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13, Siguiendo las pistas.

Darling pasó una semana en Zaun. Decidió acompañar a Felicia a decirle a su esposo sobre el embarazo. No solo ella, sino que Silco y Vander también estuvieron allí para animarla, y poder ver la cara de ambos. Por esa noche, en la que cenaron y celebraron, no tuvieron miedo al futuro, y a hacer crecer la familia. 

 La mañana que llegó a la academia Smith la esperaba, con aquellos papeles que pidieron horas antes de marcharse. Tanto él como ella, esperaban que fuera una mala broma, pero no. Estaban allí, de algún lado salieron.

—Resulta que el idiota de Theodore Tyron tenía razón —dijo Smith, en cuando Darling se frenó. 

Los vio en su mano. Podía hacerlo por la buena, y tener una etiqueta que señalara que era una extranjera. Ir por los pasillos, y esperar a que nadie se detuviera a leer el gafete y preguntarle de donde era. De solo imaginar que un futuro cercano tendría que estar dando explicaciones que no dio durante los últimos años, le provocaba retorcijones. 

—No —dijo Darling, decidida—. Haré esto de otra forma. 

—¿Cuál otra? —preguntó Smith, confundido. 

—Ven, iremos a visitar a la familia Kiramman —dijo Darling, y sonrió. 

 Smith se quiso comportar a la altura, pero la sonrisa delató la alegría que sintió al oírla. Era alguien recatado, y bastante maduro para su edad, con el detalle que le tenía un gran aprecio a la familia Kiramman. Ir allá, junto con Darling era como estar en un sueño. Uno que se escapaba de su cabeza, y se realizaba frente a sus ojos. 

—Tomaré tu brillante sonrisa como que no te sientes obligado de ir conmigo —dijo Darling. 

A los veinte minutos, se encontraban frente al gran portón de la casona. Darling no estaba muy segura de como se tomaría el asunto Cassandra. Confiaba en que Silco no se equivocaba, que era un buen plan, que debía aprovechar todos los recursos que tenía mano. 

 Tocó el timbre, y al los segundos hablaron por la radio del comunicador. 

—Buenos días —dijo Darling, nerviosa—, soy Darling Greywall, busco a la señora Kiramman. 

 Se hizo silencio del otro lado, y luego se abrió el portón. Tomaron aquello como una señalan para ingresar. Darling fue primero, buscando la manera de mitigar los nervios a través de una controlada respiración, mientras que Smith fue segundo, admirando los jardines de la casa. Cada arbusto bien podado, las flores perfumadas, el césped cortado de manera meticulosa, parecía brillar mucho mas que en cualquier otro sitio de Zaun. El aire fresco los rodeaba, y el dulce aroma de un desayuno recién hecho les llegó a ambos. 

—Buenos días —saludó Cassandra. 

 Estaba junto con su esposo, quien le daba cereales a la pequeña Caitlyn. La niña llevó su vista de inmediato al oírla, y de un salto, se acercó a Darling. La recibió con los brazos abiertos. 

—Darling —exclamó Caitlyn. 

—Hola a ti también, pequeña —murmuró Darling, abrazándola con suavidad.

—Te has ganado el corazón de Cait, eso es un logro —señaló el padre. 

—Darling es la favorita —dijo Cassamdra, sonriendo. 

 Llevó la vista a Smith, quien contemplaba a Darling con la niña, y parecía por completo embobado con la escena. 

—Bueno, quizás un día, Cait pueda tener un nuevo amigo —dijo Cassandra. 

 Con rapidez, Darlign se enderezó y miró a Smith, sus mejillas estaban rojas, y ambos se habían quedado sin habla. 

—Eso suena —balbuceó Smith—. Pero la señorita Greywall ya tiene pareja. 

—Estoy comprometida —dijo Darling con rapidez. 

 Smith abrió los ojos ante la sorpresa. Quiso felicitarla, pero un nudo le impedía hablar. Solo se limitó a sonreír, delatando sus nervios. Lo cual, para ser alguien quien podía controlar bien cualquier situación, esa mañana todo lo tenía en contra. 

—Muy bien —dijo el esposo de Cassandra, tratando de cortar con el repentino silencio—, con Cait iremos dentro, de seguro tiene mucho que hablar. 

 Cassandra asintió con la cabeza. En cuanto se marcharon, les indicó sus lugares para sentarse. Los dos lo hicieron en el acto, como si temieran a desobedecerla, y la mujer no era mas mayor que ellos. 

 Tomó la tetera con delicadeza, y sirvió un par de tazas que quedaron sobre la mesa. Darling miraba cada movimiento, tratando de hacer que su paciencia no se quebrara. Gritarle en la cara a una de las matriarcas mas poderosas de la ciudad no era algo que estaba en su lista de quehaceres. 

—Bien, ¿A qué se debe su maravillosa visita? —dijo Cassandra, tras servir la última taza—. ¿Cómo te ha ido en Zaun? ¿Has podido recuperar un poco la cordura, tener una perspectiva mas clara, bueno, además de comprometerte? 

 Darling, quien había tomado su taza, y dado el primer sorbo de té, se ahogó al volver escuchar sobre el compromiso. 

—Si, pero también vengo porque hubo un problema en los laboratorios de tecnología —dijo Darling, tras aclararse la garganta. 

—¿Qué clase de problema? —preguntó Cassandra.

 Darling lo pensó bien. Pues, podía salir a pedir de boca, algo que dudaba, porque en el fondo seguía siendo la adolescente que se metía en problemas sin buscarlos. O podía salir terrible, de cual estaba muy segura que llegaría a suceder. Por unos segundos, guardó silencio, hasta que vio a Smith a punto de abrir la boca. 

 Darling no tardó en darse cuenta, que con veintisiete años, las personas tomaban las decisiones por ella, mas de lo que le gustaría. No podía seguir siendo la cobarde que esperaba a que alguien mas hable en su nombre. 

Lo detuvo, alzando una mano en el aire.

—Me han limitado el paso por ser zaunita —dijo, firme, y rápido—. Quieren que en mi credencial se anuncie que soy una alumna de Zaun, pues parece que puedo ser una espía. Es inaudito, el doctor Tyron se ha creído en el lugar indicado para decirme donde puedo y no ingresar. 

 Miró a Smith, quien sonreía. No sabía si lo que estaba sintiendo era orgullo o admiración. 

—En Zaun, hablando con los mineros, llegué a una posible solución —dijo Darling—. Quizás mi padre tuvo una idea similar, no lo se, no he podido hallar sus archivos, pero creo que voy por el mismo camino. 

Hizo una pausa. Su ceño endurecido, era algo que no siempre veían los demás.

—Si llego a dar con los archivos de mi padre, voy a necesitar acceder a esos laboratorios con libertad —añadió—. No puedo estar pidiendo permiso todo el tiempo.

Hubo silencio. El suficiente para oír la rápida respiración de Darling.

—¿Tu padre? —preguntó Smith. 

—Si, no te dije, pero él es un ingeniero de Piltover. Lo era. Yo soy de la ciudad, aunque pasé toda mi vida en Zaun, nací aquí —explicó. 

 No quería dar muchos detalles, evitaría a toda costa que Smith supiera mas de lo debía. No porque fuera influenciable, sino porque temía que la pueda ver de una manera diferente. Que tratase como si de verdad fuera alguien de Piltover. 

—No te lo he dicho antes —murmuró Darling. 

—Bien, aun me debes un café —dijo Smith, dando un pequeña sonrisa—. Hay mucho de que hablar.

 Cassandra se mantuvo en silencio, analizando lo que Darling le acaba de comentar, y lo que posiblemente le estaba sugiriendo. La miró, y ella tragó saliva. Sentía su mirada mucho mas filosa que nunca.

—Esperen acá, coman tranquilos —dijo Cassandra, y se puso de pie. 

 Se marchó, y Darling la siguió con la vista hasta que su cuerpo desapareció detrás de la puerta. Si tenía hambre, en ese momento se le cerró el estómago. Tenía mas ganas de vomitar, y salir corriendo, que seguir manteniéndose allí. Smith puso una mano sobre la suya, la cual sostenía con fuerza el mantel. 

—Creo que me equivoque —murmuró Darling, llevando la vista a él. 

—No, hiciste bien —respondió Smith, por lo bajo—. Quizás esto luego sea un beneficio para futuros zaunitas que vengan a estudiar acá. 

—O no, quizás empeoré la situación para los del distrito de abajo —dijo Darling, y se cubrió la boca—. ¿Soné muy prepotente? 

 Smith se encogió de hombros, y le dio un sorbo a su taza de té. 

 Cassandra llegó, con un par de papeles entre sus manos, y una pequeña sonrisa marcada en sus labios. Darling supuso que era algo bueno. Estaba segura que nadie que estuviera por patearle el trasero tendría esa mueca. Se sentó, y le entregó lo que tenía. 

—No quiero que un tonto sabelotodo obstruyendo tu camino —dijo Cassandra—. Quiero que tengas acceso a todas las alas que la academia te permita entrar. 

—Solo quiero ir al laboratorio —dijo Darling, y tomó las hojas. 

—Bueno, entra al laboratorio no mas, pero si quieres acceder a otras zonas, para evitar problemas de este tipo —dijo Cassandra—. Esto es un permiso, ya hablaré con el profesor Heimerdinger, para evitar que esta situación sea algo que se vuelva a repetir a futuro. 

—¿Hablará con el fundador? —preguntó Darling, llena de asombro.

 Al oír el nombre de aquel antiguo profesor, sonrió. Era un pequeño hombrecito que estuvo al principio de todo, desde los primero ladrillos de la ciudad. Y ella aun no tuvo la oportunidad de conocerlo. Ansiaba algunos días cruzarlo por los largos y dorados pasillos de la academia. Ahora que sabía que quizás le llegué su nombre, el orgullo cubrió el pánico que la invadió minutos atrás. 

—Si, lo haré —dijo Cassandra, y tomó su taza de té—. Ahora si no tienen nada mejor que hacer, pueden retirarse. 

 Ambos se pusieron de pie al mismo tiempo, y con un ademan agradecieron en silencio la hospitalidad de la familia Kiramman. Fueron rápidos para irse de allí. 

—Antes debemos a otro lado —dijo Darling, deteniendo a Smith. 

—¿A donde iremos? —preguntó Smith. 

—Tu sígueme —respondió Darling.  

Estaban frente a una casa de dos pisos. La cual estaba avejentada, no solo por el paso del tiempo, sino por la falta de cuidados. Estaba casi a los limites entre lo que era la parte alta de la ciudad, y la estación, lo rieles, los suburbios. La luz del día la bañaba con su típico dorado, pero a Darling no le provocaba la misma sensación de ensoñación, sino que nostalgia. Se vio allí dando sus primer pasos, esperando con ansias la llegada de su padre, el olor que traía de Zaun. No se le hacía toxico, sino que era mas parecido al carbón húmedo. 

—Esta era mi casa —contó Darling, y suspiró—. Casi no me acordaba como era la fachada. 

 Se acercó a la entrada. Aun conservaba una vieja maceta, con la tierra seca, y yuyos. Con un poco de esfuerzo, la corrió, levantando un leve polvareda, y metió la mano en el pequeño espacio que había entre la pared. 

—Debe seguir acá —murmuró—. Mi padre no era el mas cuidadoso de todos. 

—¿Qué buscas? —preguntó Smith, intrigado. 

—La llave —exclamó Darling, alzando la pequeña y oxidad pieza de metal. 

 Con emoción se puso de pie, y se aceró al picaporte. Estaba oxidado, aunque tenía un par de marcas de manos, Supuso que alguien mas quiso entrar todo ese tiempo que estuvo desocupada. No parecía que alguna vez hayan forcejeado la cerradura, o dañado la vieja madera. No lo pensó de mas, y abrió. Sonrió ante el pequeño clic que hizo la puerta. No recordaba casi nada de la corta vida que llevó bajo ese techo, aun así, no dejaba de sentir emoción el volver a pisar ese suelo. 

  Por un pequeño instante imaginó yéndose allí a vivir con Silco, tras el casamiento. Reparar la casa, e iniciar esa vida juntos por la que tanto tiempo suspiró siendo una adolescente. Porque alguna vez lo hizo, al igual que soñar tener una pequeña familia, una mascota, y una gran árbol de frutos en el jardín trasero. 

—Ya podemos pasar —dijo, saliendo de la ensoñación.

—Entonces, antes aquí, ¿Tu única familia eran tus padres? —preguntó Smith, curioso. 

Darling caminó cerca de los muros, pasando la manos por el avejentado papel tapiz, y recordando lo mas que podía. No era mucho, aun así, llenaba su pecho de alegría. 

—Si, o al menos eso recuerdo —respondió Darling—. Nadie de acá nos ha ido a visitar cuando nos mudamos al suburbano —añadió—. Cuidado donde pisas, nadie a hecho nada por mas de veinte años. 

—A todo esto, ¿Qué buscamos acá? 

  Darling no le respondió de inmediato, le indicó que le siguiera escaleras arriba. Le fue diciendo que viera por donde pisaba, para evitar meter el pie en alguna duela floja por la humedad. Smith fue por detrás, hasta que los dos llegaron a una habitación al final del pasillo. 

 Era la antigua oficina de Salomón Greywall. 

 El escritorio seguía allí, al igual que el viejo librero con algunos libros, y muchas cajas desparramadas por toda la habitación. Darling recordaba ese lugar, sobre todo aquel amplio ventanal detrás de donde su padre se la pasaba sentado. Daba a la ciudad, y en el centro, justo al medio de los vidrios manchados, la torre de la academia de Piltover. 

—Los viejos archivos de mi padre —respondió al fin Darling, y se sentó en la silla frente al escritorio—. Por acá me tuvo que haber dejado una pista de como seguir con mi proyecto. 


☆☆☆

Darling se puso la camisa del proyecto (su proyecto) ahora veremos como le va.

Ah, recién me doy cuenta que no falta mucho para que la historia termine. O sea, que se va a poner intenso, porque tienen que suceder cosas *llora en ¿por qué haré eso?*

Por cierto, gente nueva que me lee, ¿Qué les va pareciendo? Les leo 💖

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