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31. CORALINE (I)

Will you still love me

When I'm no longer young and beautiful?

Will you still love me

When I got nothing but my aching soul?

Young and Beautiful – Lana Del Rey

CORALINE

Mis pies duelen de tanto saltar.

Luego del baile tentador con Kurt, las cosas en el lugar se alocaron otro poco más, como si eso fuese posible. Lo bueno fue que Fish y Sax ya no se encontraban en el lugar así que no tuvimos que preocuparnos de que sean parte del grupo que inició una ronda entre bailes y saltos donde los gritos no faltaron y las bebidas se alzaban al aire, otros juegos nada inocentes fueron uniéndose al plan de la noche y la música no hacía más que aumentar junto con las ganas de seguir con la diversión.

Bailé como nunca antes, canté y grité con euforia. Llegó un momento en el que hubo confeti siendo lanzado y más globos saliendo de maquinaria especial en el techo que, al ser abierta, dejó caer muchos de diferentes colores, lo que solo provocó más descontrol junto a las luces que podían hacerte creer que te encontrabas flotando por lo rápido que estas parpadeaban.

Solo pude pensar en una cosa al seguir dando brincos con Kurt, riendo y viviendo al máximo:

«Desearía que esta noche no acabara».

No puedo negar que quise quedarme un poco más, pero las palpitaciones en las plantas de mis pies son muy difíciles de ignorar, es por ello que ahora me encuentro quitándome las botas y soltando un suspiro al dejarlas tiradas bajo el marco de la puerta de la habitación a oscuras, únicamente iluminada por la luz de la luna ingresando por la ventana.

Pude ir al mío, pero Kurt hizo un mini cálculo de la distancia y, estando tan exhausta, pero agradecida de ese gran festejo, decidí aceptar su invitación de traerme al suyo.

Y ahora, aquí, tengo la sensación de que hice bien.

La primera vez que estoy en esta habitación. Su habitación.

—Está lindo.

Siento el frío del suelo contra mi piel al también quitarme los calcetines y dejarlas encima de las botas.

—Uy, perfumarás el lugar con el dulce aroma de tus pies —comenta Kurt.

Lo observo sobre mi hombro al dar un paso. Él recuesta su costado contra el marco de la puerta, cruzándose de brazos y siguiendo cada uno de mis movimientos, divertido.

—¿Quieres? —Alzo un pie y lo estiro hacia él, lo que no espero es que casi lo tome para hacer la propuesta/broma, por lo que bajo mi pie con rapidez, riendo.

Podríamos quedarnos en su sala, dejarme descansar en su sofá y problema arreglado pero, ¿dónde está lo divertido allí?

A pesar de sus burlas, también se quita sus converse mientras, con curiosidad, camino en puntillas, como una danza suave, dando calma al momento. Puedo sentir su mirada clavada en mí pero, ya acostumbrada, sigo recorriendo el lugar.

Sus paredes cuentan con varios pósters de bandas, entre ellas The Beatles, Queen, The Killers, The Cure, The Police, Arctic Monkeys, The Neighbourhood, Chase Atlantic, y claro que no falta el de Cigarettes After Sex. Una guitarra eléctrica roja descansa al costado de su cama bien hecha, y al lado de la misma, una acústica reposa junto con un estilo de pinza que he visto antes pero no comprendo bien.

Fijo la vista en las partituras desperdigadas por el escritorio, las hojas en suelto, cuadernos, libretas y lápices y, cuando tengo la intención de acercarme, Kurt se apresura y va directo a estas para comenzar a recogerlas, lo que me hace gracia porque no es como si algo de desorden me molestara.

—Lo siento. No soy de ordenar tanto este sector, la última vez fue... —Hace una pausa y lo piensa—. Pues ya ni recuerdo. —Ríe y termina de juntar las hojas, las guarda en una carpeta y luego en un cajón para proseguir con lo demás.

Se gira, sonriendo nervioso.

—Qué bueno que solo soy yo.

Le devuelvo el gesto y lo veo tragar antes de girarme y ver de cerca el piano eléctrico de tamaño pequeño, este a un lado del escritorio, contra la pared, y sin una pizca de polvo, haciendo saber que cuida de sus tesoros. Paso los dedos por sus teclas y presiono algunas de manera tentativa, sonriendo porque amo los instrumentos, el aprender a tocarlas ya es otro tema.

Me muerdo el labio y observo otro poco más antes de parar frente a la ventana en una esquina, justo al lado del piano, esta da vista a la gran ciudad, y es como si fuese otro mundo, porque en esta habitación se respira paz y serenidad, y lo que se ve a través del cristal son autos en una larga fila, alborotados.

Doy media vuelta cuando lo escucho aclararse la garganta. Sus ojos me inspeccionan con intranquilidad y arrugo las cejas. Más es mi desconcierto cuando noto que sostiene un bolso de cartón negro brilloso luego de sacarla detrás de su espalda.

Se rasca la nuca, observando la bolsa. Yo intercalo la mirada de el objeto a él.

«No puede ser».

Una presión se hace presente en mi estómago junto con esos pensamiento. Esos que me dicen que el que haga esto es una pérdida de tiempo, que no merezco este presente.

Siento culpa.

—No hacía falta un regalo —digo con la voz a nada de quebrarse.

Mis ojos no pueden dejar de ver el bolso, con miedo de abrirlo, porque sé que me encantará, y entonces me sentiré como la mayor egoísta del mundo al haber hecho que gastara por mí y aún así querer quedármelo. Una lucha tonta quizá, pero es así como trabaja mi cerebro, obtiene razones diminutas y las convierte en montañas para aplastarme.

«Aguanta. Aguanta. Aguanta».

—Tal vez, pero... quiero dártelo.

Aprieto los labios, pasando saliva.

»No tuve mucho tiempo para comprarte algo..., bueno... Lujoso o inmenso, pero... —Tomo el bolso con lentitud cuando me lo extiende—. Espero te guste.

Trago y, despacio, me siento en el suelo, con mi espalda contra la pared a un lado de la ventana, por lo que la luz de la luna ilumina a Kurt al sentarse frente a mí —luego de mudar la guitarra eléctrica y la acústica al lado del escritorio—, recostado por el borde de la cama y descansando sus brazos sobre sus rodillas flexionadas.

Hago que la cinta, que logra que el bolso esté cerrado, se rompa para así ver en el interior. Por la oscuridad hacia mi lado apenas logro ver qué es y meto una mano para quitar lo primero con lo que doy.

Observo con asombro la caja gruesa de plástico negro que, gracias a su tapa de cristal, se logra ver la pintura en su interior, este dividido en bandejas circulares haciendo ver que son profundas y, en su propio lugarcito, un estilo de lápiz que al destaparlo se ve que es un pincel por las hebras, este cuenta con agua en su interior para mezclarlo con la pintura, he visto mucho de estos en varias tiendas y siempre quise uno, y ahora Kurt, con tan poco tiempo, ha dado en el blanco con este gran regalo.

Él se sonríe con dulzura al alzar la vista y con un movimiento de cabeza me apremia a seguir viendo.

Dejo con cuidado la caja a mi lado. Hay dos paquetes de maní salado que me hacen soltar una pequeña risa y luego palpo una superficie áspera, plana, y mi mente va hacia una idea.

Lo tomo y lo saco con lentitud. No poso mis ojos en este hasta observar el interior del bolso, verificando que ya no hay nada y dejarlo a un lado, como si al no mirar el último regalo pudiera hacer que desapareciera, no porque pienso que no me gustará, porque sé que lo hará, o más que eso. Pero tengo miedo, ese miedo irracional de que se estén burlando de mí y suelten un: ''¿por qué crees que tienes esto? Dámelo, no lo mereces''. Lo peor es que me creería esas palabras.

Pero es Kurt. Es él. Él no hará eso.

Paso saliva porque me quiero engañar y dejar en lo más hondo el temor de que me conozca tan bien como para darme todo esto, y temo, demasiado, porque significa que la caída, que llegará sin importar qué, me dejará hecha polvo.

Me ordeno dejar de pensar tanto. Tomo valor, bajo la mirada y lo veo.

Una tableta con hojas especiales junto con un caballete.

Mis ojos recorren con asombro ambos objetos. Las hojas son de un color mostaza, una pegada sobre la otra en la parte inicial, la textura del caballete de madera de un tamaño similar a mi antebrazo es lisa, este sin ser desplegado por obvias razones y, al yo hacerlo, compruebo que queda perfecto con la tableta para ser usado de forma cómoda. No puedo evitar sonreír.

—Lo del maní lo supe gracias a Gigi —me hace saber y lo observo.

Claro que ella lo ayudaría en esto, y de igual forma tengo la seguridad de que él sabría qué darme, además de que deja en claro que lo demás fue elegido únicamente por él.

Como una ráfaga de viento, pasa el recuerdo de sus palabras:

«¡Agh! ¡Si supieras todo lo que planeé una y otra vez hasta dar con algo que creí que te gustaría para esta noche!»

¿Se refería también a esto?

Alcanzo a ver que se encoge de hombros antes de que mis ojos se llenen de lágrimas y, aún entre las cortinas formadas por el líquido salado, distingo que quita sus brazos de encima de sus rodillas para erguirse y adoptar una postura preocupada.

—Cora, ¿no te gustan? Digo... —Se rasca la nuca mientras desvía la mirada, nervioso—. Creo que la tienda permite cambiar lo que se compra... ¿o ese es al que fui primero?

«¿Qué? ¿Fue a más de una tienda para conseguir todo esto... para mí?»

Mi pecho se llena de calidez y el nudo en mi garganta crece.

«No puedo ser tan importante para él como para que haga eso. ¿Yo? ¿Serlo para alguien?»

Me observa y se desplaza hasta quedar más cerca de mí. Alza de forma dudosa sus manos, hasta que por fin las posa sobre mis brazos, provocando una corriente por toda mi piel. No puedo mirarlo. Dejo mis ojos en su pecho, sintiendo las lágrimas deslizarse por los costados de mi rostro.

—Cora —murmura despacio—. Dime algo... —Noto cómo traga con fuerza—. En serio no hay problema si no te gustan. Podemos cambiar-

—No... —susurro en un hilo de voz—. Solo...

Vuelvo mi atención al bolso y me inclino hacia el frente, recostando mi frente contra su pecho.

—¿Estás devastada porque no es lo que esperabas?

Las lágrimas se hacen más.

—¿Cómo no te...? —Sollozo—. ¿Cómo no te das cuenta de que me encantan?

Se mueve de lugar, provocando que me aparte de él hasta que queda sentado a mi lado. Lo siento rodearme con sus brazos y me acerco mucho más a él, apoyando mi sien contra su pecho.

—Sabía que no podían ser tan feos como para hacerte llorar —intenta bromear y logra sacarme una pequeña risa rara por culpa de los sollozos.

—Gra-Gracias —susurro entre hipidos.

—No es nada, lo sabes —murmura con voz igual de baja, recargando su mentón sobre mi cabeza.

Justo así, siento como si lo único que me rodeara fuese seguridad, eterna paz y protección. La luz de la luna delinea nuestras rodillas y parte de nuestros pies, realzando unas sombras de lo que es, en este instante, uno de esos momentos que desearía plasmar en un cuadro, ser la pintura y quedar eternamente entre las esquinas del lienzo, unidos por siglos por la misma armonía.

—Ya debe molestarte estar abrazándome cada dos segundos.

Por el movimiento de su cabeza sobre la mía, distingo que niega.

—Voy a abrazarte hasta que mis prendas huelan a ti, no me importa y, si lo piensas bien, salgo ganando.

Suelto aire, con calma. Mi mente no va hacia ningún otro lugar, no busca algún escape, solo permanezco anclada al presente, cosa muy poco presenciada en estos días, pero es así, y se siente tan bien.

Porque, para una mente tan fracturada, quebrantada, son estos finitos escenarios en compañía de la persona correcta, lo que lo hace contar con una pequeña sutura para detener la fuga, de manera breve, pero liberadora.

Bajo la vista y, después de guardar todo con cuidado sin salir del refugio que me brindan sus brazos, no quito la mirada de la bolsa con los regalos de Kurt, y no porque sea materialista, sino por lo significativo que lo veo.

—Quiero inaugurarlos pronto —digo, sonriendo.

—Es lindo verte así.

Lo observo y sorbo por la nariz, siempre que lloro quedo con mucha mucosidad.

—¿Siendo doña mocos?

—Siendo plena. —Sonríe con pesar—. Aunque sea por unos minutos.

Vuelvo a bajar la mirada, sin saber qué decir. Me ha tomado desprevenida. Ambos sabemos que no soy de quedarme sin palabras, siempre cuento con la idea de qué decir a cada sugerencia, plática o ataque. Ahora no. Ahora solo me paralizo.

Es que, tiene razón, es así.

—Esto... significa tanto. —Me muerdo el labio al sentir mis mejillas calientes, porque puedo formular mil palabras subidas de tono, pero al soltarme, al decir lo que siento, soy un tomate.

Su mano sube y baja en una caricia suave que me hace cerrar los ojos, con nuestras respiraciones apenas siendo perceptibles y el sonido del exterior sonando lejano.

—Cora...

—¿Hmm?

No abro los ojos hasta que escucho lo siguiente:

—¿Por qué... no te gusta tu cumpleaños?

Hago una mueca y me descanto por la salida más fácil.

—¿Intercambiamos? —Lo observo y está frunciendo el ceño—. Dolor a cambio de dolor, y no en el sentido literal, sino que... Tú me dices por qué odias el tuyo y yo te digo por qué odio el mío.

Lo sopesa por unos segundos antes de asentir con resignación.

—Hecho.

Formo una línea con los labios, dudando de si hice bien.

—Te escucho.

Pasa saliva y, a la espera, recargo mi cabeza de su hombro para así poder verlo de perfil. Sus ojos corren por toda la habitación, de un lugar a otro, quizá buscando las palabras con las cuales dar inicio.

—Fue en mi cumpleaños número quince. Todos ellos siempre fueron como festejar mi día y a la vez recibir la navidad. —Suelta una corta risa y deja su atención en la mesa de noche—. Lo que hacía que lo amara más, ya sea por los regalos, amigos que venían, aunque eran más primos y demás al yo no ser muy querido en la escuela. Pero, ese día... —Traga—. Ese día sentí que algo sería diferente, así que me levanté e inicié mi día con toda la alegría del mundo, y tuve razón, fue un festejo fenomenal.

—¿Tuviste los juguetes que querías? —inquiero y ríe un poco.

—Lo hice, fue esa pistola de agua enorme que apenas cabía en mis brazos, y parecía algo tonto a esa edad, pero de verdad amaba esa cosa.

Abro mucho los ojos.

—¡También quería uno!

Reímos y sacude la cabeza antes de curvar los labios en una mueca.

—Pero el gran día no acabó bien —prosigue y borro mi sonrisa, más al ver la seriedad en su semblante y el cómo sus ojos se pierden en el recuerdo, oscuros a pesar de ser de un color tan celestial—. No hallaba a mamá. —Me tenso y, sin medirlo, tomo un puño de la tela de su camiseta en una de mis manos—. Y no lo hacía porque estaba buscando entre los invitados, nada me decía que podría estar en otro lugar, hasta... Hasta que vi a papá subir las escaleras. —Inhala con fuerza y deja salir el aire en un largo suspiro—. Juro que jamás lo vi acelerarse tanto, desesperarse, pedir que salgan de su camino sin importarle nada. —Aprieta la quijada—. Y yo como un tonto lo seguí.

Esto va hacia algo malo, puedo percibirlo. Me incorporo un poco para verlo mejor.

—Kurt...

—Ahí estaba —me interrumpe—, en el suelo de su habitación, justo como la encontré en ocasiones anteriores por... —Niega con la cabeza, como deshaciéndose de recuerdos—. Esa vez fue diferente. —El brillo en sus ojos es debido a las lágrimas que contiene—. Esa vez fue muy lejos.

Dejo salir el aire que he estado reteniendo al ir escuchando sus últimas palabras, impactada.

Es como un balde de agua fría, como un puñetazo en cada músculo, eso y miles de comparaciones más podrían ser parte de la larga lista, porque nadie nunca está listo para presenciar cómo una persona que solo desborda brillo, llega a su momento de apagarse, aunque sea solo por breves instantes, este es suficiente para hacerte saber la verdad: siempre hay dolor y todos cargan con ella.

Tomo una gran bocanada de aire para poder hablar.

—Lo... Lo siento. —Intenta controlar lo que siente al no moverse, al permanecer absorto, pero cuenta con un tic que consiste en tronarse los dedos de la mano derecha con ayuda del pulgar—. Mierda, en serio lo siento. No tuve que dar la idea del intercambio, solo... —Me paso una mano por los ojos—. Aish, lo siento.

—Nah, está bien. —Sonríe con los labios pegados, apretando la mano en un puño para detener el tic—. Es lo justo.

—Solo di que soy una metiche arruina momentos.

—O mejor que hacía falta que lo supieras. —Se encoge de hombros—. Yo ya sé partes de lo que te aferras en ocultar. Era hora de que supieras un poco del mío.

Juego con mis dedos al posar mi mirada en ellos.

—Igual no es justo.

—Pues... —Su actitud cambia a una más animada al tiempo que me da un pequeño golpecito en el hombro—. Ya no importa porque está en el pasado.

—¿Por qué mierda fue eso? —inquiero, sobándome la zona aunque no me duele nada.

—¡Qué importa! ¡Ya quedó en el pasado!

Río por lo bajo y me imita al tiempo que quedamos recostados uno al lado del otro contra la pared, observándonos.

»Así que... —Simula un redoble de tambores—. Es tu turno.

—Lo mío luce como algo insignificante al lado de eso.

—No —dice con firmeza—. Todo dolor cuenta, es importante.

Me acomodo mejor contra la superficie de la pared para analizarlo con cuidado. Él hace lo mismo.

—¿Por qué, habiendo tanto afuera, mi dolor sería algo relevante?

Tuerce los labios, sopesando mis palabras.

—Porque es eso, un dolor, el que crea un orificio que va creciendo y, si no fuese la gran cosa, desaparecería, pero no lo hace al contar con un objetivo, el cual es crecer y consumirte. —Encoge un hombro—. Así que sí es relevante, porque te daña.

A veces olvido lo bueno que puede ser soltando las palabras indicadas. Este es Kurt, el que te levanta a pesar de haberse consumido por su propia tormenta hace unos instantes.

Dejo a un lado el bolso y, sin apartar mis ojos de este, me rodeo las rodillas con los brazos como método de protección, porque, ya sin estar empezando con mi narración, siento que los recuerdos me lastiman como cuchillas calientes contra mis venas.

—A veces tenía pensamientos como: ¿por qué carajos odio mi cumpleaños? De verdad que no tiene sentido. —De reojo lo veo recargar ambos brazos sobre sus rodillas e inclinar la cabeza hacia delante para verme mejor, atento a mis palabras. Trago—. Fueron tantas veces. Hasta que me llegaron todos los momentos de esa fecha. Todos y cada uno, y los analicé, porque había un estilo de muro que me impedía ver más allá de todo lo que narraban mis familiares: la deliciosa comida, las fotos tan buenas, la diversión.

Paso una mano por mi cuello al sentir la tensión.

»Con esos recuerdos desbloqueados, pude ver más. —Aprieto los labios. Esto me cuesta—. Tantos malos ratos. Cómo... hacen borrón y cuenta nueva luego de hacer comentarios desagradables hacia mí, de mi apariencia más que nada, que saben que odio porque se los hago saber pero aún así los sueltan, y luego dicen: ¡Oh! ¡Feliz cumpleaños! ¡Te queremos! Y es mentira. No hay empatía, no hay esa dulce calidez de bienvenida y cariño, no hay... nada. —Parpadeo varias veces por culpa del ardor en mis ojos—. Solo soy tratada como un estorbo, la rara, la que no comparte en familia, la de gustos distintos. Si hubiese cariño no sería tratada con aborrecimiento, con lejanía, desprecio, como la amargada, la inútil de Coraline.

»Y el cumplir un año más de vida es como: ni siquiera me quieren aquí, ¿por qué...? ¿Por qué hacen todo esto si no les da verdadera felicidad tenerme? Solo me hacen sentir como un gasto más y no como... alguien amada. —Hay diversión amarga en mi sonrisa forzada—. Soy el miembro de la familia que todos desean que sus hijos no imiten.

El nudo vuelve y se hace insoportable. Maldigo porque siento las lágrimas deslizarse.

Unas manos me toman con suavidad del rostro hasta hacerlo girar y que observe hacia un costado. Kurt carga impotencia en sus ojos pero, al mismo tiempo, hay libertad, ese que te persigue hasta envolverte y hacerte partícipe de la orquesta dada por las hojas al caer de los árboles, esa que te grita que te dejes sanar.

Es innegable el hecho de que siento que me libero de un peso al soltar todo eso, y a la vez es nuevo al nunca antes haberlo dicho en voz alta, solo en susurros para mí misma al encerrarme en algún baño o en mi habitación en esos tiempos en la casa de mis padres, pensando que podría ser diferente, que podría ser más. Ser merecedora del trato que llevo soñando por años, desde mi infancia perforada con golpes, gritos, insultos, reclamos, exigencias, y es tan raro que todo esto sea borrado el día de mi cumpleaños, razón mayor para sentir que todo es falso, actuado. ¡Y cansa! ¡Cansa demasiado! ¡Odio, aborrezco, detesto tal fecha!

Es el día del mayor concurso de actuación, donde la mía es la primordial y más destacable.

—No quiero sentir eso... —Aprieto los labios y más lágrimas caen—. Pero todo está aquí.

Alzo una mano y presiono mi dedo índice contra mi sien, haciendo referencia a mi cabeza, a esa voz que nunca deja de hablar, de gritar, de atosigarme, y cada vez de peor forma, más frustrante que el anterior, provocando más heridas invisibles ante los ojos de los demás.

Son unos segundos los que Kurt permanece observándome antes de atraerme en un cálido abrazo, de nuevo, pero no me quejo. Porque quizá es nuestra única opción para intentar unir nuestras piezas.

—No es menos... —susurra. Afianzo mis manos en su espalda que toman en puños la tela de su camiseta—. Créeme. No es menos. —Deja un beso en mi sien y me abraza más fuerte—. Tú dolor también cuenta.

—No sé cómo dejar de creer que no...

Niega con la cabeza. Puedo sentir cómo su pulgar realiza caricias en mi espalda y, con cuidado, hace que vaya más hacia él, totalmente recargada sobre su cuerpo como si este fuese una esfera blindada con la misión de desviar cualquier ataque.

En medio del silencio, con la luz de la luna sin alumbrarnos esta vez, casi en un abismo, declara en voz baja:

—Si quieres que sea tu soporte, no tengo ningún problema en serlo.

Un sollozo sale de mí y ya no hay forma de retener las siguientes lágrimas. Me dejo vencer, sin importarme que mis muros ya no sean un impedimento para él, para que vea lo que me niego ser, sentir. Solo siendo mi versión más rota.

Humedezco la parte de su camiseta en la que resguardo mi rostro. Él no se inmuta, sigue realizando caricias con su pulgar y más arriba, su otra mano, se desliza por mi cabello, su respiración más calmada que la mía, por lo que creo que me guío por esta y voy soltando pequeños hipidos de lo que antes era un gran llanto.

Me limpio la humedad en los costados de mi rostro con el dorso de mis manos, dejando un espacio entre ambos al alejarme, no tanto, así que sus manos bajan y quedan en mi espalda baja.

—Sabía que lloraría más.

Ríe conmigo, el mío siendo diferente por llorar.

Kurt baja la mirada a su camiseta con una mueca graciosa.

—Lindo adorno el que dejaste. —Entorna los ojos—. Si miro bien puedo llegar a ponerle nombre a cada moco. ¡Oh! —Alza la mirada con asombro—. ¡Petrolino!

—Lucho Portuano.

—Lametrompa.

—Chupameesta.

La risa ya no puede ser contenida y la soltamos con fuerza, sonrojándonos en el acto. Es de esas risas que te dejan sin aliento y que puedes jurar que no tienen un fin.

Cuando pasamos a risitas, volviendo al silencio, lo observo, escudriñándolo sin temor porque me pregunto: ¿cómo es así? ¿por qué conmigo y cómo luego de lo que hemos dejado salir? Y la respuesta me llega rápido al ser esta la que me define también: las risas más reales provienen de las vivencias más oscuras.

Nos sonreímos y soltamos un suspiro al mismo tiempo, que nos hace reír un poco más.

La bolsa con sus regalos a un costado me tienta y, siendo todo tan confiado e ideal, se me ocurre tomarla.

—¿Y si los inauguro ahora? —inquiero junto con una gran sonrisa, mis ojos podrían brillar del entusiasmo.

Luce como una locura, pero luego de muchos bajones, suelo levantarme con ganas de hacer cosas, de bailar, de cantar, reír. Este es uno de esos momentos y Kurt, asintiendo, me hace ver que es lo correcto.

Me incorporo. Saco todo con cuidado y lo coloco sobre la mesita de noche al él hacerse a un lado y recostarse de nuevo contra la cama, sonriendo al verme posicionar cada cosa y, al tener todo en orden con la tableta de hojas sobre el caballete y la pintura a un costado de este con la tapa hacia arriba, me giro hacia él con el pincel entre mis dedos.

—Prepárate para ver arte —alardeo y ladea su sonrisa.

—Pero si ya te estoy viendo.

Giro los ojos y ríe al conocer lo fiel que soy en ignorar esos tipos de diálogos. Aunque me gustan, pero no hay problema en que ambos sepamos nuestras reglas y juguemos con ellas.

—A ver... —digo. Ya que es mi primera prueba con este material, solo presiono un poco de las hebras por un color, lo que es buena idea al el agua del pincel aparecer de inmediato, mezclándose con la pintura y siendo lo que quiero.

Uso el blanco junto con capas de un celeste para las hojas de un árbol, gris para el tronco, luego un gris casi imperceptible para las sombras y voy creando, como siempre haciendo lo que mi mente creativa me ordena, lo distinto y anormal, y Kurt lo nota.

—Jamás había visto hojas de árboles siendo blancas.

—Algo me dice que debe ser así, por lo que obedezco sabiendo que al final, o más adelante, hallaré el significado.

—Hmm, interesante.

Lo observo sobre mi hombro.

—Obvio, yo lo hice.

Elevo un hombro en modo diva y es quien ahora voltea los ojos.

Paso con cuidado el pincel al bordear algunas hojas que se desprenden de las ramas, estas se marchitan.

—Ahora que lo recuerdo, no obtuve mi helado prometido. —Frunzo el ceño, sin sacar la mirada de la pintura—. El que prometiste para el día de ayer, por lo de Sam.

—Ouh —emito, recordando la promesa—. Pero... —Sonrío ante una idea—. Eso se puede arreglar, ¿no?

Me giro hacia él y lo encuentro entrecerrando los ojos, una de sus manos sujeta su otra muñeca sobre sus rodillas, en una pose despreocupada y atractiva.

—¿Cómo harías eso?

Me mordisqueo el labio inferior y sus ojos viajan a estos por unos segundos antes de volver a subirlos.

—Simple. —Paso mi mirada de la tableta a él—. Regalándote la primera obra.

Queda anonadado. Sus cejas se alzan y su boca se entreabre sin poder creerlo. Parpadea con rapidez.

—¿En...? ¿En serio?

Encojo los hombros.

—Aún no lo termino, obvio. Así que queda claro que tendrás que esperar para que esté listo. —Le guiño un ojo—. ¿A poco no soy un bombón?

—Eh... —Suelta una pequeña risa—. Perdón, estoy... Es que... ¿En serio?

—No entiendo el asombro. —Frunzo los labios—. No gasté en ello, solo es una pintura pero... quiero dártelo.

Se incorpora, sus ojos yendo a la tableta a mi lado.

—Es que lo haces tú, y nadie me había regalado algo que ellos mismos hagan, y sabiendo lo mucho que te esmeras y lo mucho que amas esto, es como... No lo sé. —Suspira, posando sus ojos en los míos—. Ser parte de él. De tu arte.

Agacho la cabeza y clavo mi atención en la punta del pincel, dando toques en mi dedo índice, dejando la pintura en mi piel, siendo uno, quizá ya lo éramos desde antes con cada obra que fui dando vida.

—Eres bienvenido a quedarte en él si lo deseas.

Vuelvo a enlazar mi mirada con la profundidad de la suya. Nos sonreímos y es la acción más similar que encuentro a adentrarse a un túnel de posibilidades infinitas, o puede que tenga un tope, pero él me hace creer que no existe tal posibilidad, que el éxtasis es infinito.

Sus ojos bajan y quedan en algo a mi lado. Reacciono demasiado tarde cuando se inclina con rapidez y ya cuenta con un poco de pintura en sus dedos y los pasa por mi mejilla izquierda. Abro la boca, impactada.

—Tú no acabas de hacer eso.

Alza ambas cejas, esconde la mano culpable detrás de él y se señala con la otra con inocencia.

—Ay, claro que no —dice, fingiendo una voz chillona y haciendo un gesto con la mano—. En lo absoluto. —Bufa—. Naaah.

—Eres un...

Entrecierro los ojos, viéndolo seguir con su gran sonrisa cínica.

Giro el rostro hacia la pintura a mi lado y, formando la misma sonrisa que él, lo observo y de nuevo a la pintura para tomar un poco en mis dedos y lanzarme sobre él.

—¡Espérate! ¡Hablemos! —exclama, riendo, forcejeando conmigo para llegar a llenarle parte de la nuca y mejilla derecha con pintura azul.

Sonrío con orgullo, alzando la barbilla.

—Te lo buscaste.

—Ah, ya verás, vas a-

No puede terminar de hablar porque comenzamos a empujarnos, yo a él para que no alcance la pintura y él para, claramente, llegar a esta. Kurt, al ser más fuerte, logra que mis pies resbalen y, riendo, caigo de lado con mis brazos apoyados en la esquina de la cama y, cuando logra tomar pintura, estoy sobre su espalda.

Hace años que no me divierto a este nivel, no jugando así, haciendo que lo vital en mi vida sea esta pelea en medio de risas, dejando de lado cualquier otra cosa y colocando en primer lugar mi objetivo llamado: no permitir que Kurt me manche.

Río, despreocupada, siendo una chica sin problemas, sin capas desquebrajándose.

—¡No! —grito, segundos antes de que su mano dé con mi rostro, dejando pintura específicamente sobre mi frente y sien.

Suelto su cuello, del cual me sujetaba para mi gran y astuto plan de que no logre su cometido. Paso mi mano limpia por la frente para quitarme un poco de la pintura, pero lo que logro es ensuciarla y como tonta la paso por mi brazo para quitarle la pintura y me mancho también esta zona.

—Aww, el rosa te queda bien.

Apenas logro verlo al seguir limpiándome/manchándome.

—A ti te quedará bien un puñetazo.

Alza ambas manos a la defensiva.

—Oh, cuidado, rebelde.

—Imbécil.

Se señala con ambas manos como si el adjetivo dicho le quedara muy bien, como si lo halagara. Sonriendo con arrogancia.

Pongo los ojos en blanco y decido continuar con mi obra, según mi punto de vista falta más de la mitad, retoques y perfeccionar ciertas zonas. Escucho cómo el colchón realiza un sonido al hundirse, de reojo confirmo que se ha sentado, ladeando el rostro para verme.

—Me hago millonario si lo ofrezco a los museos.

—Ufff, te lloverán las ofertas.

Reímos y hago una mueca al notar que la pintura en mi cuerpo se va secando, mi rostro debe estar peor y con tanto alboroto de seguro tengo más en lugares que no logro ver.

—¿Cuándo fue la última vez que fuiste verdaderamente feliz?

No debo pensar demasiado para soltar lo que es más que evidente, imposible de negar y siendo el pensamiento más bello que obtengo luego de días.

—Ahora. Justo aquí.

Es la primera vez que lo soy sin temor a que suceda cualquier incidente proveniente del exterior. Centrada en este presente, sin miedo y sintiendo que estoy segura, haciendo lo que se me pegue la gana, sin reclamos, en paz, lo que necesito.

El colchón produce un ruido al él removerse, luego escucho sus pasos.

Paso el pincel, lentamente, por los bordes de las hojas del árbol, cuando siento la calidez de su mano sobre mi cintura. Un estremecimiento me recorre al sentir la yema de uno de sus dedos deslizándose en pequeñas caricias seductoras por la franja de piel que queda descubierta al él subir un poco la tela. Se inclina y su nariz roza mi mejilla de arriba abajo. Joder, adoro que haga eso.

—Tengo en mente otro tipo de obra —susurra, su cálido aliento acariciando mi rostro.

—Ajá —digo apenas.

Echo un poco la cabeza hacia atrás, permitiéndole a sus labios hacer contacto con mi cuello.

—No requiere de esto... —Estira una mano y toma el pincel entre mis dedos, el cual apenas sujeto por lo mucho que me sobrepasan las sensaciones de toda esta química. Deja el pincel al costado de la tableta—. Ni esto... —Con la misma lentitud, lleva esa mano junto a la otra por debajo del crop top, las desliza sobre el inicio de mi abdomen y entiendo el mensaje, así que alzo los brazos para así deshacernos de la prenda—. Ni nada de lo que llevas puesto...

Deja un beso en el inicio de mi cuello. Suspiro.

—Ya me hago una idea...

Percibo su sonrisa antes de ir dejando besos por mi piel, iniciando un camino hasta mi oreja donde muerde mi lóbulo, dando fuerza a la ola de calor en toda mi anatomía.

No tengo idea de dónde quedó mi crop top, solo soy consciente de una de sus manos subiendo hasta cubrir uno de mis pechos y comenzar a masajearlo, apretarlo y bajando su otra mano hasta llegar al inicio del borde de mi pantalón, dejando su mano en mi cadera, tentando, como diciendo ''¿te lo quito o nos quemamos otro poco más?'', y al parecer opta por la segunda opción al sujetarme con fuerza y acercar mi trasero contra su entrepierna, sintiendo el inicio de una gran erección que me hace gemir bajito al en ese instante morder mi piel sensible para luego pasar su lengua.

Suelto un pesado suspiro antes de girarme, tomarlo de la nuca, y estampar mis labios contra los suyos.

Ya no aguanto, necesito besarlo como tanto ansío.

Kurt gruñe, posando sus manos en mis caderas y apretándolas al besarme con la misma fuerza. El beso es un tanto torpe y descuidado debido a las ganas que acumulamos a lo largo de la noche, pero me vale una hectárea de mierda, solo quiero besarlo sin descanso.

Deja una de sus manos en mi cadera, haciendo que me presione mucho contra él, como si nuestros cuerpos encajaran, fuesen hechos para estar así, y sube la otra para enredar los dedos en mi cabello, tomando mechones en un puño que me hacen soltar un pequeño quejido placentero, siguiendo con nuestra misión de saborearnos y gozar del roce del otro.

Nos besamos como unos desesperados, sin importarnos nada. Una de mis manos está sobre su hombro para apoyarme, alzándome sobre mis pies, y la otra permanece en su nuca por temor a que se aleje, aunque no luce como que lo hará, más al ser él quien baja sus manos a mi trasero y aprieta con deseo, haciendo que suelte un jadeo antes de tomar impulso y enredar mis piernas alrededor de sus caderas.

Mi mano en su hombro pasa a tomar mechones de su cabello.

—Ni besándote se me quitan las ganas de querer comerte la boca —murmura con voz afectada, profunda.

Es demasiado, Kurt besa de una forma que debería ser jodidamente prohibida.

Sabe cuándo aumentar el ritmo y acelerarme el pulso, hasta cuándo bajarlo y enloquecerme en busca de más, cuándo chupar para hacerme jadear y cuándo usar su lengua para encontrarse con la mía, mis gemidos perdiéndose en su boca.

—Mierda... —jadeo al él volver a mi cuello, torturándome con su boca al tiempo que siento la suavidad del colchón debajo de mí.

Pasa su lengua de forma tortuosa por encima de la gargantilla de cuero, seguido de sus dedos que van a un costado y lo desabrocha, dejando libre el camino para que su lengua, labios y dientes continúen con su labor de enloquecerme.

Sus manos ascienden hasta llegar a mi cintura, acariciando. Va subiendo hasta llegar a mis pechos, las aprieta para seguir con sus pulgares moviéndose sobre mis pezones endurecidos bajo la fina tela del sujetador negro. Suspiro de forma temblorosa antes de morderle el labio inferior y besarlo con necesidad, lo que provoca un gemido de su parte, se separa y realiza un mordisco en mi mandíbula al tiempo que sus caderas se mueven contra mi lugar más ardiente, clamando por atención, su atención.

—Espera, espera —pide en medio de un jadeo y apartándose—. No quiero... que pienses que te traje aquí para esto. —Apoya un codo sobre el colchón y pasa su mano por su cabello ya humedecido por el sudor—. Fue solo por el regalo y no quiero que creas que-

—Okay. Entendido —digo con rapidez antes de tomarlo del rostro y volver a besarlo.

Él duda un poco, pero notando mi determinación por no querer que esto acabe, termina por responderme con la misma lujuria. Me impresiona al ser más que obvio lo excitados que solo estos roces y besos nos han puesto en unos minutos y, sin importarle, detiene todo y aclara lo que cree, temiendo que me sienta mal, usada. Debería aclararle que no creo poder llegar a sentirme de esa forma con él, que con él solo existen los buenos momentos, la de llegar a ver las estrellas y, al caer, no sentir dolor, no contar con heridas.

Soy un completo sinfín de calor. Kurt me besa con profundidad, de manera húmeda y posesiva, dejándome sin aliento pero aún así sin querer soltar sus mechones de cabello para obtener más. Nuestras lenguas colisionan y jadeo, ladeando el rostro. Las ganas son insaciables.

Claro que no podemos controlar el que necesitemos respirar, por lo que al separarnos él se encarga de seguir con un delicioso camino de besos desde mi barbilla hasta mi cuello y, luego de chupar con fuerza mi piel provocando que gima su nombre, sigue hasta llegar entre mis pechos donde lleva la humedad de su lengua hasta por encima de la fina tela de mi sujetador, dando un mordisco a mi pezón endurecido y sensible, lo que me tiene humedeciéndome con locura.

La punzada entre mis piernas se hace cada vez mayor y me remuevo inquieta en busca de fricción. Hay un sonido ronco de su parte antes de apartarse, y casi protesto, pero él se hace cargo de la cremallera de mis pantalones, se arrodilla sobre el colchón y me insta a alzar las caderas para deslizar la tela, sus pupilas dilatándose al deleitarse con mis piernas siendo descubiertas. No pierde tiempo al tirar el pantalón a un costado de la cama y llevarse ambas manos hasta su espalda, estirando la tela para así quitarse su camiseta, siendo ahora yo la que se queda admirando su abdomen marcado y esas líneas en V que se pierden hacia el interior de sus vaqueros, no ayuda el que su pecho suba y baje con pesadas respiraciones y esboce una sonrisa ladeada.

Como si de un devorador se tratara, va inclinándose, acomodándose entre mis piernas, sus manos deslizándose a palma abierta por mis muslos hasta llegar a mis caderas donde aparta una de ellas y la apoya a mi costado para luego flexionar su brazo y recargarse en él, observándome, paseando su mirada por todo mi rostro.

Se toma su tiempo, a pesar de la creciente erección presionándose contra mí, y roza sus labios contra los míos, nuestros alientos mezclándose hasta que decide pellizcar mi labio inferior con sus dientes y eliminar toda distancia para comenzar a besarme como si saboreara un manjar, perdiéndose en cada centímetro de mis labios. Los chupa con gozo, gimiendo cuando no aguantamos y movemos nuestras caderas, logrando el alivio que deseamos pero sin ser suficiente.

Una de sus manos baja por mi costado, acariciando toda la piel que le es posible antes de llegar por encima de mis bragas de encaje también negro. Pasa dos de sus dedos por encima de la delgada tela y jadeo cuando realiza presión con uno de ellos. Su cálido aliento choca contra mis labios cuando vuelve a hablar en un susurro ronco.

—Sé que mientes, pero no creí que a este nivel. —Arrugo las cejas con debilidad por su toque y continúa—: Porque esto es sobre la tela y ya logro sentir qué tan mojada estás.

En medio de morderme el labio, gimiendo al él mover de nuevo sus dedos, recuerdo lo que le había dicho, el que no me mojaba por él. Mentira de las mentiras.

—Pobre de mí... —Sonrío en medio de un jadeo—. Debería ser castigada...

—Deberías... —Chupa la piel de mi cuello y gimo por lo delicioso que se siente—. No te haces una idea de lo mucho que extrañé esto...

Su mano entre mis piernas sube hasta llegar de nuevo a mi cadera y, alzando el rostro, sus ojos celestes, brillando con la evidente pasión, me observan con determinación.

—¿Tenerme debajo de ti? —inquiero, deslizando mi mano por su abdomen.

Como respuesta, vuelve a besarme, pero esta vez con más intensidad, sacándome gemidos y jadeos al tiempo que vuelve el vaivén de sus caderas y su mano a mi muslo, apretando mi carne con deseo. Puedo sentir cómo mi humedad incrementa, mis uñas rasguñan sus abdominales y gime contra mi boca.

—Cora... —susurra sin aliento, mordisqueándome la barbilla—. Déjame probarte...

Suena como una súplica y me aparto un poco para observarlo. Reparo en que también cuenta con pintura en sus antebrazos, luego en parte de su pecho quizá al yo tocarlo, también en sus manos, esquinas del rostro, nuca, y al bajar la mirada mis manos manchan su abdomen. Pienso en que muero por probar cada parte de él, que extraño estar con él de esta forma, que desde hace semanas el único protagonista de mis fantasías eróticas es él y que me toco pensando en él.

Necesito que me vuelva loca, que me haga gritar y gemir su nombre sin control.

Bajo mi mano de su nuca, la paseo por su cuello y llego a su mejilla, mi pulgar estirando su labio inferior al adorar hacer eso, y el hecho de que me deje hacerlo junto con otras cosas a mi antojo solo aumenta esa punzada.

Se lo susurro ahí, con nuestros labios a nada de poder disgustar del otro, sedienta por seguir:

—¿Mueres por hacerlo? —Estiro su labio con mis dientes y asiente, embobado por mi acción—. Entonces pruébame completa.






(DOBLE ACTUALIZACIÓN, SIGUE LEYENDO UWU)

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