Día 7. Beso en la Frente
—¡En guardia!
Ezio observó la orden del sirio, y obedeciendo, así lo hizo. Tal y como él, alzó su espada en defensa para la lucha.
Habían quedado de entrenar juntos, como lo cual se fue transformando en una rutina. Quizá era Altaïr a quien aún le gustaba presumir sus habilidades, o era a Ezio quien le gustaba ver cómo se movía al pelear. Pero causa al tanto ver, el hombro del florentino casi había sido amputado, recibiendo un doloroso corte y cayendo al suelo tras ser empujado con brutalidad.
Se quedó un momento en el suelo, mirando a la tierra con torpeza, para luego percibir que la realidad dolía, y no sólo emocionalmente. Llevó su mano a su hombro, sólo para ver su palma ensangrentada, y cada vez más, fue volviendo en sí, fue sintiendo más el dolor de aquel corte aumentar. Su mano se aferró sobre su hombro nuevamente, intentando ahora calmar el dolor que cada vez iba en incremento, como el desarrollo de algún extraño virus (o maldición) por su carne y huesos. Dios. Dolía.
—Ah, Auditore— el rostro del sirio se mostró alarmado, rápidamente arrojó la espada a la tierra, para acabar corriendo y lanzarse de rodillas al suelo, arrastrándose ligeramente, para acabar poniendo su mano en el hombro del florentino, observando e intentando detener el sangrado. —¿Por qué no te fijas? Te dije que te pusieras en guardia, y miras a los pájaros.
—Te miraba a ti— sonrió el florentino, mirando los labios ajenos, y luego sus ojos, sin importarle realmente su hombro ahora.
El sirio sonrojó ligeramente, pero frunció el ceño en respuesta. —Entonces, ¿Cada vez que mires a alguien, acabarás con el hombro mutilado?— Le cuestionó con enojo en su voz, pero arrepentido y compungido por lo sucedido, poniendo un pedazo de tela rota sobre la herida, para limpiar y detener la pérdida de sangre. —Pon atención Auditore... Sobre todo si se trata de mí—, quiso aclarar, desviando a propósito la mirada a la herida.
Ezio lo miró con un agonizante revoloteo en su estómago, y parecía la euforia recorrer sus venas. Mordió su labio inferior, penitente por sentirse así, quizá hasta evitando soltar una risa. Sonaba como una advertencia melancólica, tanto como orgullosa, pero en el fondo, lo decía porque sabía que Ezio se desconcentraba con él, y sabía exactamente en qué sentido. Y es que no lo podía evitar.
Cuando luchaban juntos, lo primero que Ezio observaba eran sus dorados ojos sumidos en la concentración. Cómo parecía meditar junto a su espada alzada, tan elegante como él al momento de posicionarse. Cuando esquivaba sus ataques, observaba como sus brazos se movían en el viento, y como parecía incluso que la espada luchara por sí misma, y sus extremidades se trenzaban como en una dulce danza. Altaïr parecía bailar en la batalla, sin siquiera con la necesidad de esquivar los ataques del florentino poco concentrado.
Era ver su cuerpo valsar expertamente, imaginando esquivar flechas y espadas con los inútiles intentos de atravesarlo.
—Me gustaría evitarlo— dijo Ezio, mirando pronto a su hombro, para intentar encogerlo y acabar colocando una mueca por el dolor punzante.
—Lo vas a tener que hacer si no quieres acabar muerto—, respondió tajante el sirio. —No me pidas entrenar junto a ti, si las cosas van a acabar así.
Ezio lo miró a los ojos, esos ojos dorados, furiosos, que mostraban desaprobación bajo las sombras, y arqueó las cejas con aflicción. —Lo lamento...
La mirada del sirio pareció lentamente conmoverse ante su disculpa, y pronto, sus brazos se encontraron rodearon al florentino, intentando no ser muy duro para dejar descansar su hombro, estrechándolo hacia él, regalándole un devoto abrazo. —Por favor. No quiero terminar acabando con tu vida— Le susurró al oído, con lo que pareció la misma aflicción correspondida, para luego retroceder ligeramente y mirarlo de nuevo a sus ojos marrones con seriedad, y verdad en sus ojos y palabras. —Te quiero... aquí... siguiendo con tus misiones, sin que te desconcentres.
Ezio mantuvo su mirada en él, un tanto estupefacto ante el acto, pero... Feliz. Tan feliz como nunca. Recibir un abrazo (no forzado) de Altaïr, era lo más maravilloso que pudiese haber recibido. Pestañando, le ofreció una entrañable sonrisa, con aquellos ojos entrecerrados. Típica expresión de él. Para luego inclinarse al sarraceno, tomar su cara, y darle un dulce beso en la frente, y apoyar su nariz con la de él, dejando los rayos del sol pasar por entre sus estrechas siluetas. —También te quiero. Y tranquilo... Aquí estaré... Para tí.
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