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утопия

El tacto del cesped era suave y húmedo a causa del rocío que la previa lluvia había dejado.

La mano de cierto rubio se deslizaba por la hierba, empapando sus dedos enguantados, aunque este detalle poco le importaba; se encontraba tumbado sobre la suave y húmeda superficie del suelo, y no estaba solo, su cabeza descansaba en los muslos del segundo sujeto que junto a él se hallaba, sentía como sus cabellos eran acariciados por unos finos dedos bien conocidos para él.

Sus ojos estaban entrecerrados, no portaba su habitual máscara, todo lo contrario, poco le importaba el dejar al descubierto ese ojo oculto bajo la peculiar decoración excéntrica de su antifaz.

Tan solo había silencio entre ambos sujetos, no obstante, no era un silencio incómodo, sinó que era un silencio cálido y relajante.

Únicamente se escuchaba el soplido de la brisa, hojas caían al suelo desde los árboles a causa del viento, e igual más hojas se elevaban del césped, buscando otro lugar donde descansar.

Las mejillas de ambos sujetos eran acariciadas por el gentil y cálido viento de una mañana en el equinoccio de primavera.

El de hilos rubios abrió su boca con el objetivo de decir algo, aunque ninguna palabra salió de su garganta, prefirió seguir pensando en qué decir con exactitud para no estropear el relajante ambiente que entre ambos se había formado.

Los dedos del de caballos azabaches con reflejos púrpuras, que de rodillas se encontraba, terminaron por abandonar su labor, usando ahora sus dos manos para tomar todo el cabello ajeno, comenzando a hacer una trenza con este, aún sin decir ni una sola palabra. 

Tras haber finalizado, el auto proclamado arlequín cambió su posición, de estar en lateral a ahora apoyar su espalda por completo en el suelo, apreciando alegremente el peculiar brillo violáceo de sus ojos, esos orbes que desprendían misterio, a su vez curiosidad, quizá algo de sadismo y picardía, que poco se alejaban de ser similares a los suyos propios.

───Dos-kun. . .~  ───murmuró el que acostado estaba, manteniendo una ladina sonrisilla ───¿No crees que este es el verdadero paraíso? ¡Me siento verdaderamente libre! ───exclamó al final, sintiendo los dedos de Fyodor deslizándose por sus mejillas.

Una serena carcajada insonora se escapó de entre sus labios, meneando con suavidad su cabeza de arriba a abajo para asentir, aún en silencio.

───¿Por qué no me hablas? ───se quejó aquel rubio, incorporándose para así sentarse con las piernas cruzadas sobre el suelo, sus ropas ya se habían manchado por el agua y el barro, hecho el cual ignoraba sin darle la importancia que cualquier otro podría haberle dado ───¿Hice algo mal? ¿He de adivinar? ¿O acaso de tu lengua tengo que tirar? ¿Qué he de hacer para tu voz merecer?

Pese a esos intentos de llamar la atención del azabache, seguía sin recibir respuesta alguna, como si este hubiese quedado mudo.

Este solo adoptó una expresión algo seria y pensativa.
Pero, aquella expresión no duró, cambiando a una de sorpresa y confusión, esto tras sentir los brazos de Gogol, los cuales sin permiso alguno se enroscaron al rededor de su propio cuerpo.

Había estado tan ensimismado en ese pequeño momento que ni cuenta se dió de que aquel bufón ya se había trasladado para quedar por detrás de él.

───¿Nikolai. .? ───volteó su cabeza para así poder ver bien a su acompañante.

Aquel rubio carcajeó, adoptando una risueña mirada, deslizando sus brazos, de tal modo que estos rodeaban la cintura ajena.

───¡Lo sabía! ¡Premio para mí! Ese libro no se equivocaba, ¡la mejor forma de conseguir algo es abrazando a esa persona de la que lo quieres recibir! Afortunado soy, ¿no crees? Afortunados somos~ ───usó un exagerado tono de voz, así como hacía de costumbre, recargando su barbilla sobre el hombro del de ojos púrpuras.

Ahora tan solo un suspiro salió de entre sus labios, si había algo de lo cual estaba muy seguro, era que Gogol podría ser insistente hasta no poder aguantarlo, y ese era el tipo de personalidad al que ya estaba acostumbrado.

Con su sonrisa ladina, dio la completa vuelta, para así encarar a su compañero en la decadencia de los ángeles, colocando su dedo pulgar sobre los labios ajenos.

───Sí Nikolai, tú ganas ───murmuró entrecerrando sus ojos ───Tu impaciencia me ha desconcentrado por completo, ahora, ¿qué quieres?

───¿Eh? ¿Estabamos jugando a ver quién aguantaba más tiempo callado? ¡Eso no es justo! ¡No me digas que he perdido! ───hizo un infantil puchero, pasando una de sus manos por los cabellos ajenos, dando un par de pasos para atrás, separándose ya.

───En lo absoluto. . . ───suspiró una vez más, cerrando los ojos al sentir la gentil y fugaz caricia, abriéndolos de nuevo notando la nueva distancia que entre ambos se había formado. ───Parece ser que estamos solos. . .

Susurró haciendo una mueca, mirando a su alrededor, y era cierto, ese extraño campo en donde se encontraban estaba completamente vacío, con la única presencia del césped, los árboles, el viento y las dos figuras humanas.

───¿Y acaso necesitamos algo más? ───replicó por el contrario Gogol, haciendo una reverencia ───Adivina Adivinador, ¿quién es esa persona a la que más amo yo?

Extendió su mano, manteniendo su cuerpo inclinado, hasta que sintió una presión por encima de esta, sabiendo que Fyodor había aceptado ese gesto suyo.

Se reincorporó, no necesitaba una contestación en palabras a su adivinanza, ya sabía la respuesta con solo ver lo que tenía en frente; un esbelto joven azabache, de ojos violaceos, ropajes blancos, y abrigo ennegrecido.

Una vez más el silencio se hizo entre ambos, ahora siendo el de hebras negras quien rompió este tras unos segundos, tarareando una melodía bien conocida para ambos, una de las nanas que los niños escuchaban antes de dormir.

El rubio dio dos pasos para atrás, siendo estos seguidos por el contrario, ahora siendo el patrón en viceversa, comenzando de forma inmediata una danza entre ambos; sus manos entrelazadas, una de las manos de Fyodor descansaba en el hombro ajeno, mientras que la de Gogol se posaba en la cintura del otro.

Un vals entre ambos dio comienzo, izquierda, derecha, hacia delante y hacia atrás, giro y reverencia, repitiendo este patrón por un par de minutos, hasta que el azabache se detuvo, finalizando su tarareo, soltando una carcajada.

───Esto es patético ───habló soltando la mano del rubio.

───¿Y qué? Estamos solos, y parece ser que no hay otro sitio al que ir, ¿piensas acaso otra cosa mejor que hacer? ───replicó una vez más el arlequín ───Además, ¡mírate! Se te veía feliz al ritmo del vals, ¡Un, dos, tres! ¡Un, dos, tres! ───daba palmas a la vez que contaba.

Retrocedió hasta chocar contra un árbol, sus excéntricos actos hacían que el ruso de cabellos negros tan solo rodase los ojos, sabía que esa extraña forma de ser no tendría remedio alguno, y a su vez era esa personalidad la que le atraía aún más.

───Nikolai. . . ───se fue acercando a paso lento aquel ruso ───Sangras. ───susurró señalando su estómago ───¿No te duele?

───¿Esto? ───ladeó su cabeza igual señalándose a si mismo, y en efecto, sangraba por el mismo lugar donde recordaba haber sido cortado a la mitad ───No, para nada, no me duele.

Pausó unos segundos, sintiendo una vez más las manos contrarias, esta vez sobre su propio estómago, soltando una risilla al sentir cosquillas en ese lugar.

───¿Por qué debería dolerme esta libertad? ───continuó, alzando su mirada al cielo ───Es decir, ¡agradezco al Dios piadoso que me dio la oportunidad de compartir vida contigo! Y no solo vida, sinó que también muerte, agradezco al Dios misericordioso que nos otorgó este paraíso, este edén, ¡esta utopía solo para nosotros dos! ───una vez más hizo una pausa, devolviendo su mirada hacia el que permanecía en silencio, escuchando el pequeño monólogo del bufón ───Pero, dime Dos-kun, ¿asesinos como nosotros merecen esta utopía?

───. . .Te dije que la fortuna vendría a aquellos que llevan armas ───replicó Dostoyevski ───Aún así, no merecías esto, quizá-. . ───fue interrumpido por las palabras del rubio.

───Adivina Adivinanza, ¿por quién daría yo mi vida? ───sus manos se deslizaron por las mejillas pálidas del contrario ───Además, parece ser que de nuevo estoy atrapado, atrapado en un jardín de cristal, en un jardín utópico, pero junto a ti. Y esta vez tengo, no, tenemos la llave de esta jaula, ¿no es así? ───soltó otra risa más, mezclándose con la del azabache.

Atrajo con sus manos al otro, acercando sus nucas, a tal punto de que sus frentes se tocasen, finalizando en un meloso beso y un susurro más.

“Fyodor Dostoyevski, te amo”

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Golpeteó un par de veces con su dedo sobre la mesa de su escritorio; su mirada se desviaba en dirección a la ventana, y con su otra mano sostenía una taza de té, de aroma a frutos rojos para ser exactos.

Una noche más la cual pasaría en vela, aunque para él ya no era ningún inconveniente, no solía dormir después de todo.
Lo único que le hacía mantener el ceño fruncido era el silencio que inundaba la sala, cierto era que las adivinanzas y chistes de Gogol eran ruidosos y molestos en algunas ocasiones, pero a la vez, la ausencia de estos dejaba un tremendo vacío en la habitación. . .y a su vez en el interior de aquella rata asesina.

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