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7, Familia Greywall.

Darling despertó antes que Felicia. El reloj aun no marcaba las cinco de la tarde, y por dentro el cosquilleo de los nervios iban floreciendo. Salió de la cama tratando de no despertar a su amiga. Quizás ella era única zunita incapaz de descansar cuando había mucha calma. 

 Se fue al baño, y tras dejar correr el agua, se metió bajo la tibieza de la ducha. Comenzó a tararear una vieja canción, que cubriera sus pensamientos por el momento. No necesitaba idear un plan complicado. Tan solo demostrar que sabía de lo que hablaba y que no hallarían a otra costurera que sepa sobre trajes de minería. 

 O al menos eso esperaba. 

 Cuando estuvo lista, volvió a la habitación. Felicia ya estaba despierta, hurgando en su armario. En cuanto la vio entrar, se asomó y le sonrió, para luego volver a ocultarse. 

—Debes ir bien presentable —dijo Felicia—. Que se note que eres unas mas, pero también que vienes de allí abajo. 

—¿Qué se te ocurre? —preguntó Darling, secándose el cabello—. Pensaba en un vestido, con ...

—Con esta chaquetilla —interrumpió Felicia—. ¿Qué haces con esto?   

 Salió del armario, y se acercó a la cama, para dejar sobre esta la prenda. Era una chaqueta corta de mangas largas, con broches de plata manchados por el uso, con las solapas del cuello asimétricas y rojas. Darling no tuvo tiempo de procesar una respuesta, que Felicia la veía con intriga, y esa mirada llena de complicidad a la espera de detalles jugosos.

—No es lo que crees —logró decir Darling. 

—Yo no creo nada, pero la chaqueta de Silco en tu armario me dice mucho —dijo Felicia, y se sentó en la cama. 

 Tomó una manga, deslizando la manos hasta el puño desgastado. Tenía sus años, aun así se conservaba muy bien, y el diseño, con pinzas que entallaban su delgada figura. La mezcla exacta entre elegancia y rebeldía. 

 Darling se sentó a su lado, y sonrió nostálgica. Aun conservaba su perfume, muy suave, a punto desvanecerse, pero allí estaba, llevándola al momento exacto en que Silco se dejó su chaqueta en el departamento, y no lo volvió a ver. Él no volvió, y ella lo extrañaba. 

—Se la olvido —dijo Darling—, como creo que me ha estado olvidando. 

—No lo hace —respondió Felicia, con rapidez—. Ya te dije, ha estado muy ocupado con lo trabajadores de las minas. 

—Si, lo se —murmuró Darling—. No le puedo pedir mucho, cuando tampoco pongo de mi parte. 

—Oh, que madurez de tu parte —dijo Felicia, con una sonrisa graciosa—. Ya veo que ambos admiten ser un par de idiotas enamorados. 

 Por unos segundos, Darling se sintió ilusionada. Felicia no le había dado mucho, pero si dejó en claro algo, que ambos eran idiotas por alguna razón. Ella por no escribir mas, y decirlo, ¿Y, él? No se animaba a preguntar, sabiendo que luego se lo diría. Su amiga no se andaba con esa clase de secretos. 

—Creo que si, al menos de mi parte —dijo Darling, tratando de defenderse. 

—Él también —dijo Felicia—. Aun así, los dos igual de discretos. Es como que esperan que yo llegue y les cuente como esta el otro, sin que me pregunten. 

 Darling dio un soplido, y sin mas ganas de seguir la conversación por un camino peligroso, tomó la chaqueta de Silco y se puso de pie. Se acercó al armario, y buscó un vestido corto, azul marino. Tenia un escote recto, y la cintura muy ceñida. Noches atrás, antes de intentar dormir, se puso a bordarle lentejuelas doradas para quitarle sobriedad. 

—Bien, no es momento de hablar de eso —dijo, y giró para ver a Felicia—. ¿Qué piensas? 

 Felicia asintió con aprobación. 

—Yo te aceptaría cualquier propuesta que me presentes —dijo Felicia. 

—Bien, terminemos con esto —dijo Darling, con la voz algo temblorosa. 

•  

Lista, bajó a la calle, para ir al taller. Felicia la esperaría, o se marcharía un poco antes que volviera. Pues, las calles de Zaun no eran las mejores cuando el sol caía. Al salir, dispuesta ha caminar las calles de Piltover, una persona con uniforme la detuvo. 

—¿Señorita Greywall? —preguntó la mujeres uniformada. 

 —Si —respondió a secas. 

—Por favor, venga conmigo —dijo la mujer, con cierta firmeza. 

 Con la mano le enseñó un coche estacionado frente al edificio, y Darling reconoció el sello de la casa Kiramman. 

—Vengo de parte de la señorita Kiramman —añadió, al notarla muy quieta. 

 Darling la oyó, y también veía el vehículo que indicaba que era de la familia Kiramman. Aun así, el mujer uniformada, le generaba cierta resistencia. Eran de eso que veía en Zaun vigilando, siendo los ojos de Piltover, y nada mas. Porque no se inmiscuían en nada, solo eran una sombra, infiltrados. Únicamente intervenían cuando mas le convenía, cuando querían demostrar el poder que cabía en la palma de sus manos enguantadas. 

—Por favor —insistió, y le ofreció la mano. 

—Si no me queda otra opción —murmuró Darling. 

 Dio un paso, y luego otro, tratando de verse segura, y no aterrada. Porque ahora, mas que cualquier otro día, se veía como una zaunita. Con la chaqueta de Silco, y el cabello recogido con un broche reciclado que le dio Felicia. Se sentía afortunada de no haberle hecho caso a su amiga en cuanto maquillaje, y se inclinó por algo menos cargado, y sin tanto delineador. 

 Al entrar al auto, cerraron la puerta y el sonido retumbó en su interior. Fue cuando un leve temblor delató que estaba mucho mas aterrada de lo que se podía apreciar por fuera. No eran nervios, sino aquello que por años la mantuvo lejos de problemas. 

 El miedo. 

 Tomó aire, muy profundo, inflando el pecho tanto como pudo, buscando tranquilizar alguna hebra de su cuerpo. El sudor comenzaba a correr por su frente, a medida que el auto avanzaba. Solo esperaba que fuera rápido. 

El miedo no le permitió ser consciente del tiempo. Fingía ver por la ventana, aunque estaba tan tensa, que se notaba que lo hacía. En cuanto el auto frenó, dio una poca disimulada bocanada de aire. Dio un brinco en el lugar, y logró parpadear, humedeciendo sus ojos. 

—Hemos llegado, señorita Greywall —dijo la oficial, tras abrir la puerta. 

 Darling lo meditó unos segundos, antes de poner un pie fuera del coche. Dio su última bocanada de aire, y asintió. Se bajó, sintiendo el fresco aire en su rostro, como lo único que lograba ponerla en su sitio. Miró al frente, enfrentándose con la casona Kiramman. Era tan grande como el apellido. Pero este, era mucho mas imponente que la construcción. Solo hacia falta ser nombrado, para hacer que todos se enderecen. 

 Las rejas se abrieron, y la oficial, de un toque, la hizo avanzar. Darling no trastabilló, iba caminado, sosteniéndose las manos al frente, tratando de no agarrar el vestido, y arrugarlo de los nervios.  

—Tranquila, señorita Greywall —murmuró la oficial. 

 Ella no le dijo nada, solo asintió. Aquella mujer no le transmitía la misma inseguridad que los otros vigilantes, esta parecía ser mucho mas calmada, y consoladora. La acompañó hasta el comienzo de las escaleras. Darling la miró, como si fuera una persona que no quería continuar por su cuenta. 

—¿Cómo te llamas? —le preguntó Darling, antes de continuar.

La mujer le sonrió.

—Oficial Greyson —respondió—. No se preocupe, le irá bien.

—Eso espero —murmuró Darling, continuando su camino.

 No entendía el temor a los Kiramman. Conocía a Cassandra, al menos como una novia segura de lo que quería. 

 Al llegar al ultimo escalón, Cassandra Kiramman estaba allí. Con una pequeña mueca en sus labios, y las manos hacía atrás, sacando pecho. Viéndose tan imponente como el apellido. Era una mujer, un poco mas alta que Darling, pero no tan diferente, en cuanto físico eran bastante parecidas. Con el cabello corto, bien recogido, sin un pelo de mas. La espalda erguida, el pecho inflado. 

 Darling sintió que haberse vestido como una zaunita fue la peor de las ideas. 

 Tomó un poco de aire por la nariz, y trató de verse, no parecida, pero si igual de segura. Sonrió, y entendió la mano, en cuanto estuvo a unos pasos de ella. La estrechó, controlando su fuerza. No quería demostrar que por miedo podía apretar mas, ni que tampoco era insegura haciéndolo con suavidad. 

—Un gusto volver a verte, Darling —dijo Cassandra, sonriente. 

—El gusto es todo mío, señorita Kiramman. 

—Oh, por favor, llámame Cassandra —dijo, con suavidad—. Por favor, pasa. Hay mucho de que hablar. 

 Darling sonrió, incapaz de descifrar la intencionalidad en la voz de Cassandra. Pero la mueca de aquella mujer, le daba cierta tranquilidad. Era amistosa, y no se leía falsa. Una simple sonrisa. 

 Cassandra se hizo a un lado, dejándola pasar. El salón de entrada era mucho mas grande que su departamento. Y era solo un pequeño hall, pues siguieron adelante, pasando por un corto pasillo, hasta llegar a un living. Los altos ventanales dejaban pasar la luz natural, anaranjada de la tarde, dotándolo de calidez. No se sentía la gran espacialidad, sino como un abrazo. Cercano. 

 Un par de mujeres terminaron de servir una merienda, y Cassandra invitó a Darling a sentarse. El miedo se disipó, fue acogida por el calor de la casa, que aun sabiendo que era mucho mas grande de lo que se veía. Parecía mas acogedor que su propio departamento. 

 Cuando se sentó, no pudo evitar ver que sobre la mesa de café, un archivo. Uno con el apellido de su familia. Su corazón golpeó con fuerza al leerlo, y sus ojos se dirigieron con rapidez a Cassandra quien la veía con tranquilidad. 

—¿Sorprendida? —preguntó la mujer—. Tómalo, lee un poco. Porque estuve intrigada desde el primer momento en que escuché tu apellido. 

—¿Se trata de esto? —preguntó Darling. 

 Sin hacerle caso a Cassandra, sacó del bolso que traía, su cuaderno de anotaciones. No sintió nada de vergüenza al ponerlo sobre la elegante mesa de vidrio. Estaba avejentado de tanto tiempo que lo tenía consigo. 

—Porque he traído una propuesta —añadió Darling—. Como zaunita . . . 

—Ese archivo no dice lo mismo —dijo Canssandra, sentándose frente a ella—. Tus padres eran un matrimonio que se mudó a Zaun . . . 

—Lo se —le interrumpió Darling—. Él era ingeniero, y decidió vivir hasta sus últimos días, tratando de hacer un cambio en las minas. Le dieron la espalda cuando decidió ser un habitante mas, y así fue como murió. Olvidado aquí arriba, pero siendo un héroe para los de allá. 

 Cassandra le dio un sorbo a su taza de té. Hubo silencio, ninguna de las dos tomó ni el archivo o el cuaderno. Darling también se mantuvo fuerte frente a la falta de palabras. Conocía de memoria la historia de su familia, pese a que se marchó de Piltover teniendo seis años. Casi nadie lo sabía, a excepción de Felicia. 

—Me han dicho que los trabajos en la minas están parados, porque sus hombres no pueden trabajar por el calor que hace, y los trajes no ayudan en nada —dijo Darling, y abrió el cuaderno—. No es nada nuevo, hace años que eso es principal causante de la precariedad en la minas. 

—¿Tienes una solución? —preguntó Cassandra, intrigada. Dejó la taza de té, y se asomó a leer las anotaciones. 

 Darling, lo cerró en su cara, haciendo que se irguiera de golpe. 

—La tengo, al menos en parte —dijo Darling. 

—¿Qué pides a cambio?

—Que no suceda lo mismo que a mi padre —respondió Darling, y tomó el archivo de su familia. 

 Lo primero que vio, le llenó los ojos de lágrimas. Era una foto familiar, sepia por los años. Estaba en brazos de su padre. Su sonrisa se reflejaba a través de su espeso bigote, y esos lentes de marcos gruesos. No recordaba nada de haber vivido en la ciudad de Piltover. Siempre fue zaunita, mas allá del apellido. 

—Esto es en beneficio de sus hombre —dijo Darling, pasando las paginas—, y de los hombres y mujeres que viven allí, y seguirán en Zaun cuando los tuyos se marchen. Creo que es lo justo. 

 Cassandra asintió, y sonrió con cierta satisfacción. Aquella señal fue necesaria para que Darling dejara libre el cuaderno una vez mas. 

—¿Qué te parece un patrocinador? —preguntó Cassandra, tomando el cuaderno—. Me falta un sitio a donde pueda redigir los fondos. Y mi familia por años a estado pendiente de como hacer para que en Zaun el aire deje de ser la mayor amenaza para sus habitantes.

—¿Podré ir a la academia? —preguntó Darling—. Me entere de unos nuevos textiles que han estado trabajando, y creo que podría servir. 

—Tendrás acceso a donde sea necesario —respondió Cassandra, y extendió la mano—. ¿Tenemos un trato? Estaría encantada de continuar donde tu padre se quedó. 

 Darling no lo dudo, y con firmeza estrechó su mano. 

—Es donde lo han dejado —dijo Darling—, estoy dispuesta de continuar su camino. 

☆☆☆
 
Ah, la verdad ha sido revelada. Creo que estoy a medio camino de terminar la historia. Vamos bien, ya que ahora es mi prioridad.

Por cierto, gracias a quienen leen mi historia, y muy feliz comienzo de año ✨✨✨ 

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