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12, Lo que esta dispuesta a hacer.

Unos minutos mas tarde, Silco subió al balcón. Habia visto como Darling se llevaba una de las botellas, y la conocía lo suficiente para saber de su poca tolerancia al alcohol, y que bebía cuando todo estaba muy mal. 

Peor aun, cuando algo la angustiaba más de la cuenta.

 Llegó, y la encontró sentada al borde de la cornisa. Sus piernas bailaban con la suave brisa que debes en cuando corría. Ella apenas movió la cabeza, y él pudo notar su sonrisa alcohólica. Luego llevó la vista a la botella, la cual quizás le faltaba una pulgada de ron. 

—¿Te puedo hacer compañía, lindura? —preguntó, y se acercó. 

 Le enseñó un par de vasos limpios, y Darling amplió aun mas su mueca. Le dio unas palmaditas a un lado suyo, y esperó con ansias a que se siente. Silco largó un poco de aire por la nariz, y fue a sentarse a su lado. Su perfume se mezclaba con el olor a ron, y él se embriagó casi al instante sin haber tomado ni una copa. 

Tomó la botella, la destapó. La agitó un poco, y su fragancia llenó el aire.

—¿Un mal día, cierto? —preguntó, llenando los vasos. 

  Darling se acercó un poco mas, y apoyó la cabeza en su hombro. Su calor mitigaba esa leve corriente de aire fresco, por la cual salió en un principio. Le quería decir que tan mal estuvo todo en las ultimas semanas, pero Silco se veía alegre por las noticias que había dado Felicia, y por como iban las cosas en Zaun. Sintió que hablar de lo suyo, hacerle preguntas sobre lo que quizás le ocultaba, era muy pequeño, insignificante al lado de todo lo bueno. 

Tomó el vaso que le entregaba, y le llevó a la boca. Lo olfateó antes de darle un sorbo, y luego lo bebió despacio. 

—Quiero que me cuentes como marcha todo por acá —dijo, y le dio otro sorbo. 

—No quiero aburrirte con los detalles —dijo Silco, y se quedó viendo su vaso—, pero si quiero saber que te angustia, Darling. 

—Tampoco quiero aburrirte con los detalles —dijo ella, y se bebió lo que quedaba de su vaso de una sola sentada. 

 Dejó su vaso a un costado, y tomó el de Silco para dejarlo al lado del suyo. Luego, en un movimiento rápido, se subió a su regazó, y pasó con suavidad sus manos, hasta llegar al cuello de su camisa. Con delicadeza lo acomodó, sin apartar la mirada, como si estuviese haciendo un arduo trabajo. 

—Mejor no hablemos de nada —murmuró Darling, y llevó la vista a su ojos. 

 Silco apoyó el peso de su cuerpo en su brazo, y con el libre sea acomodó algunos cabellos que le caía suelto. Tenía esa sonrisa que a Darling tanto le enloquecía, y que extrañaba mas de lo que le gustaba admitir. Cuando se acercó para besarlo, él se hizo hacía atrás. 

—Estas ebria, Dar —murmuró.

—Bueno, mas fácil, te diré si a lo que sea —respondió, y sus mejillas se tiñeron de rojo. 

 Una vez mas, atinó a besarlo, y otra vez Silco la detuvo. 

—No me importa que me digas que si a lo que sea —dijo, y la tomó de la mejilla—, me importa que en este estado no hagas nada.

 —Eres un aburrido —murmuró Darling, y escondió la cabeza entre su hombro y el cuello.

—No, soy responsable —dijo Silco—. Ahora vamos, te llevo a casa. 

—¿A la tuya? —preguntó, y levantó la cabeza—. Al menos deja que duerma en tu cama. 

 Silco rio, y depositó un suave beso en sus labios. 

—Puedes dormir en mi cama todas las noches que quieras —murmuró sobre sus labios—. Me encantaría que vivieras conmigo. 

Darling se enderezó de golpe, y todo el alcohol que ahogaba su cerebro, se evaporó de repente. Tragó aire, a la par que buscaba analizar la amplitud de sus deseos. Vivir con él, era un sueño hecho realidad. Era pasar todas las noches a su lado, y estar separado y juntos a la vez. Todo bajo el mismo techo.

Su corazón enloqueció en su pecho.

 —A mi también —dijo Darling, y sonrió—. Me encantaría vivir contigo. Ir directamente contigo. 

—Que bueno que esta noche estamos de acuerdo en algo sensato —dijo Silco, aliviado por la respuesta.

—También —dijo Darling, y se acercó hasta rozar su nariz—, me quiero casar contigo.

 Le dio hipo, y la risa se escapó de sus labios. Cayó rendida sobre su hombro, y Silco en silencio por lo que le había revelado, tan de sorpresa que no sabía como tomarlo. No era una novedad, pero tampoco un tema que hablaron antes. Se trataba de un acuerdo en común, que sin decirlo, tarde o temprano lo iban hacer. 

 Darling no había planeado emborracharse, y ponerlo sobre la mesa esa noche. 

Silco no creyó que esa noche, de cierta manera, se celebrarían otras novedades.

• 

 Cuando volvió abrir los ojos, se encontró en la tenue oscuridad de la habitación de Silco. Tomó aire por la nariz, a la par que estiraba los brazos. Tanteó a su lado, y estaba vacío, aunque aun seguía tibio. Se puso sobre sus codos, y vio a Silco, al borde de la cama, mirando por la ventana que daba a las minas. 

 De todas la casas que visitó alguna vez en Zaun, la de Silco era la única que tenía un ventanal que llegaría encontrar en un departamento, de alquiler barato, en Piltover. Aun viendo hacia las minas, la luz que entraba por allí, casi limpia, azulada, le daba cierta lejanía a lo que se conocía de los suburbios.

 Ella estaba usando una de sus remeras, aunque estaba segura que era de Vander, por lo holgada que era. Mientras que él no usaba nada mas que sus pantaloncillos de noche, entonces Darling apreció la delgada musculatura de su novio. Su piel pulcra, pálida, sin marca, y solo con algunos lunares. Gateando, se acercó, y le dio un par de besos, pasando entre sus omoplatos, siguiendo el camino de su columna, hasta llegar a sus hombros.

  Lo abrazó, y refregó su mejilla. 

 No pudo evitar sonreír cuando sus manos se aferraron a las suyas, y el calor de su piel la recorrió en cuestión de segundos. Era su lugar seguro, aun cuando se trataba de llevar una vida en Zaun, Silco era el sitio en el cual podía sentir lo que era un hogar.

Era tan cálido, reconfortante, su pequeño mundo ideal. 

—Entonces —dijo Silco, y la miró, sonriendo a gusto por sus caricias—, ¿Te gustaría casarte conmigo, Darling Greywall? 

 Darling reprimió un grito de alegría, y lo abrazó con mas fuerza. 

—Si, me gustaría casarme contigo, Silco —respondió con un deje de alegría. 

—Lo estamos haciendo bien , ¿No crees? —preguntó. 

 Él giró en sus brazos, haciendo que Darling abriera el abrazo, y cayera sobre el colchón. Su sonrisa se amplió aun mas cuando sus manos la tocaron con suavidad, perdiéndose bajo la remera. La besó con suavidad, y ella se derritió ante sus labios, y la manera en que hacía todo como si estuviera frente a una obra de arte. 

 Bajó hasta su cuello, alcanzando sus clavículas sobresalientes. Darling pudo haberse dejado ir, ignorar el leve dolor de cabeza, o ese pequeña incomodidad que casi siempre le impedía desnudarse sin pensarlo tanto, sin embargo, hubo algo que no pudo solo quedárselo para ella. No ahora que se habían dicho en voz alta que estaban haciéndolo bien.

 Cuando Silco estuvo por sacarle la camiseta, Darling habló decidida. 

—Quede embarazada... dos veces —confesó—, y no prosperó. 

 Silco se detuvo, pero no se enderezó. Apoyó la cabeza contra su pecho, y se quedó allí, sintiendo su propia respiración mezclándose con los rítmicos y nerviosos latidos del corazón de Darling. 

Para ella, fueron los segundos de silencio más largos y agónicos de su vida.

—Silco, di algo —murmuró, con evidentes nervios—, por favor. 

 Él se enderezó, quedando entre sus piernas. Su piel estaba erizada, Darling tiritaba, y aguantaba las lágrimas al borde de sus ojos. Ella también se enderezó, pero quedó apoyada en sus manos, casi escondiéndose entre sus hombros.

 Silco le sonrió, aunque se reflejaba cierta pena en la mueca. 

—¿Cómo te sientes? —preguntó, un poco consternado. Pasó una mano por su mejilla, dejándola allí—. Dar, me lo hubiese dicho antes. 

—Lo se, es que —tartamudeó—. La segunda vez pensé que iba a suceder, y entre lo que pasó en la academia, y esto de no poder solucionar mis diseños, ni hacer nada de lo que he prometido . 

 Se tiró sobre el colchón, y dio un grito de frustración contra una almohada. Silco se carcajeó al verla reñir contra enemigos que él no era capaz de ver, y se recostó a su lado. La acercó para poder abrazarla contra su pecho. 

—Si nos vamos a casar, hay mucho de que hablar —dijo Silco, pasando una mano por su rizado cabello—. ¿Qué sucedió en la academia? Pero también si quieres hablar de nosotros como padres, lo podemos hacer. 

 Darling negó, y se enderezó, apoyándose sobre los codos. Sus mejillas estaban rojas de la frustración, y húmedas por las lágrimas. 

—Sucede que no me dejaron ingresar al laboratorio de tecnología porque no tengo los papeles adecuados —contó con desgano—. Los papeles son sobre si soy una estudiante de exteriores. 

 Silco frunció el ceño. Se enderezó para poder verla mejor. Su enojo era evidente, porque era algo que no quería oír, a sabiendas que en algún momento le harían dramas por ser zaunita. 

—Le pedí a Eli que me busque los formularios, pero ni él sabía sobre eso —continuó Darling. 

—Dar, no puedes dejar que un tipo te intimide —dijo Silco, tratando de sonar calmado. 

—No me intimidó, solo me molestó —dijo ella—. Es que, soy la única, hasta donde se, que viene de Zaun. Y aun si fuera la única, no me conoce en lo absoluto. Ni a mi, o mi . . .

 Hizo una pausa, al caer en cuanta que casi decía algo que no iba a poder disfrazar. Pero Silco la veía fijo, esperando a que siguiera hablando. Él no sabía aun lo de su apellido, y habían hablado de casarse, ¿Cómo hacerlo sino era franca? Se conocían desde los quince años, y seguía guardado para si esos detalles, que le restaba importancia, porque estaba segura que si le daba la adecuada, no sería un tema que pudiera controlar. 

—¿Qué mas? —dijo Silco, expectante—. Dar, te pusiste pálida. 

 Ella aclaró su garganta, y se terminó de sentar, para quedar a la misma altura de su mirada. 

—Hay algo, que solo Felicia sabe —dijo Darling, en voz baja. 

—Creo que Feli sabe mucho que yo no —dijo Silco, y sonrió—. Vamos, dime, no puede ser tan grave. 

 Darling tomó aire por la nariz, y lo soltó con suavidad por la boca. Miró a un costado, contando hasta tres para poder volver a verlo. Necesitaba decírselo en la cara, sin rodeos. Como sacar una curita de una lastimadura.  

—No se si lo sabías, pero no nací en Zaun —dijo Darling. 

 Tímida, avergonzada, culpable de confesarlo, una vez mas. 

—Mi padre era un ingeniero en la academia de Piltover, y luego de un tiempo aquí abajo, nos trajo a vivir —continuó—. Una de las razones por la cual llamé la atención de Cassandra Kiramman, era porque mi apellido le sonaba de algún lado. 

Silco tomó aire. Su novia no era tan zaunita con lo creyó desde que se conocieron. Sin embargo, lejos de enojarse, contó todos los años que llevaban viéndose, siendo amigos, compañeros, pareja. En tres, o quizás cuatro, iban a ser quince. La mitad de su vida.

Para él era suficiente. Y que ella fuera de la ciudad, también podría ser de ayuda.

"En algún momento lo va a ser", pensó Silco.

—Bien —dijo Silco, tranquilo—, entonces úsalo. 

 —¿Qué? —preguntó Darling, sin entenderlo. 

—Si, de seguro eres mucho mas importante que ese idiota que pidió una credencial —continuó Silco—. Vamos Dar, una de las familias fundadoras de Piltover te patrocina, debería ser suficiente para poder entrar en donde quieras. 

 Se acercó a ella, y la tomó de la mejilla. La miró fijo, sonrió como si frente a él hubiese un gran tesoro. Se iluminó, y Darling nunca creyó que alguna vez lo vería con esa euforia tan silenciosa. 

—¿Qué estarías dispuesta a hacer, con tal de defender el lugar que te ganaste? —le cuestionó, con cierta firmeza—. Tienes todo lo que necesitas, seguido de tu precioso nombre. Y gente poderosa que te respalda. 

 Un cosquilleo invadió el pecho de Darling. Lo mas parecido al orgullo, aunque detrás de ello algo mas vibraba y no lo podía identificar. 

—Tienes razón —dijo Darling, y le dio un corto beso en los labios—. Y esto no se trata de mi, sino de ustedes. Y yo, haría lo que fuera, por mis amigos, por ti. 

—Y por ti, Darling Greywall —añadió Silco, y continuó besándola.    


☆☆

A un paso de la icónica frase de Silco, ah.

¿Qué si es manipulación? Bueno, el tiempo lo dirá.

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