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5, Lo que no cambia.

 Unos años atrás. 

Darling salió corriendo, tan rápido como sus delgadas piernas se lo permitieron. Dio la vuelta en la primera esquina que se le cruzo, sin saber que era un callejón sin salida, ni luz, y lejos de cualquier rastro de civilización.

—Mierda —murmuró, y se cubrió la boca. 

 No podía darse el lujo de encontrar un buen escondite, cuando podía sentir los gritos y pasos pesados acercarse. Se vio a si misma con el rostro magullado de los golpes, el vestido amarillo manchado de lodo verdoso, y las rodillas llenas de sangre. El precio de no cerrar la boca en el momento que se le presentó la primera oportunidad.

 Vio unos tachos, anchos y un poco altos. Era lo único que la podía salvar, o al menos, guardaba esa esperanza. Se metió detrás de estos, y se sentó contra el muro. No le importó la humedad de nada, y la suciedad. Se cubrió la boca, y rezó porque siguieran de largo. 

  Cuando los oyó detenerse su corazón golpeó con fuerza contra sus costillas. Los nervios previos al dolor de estar en la peor de las situaciones la iban devorando con brutalidad. No dejaban nada a su paso. Hasta que creyó que se iban, sus pisadas, o un par, se iban alejando. 

 Darling se soltó la boca, y dejó salir un soplido suave cargado de alivio y calor. 

—Hasta que te encontramos, rata inmunda —exclamó alguien. 

 Los tachos que la cubrían volaron de un golpe, y ella quedó a la intemperie. Tomó una gran bocanada de aire, y se echó a correr hacía donde pudo. Darling sabía que no iba a poder trepar el muro cuando casi se arranca las uñas intentándolo. No era atlética, ni mucho menos intuitiva para darse a la fuga. 

 La tomaron del hombro, y la arrojaron contra el muro. El golpe a su espalda le arrebató el aire, y un par de lágrimas. 

—Juro que no diré nada —balbuceó—. Es mas, estoy segura que no vi como vendían las respuestas al examen de mañana. 

 —¿Nunca sabes cuando cerrar tu horrorosa boca, cierto?

 Darling cerró los ojos con fuerza, negó. No iba a mentir en un momento tan crucial como ese. Aunque todos los días en Zaun eran así. Luchar por mantenerse con vida, cuando la mayor amenaza corría por el aire, matando muy lento a sus habitantes. 

 Ahora le quedaba esperar el golpe final. Lo podía sentir contra su mejilla huesuda, y hundiéndose en su abdomen. Sin embargo, este nunca llegó. Mas bien, antes de abrir los ojos, oyó ajetreo. Los brabucones dando gritos de dolor, y como uno a uno salían corriendo. Sin darse cuenta, estaba sentada en el suelo, con las piernas extendidas, tratando de atar cabos con lo reciente ocurrido.

—¿Te encuentras bien? —preguntó su salvador—. Oh, ya puedes abrir los ojos.

Cuando lo hizo, se encontró con una chica. Alta y delgada, con el cabello trenzado que iba entre el azul oscuro y el violeta. Era una compañera de clases, una con la cual nunca cruzó palabras. Felicia, ella era un encanto, y visto que fue quien le pateó los traseros a los brabucones, fuerte. Siempre sonreía, e iba tranquila por lo precarios pasillos a los salones. 

—Algo así —respondió Darling. 

Tomó la mano que Felicia le ofrecía, y esta de un tirón la puso de pie. Le sonrió al notar que pudo caminar por su cuenta, y que la única gota de sangre era de uno de los brabucones. 

—Gracias, yo —dijo, y se pausó por unos segundos. 

 No iba a salir viva de allí. O al menos, le costaría mucho la recuperación. 

—Gracias, Felicia —repitió y sonrió—. Aunque, se que mañana volverán. 

—Bueno, en ese caso, mañana también estaré contigo —dijo Felicia—. Vamos Darling, podemos ser amigas. Si quieres. 

—Me encantaría —dijo Darling, entusiasmada. 

—Así me gusta —exclamó Felicia—. Acompañane.

 Cuando iban saliendo del callejón, a la salida dos muchachos esperaban a Felicia. Y uno de ellos, fue quien se llevó toda la atención de Darling. Aunque no era un secreto, que así como siempre estuvo fascinada por Felicia, aquel pelinegro, que se paseaba con un libro a todos lados, era alguien mas con quien deseaba hablar, y no se animaba. 

 Silco siempre iba a la par de Vander, y ambos por detrás de Felicia. Era ese trio de personas amables y abiertas, pero que nunca logró alcanzar. Darling no era un bicho raro, solo no era buena haciendo sociales, o dando buenas primeras impresiones. Estaba metida en líos de los cuales nadie entendía como es que llegaba a ellos. Como esos brabucones que casi le rompen la cara. 

—Ven —dijo Felicia—. Te presentó a los chicos. 

 Continuaron caminando, Darling la siguió, ocultándose a su espalda. No quería ser vista. No cuando horas atrás tenía el vestido impecable, y ahora era una sola mancha verdosa. El cabello era una bola de rizos llenos de friz, y el poco rímel que se había puesto, ahora se expandía por su rostro. 

—Les dije que debíamos seguirla —dijo Felicia—, ahora me deben un refresco.      

 Darling se asomó a un costado, y se encontró con los dos muchachos. Vander era, físicamente, mas grande que Silco, y Felicia. Alto y robusto, ante sus ojos era el primero más fuerte de los tres. Aun así, su sonrisa era bastante tranquilizante. Como un lugar seguro a simple vista. 

—Creo que es Silco quien lo va a pagar —dijo Vander—, porque estuve de acuerdo contigo desde el principio. 

 Por unos segundos, Vander y Felicia sostuvieron las miradas, compartiendo cierta complicidad en sus sonrisas. Darling, no especulaba en nada, pero estaba segura que notó un leve rubor en él, y que eso significaba mas que una simple amistad. 

—Primero, no accedí a nada de esto —dijo Silco, casi en un tono aburrido—, segundo.

 Hizo una pausa y llevó la vista a Darling, quien justo lo miró. 

—Seguir a alguien es extraño —añadió Silco—. Pero bueno, acá Felicia quiso hacer la de heroína. 

—Estoy agradecida —dijo Darling, casi como un murmuro—, por, ya saben, salvarme el pellejo. 

 —Y ella —exclamó Felicia, abrazándola por los hombros—, ahora será una mas de nosotros. Así que, payasos, se comportan como caballeros.  

 A partir de ese momento, Darling fue una mas de ellos. La amiga que no podía faltar, quien nunca se imaginó siendo parte de un grupo, o que pasaría gran parte de su tiempo junto a ellos. Acompañándolos hasta la entrada de las minas antes de irse al taller de costura de su madre, manchando cada camisa blanca porque siempre alguno le daba un abrazo de bienvenida, o zurciendo sus prendas cuando estas llegaban al limite. 

 Nunca imaginó yéndose del lugar que vio la crecer. 

El sol de la madrugada se coló por el gran ventanal del taller. Lo que mas le gustaba de estar allí, era la vista a los edificios pulcros, radiantes, al siempre cielo limpio de gases tóxicos. Aunque esa mañana no observó como lo hacia desde casi un año. Estaba concentrada en dar puntadas seguras al vestido de boda de la señorita Kiramman. Faltaba para la ceremonia, y la fiesta, aun así quería tenerlo listo lo antes posible para hacerles pequeños ajustes aquel día tan importante. 

—Si no se embaraza en los próximos dos meses, este vestidos le debería quedar pintado —murmuró Darling—. O que no engordé con nada. Aunque ... 

Se alejó para asomarse sobre su libreta garabateada, e hizo un par de anotaciones mas que le sacó una sonrisa llena de satisfacción. Buscó su corta hilos, y volvió sobre la prenda. Hizo algunos cortes en los costados, a los cuales le puso alfileres para que no abriera de mas. 

—Bien, esto será de ayuda por si pasa lo que deba pasar —murmuró—. Alforja invisible. 

 Continuó con el hilo y aguja en otra parte del escote del vestido, tratando de enfocar su vista tanto como podía para hacer una costura invisible. Se había olvidado sus nuevos lentes en el pequeño apartamento, y hacia un par de día que no iba. Algo en ese ambiente le incomodaba y no le dejaba dormir tranquila algunas noches. Quizás era ese silencio del cual nunca se terminaba de acostumbrar, o que pensaba demasiado en que pasaba mucho tiempo sola. 

Mas de lo que le gustaría. 

 Al terminar de dar una ultima puntada, dio un suspiro de agotamiento. Se echó en el largo sillón (en el que durmió un par de horas) y recostó la cabeza hacía atrás. Por unos segundos, se dejó ir. El silencio del atelier era mucho mas cómodo que el del departamento. A punto de dormirse, abrieron la puerta. Dio un brinco del susto, y se sentó de golpe. 

—¿Otra noche acá? —preguntó Smith—. Lauren te va a regañar si es la tercera noche consecutiva que lo haces en una semana. Tres veces Dar, ¿Tan malo es tu departamento?

 Smith se sentó a su lado, y le ofreció una de las tazas de café que traía. Darling no le digo nada, la aceptó, y lo miró por un instante. Aquel rubio hacía una gran esfuerzo para que ella encajara, y también para acercarse. No era tonta, él era muy obvio. Mas bien, entre indirectas le supo dejar en claro lo mucho que le gustaba. 

 El café no era solo la muestra de bondad y compañerismo que cualquier otra persona creería. Pero no era la persona que a ella le gustaba. Por desgracia. 

—No es malo, solo que es muy silencioso —dijo y se apoyó en su hombro—. No lo se, tiene algo de lo cual no me acostumbro. 

—Quizás le falta algo —dijo Smith, y sonrió—. Bueno, si crees que le hace falta mas bullicio, puedo ir a cenar. Tu invitas. 

—Bien, pero llevas el vino —dijo Darling. 

 No estaba muy segura de porque aceptó. Quizás era porque debía dar vuelta la pagina. Porque con Silco habían quedado como amigos, y eso lo sentía como un puñal en su corazón.

 La puerta abriéndose una vez mas, hizo que los dos se separaran de golpe. Lauren entró, y no vio muy contenta a Darling. Caminó hasta quedar frente a ella, y le hizo una seña con el dedo. Debía ir detrás, también soportar el discurso que implicaba el ser una genia, y pulcra al mismo tiempo. 

—La señorita Kiramman quiere hablar contigo —dijo, en cuanto se sentó detrás del escritorio. 

—¿Le querrá cambiar algo al diseño? —se preguntó Darling—. Y ustedes diciendo que era una completa locura empezar seis meses antes de la boda. 

—Ocho meses, cariño —dijo Lauren—, empezaste hace ocho meses. 

—Y miré —exclamó Darling con orgullo—. Ellos querían que se hablara del vestido hasta meses después de la boda, y lo harán. Confíen, esta es una pieza que dará que hablar. 

 —Me alegro que estés tan confiada —dijo Lauren—. Y yo confió en que hablas con la verdad. Pero no es de eso de lo que quiere hablar la señorita Kiramman. No me ha dicho mucho, pero yo si te diré algo. 

 Una vez mas, se puso de pie y se acercó a Darling. Lauren Highway se había convertido no solo en su mentora, sino también en una especie de guía maternal, que tras la muerte de su madre, no halló ninguna de las dos en nadie. Nadie le enseñaba, ni se preocupaba como una madre lo haría. 

—Te iras a tu departamento, y te ducharas —dijo—, luego vas a dormir, y después comerás. Y cuando lo hallas hecho, te volverás a acostar. Eres una genio, debes verte como tal. No puedes ir por ahí con cara de que has dormido tres noches consecutivas en el taller. El vestido estará donde lo dejaste, tu no te preocupes por eso. 

 Le sonrió, y le dio unas palmaditas en sus hombros, mucho mas delgados que en otras ocasiones. Darling sonrío agotada, y sin quejas, se marchó. Le dolía la espalda de estar tanto tiempo de pie, y dormir incomoda. Comer poco y lo que sea, tampoco ayudaba a enfocarse. 

 Se despidió de Smith antes de salir del taller, y le aseguró que a la noche estaría fresca para la cena. 

 Dando los primeros pasos fuera del taller, respiró el aire fresco y dulce de la mañana. Aun flotaba el aroma del rocío. Infló su pecho hasta donde mas pudo, y sonrió al soltarlo. Una pequeña rutina para asegurarse de que no fuera un simple sueño, que si estaba allí. Aunque no siempre terminaba el día con una gran sonrisa, no dejaba de agradecer a quienes la empujaron a que llegara. 

 Caminó, deleitándose con los canticos del mercado, con los pequeños comercios abriendo a su paso, con las flores buscando los rayos del sol.  El departamento no quedaba tan lejos, solo un par de cuadras, pero tardaba mas de la cuenta por andar de paseo. También por detenerse a comprar el desayuno. 

 Al llegar a la entrada del pequeño edificio en que residía, alguien la tomó por sorpresa. Felicia había llegado, y para Darling era el mejor regalo del día. Siempre iba a visitarla sin avisarle para que sus gritos de alegría ocuparan la calma de las calles de Piltover. 

—Llegaste —exclamó Darling, y la abrazó con mas fuerza. 

—Si —respondió Felicia—. Como todas las semanas. 

—Bueno, pero esta vez si no te esperaba tan temprano —respondió Darling.

—¿Mas noches en el taller? —cuestionó Felicia—. No quiero decir lo que seguro te han dicho ya, pero te va hacer mal. Encima andas sin tus lentes. 

—Lo se, solo será por un par de meses. 

 Darling se hizo a un lado, y buscó la llave en su bolso. Tardó un par de minutos, hasta que Felicia le señaló que lo tenia en los bolsillos de su elegante vestido azul marino. 

—Algunas cosas no cambian —dijo Felicia, antes de la puerta se abriera. 

—Y siempre estarás tu para recordármelo —dijo Darling, sonriente—. Vamos, que me han obligado a desayunar.   

☆☆☆

Capítulo que sirve de contexto 😭💖

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