3, Los colores.
Hacia un par de noches en que a Darling le costaba dormir. Aunque cerrara los ojos, y se encontrara con la mas profunda oscuridad, solo no podía hacerlo. Allí mismo oía voces, que relataban partes de un pasado descolorido. A veces gris, otras un poco mas dorado, pero nunca se mantenía brillante, siempre existía algo que transformaba la escena por completo arrebatándole el mas mínimo color. El negro lo absorbía todo, para darse cuenta que estaba viendo al techo, sosteniendo las lágrimas. Hasta que no pudo más, y se debilitó ante la insistencia del agua cristalina en querer salir.
Lloró. Darling, una vez más lloró.
Lo único que hacia con libertad desde que decidió que ser dura no era lo suyo. Casi nadie sonreía, sentía, expresaba, ¿Por qué debía comportarse de la misma forma?
El sol, teñido con los colores turbios de la ciudad de abajo, se coló por la ventana entreabierta. Otra vez la alarma no sonó. Darling comenzaba a creer que si sus noches iban a ser así, no le iba hacer mas falta. La dejaría oculta en una caja, esperando a que se haga polvo. Como el resto de sus viejos recuerdos.
Tomó aire muy profundo, y se sentó. Lo largó, a medida que llevaba la vista por esa pequeña y precaria ventana que daba a alguna parte. Alguna vez pensó en pedirle a alguien que le pinte un cuadro, con grandes y frondosas montañas, pero ¿Quién ha visto una montaña, o alguien que fuera capaz de replicar su mayor necesidad?
Agitó cualquier pensamiento negativo, de entre tantos pensamientos negativos, y salió de la cama. Un minuto mas allí, y nadie la iba a ver por el resto del día, hasta quizás de la semana. Felicia se había marchado a una improvisada luna de miel. Entre Vander y Silco, se aseguraron de que tuviera una semana , y mas para alejarse de las minas, y del intoxicante gris. No estaba segura que tan lejos llegaría, el olor de las fisuras seguía a cualquier zaunita. Vaya a donde vaya.
Debía hacerse a la idea que si no era su mejor amiga, nadie mas notaria su prolongada ausencia.
Mientras el agua para el té se calentaba, Darling una vez mas revisó su correspondencia. Entre los sobres cerrados, sobresalía uno blanco marfil, con decoraciones en dorado. Cuando lo quitó, sabiendo de donde venía, descubrió una huella.
—Silco —murmuró, y sonrió.
A veces le hacía el favor de llevarle la correspondencia. Aquella huella parecía ser su sello personal, o al menos en lo que a ellos lo relacionaba.
Pero la sonrisa se esfumó cuando abrió el sobre, y leyó la carta. La letra era una perfecta cursiva que le daba un ultimátum de manera tan elegante que se sintió bien por lo mal que la estaba pasando. Mientras mas avanzaba en la lectura, mas finos y decididos a ver a otro lado sonaban.
Darling suspiró, y dejó la carta sobre la mesa. El sello de un elegante atelier le hizo doler la boca del estomago. No era la cantidad de horas sin comer, y sin dormir, sino la falta de una decisión. Si no se quería ir, ¿Por qué le estaba costando tanto ver a otro lado?
—Ahg, maldición —murmuró.
Fue a apagar la hornalla, y en lugar de desayunar y que las horas pasen hasta que vuelva a ser la noche, fue a darse un baño. Mas tarde, cuando su cabello estuviera un poco mas seco, buscaría en el fondo de su placar algún traje elegante, o un vestido que no haya sido remendado, porque no le hacia falta. Se maquillaría como todas las mañanas, al igual que se perfumaría.
Y cuando estuviese lista, juntaría valor, e iría hasta la ciudad luminosa, cuna del progreso. Darling daría ese paso, si es que no lo pensaba mucho.
•
Se desvió de su camino al tranvía. Daba pasos apurados, tratando de no meter el pie en algún pozo, o tropezarse con alguna sobresaliente baldosa. Entró a la ultima gota de un portazo, y cuando vio al par de amigos aun en la barra dio un chirrido de alegría.
—Ah, que bien que los veo —exclamó, acercándose a la barra.
—Que elegante —dijo Vander, viéndola de pie a cabeza.
Le dio un codazo a Silco, quien estaba perdido entre las paginas de un cuaderno. Cuando alzó la vista, y reparó en Darling, su mirada se iluminó. Fue muy notorío cuando apenas abrió la boca y tomó aire, como si fuera la primera bocanada que daba en todo el día.
—¿De verdad que se ve elegante? —preguntó Vander, dándole una sonrisa a Silco—. ¿Qué necesitas damita?
—Yo, emmm, ¿Alguno me puede acompañar hasta la ... hasta Piltover? —preguntó, y frunció la boca—. Es que necesito que alguien impida que me vuelva sobre mis pasos cuando ya este allá. Se que suena horrible, pero ...
—Silco lo hará —interrumpió Vander.
Era muy obvio, Darling sufría, y Silco iba a tardar demasiado en decirle que sí. Cuando su amigo lo miró, casi con un deje de enojo mezclado con confusión, Vander le guiñó un ojo. Sonrió como si él mismo, o Felicia desde la distancia, hubiesen planeado todo. Pues desde la boda no se veían, y él ya le había comentado lo agradable que fue todo. En las minas, entre tantos olores, decía, como encantado, lo agradable y dulce de su perfume. De como es que aun seguía en su nariz, haciéndole cosquillas.
Vander no podía creer lo enamorado que se oía, mientras hacía un trabajo sucio.
Darling llevó la vista a Silco, que solo movía la boca, sin decir nada. Hasta que volteó para verla a ella, y solo pudo dar una simple sonrisa.
—¿Estas seguros de querer hacerlo? —preguntó Darling.
—Si, yo iré contigo —respondió Silco.
—Muy bien, voy por los boletos —dijo Draling, sonriente—. Nos vemos en la estación en diez minutos.
Se marchó tan rápido como llegó, dando pasos torpes, y cerrando la puerta con fuerza, tras suyo. Silco no dejaba de verla, cuando no estaba mas, sus ojos permanecieron donde minutos atrás estuvo ella parada.
—Nunca imaginé que caerías enamorado de la señorita Greywall —dijo Vander, dándole un empujoncito.
—Tampoco lo imaginé —murmuró Silco—. Digo que, debe darle una oportunidad a la ciudad. Una costurera aquí abajo no dura mucho tiempo.
Vander rodó los ojos, y continuó con lo suyo mientras Silco cerraba y guardaba sus apuntes en su bolso. Estaba seguro que algún día iba a terminar por aceptar sus sentimientos, y hablarlo como lo hizo al día siguiente de la boda de Felicia. Su mirada se había iluminada de solo hablar de su perfume, y si se hubiesen besado no dejaría de suspirar recordándolo.
Vander sabía que su amigo ocultaba mucho bajo esa fachada de hombre misterioso, y solo una sonrisa delataba lo que lo movilizaba por dentro. Silco era entusiasta, alguien que alzaba la voz en los momentos correctos, y que era difícil hacerlo sentarse de nuevo.
—Eres capaz de romper la roca mas dura, pero no admitirle a la chica que le gustas, que tu también le gustas —comentó Vander—. Trata de no pelear con ella, acompáñala.
Silco se puso de pie, y lo miró fijo, frunciendo el ceño.
—No sabía que eras experto en mujeres —dijo Silco, ajustando la correa de su morral—. Solo sé, que te gusta mantener la boca cerrada. También has desperdiciado oportunidades.
Vander se rio de él, y el movimiento de sus hombros delataba la gracia con que lo hacía.
—Hazme caso, Darling no necesita hoy la cuota de discusión que su relación les ofrece —dijo, viéndolo por encima del hombro.
Silco no dijo nada, y se marchó del bar. Se apuró para llegar a la estación, no quería que esperara mucho tiempo, ni que el tranvía se marchara sin ellos. No quería darle motivos para que desistiera de ir Piltover. Aunque la idea de ir hasta allá arriba no le agradaba demasiado, si era para pasar un rato junto a Darling y disimular que todo el tiempo se llevaban bien, podía dejar un poco de lado sus ideales.
Al llegar, la vio en lo alto de la escalinata. Sus manos se sostenían al frente, en una postura nerviosa. Observó con atención su vestido verde, y como hacia destacar aun mas sus cabellos revoltosos, y la mirada ansiosa. Darling resaltaba por encima de la estructura industrial que era Zaun. Era una pieza de naturaleza entre tanto metal sucio y oxidado.
Caminó cada escalón que lo llevaba hasta Darling, con apuro. Cuando al fin estuvo frente a ella, sintiendo su perfume, dio un respiro de tranquilidad. Como si hubiese estado conteniendo desde el primer momento del día en que la vio.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Darling, dándole el boleto de viaje.
—Ahora si —respondió Silco, tomando el boleto—, ¿Tu como estas?
—Quiero vomitar —murmuró Darling—. No se, quizás esta idea es muy precipitada.
Silco tomó su mano, y la apretó con suavidad. Darling dio una bocanada de aire, que pasó tembloroso por sus pulmones, refrescando cada hebra de su cuerpo. Aquello la detuvo de salir corriendo, o que su parte mas cobarde dominara el momento.
—Te recomiendo vomitar ahora, porque hacerlo allá arriba va a decir mucho de ti —dijo Silco, dándole una pequeña sonrisa—. Ninguna idea tuya es muy precipitada, si estas aquí, es porque lo has pensado lo necesario.
Darling sonrió. Se acercó para acomodarle el cuello de su camiseta, quitando algún residuo de carbón que le quedaba del día anterior. De un momento a otro, él fue quien le daba la perspectiva que le faltaba. La tercera que la alentaba a no volver a ocultarse, aun así, viniendo de Silco, se sentía diferente.
—Me alegro que seas tú quien me acompañé hoy —dijo Darling—Eres la dosis exacta entre la molestia y el cariño. Gracias, Silco.
—No tienes nada que agradecer, Darling —respondió, sin dejar de sonreír con tranquilidad—. Ahora sube, hace diez minutos que están llamando.
Se alejaron un par de pasos, sin sentir que un abismo se abría entre ellos. Subieron juntos al tranvía. El viaje fue como cualquier otro. Iban observando por la ventanilla, como la ciudad iba dejando atrás los colores verdosos, y se iluminaba por la claridad de un cielo despejado, de un sol en plena primavera. Darling lo apreció en silencio, sonriendo por la maravilla de la luz limpia que bañaba las calles.
Y Silco no podía dejar de verla. Porque mientras Darling encontraba la belleza por fuera de esa ventanilla, él la encontraba en ella. En la manera en que sus ojos verdes brillaban como las hojas bañadas en rocío , o como su cabello mantenía los colores del otoño que pocas veces vivenció. Hallaba en su sonrisa, esa pintada de terracota, lo mas sincero, puro, lo único que no imaginaba manchado por la temible toxicidad de la ciudad en que vivían.
Entonces, perdido en Darling, se encontró deseando que ella brillar.
—Llegamos —murmuró Darling.
Buscó la mano de Silco, y llevó la vista a él.
—Llegamos —repitió.
—Que nada te detenga, Darling Greywall —dijo Silco, apretando su mano con suavidad.
☆☆☆
Primero haré que sea el ser más apreciable de Zau. Un buen amigo, algún día un buen novio/esposo, buen tío, para luego ser lo que conocemos de él 👀
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