1, Manchas de hollín.
Darling caminó apurada. Esa mañana el despertador no sonó, uno de los engranajes se trabó lo que imposibilitó su buen funcionamiento.
—Es la tercera vez —le dijo una anciana que la vio cruzar la calle apurada.
Lo era, lo cual le hacía dudar sobre el correcto funcionamiento del reloj. Quizás era porque hacía más de diez años que lo tenía con ella. Lo único que le quedaba de su antigua vida. Antes de que el gris, ese gas tóxico, contaminará cada metro cuadrado de aire puro.
—Buenos días para ti también, Joan —exclamó Darling.
Se frenó frente a la vidriera de su pequeño comercio y buscó las llaves en su bolso. No las encontraba por ningun lado, y era lo último que necesitaba esa mañana.
—En tus bolsillos, cariño —le dijo otra mujer.
Darling sonrió al oírla, y la miró por encima del hombro. No dijo nada, y buscó en el bolsillo delantero de su vestido de flores. Luego de tantear la encontró.
—Bien, siempre tienes razón Feli —dijo Darling.
—Las buenas amigas siempre la tienen —dijo Felicia—. ¿Vas a abrir? Necesito el vestido para esta noche.
—Oh, cierto, tu casamiento —dijo Darling, sonriente—. Casi me olvido de ese detalle, ¿Por qué seré todavía tu dama de honor?
Las dos mujeres se rieron, e ingresaron al local. El lugar tenía el dulce aroma de las flores de jazmín que traían de contrabando de arriba, y que resistían un poco más que el resto. Darling quería pensar que era así por el lugar en que estaban. Bastante alejado de las ruinas donde iban los mineros.
Mientras Felicia ponía agua para unas tazas de té, Darling fue por el vestido. Aún le faltaba algunas costuras, y al velo bastante bordado.
—¿Sabes si Connol ha traído el resto de lentejuelas? —preguntó Darling.
Apareció, donde Felicia la esperaba, con el largo velo entre sus manos. Su amiga sonrió encantada, sus ojos se llenaron de lágrimas. No podía creer que entre tanta suciedad, algo pudiera permanecer tan blanco. Brillante, pulcro, como una partícula de luz entre tanta mierda.
—Dar, esto es precioso —murmuró, tomando un extremo.
Miró con atención el pequeño camino de lentejuelas brillantes, que poco a poco se iban reduciendo en número, y pasó con cuidado sus dedos, sintiendo la suavidad contra su piel. Ella también trabajaba en las minas, y estar con algo delicado, era todo un sueño.
Tan delicado que parecía irreal.
—¿Te gusta así? —preguntó Darling.
—Si —exclamó Felicia—. Amiga, tienes manos mágicas.
La pelirroja se encogió de hombros. No lo creía del todo, y allí abajo no era tan fácil trabajar piezas delicadas, mas cuando nada de su entorno no lo era. Si podía resaltar, pero en Zaun no era la gran maravilla.
—Tienes oportunidad aun —dijo por lo bajo Felicia.
Darling estaba tomando una taza de té, y al oírla se ahogó. Sabía de lo que hablaba, y mas que pena, lo sentía como algo prohibido de decir.
—Feli, baja la voz —ordenó Darling—. O mejor aun, no lo vuelvas a decir.
—¿Qué cosa? —cuestionó la peliazul—. ¿Qué tienes una oportunidad de triunfar en Piltover?
—Por favor, amiga —dijo Darling, apenada—. No hay que darle importancia. Allá arriba, hay muchas personas mejor que yo.
—Eso dices porque no conoces —Felicia se cruzó de brazos—. Entiendo que este lugar es tu hogar, aquí esta todo lo que conocemos, pero no van haber tantas oportunidad así. Si te ha llegado esa carta, es porque han visto en ti una luz, una que destaca entre tanto gris y hollín.
Se puso de pie, dejando a un lado, con mucho cuidado, el velo.
—Hace diez años que somos amigas —tomó sus manos, y le dio una sonrisa cargada de pena—, debes dejar de pensar que no destacas. Porque aquí abajo, o allá arriba, lo harás genial. Haces arte con un trozo de tela.
Tenía razón. Amaba cuando era así en otros temas que no la involucraran a ella. Como las veces que hacia que Vander se quedara sin palabras, sin argumento. Ahora se encontraba igual que él. Sin saber que decirle al respeto, porque nada tendría sentido.
—Terminaré con el velo —dijo, y fue por sus alfileres—, luego probaremos el vestido.
Felicia dio un suspiro de cansancio, y guardó silencio. Quizás ella era quien ganaba en tener la razón, pero Darling era un hueso duro de roer. Pelear con ella sería algo en vano, mas aun cuando faltaban horas para la boda.
•
Pasado el medio día, cuando Felicia ya se había ido, Darling cerró el local. La mayoría en Zaun paraban sus labores al rededor de esas horas. Nadie allí se saltaba el almuerzo, las charlas en el bar, y un breve descanso antes de continuar con el día.
No iba a poder ir a la Ultima Gota, pues Vander ofreció el lugar para hacer la celebración. Un espacio especial para Felicia, y cualquiera de los amigos de la pareja. Aunque el día anterior ayudó en la decoración, Darling aun debía terminar con su vestido, y remendar los zapatos. Los único estiletes de Zaun que no eran exageradamente altos.
De camino a su casa, con su vestido entre los brazos, viendo una lista que tenía de lo que le faltaba terminar por ese día, no se fijó por donde iba. Estaba apurada, tenía la sensación de que llegaba tarde a todo. Y no se podía dar ese lujo.
El no estar viendo, fue la razón por la cual se llevó a alguien por delante, y ambos terminaron de bruces en el suelo. Darling quedó tendida sobre el pecho de la pobre victima de su descuido, no quería abrir los ojos y ver con vergüenza de quien se trataba, ni mucho menos cerciorarse sobre el estado de su vestido.
Entre que la noche anterior llovió, y que lo trabajadores de la mina salieron de allí minutos atrás, podía esperar una gran tragedia con forma de mancha.
—Entiendo que todo este tiempo fui tu amor secreto, pero no es nada cómodo que me lo demuestres de esta manera —dijo el hombre.
Reconoció su voz en el acto, y todo su sistema se desconfiguró. No quería reír por lo que dijo, ni decirle que era un desubicado por lo mismo. Solo se tomó unos segundos para calmar el pequeño caos que nacía ante su presencia.
—Maldición, cierra la boca —murmuró Darling—. Estoy tratando de procesar toda esta mierda.
—No sabía que la educada Darling Greywall fuera de insultar —dijo el hombre—. Si quieres procesar tu torpeza, te sugiero que no sea encima mío.
Darling puso las manos a los costados del hombre, y se alzó sobre él. Lo miró fijo, frunciendo el ceño. Si se hubiese chocado con cualquier otra persona el mal sería mucho menos. Se enderezó, quedando entre sus piernas abiertas, y esperó a que el también se sentara.
—Agradece, Silco, que haya sucedido, porque esta es la única manera en que me tendrás encima tuyo —dijo Darling.
—Oh, cariño —dijo Silco, y se sentó—, de ninguna manera pretendo que eso suceda.
—Eso dices ahora —murmuró Darling.
Ambos se pusieron de pie al mismo tiempo, y Silco se agachó para tomar el vestido. Una parte de este escapaba de la funda. Miró de reojo la pequeña mancha de la esquina libre, y sintió que una gran tormenta se avecinaba. Conocía a Darling desde los quince años, o menos, y no era una novedad para él, lo mucho que ella odiaba las manchas de hollín.
—Lo siento —se disculpó.
Le entregó el vestido, y Darling lo observó con atención. Pudo haberle gritado, de no ser porque ella tuvo la culpa. No se la podía hecha cuando fue quien iba distraída. Tomó aire muy profundo, y lo soltó, conteniendo las lágrimas cargadas de pena.
—No fue tu culpa —murmuró, y apretó el vestido.
Silco le pudo haber seguido el juego de molestarla, pero guardo silencio. Notó el brillo de las lágrimas acaparar sus ojos verdes. No esperaba que estuviera tan sentimental ese día, y con rapidez lo relacionó con que Felicia se iba casar. También estaba seguro, que quizás, había un poco mas detrás de ese llanto fácil.
Darling dio un par de pasos, pasando al lado de Silco. Haciendo fuerza para no dejar que las lágrimas cayeran. Pero él la detuvo antes que siguiera. Abrió la boca para decirle algo, y las palabras quedaron en la salida. Solo tragó aire, y la soltó.
Ella siguió su camino, y él se le quedó viendo hasta que dobló en la esquina.
•
Al llegar a la casa, Darling dejó el vestido en la mesa, y luego se fue a tirar sobre el pequeño sillón que tenía. Ya no tenía hambre, ni sueño, ni nada. No quería pensar, de seguir haciéndolo estaba segura de que le iba a estallar la cabeza. Pero lo único que hacía era visualizar el manchón en su escote. Era el pulgar de Silco. No quería nada de él, y ahora lo tenía pegado en una de sus prendas.
Tampoco quería seguir negando, que no deseaba nada de él.
Alguien llamó a la puerta. Lo pudo haber ignorado, pero reconocía ese alegre repiqueteó contra la madera avejentada. Sin meditarlo tanto, se puso de pie, y arrastrándolos por el suelo se acercó. Abrió sin preguntar, y una vez mas volvió a su lugar.
Hubo silencio por parte del hombre que se acercó a la mesada en donde dejó el vestido. Darling observaba a Vander dar pequeños movimientos que hacían contraste en su fisonomía. A veces se hacía esa pregunta que no nunca diría en voz alta, ¿Cómo un hombre tan grade podía ser tan delicado? Mas aun que trabaja en las minas, y no era ningún secreto que era de golpes duros.
—No esta tan mal —dijo Vander—. Tienes suerte, Silco no tiene manos tan grandes.
—Solo largas y huesudas —añadió Darling.
Levantó el vestido verde agua, y miró con atención el escote manchado. No era mucho, solo un pulgar, delgado pero muy marcado. Darling fue, y se quedó a su lado, analizando lo mismo que él.
—Bájalo un poco —pidió Darling.
Vander lo puso a la altura de sus ojos, casi un poco por debajo de sus propios hombros.
—¿Ves? No esta tan mal —insistió el hombre—. Vamos, Feli me ha dicho que haces bordados excelentes. Que nadie aquí abajo tiene las manos como tu.
—Oh, ¿No me digas que te dijo?
—Ella cree que te puedo convencer de que puedas analizar lo te ha pasado —dijo Vander—. Suena raro viniendo de mi, pero eres una costurera Dar, quizás este no este lugar.
—Lo fue para mi madre y mi padre, Vander —dijo Darling—. Él trabajó y murió en las minas, y esta casa, la casa de costura me lo obsequió ella antes de morir. No es justo.
Le dio la espalada, no quería llorar frente a nadie. Ya lo había hecho varías veces, tanto hasta cansarse. Aunque ni él, o su amiga no le dirían algo por hacerlo, no le agradaba la idea de que una vez mas tuvieran que ser ellos quienes secaran sus lágrimas.
Vander dejó el vestido, y le puso una mano en su hombro. Era esa señal segura para ser él quien pudiera soportar sus penas. Darling no aguantó mas, y giró. Lo abrazó con fuerza, se hundió en su pecho, un refugio, y dejó salir lo que le estaba pesando en ese momento.
—Se que no es justo —murmuró Vander—, pero es más injusto que te quedes aquí y te marchites. Tus padres no hubiesen querido nada de esto.
Por unos minutos hubo silencio. La fuerza de los brazos de Darling fue cesando de a poco, hasta que terminó por soltarlo. Se apartó, dejando libre su rostro, enrojecido por haber llorado luego de meses sin poder hacerlo.
—¿Crees que pueda llegar hacer un lindo bordado para esta noche? —preguntó dando una ligera sonrisa.
—Lo harás increíble —Vander sonrió—, y me asegurare de que Silco se lave bien las manos. No queremos mas accidentes.
—Si se me acerca mas de medio metro, se las corto.
—Ah, no me perdería ese espectáculo por nada en el mundo —exclamo Vander, y le dio una suave, pero pesada palmada en su hombro.
☆☆☆
Con ustedes el 1er capitulo. Tranqui, como siempre 👁
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