientras voy cubriéndola con una manta.

La luz de la luna, como siempre mi más grande compañera, sigue filtrándose por la ventana, llegando hasta Coraline, como si el mismísimo satélite quisiese darle una parte de su luz y cobijo.

En el siguiente instante, la calma se desvanece.

Intento retener la punzada que va naciendo, lo hago al menos unos segundos mientras me alejo de ella y llego hasta la pared a un lado de la mesita de noche, donde me recargo.

Inspiro hondo y esta vez la respiración agitada proviene de mí. Del desgarre en mi pecho, de las agujas clavando en mi garganta, del picor en mis ojos, del temblor en mis manos, de mi quijada apretada, del golpe de realidad.

No puede ser cierto.

Ella no puede pasar por todo eso... por culpa de su propio padre, es demasiado.

Duele.

Estoy sintiendo demasiado dolor.

Mi cuerpo no para de temblar. No reparo tanto en el daño provocado por mis uñas clavándose en el interior de mis palmas, ni en que mi respiración no es para nada normal en pequeñas pausas porque ni siquiera eso puedo lograr hacer bien. Solo observarla, paralizado, aterrado, adolorido a un nivel que jamás creí posible.

Mis puños se aprietan con mayor fuerza, temblando de ira.

«Ahora sé todo el peso que carga».

«No sabía que era tanto».

«No sabía».

«No sabía un carajo y ahora...»

«Ahora...»

Un sollozo se me escapa, mis ojos arden y siento, unos segundos después, cómo las lágrimas descienden por mis mejillas. Los hipidos salen de forma lenta, pero aún así son capaces de agitar mi cuerpo, como si conteniera el huracán en mi interior.

Observo su pacífico semblante, sus ojos cerrados, agotados, sus labios siendo más carnosos al tener el rostro recargado sobre una de sus manos, todo su cuerpo cuenta con una comodidad que, ahora sé, es un privilegio. Con una paz que solo en sueños logra alcanzar, y a veces ni siquiera allí.

«¿Cómo aguanta?»

«¿De dónde surge tanta valentía y voluntad para enfrentarse a eso?»

«¿Cómo logra... seguir?»

Aprieto los dientes, sintiéndome un inútil por no saberlo antes, en el fondo sé que me era imposible, pero... solo... me duele.

Sollozo con mayor fuerza, alzando mis manos hasta mis ojos para apretarlos con los puños cerrados, pero no importa, las lágrimas son tantas que mis manos no impiden que broten hacia el exterior, siguiente su camino por mis mejillas y mentón. Mi cuerpo tiembla en completo descontrol, débil, derrotado, incapaz de procesar que tal persona frente a mí haya pasado y siga pasando por un completo infierno.

Siendo un bello amanecer en el exterior, yo aquí contemplo sus tormentos, veo cómo me rodean con gozo y me destruyen, porque ella no se merece esto, no es justo.

Niego con la cabeza, apretando mucho más los dientes hasta sentir dolor, sabiendo que este no se compara al que ella carga día a día. El nudo en mi garganta crece hasta un nivel espantoso en el que hasta pasar saliva se me dificulta.

«No es justo».

«No es justo».

«¡NO ES JUSTO!»

La incredulidad sigue en mí, lo aterrador que se me hace la idea, la verdad: que su propio padre la hiere de todas las maneras posibles.

«¿Podría... llegar a perderla?»


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¿Lloraron?

Ala qué mala yo preguntando eso, pidoperdón:,v

Holiiis *la matan*

Me destruyó el sueño/pesadilla/recuerdo de Kurt, lpm hasta lloré, pa que sepan que no soy tan insensible>:V

Y bueno, de pequeñas palabras y hechos uno se entera de las cosas, a veces de las peores formas, y eso ha pasado con Kurt:(

En ese estado Cora dejó salir todo lo que se impide ser, lo que siente, y aquí más lo hizo al sentir que está con Kurt, dejó salir todo... y ya veremos cómo lo toma al despertarse🕴

Capítulo dedicado a @\angel.jbook por los hermosos edits en tiktok, este es su user allí porque no sé cómo está aquí ji, espero llegues hasta el final con ellos, adoro todo lo que haces para mis nenes uwu

Cuídense mucho, lxs amo mucho jiji, no dejo una larga nota porque ando cansada pero saben que sufro con ustedes, no soy tan desalmada:c

LXS AMO X2

¡MUAK!

(sí, al fin cambié el banner jahsaha)

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