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22. CORALINE

God, it's brutal out here

CORALINE

Decidir faltar el lunes a la universidad no fue una buena idea, ahora cargo con más tarea cuando se suponía que solo daríamos un repaso de ciertas cosas al los exámenes aproximarse.

Ya no quiero saber nada de los estudios, mejor me hago stripper, ¿no?

Tengo puesta mi laptop en una pequeña mesita a mi lado mientras continúo preparando algunos pedidos, Gigi me ayuda y así de vez en cuando puedo inclinarme y corregir ciertas cosas en mi trabajo, ya hasta algunos me han mirado raro por mi forma de laburar. Es una suerte que nuestro tío haya salido a recibir unas cosas para el negocio, en estos meses debe hacerlo más ya que es la forma en la que todo le sale más barato, y mejor para nosotras.

Tío fuera: más libertad.

Me muerdo la uña del dedo pulgar, indecisa por cómo dejar cierta parte del trabajo, inclino la cabeza hacia un lado, sopesando lo que sería mejor.

—¿Puedes ayudarme? —inquiere Gigi.

—Sí, sí, sí —respondo, guardando lo que tengo hasta ahora en el documento.

La observo sobre mi hombro, lleva más de cinco bolsas de papel, una encima de otra en sus brazos, hasta casi podrían cubrirle el rostro.

—Lo sé, soy doña pedidos provoca erecciones.

Ahogo una risa ante su nombre tan creativo. A pesar de lo estresada que esté, siempre encuentra la forma de sacar una broma a la situación sin dejar ese ego que se carga.

Tomo todas las bolsas y me dispongo a repartirlas en las mesas correspondientes, estas personas han pedido para llevar pero aún así se encuentran esperando en mesas al los pedidos tardar en llegar.

Le sonrío a la pareja a quienes entrego dos bolsas, luego a un joven que pidió una, y me giro para mirar el número de mesa con el que portan las cuatro bolsas restantes para dirigirme a esta, al llegar debo contenerme y no poner los ojos en blanco.

—Entonces lo que dijo Lucy es verdad.

Claro que ella debía decirle dónde trabajo, por supuesto que sí.

Sonrío con suma falsedad, dejando las bolsas frente a él. Gael me sonríe con dulzura cuando dejo dos y me ayuda con los otros. A veces pienso que esas miradas que me echa ocultan algo, aunque tal vez solo son porque es un chico amigable.

Les doy una última sonrisa antes de girarme, pero justo se escucha un alboroto en el exterior del local, deteniéndome y haciendo que preste atención a aquello.

Una chica, que no debe pasar los veinte años, se encuentra gritando con rabia hacia un hombre que no hace más que reír a modo de burla mientras alza sus manos en el aire como diciendo ''yo no fui'', cuando las palabras de la mujer dejan muy claro lo que ha sucedido.

—¡¿Quién carajos te crees?! ¡No vuelvas a tocarme, depravado de mierda!

Varias personas se han detenido para saber qué sucede, eso ayuda a que el hombre no se acerque a la mujer. La chica lo apunta con un dedo mientras continúa con su reprimenda, y quiero vomitar porque el sujeto solo ríe antes de meter sus manos en sus bolsillos y girarse.

Solo eso, nadie lo detiene, nadie lo ve como un acto sumamente mayor como para tomar otras medidas.

—Jesús, qué exagerada —murmura Kevin por lo bajo.

Guío mis ojos hasta el idiota en la mesa, este observa con el ceño fruncido hacia la mujer, vuelvo mi vista a ella y la veo bufar para luego disponerse a caminar con rapidez hacia un taxi.

—La estaba acosando —informo con tono obvio hacia él.

Me observa, riendo despacio.

—No lo sabemos, apenas vimos que ella lo agredía verbalmente.

Suelto una corta risa, incrédula.

—¿Ella lo agredía? —Porto una expresión seria—. ¿O se defendía?

Kevin está por hablar, pero antes es interrumpido.

—Estoy de acuerdo con Coraline —suelta Gael y su amigo hace una mueca.

—Oh, vamos

—Puedes ser como tu amigo y también entenderlo. —Lo repaso de arriba a abajo—. Aunque lo dudo.

Le sonrío con suficiencia, él gira los ojos, negando con la cabeza.

—Deja de decir que los hombres acosamos a las mujeres.

—Dejen de hacerlo y no habrá razón para decirlo.

Me giro al fin para dirigirme hacia el mostrador, echando una última mirada hacia el exterior donde ya todo ha vuelto a la normalidad.

Con lo dicho antes no les pongo el total peso a todos los hombres, porque conozco a varios dignos de admirar, pero vamos, se comprende que muchos de ellos son los causantes de ese miedo constante al salir a las calles, al ir de fiesta, al ir a un café cercano, al cómo vestirte, hasta de quedarte sola en tu propia casa por lo que debes tomar medidas. Un miedo no merecido por el simple hecho de ser mujer.

Resoplo antes de dirigirme a la pequeña habitación donde se encuentran las cosas de los trabajadores, por lo que de mí también. De reojo veo que Gigi me observa, pero la ignoro, mi hora de salida ha llegado y será mejor que me apresure si no quiero llegar tarde a la cena con mis padres.

Abro la pequeña puerta metálica de mi locker, me quito el delantal para guardarlo allí y tomar mi mochila para cerrar la puertita. Voy al baño y me cambio de ropa para luego meter la del local en la mochila, le hace falta un lavado.

Justo cuando culmino, otro trabajador pasa por mi lado, yo me incorporo sin verlo y luego doy un brinco al sentir cómo la frialdad se va apoderando de mi cuerpo.

—¡Carajo, lo siento!

No importa cuántas veces se disculpe, eso no quita el agua de todo mi cabello y parte de mi camiseta. Observo con detenimiento al chico nuevo, apenas entró ayer.

Sin querer ser una grosera, solo me paso la lengua por mis dientes frontales como método de atajar mi ira, inhalo todo el aire que puedo y voy de nuevo al baño en donde cierro con fuerza, saco la toalla algo diminuta que traigo siempre conmigo y trato de secar mi cabello.

Estoy en ese proceso de odiar todo.

Paso la toalla con furia por los mechones mojados como también por la camiseta, gruñendo de vez en cuando. No logro mucho, pero no hay ningún secador u otra camiseta.

—Me tendré que aguantar. Lo típico.

Guardo la toalla de nuevo en la mochila y salgo de una maldita vez del lugar.

Me apresuro en tomar el bus, me acomodo en un lugar vacío cerca de la ventana y observo por el cristal, decidida en ver bien el exterior para así bajar en el lugar exacto, pero a medida que el bus avanza siento cómo los ojos se me van cerrando, trago y parpadeo varias veces para mantenerme despierta, pero de alguna forma me concentro demasiado en eso y al mirar a mi alrededor me encuentro con que ya estoy por llegar al centro de la ciudad.

—No, no, no. —Me cuelgo la mochila y voy con rapidez hacia la puerta para tocar el timbre—. Mierda, no.

Bajo y cruzo con rapidez todas las rutas, porque claro que he bajado donde hay más de cinco, una seguida de otra. Busco dinero, este siendo lo último que me queda. Aprieto los labios, soltando un quejido.

Esta vez ni siquiera parpadeo, o así lo siento, mientras atiendo en no volver a pasar mi parada y llegar a la casa de mis padres.

Observo la hora al bajar, ya voy veinte minutos tarde.

Veinte minutos.

Una eternidad para ellos.

Abro la puerta, suspirando con cansancio, pero ni siquiera suelto todo este aire cuando veo a más personas, además de papá, en la sala.

—¡Cariño! —saluda mamá con su más grande sonrisa—. Hasta que llegas, te estábamos esperando.

En medio de esa sonrisa noto cómo aprieta los dientes en un claro y sarcástico: si quieres llegas mañana y ya, ¿no?

—Lo siento, tuve... —Ni loca les digo sobre mi gran aventura—. Inconvenientes.

Detallo mejor a los dos hombres junto a papá, estos me sonríen y les devuelvo el gesto como me es posible. Caigo en cuenta de que se trata del jefe de la compañía en la que trabaja papá y la mano derecha de este, suelen venir a visitarnos de vez en cuando al ellos contar con una amistad con papá desde la secundaria. Y aquí estoy yo, frente a ellos, toda sudada, cansada, con la ropa algo sucia y claramente con sudor y, de seguro, un mal olor.

Asiento hacia papá con una sonrisa forzada y él aprieta la quijada. Genial.

Mamá se disculpa por nosotras antes de tomarme del brazo, agarre que se afianza con mayor fuerza cuando llegamos detrás de una pared a lado de las escaleras.

—¿Por qué no me dijiste que vendrían?

—¡¿Y por qué llegas tan tarde?! —reprende en un susurro. Quedamos una enfrente de la otra y me recorre con la mirada—. Y mira cómo estás, santo cielo.

Realiza una mueca y comienza a subir las escaleras y, sin saber qué otra cosa hacer, la sigo. Me doy un baño rápido y me pongo un ridículo vestido verde que me facilita mamá por más que le digo que solo necesito otra camiseta, sé que me lo da apropósito porque sabe que lo dejé porque lo odio, pero no estoy en posición de reclamar, no cuando me echa una que otra mirada reprobatoria cuando debemos cenar. Sam hasta se ríe de cómo me veo, aunque luego me dice que me veo hermosa, sé que miente pero se lo agradezco.

El sonido de los cubiertos chocando contra el material de los platos es lo único que no deja que el silencio se apodere del lugar.

Papá se aclara la garganta y lo observo.

—¿Se podría saber por qué llegaste tarde, hija?

«Hija».

Son pocas las veces en las que utiliza esa palabra para referirse a mí, y la verdad es que no la prefiero, lo suelta con tal amargura que solo provoca un leve dolor en mi interior.

—Ya lo dije, tuve algunos problemas pero... ya está todo bien. —No luce tan convencido y bajo la mirada, jugando con mi comida—. No volverá a pasar.

Lo escucho suspirar con pesadez antes de hacerle una seña a mamá y ella le sirve más puré de papa. Como si fuese su sirvienta.

—Estos jóvenes de hoy creen que lo saben todo —suelta él y trago saliva.

—Está en una etapa, ya se le pasará —acota su jefe y alzo los ojos para verlo sonreírme un poco.

—Ah, pero luego si uno quiere corregirlos, te salen con que los maltratas y esas tonterías que se han inventado.

Frunzo el ceño ante las palabras de mi padre que en realidad no deberían de sorprenderme, pero lo hacen, y creo que mi estómago se ha cerrado, ya no tengo apetito. ¿Y qué tiene que ver que no haya llegado a tiempo con que me crea una sabelotodo?

Mis ojos conectan con los de Sam, sentado a lado de mamá, él aprieta sus labios y sigue comiendo.

«Fingir se ha vuelto más sencillo para ti, ¿no?»

No debería ser así, sé que no debería pero, aún así, en el fondo me alegro de que vaya aprendiendo. Es lo mejor para evitar el caos, aquel del que formamos parte sin siquiera pedirlo.

—Pff, es una locura, deciden hacer lo que quieren —dice el otro hombre.

—Pero ya algún día agradecerán todo lo que hacemos por ellos —sigue su jefe—. Les falta madurar, es todo.

—Sí, quizá solo sea eso —dice mamá entre pequeñas risas—. ¿Escuchaste, Coraline?

La observo con la que sé es un gran semblante de seriedad, o mejor dicho: cara de culo.

«Así es, he escuchado y no estoy para nada de acuerdo porque creo firmemente que la madurez no depende de la edad y que el defender nuestra integridad y salud mental no significa que seamos unos buenos para nada o malagradecidos con nuestros progenitores».

—Claro —digo y finjo una sonrisa.

La atención de los cuatro vuelve a los platos con comida para luego comenzar una plática acerca de política, este no me es para nada interesante así que me dispongo a comer solo un poco más.

—¿Qué tal te fue en esa reunión? Oí los murmullos —le comenta su jefe a papá.

—No, no hay nada de qué preocuparse, al final quedamos en que...

La plática sigue y sigue, cada parte de mí quiere largarse de ahí.

Observo al jefe de papá y luego a este último, ambos hablan como si fueran dioses que manejan todo como se les antoje y cuando se les antoje. El otro hombre también habla mucho y mamá asiente hacia ellos, aportando algunas palabras y apoyo, mas papá no la deja participar mucho, algo que intentan que no se note tanto. Y por último, Sam, este parece más aburrido que una mascota castigada con correa, recargando el peso de su cabeza sobre un puño, perdido en sus pensamientos.

El jefe habla.

El otro hombre habla.

Papá habla.

Mamá asiente.

Sam suspira.

Me harto.

—El maltrato sí existe.

Todos me observan con fijeza tras haber soltado aquello sin poder aguantarme las ganas. Papá une sus cejas al tiempo que abre un poco más los ojos como un gesto de advertencia y me abstengo de tragar de nuevo.

—Vaya, Gabriel. No sabía que tu hija es una defensora de los inocentes —bromea el jefe de mi padre.

«Y usted es un idiota cabeza de pito quemado».

Aprieto los dientes para no soltar mis pensamientos venenosos que sé que me traerían graves problemas, si es que lo dicho anteriormente no me los da.

Como sabe hacer de manera perfecta, papá cambia su expresión de muerte por una divertida en una fracción de segundos.

—Qué va. —Ríe, echándome de nuevo una de esas miradas.

Apoyo mis manos en los costados de la silla en la que estoy para arrastrarla hacia atrás y levantarme. Tomo mi plato para dejarlo en el fregadero, todo en un odioso silencio, y me dirijo al jardín. Es claro que ya no me quieren ahí.

Aquella vocecita hace acto de presencia: Ellos solo te quieren cuando eres callada pero, cuando dices las cosas como son, eres una mala hija.

Es tan jodido.

Cierro los ojos por unos segundos al llegar bajo el marco de la puerta, calmándome al inhalar con lentitud y cerrando y abriendo las manos en un gesto nervioso.

El calor provoca que el vestido me pique y me rasque como si tuviera pulgas, esto mientras tomo asiento en un escalón de cemento. Observo el césped verde bien cuidado y el columpio en el centro del pequeño jardín, solía pasar horas en él, pensando... y llorando en plena madrugada, porque sabía que de lo contrario me escucharían desde sus habitaciones.

—Ya estoy bien pinche aburrido.

Giro mi rostro hacia un lado para ver a Sam sentarse junto a mí, me sonríe y luego señala mi vestido.

—Horrible, lo sé.

—Te queda bien, pero... —Hace una mueca—. No es muy tú.

Sonrío un poco por eso.

—¿A qué te refieres, niño genio?

—A que yo me vería mejor en él.

Atajo una risa, dándole un empujón con el hombro.

—Suenas como Fish.

Sam infla su pecho como un ser orgulloso por la comparación.

—Cuando sea grande quiero ser como él.

Le despeino el cabello castaño con una mano para molestarlo, me lo golpea y le pico en la cintura con un dedo.

—Suerte con eso, mocoso.

Reímos otro poco más hasta que la diversión se evapora y ambos nos quedamos en silencio, observando el jardín con las risas de los adultos de fondo.

—Sam.

Voltea su rostro en mi dirección.

—¿Sí? —Hago sobresalir mi labio inferior en un intento de puchero tierno. Él alza las cejas al comprender—. Ouh, quieres manipularme.

Río y me acerco más a él, dando empujoncitos con mi cabeza contra su hombro como si fuese un caballo.

—Un favorcito pequeñiiiiito.

Suelta el sonido de una risa reprimida y me alejo para observarlo.

—Estás mal si crees que no te ayudaré en algo.

Sonrío con ternura.

—Por eso te amooooo.

Frunce los labios en una mueca.

—No seas empalagosa.

—Bueno, ya. —Me coloco bien y lo observo con seriedad—. ¿Tienes dinero?

Frunce el ceño ante tal pregunta.

—Juro que creí que me pedirías alguna de mis bombitas para lanzársela a algún maestro o alguna chingada así.

Ahora yo frunzo el ceño.

—¿Tú haces eso?

Estira la cara como si fuese la cosa más loca dicha en el mundo.

—Ni de coña. No. Uh-uh. Nah.

Niega con la cabeza con mucha rapidez y lo tomo con ambas manos para detenerlo. Lo observo con fijeza.

—No te metas en problemas, tarado.

Traga y sé que ya es tarde.

—Lo sé. —Encoge un hombro—. No lo haré. —Enarco una ceja y bufa, bajando la mirada—. Ni siquiera me han pillado.

—Sam...

Suelta mucho aire por la nariz.

—No lo volveré a hacer.

—Bien. —Le despeino de nuevo el cabello y sonríe mientras quita mi mano de su cabeza—. Ahora ve por mi dinero —digo con fingida voz gruesa y ríe, levantándose para ir al interior de la casa.

Sé que tiene ahorros, no muchos, pero tampoco es que quiero quitarle todo, es solo para pagar el bus de vuelta.

Unos segundos después, vuelve con su chanchito, este con dibujos hechos con marcador negro: un antifaz, tatuajes en forma de rayos en lo que sería su espalda y unos pantalones cortos. De alguna forma todo eso le queda bien al animal, es gracioso.

Sam saca la diminuta tapa que cubre el agujero en la panza del objeto.

—¿Cuánto necesitas?

—Solo para el bus.

Sube la mirada, se queda muy quieto, analizándome.

—¿No tienes para eso?

Río sin ánimos.

—Hoy fue toda una mierda, no guardé tanto y-

—Es preocupante —me interrumpe.

Formo una línea con los labios.

Él mejor que nadie sabe lo organizada que soy con el dinero, debe intuir que algo ocurrió para que ahora me falte para algo de un precio para nada costoso.

—No. —Frunce el ceño—. Lo que es preocupante es que estés empezando a meterte en problemas.

Resopla, pero no con ese aire juguetón o divertido, sino con uno decaído, arrepentido.

—No lo haré de nuevo, en serio. —Inclino el rostro hacia un lado sin creerle del todo—. Además, son solo esas bombitas pequeñas que pisas y explotan con un ''pris'' y ya, no-

—¿Y sabes a qué sonará tu futuro luego? —Parpadea varias veces, desconcertado. Me relamo los labios antes de hablar—. A un ''quedas expulsado del colegio'', y luego a regaños de aquí. —Señalo detrás de mí, hacia la casa—. Porque todo inicia con algo pequeño, pero luego irás por más, y no... —Él desvía la mirada y tomo su rostro entre mis manos para hacer que me observe—. No quiero eso, Sam.

Traga y se muerde el labio inferior, gesto que realiza cuando se siente abrumado por algo, nervioso.

—Ahora soy un tonto, ¿verdad?

Le sonrío y acaricio su mejilla.

—Ahora aprendiste algo más.

Realiza una mueca y asiente despacio, se aleja y se sienta a mi lado. Me pasa el dinero que necesito y lo alzo en mi mano.

—Gracias —susurro y vuelve a asentir.

Se mantiene en silencio hasta que se gira por completo hacia mí.

—Siempre contarás conmigo, ¿sí?

Paso un brazo por sus hombros para atraerlo hacia mí en un abrazo de lado.

—Lo sé, mocoso.

—Mugrienta.

—Adoptado.

—Babosa.

—Aborto de feto.

—Oye, quiero saber... —inicia y arrugo las cejas con disgusto.

—¡Era mi turno!

Gira los ojos y detengo mi búsqueda de insultos no tan insultantes en mi mente.

—A lo que iba. —Guarda silencio y con un gesto lo insto a continuar—. ¿Estarás ocupada el próximo sábado?

Frunzo los labios.

—Depende.

Lo digo por lo que sea que tenga en mente y, a la vez, por si algo se me presenta, como que tenga tarea, que deba trabajar, que Kurt me invite a verlo ensayar, que deba trabajar, o... que Kurt me invite a verlo ensayar, o tenga tarea. Sí, muchas cosas.

—¿De qué?

—De por qué me lo estés preguntando.

—Ah.

Juega con sus dedos y mueve sus pies de un lado a otro, me observa desde su lugar y sonríe con inocencia.

—Tu intento de niño tierno no funciona conmigo.

Bufa, dejando de lado su actuación.

—¡Uno intentando ser bueno y me sales con pendejadas!

Río y me aparto para colocar un codo sobre mi rodilla y verlo de perfil.

—¿Por qué?

Porta el semblante más serio que le he visto tener en mi vida.

—Sabes que me gustan las aventuras. —Asiento, atenta a cada palabra suya—. Pues el próximo sábado se abrirá una pista de patinaje en el centro comercial, el que queda en el centro.

«Oh, sí, el bendito centro, mi gran amigo».

Sonrío como puedo, relajándome un poco más al ver que él sigue algo tenso.

—¿Y qué pasa con eso?

—Todos mis compañeros hablan de eso, de que irán a primera hora para estar ahí justo al ser abierta. —Vuelvo a asentir—. No es necesario que vayamos temprano, mejor... por la tarde, ¿sabes?

Entrecierro los ojos.

—¿Y eso por...?

—No preguntes, solo... —Forma una pequeña sonrisa—. ¿Me llevas?

Analizo su expresión por unos segundos, ese ''no preguntes'' no me da confianza, estoy comenzando a preocuparme por todo eso que oculta de nuestros padres y que al parecer ha comenzado a ocultar de mí también.

Vuelvo la vista al frente.

—Mamá no te dejará ir conmigo hasta el centro, sabes cómo de protectora es. —Aunque no lo parezca ciertas veces.

—También pensé en eso. —Enarco una ceja, expectante por sus siguientes palabras—. Vi que Kurt tiene auto.

—Oh, no. —Suelto una risa pero, al observarlo, me detengo en seco—. No hablas en serio.

—Ahuevo que lo hago. —Sonríe, mostrando sus dientes y lo empujo con una mano, él sujeta esta para sacudirla con gracia—. Vamos, Coraline, vamos, ¿sí, sí, sí?

Bufo y estiro mi mano para que la suelte.

—No abuses de su buen carácter. —Arruga las cejas—. Digo, sé que lo hará sin problemas pero no hay que ser pesados.

—No creo que lo tome como ''pesado'' si tú se lo pides.

Paso saliva ante el tono que utiliza.

—¿Qué quieres decir con eso, mocoso?

—Pues... —Hace sobresalir su labio inferior al tiempo que se encoge de hombros—. Que es buena onda.

—No, quieres decir algo más.

Por algún motivo, comienza a reír, primero despacio hasta que llega a largar carcajadas y se cubre la boca con ambas manos para que no lo regañen.

—¿Qué? ¿Qué es tan gracioso? —inquiero.

—Pinche naca ciega —dice y vuelve a reír.

—Agh, ¿sabes qué? Cállate. —Saco mi teléfono, Sam ve eso y deja de reír para poner atención a lo que hago con el artefacto. Lo señalo con un dedo—. ¿Sí te das cuenta que es el segundo favor que le pediré por ti?

—Sí, soy la hostia, lo sé. Ahora escríbele.

—Con una condición. —Asiente con rapidez—. Me dirás todo.

Infla sus cachetes al saber con perfección a qué me refiero, no se lo dejaré pasar.

—No tengo de otra, ¿no? —Niego y suelta un corto suspiro—. Bieeen.

Ingreso al chat de Kurt. Sam intenta ver qué le escribo, pero elevo el teléfono para que no lo haga, se rinde y se cruza de brazos a la espera, pero mientras escribo el mensaje siento que es como una situación muy forzada.

—No, mejor le digo otro día.

—¿Qué? ¡No! ¡Coraline!

—No puedo solo pedírselo y ya.

—¿Ya no son amigos?

«Ni idea de qué somos...»

—Sí, o sea... Debo crear conversación, ¿sabes?

—¿No están escribiendo? Pero si es tu ami-

—Se lo diré cuando se dé el momento.

—Pero-

—Sam.

Alza ambas manos, encogiéndose en su lugar.

—Bueno, a la verga.

Pongo los ojos en blanco. Es insistente cuando quiere conseguir algo, pero está decidido, esta noche le escribiré para saber cómo está, desde la mañana que no hablamos, y no es mucho, pero solo hemos bromeado y ya, tampoco quiero que crea que le escribo solo para utilizarlo, lo hago porque... se siente bien hablar con él.

Unos pasos hacen que ambos elevemos el rostro para observar hacia arriba, hacia esa persona.

—Su padre y yo saldremos un momento con Hernán y Julián, así que se encargan de lavar los platos —ordena y asentimos. Me observa—. Todo pulcro, Coraline, nada de desastre ni juegos tontos.

Vaya, eso me hace sentir como cuando aún vivía con ellos. Horrible.

Asiento como la hija obediente que aún pretendo ser, luce conforme y se gira sobre sus pies, sus tacones impactando contra el suelo con cada paso que da.

Con Sam nos incorporamos para seguirla hasta la cocina, en donde comenzamos a realizar lo mandado. Un momento después, vemos a los cuatro ingresar al vehículo del jefe de papá, este alza una mano a modo de despedida al aún vernos por la ventana de la cocina, le correspondemos el gesto con nuestras sonrisas falsas y suspiramos cuando se alejan.

Ahora se percibe algo de paz y serenidad.

Observo a Sam de reojo, él parece sentirlo porque también lo hace.

—¿Lucha de espuma o qué?

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Holiiis, mis amoreeeees<33

¿Qué les pareció el cap?

Vimos lo que pasa muchas veces en la sociedad, y quería resaltarlo porque hay mucho de eso en todas partes y aún lo siguen viendo como si nada, me da impotencia:/

También a nuestra pequeña Coraline y la mierda que no puede (al parecer) faltar en su día y cómo debe aguantarse de todo, pero a la vez está Sam... ay, mi chikito:(

Y LO QUE SE VIENE, AY, estoy muy feliz porque ya tengo casi toda la historia planeada y es GHFDASFDAFDAF ya quiero que lean todo lo que tengo en mente🥺💕

Muchísimas gracias por los 70k de lecturas y 3k de seguidores, no saben lo feliz que me hacen, los AMOOOOOO:,3

Capítulo dedicado a K_GHOST5, gracias por seguir aquí y espero te siga gustando la historia, agradezco muchísimo tu apoyo, love🥰

Cuídenseee, igual si están vacunados, usen el barbijo, tapabocas, como le llamen, por fis, y tomen agua uwu

¡Muak!

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