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Día. 9 Haciendo una Película (XXX)

AU Actualidad.
Son las 5:47AM, y están ahora advertid@s de que hay explicitad:)



No podría ser muy complicado. Se les estaban dando una buena negociación, y tampoco parecía que pudiese complicar mucho a esta pareja de inadaptados en el tema.

Ezio había estado escuchando el trato un tanto incómodo, pero normalmente tranquilo, con las cejas curvadas hacia abajo, quizá algo inocente en cuanto a las explicaciones, aunque constantemente asentía con la cabeza, e intentaba llegar a otros acuerdos, y de vez en cuando miraba a Altaïr, quién parecía estar en total desacuerdo con solo mirar su rostro. De partida, se les habían propuesto situaciones que necesitaba el conjunto de profesionales para grabar y se las habían propuesto a los dos muchachos, ahora solo les quedaba escoger: Sala de clases, fiesta de disfraces, o secuestro. Esas eran las opciones.

Totalmente diferentes y bien retorcidas para alguien que no estuviese acostumbrado, tanto como complicadas de escoger, pues todas sonaban realmente tentadoras para el italiano.

"—Secuestro—" dijo al segundo de que fue procesada la información, lo cual no demoró mucho. El salón de clases era una situación muy "trillada" en la jerga del italiano. La fiesta de disfraces sonaba genial, estuvo muy tentado a escogerlo. Después de todo, todo esto era una fiesta de disfraces: Vestirse de profesor, vestirse de algún tipo de payaso, o secuestrar a alguien y vestir una máscara... así que ¿Por qué no ser un poco más... enigmático e interesante, esta vez?







—No haré esto. No lo voy a hacer jamás— le dijo a Ezio tras un biombo, lanzándole las ropas de "teatro" en signo de completo rechazo, cruzado de brazos por completo. —Me opongo a esta suciedad. Diles que se metan el dinero por donde les quepa. Conmigo no cuentan.

Ezio había dejado caer su espalda apoyada en la pared, arreglando ligeramente el cuello de su camisa azul media suelta y revolviéndose el cabello con una mano en su confusión ante tal enredo. —¿Es porque no eres buen actor?

Altaïr alzó una ceja, estupefacto, mirando lentamente al italiano con un ojos fulminantes. —¿Sigues queriendo hacerlo?

Los ojos de Ezio se ensancharon con algo de impresión, quizá porque lo leyó exactamente. —No, no, no es que esté diciendo eso—, o bueno, quizá sí. Ezio era un cabezota al tener las ideas tan fijas, y eso estresaba al árabe, y lo sabía. Sin siquiera con su completo consentimiento había firmado aquel trato, y luego sólo sonreía con simplicidad— digo... Creo que ese monto que nos podrían dar, no estaría mal, ¿Sabes? ¿No te querías comprar una PS4? ¿Y yo poder comparte muchos chocolates y flores?

Maldito italiano.

—No necesito grabar porno, para conseguir tales cosas—, gruñó el sirio, girándose para evitarlo, en un duro y firme cruce de brazos. —Puedo conseguir mi propio dinero.

—Y encima...— volvió a insistir Ezio, como si no lo hubiera escuchado, con los ojos en todas partes, como si soñara despierto, — ...nos podemos comprar ese videojuego que tanto ansiabas obtener, ¿God of War? Versión Oro, difícil de comprar, difícil de encontrar... A menos que tengamos lo suficiente para conseguirlo de una sola vez, sin retraso, ¿No? ¿Call of Duty: Black Ops 4? ¿Days Gone? ¿Cuánto tiempo llevas añorando el Horizon? Podríamos comprarlos todos, con esto... Además, yo, al menos, no soy un mal actor.

El rostro de Altaïr fue enrojeciendo solo con el hecho de ser sobornado con videojuegos para aceptar aquel rodaje de... Impunidad.

—Después de todo, ¿Qué podría salir mal? Prometieron que el vídeo no sería subido a la web.

—¿Y cómo sabes tú eso? Puede que hasta sean traficantes de órganos. ¿Para qué quieren el vídeo entonces?

—Escucha, puede que el vídeo lo suban a la web...— Puso su índice sobre los labios de Altaïr antes de que este protestara en una explosión de disgusto, siseando entre sus dientes para indicarle que guardara silencio —...pero prometieron que no darían nombres, serían totalmente confidenciales, y nosotros, en el anonimato. Mira, ante los papeles, firmaremos que queremos que nuestros nombres sean anónimos, y más anónimos seremos, pues en el rodaje tendremos que utilizar máscaras. Tendremos que jugar un papel de el secuestrador, y el secuestrado. ¿Cómo te suena eso? A mí me parece hasta divertido.

El sirio observó su sonrisa con una mueca de desaprobación. A veces, no podía entender cómo es que tenía ideas tan dementes. —Ezio, olvídalo. Esto suena enfermo. No sé ni cómo es que llegamos a esto, y que tú estés aceptando plenamente esto me hace sentir hasta dudoso de ti mismo.

El italiano se arrastró rápidamente al sirio, para levantarse del suelo y agarrar sus hombros, sacudiéndolo suavemente. —¡No tienes por qué! Sólo... sólo piénsalo. Quiero... hacer esto contigo, y con nadie más—, su linda sonrisa comenzó a adornar su rostro lentamente, tanto como se acercó al oído del sirio para susurrarle con un notable deseo. —...Hacer algo de este estilo suena... hasta intrigante para mí—, y tras eso, tomando algo de distancia y mirando el rostro de un sirio ya más moldeado a la modesta idea de él, continuó —... ¡Y el dinero que nos darán, Altaïr! No seremos ricos, pero vaya las cosas que nos podremos comprar juntos. Oye, confía en que será un éxito. Sólo... dime qué te incomoda, y hablaré con ellos para que lo omitan...

El sirio quedó en silencio, respirando algo agitado, intentando que la idea ni siquiera le agradara, pero había algo de todo esto que lo hacía emocionante. Para Ezio, era prácticamente las habilidades sexuales que quería mostrar, estaba seguro. Quizá el frenesí que quería generar en ambos con ese momento, pero para Altaïr, esto era una cantidad de dinero considerable, y le servía. Podrían agregar muchas más cosas a ese vasto apartamento que los acogía a ambos... incluyendo una PS4.

Veamos. Máscaras, anonimato, seguridad tras papeles, junto a tu pareja, en una página de web en la que ningún conocido entraría, y así, luego se podrían olvidar de esa vergüenza de grabación para siempre.

Oh claro... no tendría que ser una completa vergüenza si nadie más estívese viendo.

—Dile a tus amigos sicalípticos que sólo tengan cámaras colocadas. Que nadie más esté ahí más que... nosotros. Y si nada sale a corte con lo prometido, tú y esos pares de vagos acabarán mal—, dijo, cruzándose de brazos una vez más ante su asentimiento, mirando la tonta sonrisa del contrario.

.

.

.

Sus ojos se fueron abriendo lentamente, y su respiración cada vez se fue volviendo más desaforada al no entender el dónde estaba o qué hacía en ese lugar en blanco. Su cabeza se sacudió, al igual que su propio cuerpo en una sudadera negra, pero no podía soltarse, no podía gritar, no podía hacer nada. En su cara tenía puesto un antifáz negro amarrado a la nuca, y sus manos y piernas estaban dolorosamente atadas en poderosas sogas a una silla en la cual estaba sentado, y su boca amordazada completamente con una tela blanca que cubría hasta sus labios.

El muchacho, tras sus espaldas, con un antifaz negro también, y tras haber acabado con el último nudo un astuto sistema para soltarlo de la silla con rapidez, solamente él, caminó lentamente, rodeando al otro hombre, pasando con una dulce y amenazante delicadeza sus dedos por sus hombros. Usaba también unas botas y pantalones negros, más su terso tronco estaba desnudo, dejando al descubierto aquel cuerpo trabajado que el sirio atado conocía tan bien. Sin embargo, la seducción en sus roces había comenzado corpulentamente, haciendo tiritar al secuestrado.

Altaïr gruñó ante cada roce y cada susurro al oído que se le era profanado, hasta que el italiano se sentó en sus piernas, sonriendo para sí mismo con lujuria en su voz, realmente pareciendo disfrutar este comienzo. —Vamos a ver cuánto puedes durar—. Una mano se sujetaba del hombro ajeno, y la otra, bajaba el zipper de esta sudadera oscura, dejando un pecho más, desnudo, siendo abrazado por el exterior.

El tema que asustaba un poco a Altaïr; sí, que lo asustaba, era la manera en la que se manejaba con esto el italiano. Casi le parecía estar tratando con un secuestrador psicópata, pero tenía que admitir, por más que no quisiera, que el hecho de que fuese Ezio el que estuviera haciendo esto, le excitaba aún más de cierta manera.

Ezio suspiró con enardecimiento, acariciando aún más el cuerpo de su opuesto, y apretando cada vez más cada parte de su propio cuerpo con el del sirio, con ligeros y suaves movimientos de sus caderas con voluptuosidad, con duros y ardientes fajes cual sensual danzante, como lo era igualmente el lento y epicúreo movimiento de sus manos sobre el pecho del hombre atado, quién se movía para evitar cada uno de estos, sin éxito, con el italiano llevando sus dedos dulce y peligrosamente hacia abajo, casi como con cautela, horriblemente provocador con sus ojos de serpiente hipnotizantes tras su antifaz y su sonrisa que era relamida por su lengua, haciendo al sirio estremecer; suspiraba sin poder contenerse, al igual que Ezio, que en cada movimiento de sus caderas con los fajes, jadeaba con la boca abierta, provándolo más.

Los cuerpos comenzaban a arder, y para esto, Ezio había bajado el húmedo paño blanco cual hacía callar las protestas y groserías del sirio y las remplazaba por jadeos y balbuceos inentendibles, y le robó cualquier palabra en un beso, que fue aumentando en un vaivén violento, demasiado impetuoso, realmente ferviente, y casi parecía como si no fuese una actuación, o que fuese demasiado a lo que Altaïr  estaba acostumbrado. Pronto sus manos brazaron las caderas ajenas bajo los pantalones, y hacían viajes impuros hacia la espalda baja del sirio y vuelta.

Fue sólo una mano la que fue llevada hacia arriba a hacer callar al sirio nuevamente con la tela blanca amordazando su boca húmeda, y la otra, intrusamente bajaba la cremallera del pantalón ajeno, y Ezio le sonrió con astucia al ver la virilidad del contrario cubierta en bóxers, dura, y rogando por ser liberada de sus telas, dándose cuenta de que el hombre atado había entrado en un estado ya "encendido".

Su intrusa mano le hizo el favor a aquel sirio quien se retorció ligeramente al sentir su virilidad fuera de sus aprietos, pero siendo ahora manoseada. Le era una dulce tortura, y echaba su cabeza hacia atrás, intentando regular su respiración al no poder usar su boca, aunque repetidas veces lo intentaba, y se ahogaba intentando respirar cuanta bocada de aire pudiese, era por esto que intentaba relajarse en lo máximo, pero eran pronto vaivenes de placer que subían y bajaban, y su pecho se inflaba y desinflaba contenidamente para no perder el control.

"—Detente, detente—" Alcanzó a escuchar Ezio tras la tela del sirio, pero a cambio, sonrió con malicia, sobando con su pulgar la punta húmeda del miembro ajeno en círculos, —Ma chè questo? — susurró candente el italiano, haciendo que el sirio moviese sus piernas, intentando reprimirse a sí mismo ante las palpitantes palabras del él. —Todavía ni comenzamos.

Ezio sabía que si había algo que encendiera a Altaïr, era su voz, en los momentos de placer, usada en italiano. Eso le hacía derretir, y volverse otro. Era el interruptor para ambos.


El sirio se movió torpemente, bajando la cabeza para intentar hablar sin éxito, repitiendo lo que había balbuceado hace un momento, pero Ezio, le devolvió solo una sonrisa en respuesta, siempre mirándolo a los ojos, levantándose de su asiento, para luego hincarse sobre sus propios pies, y usar su boca para complacer angustiosamente a su privado de libertad, quien gruñía y jadeaba, y parecía ronronear ante el gozo, pero no podía venirse. No podía hacerlo, justamente porque el italiano usaba la tortura para que lo evitara. Lo escuchaba respirar rápido, y gemir, y Ezio lo sacaba de su boca, y lo acariciaba mostrándole una maldita sonrisa de burla, y la cabeza del sirio giraba y su mundo daba vueltas y sus ojos brillaban. Su cuerpo pegajoso por el sudor parecía no demostrarle al italiano que no soportaría mucho más.

Siendo sinceros, Ezio tampoco podría soportar mucho al ver a Altaïr en tal estado de excitación, la verdad es que él lo estaba demasiado también, y sentía hormigueos en su cabeza que le querían impulsar a mucho más. Ni se detuvo a pensar el por qué realmente había escogido el rodaje de Secuestro, sólo que internamente, en el fondo de él, había un pequeño fetiche que hacía que le gustara el tener que manipular a ese alguien atado. Tonto y retorcido fetiche, pero realmente lo estaba disfrutando, y lo estaba provocando de una manera inimaginable. Tenerlo ahí quieto, suplicándole que se detuviera, pero que sí quería más, era algo que le estaba encantando.

Gruñendo para sí mismo, recorrió con sus manos el cuerpo sudado del sirio, y se levantó, casi pareciendo despectivo en el momento en el que había alejado sus manos de su cuerpo, para acabar caminando tras de la silla y comenzar a manipular los nudos, al punto de liberar unas cuerdas de esta, pero que no dejaban que los nudos que rodeaban sus muñecas fueran desatadas.

—Párate—, ordenó el italiano, agarrando el cabello claro ajeno para echar la cabeza hacia atrás, en un claro gruñido. Los ojos, llenos de una pasión, peligrosa y ardiente del italiano, revolvieron más el estómago del sirio quien había obedecido la orden, y torpemente fue caminando, llevado hasta el otro extremo de la habitación, a un colchón blanco y reluciente, siendo lanzado con brusquedad, haciendo su cuerpo brincar en el colchón al caer, como saco de harina.

Ezio había llevado en unas de sus manos, cuerda, y con la misma, comenzó a rodear los tobillos juntos del sirio, atando sus pies desnudos para que no se moviesen. Altaïr solo lo observaba, siempre con ojos amenazantes tras su antifaz. Observaba como el italiano maniobraba las ataduras, como sus brazos se movían ante la fuerza implicada sobre él, y Altaïr se movía intentando zafarse en este juego, pero a cambio, Ezio reía, reteniéndolo.

Una vez que el cuerpo de Altaïr estuvo completamente inmovilizado, con sus manos tras las espaldas, amordazado, y atado sobre la cama, Ezio sonrió tomando algo de distancia, lanzando la cuerda restante a un lado, observándolo con apetito, a esa mirada que aún sostenía el sirio de intimidación, luciendo tan indefenso y vulnerable sin embargo, que casi hacia regocijar al italiano.

El sarraceno se mantuvo retorciendo furiosamente, intentando con todas sus fuerzas liberarse, pero era imposible, y Ezio observaba con gusto, incluso ensanchó su sonrisa, mostrando sus dientes cuando Altaïr logró bajar la tela blanca que cubría su boca para decirle una grosería, y que obviamente lo soltara.

El italiano, sin poder soportar mucho más ante el goce de su fetiche, arrastró el cuerpo atado hasta él, y lo volteó, causando un quejido en el contrario por la descortesía, de la cual el italiano se disculpó al oído inclinado sobre él... y de cierta manera, eso le tranquilizó un poco más, asegurándose por fin de que la imaginación del italiano no lo había poseído por completo, sólo estaba actuando.

Sobre el sirio, como si tenerlo amarrado no fuese suficiente, comenzó a usar su mano libre para recorrer el torso de él, hasta llegar nuevamente a sostener su virilidad y subir y bajar su mano para causarle diversión una vez, y quien sabe qué más, pero lo que sí era estimulante para él, era causar los húmedos gemidos del sirio, volverlo totalmente endeble ante su predominio sobre él.

Muchas veces, en el ámbito de predominio, Altaïr era el predominante en cuanto a absolutamente todo, pero ante estas artes, el romántico y ahora martirizador italiano, era quien tenía el poder, como un cambio biológico de la naturaleza, en los cuales se volvían otros. Y literalmente estaban siendo otros, aquí. Ezio jamás había sido de esta manera en aquellos momentos de intimidad con Altaïr. Siempre había sido dulce, preguntándole como se sentía, o era Altaïr quién tomaba las riendas dominantemente sin tener que ser necesariamente el dominante. Pero aquí, se había presentado un Ezio despiadado, otro Ezio fuera del común.

La mano de Ezio, ansiosamente, trabajó para despojar a ambos ahora de sus ropas inferiores, y mordió sus labios en cuanto fue entrando en el hombre atado, quien con muñecas juntas, intentaba aferrarse de algo, gritando ahogadamente tras la tela blanca. Su cuerpo temblaba con dolor y delicia, y no podía hacer más que suspirar y sollozar ante cada lacerante embestida, y eso golpeaba de vehemencia a Ezio, quien cada vez hacía sus arremetidas más feroces y enérgicas, y sus dos manos las aferraba a las ancas del sirio, y clavaba sus uñas, observando con deleite, acariciando o rasguñando, ladeando su cabeza, lamiendo sus propios labios, embistiendo, subiendo la candencia de su cuerpo, escuchando los lamentos del sirio como si fuese música para sus oídos.

—Dime que te gusta—, suspiraba, usando sus manos para manipular las caderas del sirio, atrayéndolas con fuerza, y aplastando las suyas con dureza para hacer de su embestida más profunda.

A cambio de esos recibimientos, Altaïr se quejaba nasalmente, ante bramidos del placer que le causaba el italiano, con cada golpe sobre él, acompasado con el movimiento y el entrecortado ritmo respiratorio, intentando asentir en torpes palabras balbuceadas.

Hubo un momento en el que Ezio había hecho arquear la espalda del sirio, agarrándolo del cabello y embistiendo sin amabilidad, galardonado en su dominante posición. La tela que tapaba la boca del contrario había resbalado a su cuello, y ahora respiraba irregularmente, gimiendo con claridad, apretando los dientes y cerrando fuertemente los ojos, queriendo sentir más, mucho más.

—¿Se siente bien? ¿Ah? — Había preguntado lujurioso el italiano a su oído, imperioso ante sus palabras, con su mano sosteniendo los claros cabellos del sirio, bestial.

—Mmm... Sí, sí, Dios, sí— Le gruñía suplicante el contrario sin poder controlarse ya, llorando ante el exorbitante placer.

El enardeciente calor de los cuerpos de ambos estaba a tope, y hacía que buscasen más de esto, que ambos estuviesen más estrechos, y es por esto que Ezio había ayudado al cuerpo de Altaïr enderezarse, quien se colocó de rodillas sobre el colchón, y sus brazos se alzaron, pasando sus manos atadas por detrás de la nuca del italiano, observando deliciosamente como Ezio hacía su trabajo, arqueando su espalda cada vez más, moviéndose al compás de las caderas de su secuestrador, cada vez más irregularmente, besando sus labios y mordiéndolos, sin que los oscuros antifaces molestasen. Para nada. En realidad, les daban el excitante toque de un festejo lujurioso y que pronto llegaría a su fin.







Detrás de las cámaras, aquello se veía como un verdadero rodaje del cual quisiera, pudiese disfrutar, tan veredicto como cualquier otro.

Los directores habían dicho que se veía más real de lo que creían que iba a ser, y por eso incluso le aumentaron un poco más a ambos el monto de dinero, felicitándoles por el trabajo realizado, lo cual ambos habían aceptados encantados, y tras firmas y el cambio de ropa y un baño dentro de tal estudio, partieron dejando el recinto.

—Eres un buen actor, Altaïr—Había dicho Ezio, sentado en una banca con las piernas cruzadas, contando los billetes.

—No actué del todo—, dijo, con la capucha de su sudadera puesta al lado del italiano, sentado ahí también, sólo que con los codos sobre sus piernas, sujetando su propio peso, jugando con sus dedos sin mirarlo a la cara. Como siempre, las sombras cubriendo su rostro.

—Yo tampoco— Sonrió. —Había incluso olvidado que habían puesto cámaras, ¿Sabes?

Altaïr se volteó a él, arqueándole una ceja con confusión en su rostro. —¿Acaso no estás arrepentido de haber sido tan rudo?

El italiano lo miró de reojo, intentando resguardar el conteo que llevaba hasta el momento en el fondo de su cerebro, para dirigirle una sonrisa burlesca. —Volvería a ser rudo contigo, para escucharte como te escuché en ese momento.

—¿A caso no sueno así en nuestros verdaderos momentos?

—Yo tomaría eso como verdadero.

Altaïr gruñó. —No fue verdadero.

Sin embargo, Ezio acarició su rostro con una mano, mirándolo con ternura en sus ojos. —Vale. Prometo no ser tan rudo para la próxima, pero te puedo asegurar, que sí fue algo que no actué para nada.

El sirio negó con la cabeza. —N-No... es un problema el que haya sido rudo... Yo... creo que fue un momento bastante... agradable.

Sintió su rostro arder, y por eso mismo, giró la mirada al suelo nuevamente, causando en el italiano una risa, para luego sentir su brazo rodear su cabeza. —¿Sabes lo bien que te portaste ahí, "mi secuestrado"? Créeme, lo repetiría.

—No delante de cámaras apestosas— protestó el sirio.

—No tiene por qué ser delante de cámaras, sólo necesitamos... cuerda—. Le guiñó un ojo, causándole una notable impresión.

Altaïr negó con la cabeza, levantándose de la banca y moviendo sus hombros en sentido ondulatorio, evadiendo cualquier mirada coqueta ante su serio rostro —Quiero mi PS4, vamos.

El italiano lo miró sonriente, sin poder evitar soltar una carcajada, levantándose, para pasar su brazo por la cintura del contrario. —Aprovecharé también de comprar entonces ingredientes para prepararnos una pizza, ¿Qué dices?

—Y el God of War.

—Y el God of War, — rió ante un suspiro resignado, besando su mejilla.

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