4, Ahogado.
Darling dejó a Silco a una cuadra del atelier al que debía ir. Aunque él le insistió en acompañarla hasta entrada, ella prefirió hacer ese corto trayecto por su cuenta.
—Solo no lo pienses tanto —dijo Silco—, por esta vez, no lo hagas.
—No lo haré, esta vez voy sin pensarlo demasiado —dijo Darling—. No te vayas sin mi.
—Nunca podría —respondió Silco—. No vomites en la entrada.
Darling se mordió la mejilla al oírlo. Aun sabiendo que no sería capaz, su lado mas adolescente gritaba enloquecida, porque fuera él quien le aseguraba que no se iría.
—No prometo nada —dijo, con la mayor de las calmas. Aunque el pequeño temblor en la voz la delataba.
Tras un ultimo adiós, Darling se apuró para llegar a tiempo al atelier. Su corazón palpitaba con fuerza, y el centro de su cuerpo se comía así mismo. Los nervios eran tantos, que las manos le sudaban, y ella sin un pañuelo para secárselas. Daba respiraciones cortas y rápidas.
—Cálmate —murmuró Darling—. De verdad no te quieres desmayar.
Cuando se dio cuenta, estaba frente a la entrada. Su fachada pulcra, de muros blancos, sin una sola mancha de nada. Ni la mano de un niño marcada. Era brillante, como si el sol cayera para demostrar que estaba bendecido. Darling sintió su estomago retorcerse ante la imagen casi religiosa. No podía siquiera imaginarse tocar la perilla para ingresar.
Soltó el aire que sostenía con fuerza, y con cierta seguridad, tomó la perilla. El frio metal la recorrió, y tras girarla, dio aquel paso, el último que le faltaba. No se había dado cuenta de los ojos cerrados hasta que los abrió dentro del atelier. La luz clara entraba por los altos ventanales, y bañaban hasta el ultimo rincón que alcanzaba a ver.
—Usted debe ser la señorita Greywall —dijo un muchacho.
Él salió de atrás del mostrados, sonriente. Su cabello dorado brillaba como todo allí. Era algo que Darling nunca creyó presenciar, ni mucho menos imaginar.
—Hola, disculpe la tardanza —dijo Darling—. Se que debí venir antes, pero . . .
—No, no, por favor, no hay problema —dijo el muchacho—. Realmente nos alegra que este aquí.
—Si, lo siento —murmuró.
—Smith, un gusto —dijo el rubio, ofreciéndole la mano.
Darling la estrechó, y sonrió. Smith parecía muy agradable. O quizás, solo era amable porque debía serlo con todo el mundo. No estaba muy segura de como sentirse, pero se dio cuenta que estaba sosteniendo de mas su mano, y la soltó tan pronto lo notó.
—Lo siento —dijo, apenada.
—Muy bien, vamos por aquí, la señora Highway quiere hablar contigo —dijo Smith.
Le hizo una seña con la mano para que lo siguiera, y Darling fue con él. Pasaron el mostrador, y se metieron por una puerta. No era tan llamativa como la de afuera. Se sintió un poco menos intimidada, era como ir por detrás de su pequeño y apagado atelier. Con sus diferencias, bastante evidentes si lo pensaba demasiado.
En la otra habitación, había un par de muchachas mas. Y una señora sentada detrás de un gran escritorio, alzó la vista de una libreta en cuanto ellos entraron. Sus gafas resbalaron, y sus ojos se pusieron sobre Darling.
Sonrió, y ella no supo como tomar esa mueca.
—Al fin —exclamo la mujer y se puso de pie—. ¿A quien le debo dar la gracias por haberte traído hasta acá?
A Silco y sus amigos, pensó Darla. A él por haberla acompañado y no soltarle la mano cuando mas quiso volver, salir corriendo. Pero ella solo sonrió, porque todas las respuestas, cada palabra que quería expresar, quedaron clavadas en su lengua. Esa mueca destacaba la vorágine interna.
—Eres una chica difícil, ¿Cómo puede ser que tardes tanto en llegar hasta acá? —preguntó la señora Highway—. Estaba por mandar a buscarte.
—Me han mandado una carta como ultimátum —dijo Darling.
—Y vaya que funciono, no sabía que debía tratarte así para que estés aquí —respondió la mujer, guiñando un ojo—. Espero que vengas aquí decidida a quedarte.
—¿Disculpe?
La señora Highway volvió al escritorio. Hurgó entre sus cajones, hasta que tras un grito de victoria, se enderezó en su lugar. Se acercó una vez mas a Darling, agitando una carpeta, de la cual se cayeron un par de hojas sueltas.
—Lo que oíste, querida —exclamó la mujer.
Darling recogió una de las hojas, y reconoció en el acto aquel boceto. Era suyo. Se trataba de los primeros diseños que hizo para el vestido de novia de Felicia. Aun no cabía en si misma como se le ocurrió presentarle a su amiga uno con una gran cola al estilo sirena. Pero allí estaba, luciéndose en un figurín alto y delgado, de rasgos delicados. Lo que mas vergüenza le daba eran esas pequeñas anotaciones de las posibles telas que usarías; desde organza color perla, hasta el mas fino tul con un brocado que soñó.
—¿De donde ha sacado esto? —preguntó Darling—. Esto es del año pasado.
—Anónimo, niña —respondió la mujer—. No importa de cuando sea, sino la magnitud de tus diseños, ¿Has recibido clases de moda? Porque este vestido, haces que una linea A sea un lujo. Mas para alguien que viene de donde viene. Sin ánimos de ofensa, pero señorita Greywall, es un diamante en bruto,
La cara de Darling iba entre la vergüenza de oír lo que alguna vez su madre le dijo, y ofenderse, porque alguna vez su padre le enseñó que no debía desvalorizarse por ser de donde es. Tomó la carpeta, aquel maldito portafolio que no recordaba haber hecho, y lo ojeó. Sus diseños, desde el mameluco mas simple, hasta esa chaqueta que siempre le quiso hacer a Silco, de un hermoso bordo con dorado.
—No se que decir —murmuró Darling—. Esto son solo bocetos, no hice nada.
La señora Highway le puso un mano en su hombro, esperando a que levantara la vista de las hojas dibujadas, rayadas hasta el hartazgo, manchadas con hollín o café.
—Quien haya mandado esta carpeta —dijo la señora Highway—, quiere, desea, anhela que hagas uno y cada uno de estos diseños. Señorita Greywall, aquí tendrá todo lo necesario para que eso suceda.
La tomó del mentón e hizo que la viera. Darling contenía las lágrimas, frunciendo el ceño. Sus ojos estaban a punto de romperse como una represa aguantando mas que una gran cantidad de agua.
—Podrá ser mi aprendiz, eres un diamante al cual me encantaría pulir —añadió—. A ti te hace falta, y a mi no me viene nada mal, ¿Qué dices? Tiene que ser una gran si.
Darling dio un suave bocanada de aire, y llevó la vista a una de las chicas que estaba vistiendo uno de los maniquís. Por unos segundos guardó silencio, sin embargo, no tuvo que pensarlo demasiado.
Era si o no.
•
Salió del atelier apurada. Su corazón daba brincos en su pecho, y en su rostro faltaba claridad. Entre aguantar las lagrimas y sonreír, era difícil poder leer que decisión tomó. Cuando iba llegando a la esquina, justo a la vuelta, estaba Silco. Mantenía sus ojos en una lectura, aguardando a que ella llegara.
Antes de decirle lo que sea, se le quedó viendo. Admirando en silencio su perfil, su delgada y alargada nariz. La suavidad con que sus cejas hacían pequeños movimientos, y se le marcaban las comisuras en una pequeña sonrisa.
—Si me sigues viendo así, tendré que ir a lo de una bruja a que me cure —dijo, y la miró por el rabillo del ojo.
Giró la cabeza para verla y estiró aun mas su sonrisa, haciendo que ella también lo hiciera.
—¿Te ha ido bien? —preguntó, y cerró el libro con una de sus manos—. Te ves radiante, como cuando tomas una buena decisión.
Darling sintió sus mejillas arder, y rogaba que el color no la delatara. Aun así, sin decirle nada en concreto, le ofreció la mano. Quería irse de ahí, volver a su casa, y pensar todo un poco mas en frio.
Cuando Silco la estaba por tomar, Smith se acercó a ellos. Se frenó justo a unos pasos de Darling.
—No te vayas sin esto —dijo, agitado—. Cuando vuelvas, la señora Highway lo va a necesitar, para la documentación.
—Oh, gracias Smith —dijo Darling.
Tomó la hoja con la mano que le ofreció a Silco, y este se quedó viendo atento al rubio que recuperaba el aire, y le sonreía a Darling como si fuera la primera mujer que veía en su vida. Mientras que él quedaba fuera de esa burbuja.
—Nos estamos viendo —dijo Smith, y se marchó.
—Simpático —murmuró Silco.
Darling lo miró, y alzó una ceja. Trató de aguantar una sonrisa, y sin dar mas vuelta, tomó la mano de Silco. Este dio un soplido entre dientes, y la apretó con suavidad. Dejó de pensar en que quizás el rubio se flechó de inmediato, y continuó una conversación con ella.
—Hay que festejar que hayas decidido aceptar trabajar en este taller —dijo Silco.
—Si, me gustaría que estuviera Felicia —dijo Darling, y se apoyó contra él—. Después de todo, fue ella quien mando el portafolio.
—¿Estas segura de eso?
—Si, ¿Quién mas? —dijo segura—. Ella me insistió en que viniera.
Silco asintió, dando un gracioso sonido con la boca, lo cual hizo que Darling lo viera con cierta curiosidad. Se detuvo, dejando que él continuara unos pasos mas, hasta que sintió que ella se quedó quieta.
—¿Qué sucede? —pregunto, dando una pequeña mueca.
—¿Fue Feli quien mandó el portafolio? —cuestionó Darling.
—Bueno —Silco revoloteó la mirada a todos lados.
—Vamos, dilo —exclamo Darling.
—Bien —respondió Silco—. Ella tuvo la idea de manda una solicitud, y yo, quizás, dije que debía ir con pruebas contundentes de que eres buena en lo que haces.
Darling se regocijó en como Silco trataba de ocultarse entre sus hombros, y el color iba ocupando un lugar extraño en sus mejillas. Nunca lo había visto así, y le agradaba, parecía vulnerable, a la vez abierto a que descubran que era mas que solo alguien serio. Que no solo era callado, y perdido es su lectura, sino que también se podía hablar y reír; capaz de hacer una tontería a espaldas de una persona incapaz de dar el siguiente paso.
A Darling, aquel gesto, hacia que su corazón fuera mucho mas rápido, y que todo su interior se sintiera tan cálido, tan lleno de cosquillas. Sonreír por eso, le daba alegría. Que Silco fuera quien lo provocaba, hacía que todo fuera mucho mas que solo alegría.
Aun así, no pudo expresarlo mas que con un simple beso en su mejilla. Algo la detenía a que todo fuera mucho mas que simple alegría.
—Gracias —murmuró cerca de su oído.
Silco cerró los ojos por un instante, perdiéndose en la suavidad de su calor, en la dulzura de aroma, en los colores que la rodeaban. Queriendo mas, la envolvió con los brazos, haciendo un poco mas suyo, todo lo que ella era.
•
El festejo fue con Silco y Vander, no hicieron mas que beber un par de tragos. Darling aguantó lo de siempre, tres copas, y media. El estomago vacío no le permitiría una cuarta, ni mucho menos con los nervios jugándole en contra. Aun tenia un asunto que resolver, y como siempre, no estaba muy segura de como lo haría.
Por esa noche, trató de no pensarlo mucho. Tendría tiempo.
Silco arrastraba las palabras, y Darling quería reírse sin cuidado. Pero de hacerlo, estaba segura que se iba orinar encima, lo que le provocaría mucha mas risa.
—Te acompaño hasta tu casa —dijo Silco, apoyado contra el marco de la entrada.
—No, tu deberías buscar la manera de volver a tu casa —dijo, y le sonrío.
Le acomodó el cuello torcido de su camiseta, y apoyó con suavidad las manos contra su pecho, sintiendo las aceleradas palpitaciones contras sus palmas. Le alegraba notar que no era la única emocionada, en lo que ella consideraba una extraña relación.
Miró a un costado, encontrándose con Vander, como un atento espectador. Parecía disfrutar como Silco estaba por completo desinhibido, alegre como si él hubiese recibido una maravillosa noticia.
—Asegúrate de que llegue bien —dijo Darling—, y tu toma algo para que se pasé un poco la borrachera, o mañana tendrás un mal día.
Se despidió, y se apuró para llegar a su casa. Ella también tendría una mañana atareada.
Al llegar, fue directo a darse una ducha. Un poco de agua caliente le ayudaría a despejarse lo suficiente como para dormir tranquila y amanecer fresca.
Lista para descansar, a punto de dejar sus sandalias para no tocar el suelo frio, alguien llamó a la puerta. Dio un brinco en el lugar ante la insistencia del otro lado. Lo que mas le preocupaba era la hora, mas de las doce.
—No, no, no —murmuró, al notar que estaba poniéndose la bata—. ¿Por qué? Ni que fuera valiente.
Su mente vacilaba entre que era alguien que necesitaba ayuda, o un ladrón muy tonto como llamar a la puerta. Al fijarse por la mirilla, supo que no era ninguna de las dos. Abrió de golpe, y miró atenta a la persona del otro lado. Traía el cabello negro suelo, y caía sobre sus hombros como una suave sombra. Su cuerpo delgado se apoyaba contra el marco como si fingiera que estaba por completo estable.
—Silco, ¿Qué haces? —preguntó.
Él dio un paso al frente, y trastabillo cayendo sobre ella. Darling tuvo la fuerza suficiente para evitar que tocara el suelo, y con ese mismo esfuerzo lo arrastró hasta el sillón de su sala. Silco no dijo ni una sola palabra, tan solo la miraba, con sus ojos ebrios y brillantes. Al igual que su sonrisa, una que deseaba mas que nunca besar.
Pero con Silco ebrio no haría nada de eso.
—Muy bien, duérmete de una vez —dijo Darling, con dulzura—. Creo que Vander no saber lo que es hacerse cargo de otro.
—No, no, no —dijo Silco—. Fui yo, quería un poco más de valor.
—Ya duerme, valiente caballero —murmuró Darling—. En la mañana te haré un buen café.
Lo cubrió con una manta, y tras darle un suave beso en la frente, se marchó a la cama. Al tocar la almohada, quedo dormida de inmediato. No soñó nada, todo fue la mas tranquila oscuridad hasta la mañana siguiente.
Hasta que sintió el calor de alguien mas a su lado. Abrió los ojos, miró por encima del hombro, y se aguantó el grito de espanto.
—Lo siento —murmuró Silco.
Apoyó la frente contra su hombro, maldiciendo un dolor de cabeza en silencio.
—No te disculpes —respondió Darling, y giró para verlo de frente—. No me molesta.
Silco se perdió en su mirada adormilada, y en el rubor que iba escalando de a poco. Pasó una mano por su mejilla, y lento, se fue acercando. Sus labios se mantuvieron a una distancia mínima, casi rozándolos.
—Creo —murmuró—, creo que me gustas mucho, Darling.
Solo era un paso mas, un beso que diera rienda suelta a todo. Que los liberada de esa tensión que llevaban guardándose por años, y que fingían que no existían. Darling ardía por probar sus labios, sin importarle la hora, ni el aliento, ni el estomago vacío, o esa leve jaqueca.
Pero la verdad, lo que no terminó de decir en el día anterior la detuvo. A ella también le gustaba mucho, aun así no se podía dar el lujo de ser una intrusa en el corazón de Silco.
—Me mudo a Piltover —murmuró, y se apartó—. No, no podemos hacer esto.
☆☆☆
El que llora primero pierde *lloro* al final, creo que Darling le rompió 1ero el cora a Silco 😭😭😭
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro