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8, Pesadillas en la ciudad de las oportunidades.

Un par de horas mas tarde, Darling estaba de vuelta en su departamento. Pequeño, como lo recordaba , y mas frío. Eso no lo recordaba. Quizás era que Felicia se marchó, y con ella se llevó todo lo lindo, y cálido que era su presencia. No estaba la sensación de un abrazo en medio de una tormenta, sino la lejanía de los lindos recuerdos. 

 Cada vez que se marchaba, Felicia se llevaba lo que quizás hacia la diferencia. La familiaridad de que no era ella sola en una gran ciudad. Ahora que se sabía que su apellido venia de ese centro, esa sensación se hacia mucho mas grandes, porque sus padres habían muertos, y con ellos el pequeño legado que pudo haber sido. Nadie mas que Cassandra Kiramman tenía conocimiento de sus raíces.  

 La luz que pasaba por la ventana, teñía la pequeña sala del mismo morado que el cielo a punto de anochecer. Iba a juego con el resto de muebles que tenía, todo en diferentes tonalidades de anaranjado. Aun así, nada parecía darle el calor para no creer que estaba por completo sola. 

 De la mesa tomó un par de galletas dulces, y al lado de estas, una nota de Felicia. Fue hasta el sillón para poder leerla y comer, tratando de no llorar como siempre pasaba cada vez que se marchaba.

"Felicitaciones, sabía que te iba a ir excelente. No hace falta que me lo digas, para saber que es cierto. Darling Greywall, eres capaz de lo que seas. Aunque bueno, debes en cuando hay que darte un empujón para que suceda. Lo hablaremos mejor cuando no veamos. 

 Por cierto, antes que me fuera llegó un tal Smith. Un rubio bastante alto. Es lindo, y creo que esta muy interesado en ti. Se que no debo meterme, pero no le des falsas esperanzas, si ni tu sabes que te sucede. 

 Nos estaremos viendo. Con mucho cariño, Felicia"  

 Sonrió, imaginaba que la tenía a su lado, hablándole con su típico entusiasmo. No había otra persona que la conociera tanto como lo hacía Felicia. O al menos eso creía, y se refugiaba en la idea de que solo su mejor amiga era capaz de leer hasta la mirada fugaz que daba ante ciertas palabras. Después de todo, no sería nunca capaz de hacer algo en su contra. 

Pero, ¿Quién podría ser capaz de conocer hasta lo más íntimo en su contra? Se encontró pensándolo. Le daba miedo imaginar que si hubiese alguien capaz de usar eso en contra de ella, y a favor suyo.

 Ante cualquier otro pensamiento, que no entendía porque llegaba a azotarla de esa manera, tan ruda, que le hacia cosquillear el pecho de los nervios, dejó la nota a un lado, y cerró los ojos. Hizo que la delgada silueta de un hombre se diluyera de su mente, y se dejó ir por el cansancio del día. Se durmió muy rápido, transformando esa sombra, en la tranquila oscuridad que la acompañaba cuando debía finalizar la jornada. 

 No estuvo muy segura de cuanto durmió, pero el llamado a la puerta, la hizo abrir los ojos y encontrarse con la reciente noche. Solo era iluminada por la tenue luz del velador a un lado, y un por la farola de la calle. Sin levantarse del todo, se asomó, y notó un par de estrellas en el azulado firmamento.   

Seguían llamando a la puerta. 

 Se puso de pie, tratando de aclarar sus pensamientos. No estaba bien ubicada en el tiempo. Luego de días sin dormir en el departamento, le sorprendía hacerlo hasta el punto de sentirse perdida. Se sentía como si hubiese estado en su cama en Zaun, y no es un sillón mucho mas cómodo. 

 A medida que se acercaba a la entrada, la oscuridad parecía acaparar mas espacio. Se detuvo al notar que bajo el umbral de la puerta pasaba humo, que oscilaba entre el gris y el verde. El departamento comenzaba a hacerse mas pequeño, y Darling no podía respirar con normalidad.

—¿Qué esta sucediendo? —preguntó al ver el humo tocar sus pies descalzos.

Corrió hasta la puerta, y trató de abrirla. La perilla se derritió en su mano, hasta quemarse la palma. 

 —Ayuda —gritó Darling. 

 Comenzó a golpear la puerta con los puños, tratando de hacer ruido, buscando que algún vecino la oyera. Quien sea. No podía respirar, y poco a poco, iba perdiendo la visión. Las lágrimas resbalaban a medida que que se deslizaba al suelo. 

—Ayuda —murmuró, con la voz rota. 

 El gris acaparó cada espacio libre en sus pulmones, y las lágrimas caían manchadas por el hollín del carbón, formando un surco oscuro en sus mejillas. Unos pasos se detuvieron a su espalda, pero no tuvo fuerzas para ver de quien se trataba. 

Hasta que habló en su oído. Su voz rasposa era inconfundible, aun después de semanas sin oírlo. Lo tenía susurrando cerca suyo, deslizaba un dedo por su nuca, provocándole un violento escalofrío. El contraste entre el calor de la habitación, y lo frio de su piel, le hizo doler mas que estar a punto de morir asfixiada por el gris. 

—¿Cómo llegaste hasta aquí? —susurro el su oído. Aunque se oía como un balbuceo que apenas se entendía. La pregunta la hizo temblar.

 Logró verlo por encima del hombro. Su rostro, oscilaba entre lo que conocía, y un monstruo con la piel rasgada, con una mirada muerta y brillante a la vez. No podía entender lo que veía, ni nada de lo que decía. Se sentía rodeada de estática que le quitaba visibilidad, claridad. 

—Despierta —logró oír. 

 Se despertó de golpe, con el sonido de alguien llamando a la puerta, una vez mas. Sin detenerse a nada, corrió a ver de quien se trataba, y del otro lado se encontró con Smith. Este la veía con confusión, mas aun porque Darling lloraba sin hacer ningún sonido. 

—No estas nada bien —dedujo Smith, y dio un paso dentro. 

 Darling negó con la cabeza, y lo abrazó con fuerza. Mas que nada, con la necesidad de saber que se encontraba fuera de sus sueños. Que todo antes fue una cruel pesadilla de su mente agotada. Respiró muy profundo, llenándose con la dulzura de su perfume, sintiendo contra su cuerpo el suyo. Sonrió contra su pecho al sentir como Smith la rodeaba, y su calor fue propio por unos segundos. 

 Hasta que recordó que estaba en la realidad, una en la que horas atrás (quizás) leyó a su amiga diciéndole que no plante esperanza en donde no florecería mas que amistada. Darling era lo que quería pero no estaba segura si Smith sentía lo mismo, o mucho mas. A veces llegaba a pecar con esa inocencia de una quinceañera que no se daba cuenta que alguien gustaba de ella. 

 Se apartó rápido del abrazo, y se aclaró la garganta. Tenía la boca seca, y le ardía el rostro de la vergüenza. 

—Lo siento —murmuró apenada. Sonrió, y luego dejó caer la mueca—. Tuve un mal sueño, me dejé llevar. Fue raro. 

 Smith sonrió, y se rascó la nuca. Quería decirle que no fue nada raro, y que si necesitaba de su ayuda, en lo que sea, él se la ofrecería. Prefirió guardárselo, para así evitar exponerse de mas. No le hacía falta, pues ya creía que Darling notaba cuando sus intensiones podían ser muy obvias, e iban mas allá de un trato amistoso.  

—El lado bueno, es que has dormido acá sin problemas —dijo Smith—. Creo que si es bueno. 

—Puede ser —dijo Darling, un poco mas tranquila—. ¿Hoy teníamos una cena, cierto?

—Si —dijo entusiasmando—. Pero, supuse que te ibas a olvidar, así que te invito a cenar fuera. Vamos, debes aprovechar que estas con mucho estilo. 

 Darling sonrió con alegría. Le encantaba como se veía, y mas aun cuando el resto de persona también notaban que estaba vestida excelente. Eso era ganar para ella. 

—Bien, ya que lo has notado, acepto tu invitación —dijo, y extendió una mano al frente—, pero pago mi parte. 

—Con tal que vengas, puedo dejar que pagues toda la cena —dijo Smith, estrechando su mano.  

• 

 Se encontraban sentados fuera de un pequeño restaurante. Estaba a la vuelta del departamento de Darling, lo cual le quedaba cómodo, porque aun no dejaba de bostezar del sueño. Al menos tres veces le pidió disculpa a Smith por hacerlo mientras conversaban de algo. Pero, durante la cena, estuvo un poco mas lucida, y feliz de poder respirar con facilidad, y de que no haya ni una gota de gris a su al rededor. Solo la tranquila y fresca brisa de la ciudad de Piltover.

—¿Puedo preguntar que hablaste con Cassandra Kiramman? —preguntó Smith, antes de darle un sorbo a la copa de vino. 

 Darling, quien también estaba bebiendo, casi se ahoga con una gota, y al escuchar el nombre de la familia que próximamente sería su patrocinadora. ¿Qué le podía decir sin que le hiciera mas preguntas, o sin que al final revele que nació en Piltover? Porque al final, no quería que desembocara en ¿Por qué ella, y no alguien que ya tenia su tiempo trabajando en ese atelier? Aunque él y el resto de compañeras de trabajo eran mas del área de diseño y producción, y no tenía el mismo interés por la materialidad o la investigación que ella. 

—Me dieron una beca —dijo Darling—. Es que Lauren les dijo que soy su pasante, y estudiante, así que me han becado. 

—¿Te patrocinan? —preguntó Smith, y enarcó una ceja. 

  Darling miró al otro lado, y se cubrió la boca con la mano libre. Trataba de ocultar que estaba mas que ahogada, y que no estaba muy segura de que decir. No le podía seguir insistiendo en que si se trataba de una beca. Pero Smith era de quienes detectaban una mentira antes de decirla. Ella tampoco era la mejor mentirosa, trataba de no hacerlo. Temblaba como una hoja al viento ante las repreguntas, y sus manos sudaba frente a las miradas intensas. 

 A  punto de confesar el origen de su apellido, Smith comenzó a aplaudir a modo de festejo. Darling lo miró atónita, vacilante entre la vergüenza de ser el centro de atención y recibir las alabanzas con total orgullo. 

—Felicitaciones —exclamó Smith, ante su silencio—. Bien merecido lo tienes. Significa que llamas la atención, y de las personas correctas. Es estupendo, la familia Kiramman está en la cúspide.

—¿De qué hablas? Se pudieron haber fijado en . . .

—En ti esta bien —le interrumpió Smith—. Vamos, todo bien con las chicas o yo, pero eres la única del grupo que no le teme a reparar una de las maquinas de coser, o que es creativa mas que técnica.

 Darling sonrió, y revoloteó los ojos, hasta volver a poner la vista en Smith, quien parecía brillar mencionando por lo buena que era en materia de taller de costura. Quizás no estaba viendo demasiado de lo que era capaz de hacer, porque resaltar no era parte de su vida. Pues eso parecía darle problemas. 

—Puede que tengas razón —murmuró, pasaba un dedo por la boca de la copa—. Creo que ha visto en mi algo que les pueda dar una mano. Digo, no se. 

—Si buscan en ti ayuda, hacen bien —afirmó Smith—. Dentro de esa cabeza, se esconden maravillas, hazte cargo Darling Greywall —alzó una copa—. Brindemos, por tu cerebro, y claro por quien lo porta con elegancia. 

 Ella lo imitó, y alzó copa, aunque negaba con la cabeza aquello último que dijo. 

—Por mi cerebro —repitió—. Y por Piltover, la ciudad de las oportunidades.    

☆☆☆

Ah, pobrecito Smith. Siempre el amigo, nunca el novio 😭


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