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2, Una noche para no olvidar.

Darling llegó minutos antes que entrara Felicia. Corrió con sus elegantes tacones bajos, sobre un piso de madera que actuaba como una amenaza directa a su persona. Dando de a pequeños brincos, se paró en su lugar. Silco estaba casi frente a ella, y este le sonrió entornando los ojos. 

 —Mira —murmuró Darling, y le señaló el escote del vestido. 

 Hizo lo que Vander le dijo, usarlo a su favor. Pasó toda la tarde bordando una flor negra que iba alrededor de la mancha que Silco le había hecho. Se gastó las últimas lentejuelas opacas y el hilo gris. 

—Que creativa —le susurró Silco del otro lado. 

—Soy una genio —respondió Darling. 

 Ambos fruncieron el ceño, y por igual, recibieron un codazo de la persona que tenían al lado. A Darling no le dolió tanto como él, pues era Vander quien le dio una reprimenda. Por su parte ella reprimió la risa al verle la cara de dolor y ofensa que puso. 

 Cualquier broma o pelea a la distancia se vio interrumpida por la entrada de la novia. Felicia iba dando pasos lentos y seguros. Estaba envuelta en su velo a medio bordar, que aun así brillaba con la tenue luz de la capilla. Su vestido, era sencillo, largo y de un blanco tan limpio que la hacía lucir como una estrella en el cielo oscuro. 

 Darling sonrió emocionada al verla, tan bella, tan plena. Felicia era su mejor amiga, y la felicidad que sentía por ella nadie mas se la daba.  Para esa noche no se guardó ninguna lágrima, ni se ocultó bajo un manto de dureza. 

—Estas increíble —dijeron las dos al unísono. 

—Eres una tonta —susurró Darling—. Es tu noche, la increíble eres tu. 

 Felicia ocultó su sonrisa detrás del pequeño ramo de flores, y le guiñó un ojo a Darling. 

—Silco me ha dicho lo que pasó —murmuró Felicia—. Él lo siente. 

Darlin llevó la vista al nombrado, quien se estaba acomodando el corbatin del traje. Miraba a un lado, y sonreía como si supiera que se veía muy elegante. Sabía que lo sentía, no era de quienes no se disculpaba, aunque ella sí parecía huir antes de oírlas.

—Genial, pero lo hablamos luego —respondió Darling—. Es momento del si.  

 La ceremonia continuó como se esperaba. Felicia dio sus votos, y dejó escapar las lagrimas mas gordas y brillantes que alguna vez derramó. 

—Nunca imagine que aquí abajo pudiera hallar la felicidad de verdad —dijo Felicia, y su voz tembló al igual que su sonrisa—, entre tanto humo, tanto gris, eres ese faro que todo lo ilumina. 

 Darling sintió la fortuna de su amiga acariciarla. Se conocían desde muy jovencitas y ninguna de las dos veían con claridad un futuro prometedor. Pero allí, siendo la dama de honor de su mejor amiga, casi una hermana, no veía tan caótico la vida en Zaun. 

 Llevó la vista a sus dos amigos al frente. Vander sonreía emocionado, y sus ojos brillaban por esas lagrimas que nunca se las mostraría a nadie; y Silco se mantenía serio y erguido. A penas se le marcaba una mueca. Darling intuía que de verdad sentía felicidad por Felicia, aunque se viera como si nada lo atravesara. 

 Darling, quien no estaba ajena a los movimientos políticos de Zaun, vio en ellos dos eso que mantenía a la ciudad fuera de un caos que podría acabar con la vida tranquila de los habitantes. Si el futuro dependía de ellos, no veía motivos para irse a Piltover. No cuando allí estaba la posibilidad de prosperar. 

 El aplauso por parte del resto de invitados trajo a Darling una vez mas en la situación que estaba viviendo. Se sabía los votos de Felicia de memoria, aun así aplaudió como si fuera la primera vez en oírlos. Lloró por ella, y silbó festejando el beso que daba comienzo de una nueva vida. 

• 

Entre la cena y los brindis, Darling se la pasó riendo y llorando. No había forma de que pudiera ocultar, que quizás, era la mas emocional de todo el lugar. El bar no lucía como lo que era día a día, y llenaba de entusiasmo a la pelirroja que no lo veía como su sitio preferido. Las flores como centro de mesa, y los cubiertos brillantes hacía que se viera como si fueran de la ciudad de arriba. 

 O al menos, eso quería pensar Darling.  

—¿Bailamos? —le preguntó Vander. 

 Este le ofrecía la mano, y Darling no dudó en tomársela. Bailar con aquel hombre, que usaba mas los puños que los pies, era todo un privilegio. 

—¿Sabes bailar? —le preguntó Darling. 

—Eso vamos a averiguar —respondió Vander. 

 Darling rio y luego trató de quedarse seria, mientras Vander hacia todo un esfuerzo para que sus manos no tocaran de mas su cuerpo. La música sonaba suave de fondo, y ella se sintió como si no le hiciera falta mas nada. ¿Por qué sus amigos insistían en que Piltover hallaría mas? 

—Esto es tan cómodo —murmuró Darling, y sonrió. 

 Vander la hizo girar, y los gajos de su vestido se abrieron por el sutil movimiento. 

—Es la primera vez que te escuchó decirlo —dijo Vander. 

—No, no arruines el momento —dijo Darling, tirando la cabeza hacia atrás. 

 Al abrir los ojos, se encontró con Silco subiendo la escalinata. Darling volvió la vista a Vander, y ambos detuvieron sus pasos. En sus ojos se reflejaba cierta pena, y ella no estaba segura si se trataba de su propia lastima. La que sentía por si misma cada vez que al pequeño local no llegaba nadie, o los recursos para hacer una simple camiseta escaseaban. De pronto se encontró respondiéndose a esa pregunta inicial, ¿Por qué la querían allá arriba? 

—Bailas bien, pero insiste en ...—murmuró Darling—. Hoy me he dado cuenta que me quiero quedar acá, prosperar cerca de ustedes, ¿Tiene eso algo de malo? 

 No lo dejó responder, porque lo que le fuera a decir, estaba segura que se lo tomaría mal. Se alejó, sin que se viera como si estuviera huyendo, y se fue por las mismas escaleras en que vio a Silco antes. Continuó, pasando un par de salones pequeños, hasta que llegó a una terraza. Esa que daba una vista completa a la ciudad del progreso. 

 Piltover se lucía en todo momento, y no existía nada que la hiciera ver mal. Ni los vapores de Zaun, o ese sutil brillo verdoso que lo hacía todo tan tóxico. La música de la fiesta, que se oía de fondo, le daba más armonía a la imagen. Como si allí se viviera en paz día a día.

 Silco estaba apoyado contra la barandilla, dándole la espalda a la ciudad, y fumando un cigarro. Se veía un poco mas atractivo de lo usual. Con aquel aire desinteresado, y el  entallado chaleco del traje negro. El saco, al igual que el corbatin estaban a un lado, y traía las mangas arremangadas hasta los codos. Buscaba verse lo que era, todo un misterio. O al menos así era para Darling. Acercase a él era desatar una batalla. 

—Feli me ha dicho que lo sientes —dijo Darling, yendo hacía él—. Tu no tienes la culpa de que estuviera distraída. 

—Casi te ibas llorando —dijo Silco—, algo de culpa me ha dado. 

 Darling se apoyó a su lado. Se quedó viendo la ciudad iluminada por el azul y el oro, que se alzaba frente a ellos. 

—¿Hoy hablaste con ella? —preguntó, y lo miró por el rabillo del ojo—. ¿Te ha dicho algo sobre mi?

—¿Crees que eres el tema de conversación en su día especial? —preguntó Silco. 

 Aquello se sintió como una hoja de papel cortado entre sus dedos. No era algo profundo, aun así jodía mas que cualquier otra lastimadura. Darling rio, cuando le pudo haber contestado de mala gana.

—A veces me creo especial —respondió Darling—. Más cuando cranean discursos que no pedí.

—No hablemos de ello —dijo Silco, y se volteó en su dirección—. Lo que diga, quien sea, te quejaras igual. 

—Si, muy bien de mi parte pedirle algo a la persona mas simpática de Zaun —dijo Darling, y le sonrió—. Gracias. 

—¿Has bailado? —preguntó Silco, ofreciéndole una mano. 

 Darling miró su mano, y la pulcritud de las mismas. Era diferente verlas así, que solo presencia las manchas de la mina. Eran delgadas y elegantes. Los dedos huesudos, algunos con un par de vendas que se envolvían con delicadeza a su alrededor. Hubiese deseado pasar mas tiempo apreciando su belleza, pero la tomó, sintiendo la tibieza de su piel contra la suya. 

—Lo hice, pero puedo hacerlo otra vez —respondió Darling, y levantó la vista—. Es un poco difícil imaginarte bailando. 

 Silco guardó silencio, y se acercó a ella. Estrechó su mano, apreciando el calor de su piel, la suavidad de la misma. Luego, con cierta timidez, y adoración, como si fuera algo que debiera hacer con el mayor de los cuidados, la tomó de la cintura. 

—Solo si pudieras hablar conmigo sin que terminemos gruñendo —murmuró Silco. 

—Ya no tenemos veinte años —dijo Darling—. Antes no había mucho que nos hiciera discutir.

—Debo admitir que me gusta pelear contigo —la hizo girar, y apreció su sonrisa.

—Te diviertes con tan poco —murmuró Darling, cerrando los ojos.

—En realidad, creo que eres demasiado.

 Se acercó mas, dejando un poco espacio entre sus cuerpo, pero estando lo suficientemente cerca para poder cubrirse con su calor, y el dulce aroma a flores y frutas de su perfume. 

—Sabes hacer que Zaun tenga un aroma tan agradable —murmuró Silco. 

 Un escalofrío escaló por la espalda de Darling. La presencia de Silco, lejos de confundirla, le hacia estar en paz. Se encontraba en su imaginación, sin ellos discutiendo, compartiendo una tarde, estando de acuerdo con lo que sea, y riendo por todo. 

—Creo que la boda de tu mejor amiga me ha mostrado algo que desconocía de ti —dijo Darling, y le sonrió cuando sus miradas se encontraron. 

 Por unos segundos el gris y el verde se mezclo en una sola mirada, y ambos se perdieron en esta. 

—Aun te queda tanto por descubrir —murmuró Silco, y le dio media sonrisa—, solo que no eres buena buscando.

Darlin rodó los ojos, y le dio un suave golpe en el pecho.

—Culpable, aunque tu tampoco lo haces fácil —dijo.

—Culpable —repitió y una vez más la hizo girar—. Luego de diez años, si quieres me vuelvo a prestar. Me llamo Silco.

—Un gusto —dijo ella—. Me alegro conocer al hombre que me inspiró ha hacer este bordado.

—Trabajar con lentejuelas siempre se te dio bien —señaló Silco.

—Ya sabes algo de mi, ahora hablemos más de ti —dijo Darling, sonriendo.

 Sin darse cuenta, ambos se movían al compas de la música de fondo. Hablaban de algo que cualquier otra persona no entenderían si quisiera unirse a ellos. Entre risas y sonrisas, y miradas cargadas de complicidad, se hizo el silencio. Quedaron unidos por sus manos, y la cercanía de sus cuerpos. 

 Darling debía hacer puntita de pie para estar mas cerca de su aliento. Para sentir el tabaco tan de cerca. Y solo porque era él no le molestaba en lo absoluto. Justo cuando iba a ceder a sus impulsos, Felicia llegó, haciendo acto de presencia tan de golpe, que sus corazones brincaron al mismo tiempo dentro de sus pechos. 

—Vamos Dar —exclamo Felicia. En su voz se sentía los efectos del alcohol—, voy a tirar el ramo, y quiero que lo tengas tu. 

 Se acercó a ellos, y la tomó de la mano. Jaló hasta hacerla caminar. Darling miró una última vez a Silco y le sonrió a la par que le guiñaba un ojo. Él no entendió lo que le quiso decir sin palabras, hasta que minutos después la vio atrapar el ramo que Felicia arrojó con mucho entusiasmo. 

☆☆☆

Nuevo capítulo, solo porque terminé de escribir otro, y así.

Los amo, porque se siente que antes hubo algo y ahora son par de tontos 😭💖

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