Día 15. Tomandose de las manos
Hola de nuevo! He aparecido después de un semestre jaja. Un proceso de autodescubrimiento(?) Actualmente me encuentro en Venecia, así es, me vine de viaje antes de entrar a la universidad, y ayer y hoy pude disfrutar muschísimo del carnaval (cual comenzó antes de ayer, 12 de febrero), disfrazandome del amado bufón medieval, con aquella máscara de hermosas formas simétricas, de elegante y serio rostro, y cascabeles tintineantes en la cabeza, tomándome fotos con otros disfrazados y bailando con la gente en la plaza de San Marcos y el Puente de Rialto, que apesar de que la situación del covid hiciera que la celebración fuera un poco más reducida, no dejó de ser maravilloso. Estando aquí, ahora tendida en la cama de mi hotel, descansando los pies de tanto bailar y saltar, me he inspirado demasiado dando vueltas por la ciudad, habiendo aprendido y divertido tanto, como nunca. Espero disfruten este capítulo, me ayudó mucho aquella inspiración. Mañana me voy en tren a Florencia, espero inspirarme de la misma forma que aquí. Tengo el corazón lleno. Estoy muy feliz.
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Desde un pequeño canal, las claras y tranquilas aguas de esa noche resplandecían con gracia los fuegos artificiales cuales centellaban iluminando los cielos venecianos, alejados de la sociedad que celebraba y desfilaba el octavo día del carnaval en los puntos más importantes de la ciudad. Dos siluetas enmascaradas, de capucha y capas flameantes pasaron corriendo por el pequeño puente de aquel canal. Sus pasos al correr y risas traviesas resonaron con un eco cerrado en este, como si se tratara de jugar a las escondidas, burlando guardias que habían dejado atrás, perdidos en los mil y un laberintos venecianos, divertidos y fugazes.
Entre risa y jolgorio, habiéndose alejado lo más suficiente cualquier ente, pararon de correr a saltos entre risas; Ezio atraía a Altaïr tomándolo de una de sus manos para no dejarlo atrás, y el sarraceno no parecía percatarse de su actos ante la gracia por la que habían pasado. Pusieron sus ojos sobre los pequeños muelles gondoleros, cuales a sus lados correspondientes llevaban una que otra góndola atada en las estacas de madera, flotando al son de la marea repetitente y paulatina del mar bajo sus pies. Estaban lo suficientemente apartados del Palacio Ducale, en una de las direcciones a sus espaldas, un punto más de celebración, pero ya no había más distancia que correr, el camino había llegado hasta ahí.
Tranquilizaron pronto sus risas tomados de las manos, uno en frente del otro, ahora mirándose a los ojos nuevamente al haber visto a donde habían llegado, sus sonrisas amplias, viéndose aún más bellas bajo los antifaces de colores, y sus miradas brillantes... hasta darse cuenta de que estaban solos de nuevo. Los corazones de ambos palpitaron enérgicos al encontrarse cara a cara una vez más, pero sus sonrisas no se borraron, hasta después de unos segundos, cuando la calma hizo lo suyo, fueron obligados a soltar sus manos suavemente, dejándolas suspendidas en el aire, sintiendose algo abochornados causa de la emoción.
La brisa traía el característico olor a algas pegadas en los últimos escalones erosionados con los años, gracias al agua que repercutía sobre ellos.
Fue aquel asesino sarraceno quien, naturalmente giró la mirada hacia el oscuro horizonte. El otro florentino, después de haber embelesado unos segundos su mirada sobre el contrario, preguntándose por qué era esa nerviosa y divertida ansiedad siempre, y esa deliciosa sensación de mariposas en el pecho que le causaba al verlo a los ojos, giró también su vista a aquel horizonte.
Sus respiraciones jadeantes calmaba poco a poco, formando cada vez más suave un vapor difuso ante el helado clima de esa noche. El sonido del mar fue lo que les trajo una profunda tranquilidad luego de un rato, y ante ello, Ezio tomó la iniciativa de tomar asiento en los primeros escalones, cuales no eran capaces de ser alcanzados por el agua, soltando un amplio suspiro de satisfacción, tal vez de haber salido avantes de esa carrera, o tal vez de la placentera sensación de haber reido con Altaïr como lo habían hecho hace unos minutos más. Una vez más, sentía en su pecho esa sensación de tener mariposas dentro, volando con hermosas ansias, diciéndole que esa noche no podría haber estado mejor.
Fue seguido entonces por el sarraceno quien tomó asiento a su lado. Ambos se quitaron sus antifaces, uno detrás del otro, y bajaron sus capuchas cuales eran parte del disfraz de llevar una capa oscura para el carnaval, que por ahí habían tomado para pasar desapercibidos de sus trajes.
Sentados, observaron el agua chocar con los últimos escalones, haciendo de su silencio algo demasiado pacífico oír, como si después de todo, hubiesen escapado realmente de la ruidosa multitud para llegar hasta ese lugar del cual ahora podían disfrutar.
El viento que venía desde el sur era más fuerte y helado sin los edificios que lo detuviesen, encontrándose con los rostros de ambos hombres, quienes suspiraban en silencio.
Ezio fue el primero en llevar sus manos a sus brazos, frotándose para poder entrar un poco más en calor, inclinando ligeramente su cuerpo hacia adelante para conservarlo mejor. —¡Ah!—, se quejaba sonoramente, sintiendo la temperatura de su cuerpo bajar, pero a decir verdad, era soportable, sólo que a veces Ezio le gustaba usar un poco más la elocuencia en esos casos, tal vez ayudaba a mentalizar más la idea de no tener frío en su cuerpo.
Pero sí, era verdad que en invierno, Venecia amenazaba con traer
un frío húmedo y hasta entumecedor a tu cuerpo abrigado, si es que te atrevías a acercarte a la zona marina de la ciudad.
Sus ojos voltearon para ver a Altaïr, quien quizás se encontraría igual que él, ¡O peor! Eso le causó risa de imaginárselo... pero solo pudo ver un sirio estoico, con la mirada perdida en una de las góndolas flotar.
¿Era enserio?
¿Era de una parálisis lo que sufría en ese momento?
¿O se creía un águila de verdad?
El joven florentino había perdido totalmente la concentración de su propio frío, con sólo ver al sirio plasmado en sus propios pensamientos. A veces, no podía creer su fuerza mental que para algunas cosas tenía.
Solo por su neta curiosidad, se acercó moviendo su trasero de su asiento, acercándose un poco más a Altaïr, quedando de hombros juntos uno con él, y rápidamente pudo sentir su calor, que le permitió incluso destensar un poco su cuerpo de las tortuosas contracciones musculares. Se sentía bien, cálido, incluso acogedor en medio del frío, casi le llegaba hasta dar sueño, frotando ahora menos rápido sus manos unas con otras, como lo había intentado antes para juntar algo de calor.
Sabía que había algo que le gustaba mucho de Altaïr, y era el calor que podía transmitir su cuerpo, no como una chimenea a la cual te puedes sentar delante, no. Pero sí del donde te puedes apoyar, sentirte cálido, sentirte seguro, con un aroma a libros viejos, y a una biblioteca de madera, como en tu hogar.
Sonrió levemente al pensar en ello, y volvió a mirar a Altaïr, tal vez él también se sentía agusto de que este florentino se hubiese apoyado en él para tener entre ambos una fuente de calor.
Pudo ver su mandíbula tensa, los músculos de su cara tirantes, parecía luchar contra el esfuerzo de ignorar el frío, pero le era imposible. Su cuerpo daba temblores cada cinco segundos, y sus dientes, por muy apretada que tuviese las mandíbulas, igual castañeaban. Se podían oír dentro de su boca. Su cuerpo estaba cada vez más contraído, apretando sus manos juntas con sus piernas. Parecía derepente de esos temblores, que se iría a enfermar, pero se negaba a compartir la sensación de frío que el otro florentino sí podía sentir.
Ezio aún así miró por unos segundos su rostro, y como luchaba por no decir nada, porque sí, la vista era hermosa, oscura y con leves colores residuales de fuegos artificiales por los lados lejanos que podían reflejarse en el agua, y a nadie le gustaría salir de ahí, algo que no veías toda tu vida.
—A ver—, susurró el florentino, llevando sus manos al broche de su capa oscura, quitándosela y dejando al descubierto sus habituales prendas de asesino. Pronto, la llevó a los hombros del sarraceno, cubriendolo sobre la otra capa que ya llevaba puesta, y ajustó el broche para que no se le cayera.
Formó una sonrisa en su rostro, suspirando un vaho con su boca semiabierta. —¿Qué tal se siente con esa capa extra?—, preguntó Ezio divertido mordiendose los labios en acto seguido, esperando la mirada en respuesta del otro, quien vio la capa sobre sus hombros, y luego inclinó su cabeza para mirar al florentino, en conjunto con su sonrisa honesta.
El sirio podía asegurar que Ezio estaba peor que él. Su cuerpo temblaba, sus labios estaban partidos a causa del frío, su piel seca, y su nariz roja...
...pero sonreía.
Pronto, el florentino tomó sus dos manos escondidas en sus piernas, como si su trabajo por hacerlo entrar en un poco más de calor no fuera suficiente. Comenzó a frotarlas con sus propias manos para generar ese cálido tacto, incluso soplaba también para acompañar su acto de amor, como lo hacía un ser primitivo para encender el fuego para quienes quería. Frotaba y soplaba, y de a poco iba generando más temperatura en el sarraceno.
...Pero incluso sus manos estaban más heladas que las de Altaïr, y aún así Ezio... sonreía, y quería que Altaïr pudiera estar mejor, evitar en él cualquier resfrío, pues después de todo, ya venía recuperándose de aquella herida de su costado, y una recaída para él sería fatal.
—¿Está mejor así?—, le preguntó Ezio, levantando su mirada a la de Altaïr, estrechando su mano a él, y colocandola en su helada mejilla, acariciandola suavemente con el dedo pulgar, dándole la sensación de lo cálido que era, y con mariposas observaba el trabajo de él, con sus ojos que parecían justo en ese momento brillar de ternura, por lo que con una ceja arqueada, Altaïr estrechó ligeramente sus ojos, una vez quitada su vista del trabajo que Ezio había estado empleando en sus manos.
—Te estás helando a propósito, Auditore, esto que haces es totalmente innecesario —, declaró con seriedad en su autoritaria voz, pero sus orbes dorados decían otra cosa, danzando en los del joven florentino, como si le pidiera que parara, y se diera calor a él mismo. Además, estaba sobre-exagerando, nisiquiera estaba tan helado, pensaba Altaïr. Después de todo, en Masyaf nevaba mucho, así que podía entender la cantidad de frío que se sentía... pero no significaba que no lo sintiera como una piedra.
—¡No es así!—, dijo, soltando una pequeña risa. —Pero podría entrar un poco más en calor si me lo permites —, y dicho eso, de forma sutil dejó de acariciar su mejilla, y a cambio, llevó sus manos a las de él, y entrelazó gentil, y delicado sus dedos con los del sarraceno. Eso también le daba un calor acogedor al florentino en sus manos, además del dulce beso que había robado, posándolo en sus labios a ojos cerrados para ambos.
Tomó un poco de distancia por fin, y mirándolo a su rostro ardiente, le regaló una vez más esa delicada e inocente sonrisa, le gustaba verlo sonreír, y sentir el calor de sus manos. Giró su mirada al mar y las pequeñas olas chocar en los escalones, sin frío alguno está vez, sin soltarlo, sin apartarse de él. Era romántico, le daba incluso una enorme tranquilidad, lo enamoraba constantemente aunque lo negara, pero le gustaba, y mucho.—Así estoy mejor.
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Por otra pequeña parte, avisarles que he creado un libro de todos los dibujos que subiré de AC, por si gustan seguirlo y verlo, cuales también subiré a mi ig de dibujos @bufonmedieval .
Espero les haya gustado, e igualmente espero subir pronto un nuevo capítulo inspirada en los nuevos destinos. Besos! ♡
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