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Día 14. San Valentín

PD: Que lindo que justo el día 14 de con San Valentín, qué bien planeado esto xdxd.


Se avecinaba la primavera, así lo decían las flores y los carnavales, para darle una bella bienvenida. Los días, ahora eran más soleados, y las nubes, como algodones gigantes, sonreían en las mañanas tras las fragatas que zarpaban a lo lejos.

Por supuesto, no había que olvidar que cada febrero, era fecha para las aves y conseguir su pequeña pareja ave y procrear. Todo tenía un significado tan especial, carnavales, primavera, fechas de fertilidad, incluso para cada persona, aquel día 14 de febrero, quienes usaban la dirección de las aves para enviar cartas a sus amados y amadas, cantarse y amarse.

Se respiraba amor, y cierto florentino, lo hacía y llenaba sus pulmones de esta maravillosa fragancia, que no pudiese en su cuerpo caer ni una gota más, hasta exhalarlo al fin. Desde siempre había encontrado tan impresionante aquella historia de aquel santo mártir, que había muerto para casar a personas de diferentes religiones. ¿Qué muestra de amor más grande que esa? Eso aquella historia aún más inspirante para hacer gestos de amor.

¿Qué es eso?

Ezio miró hacia un lado, como sus brillantes ojos captaron el vuelo de un gorrión, a unos barandales con enredaderas cuales poseían bellas flores y rosas los que en torno a la primavera habían florecido, de las cuales el sol las plasmaba de energía. En aquel gótico barandal, se posaron dos tiernos gorriones, los cuales comenzaron a acicalarse entre ellos con sus pequeños piquitos.

Oh, como era de hermoso aquella imagen.

Y a Ezio le causó tierna, y una pequeña sonrisa.

Pero alejó de ahí, y saltó cada tejado hasta llegar a donde habían quedado desde un principio. Delante de una gran parroquia cerca a San Marcos. ¿Tan especial era aquel día, que nadie asistía a la iglesia?

O eso podía pensar Ezio. Sus pasos comenzaron a sonar con eco dentro de esta, admirando su inmensidad desde la nave central, cada ventanal con los rayos del sol, convirtiéndose en cálidos colores por sus vidrios. A sus espaldas sintió los colores rojizos del rosetón, los cuales marcaban una silueta cada vez más alta hacia el pasillo, y al fondo, lo vió. Sentado en las bancas del transepto. Aquello que parecía un monje de blancas túnicas, como si se dejara vislumbrar por el altar, o el gran cristo delante de sus ojos. Como si otra religión pudiera entender, observando al ábside. El ambiente, sin embargo, brillaba dentro de esa iglesia, y ambos les parecía dar calma, pues Ezio se había sentado a su lado.

—Nunca me había detenido a admirar los palacios de adoración a sus dioses.

Y la voz del hombre mayor hizo un eco dentro de la solitaria parroquia, lo que pareció nostálgico. Se parecían mucho quizás a ciertas partes en aquel palacio en Masyaf.

Y Ezio, delante de estos dioses, algo prohibido deseaba hacer...

Altaïr pronto lo miró al no tener respuesta, alzando una ceja, y vio como el muchacho buscaba algo en sus bolsillos distraídamente, casi como si lo hubiese perdido.

—¿Qué haces?

—Creo que sabes que hoy se celebra el día del amor.

—¿El día del amor?

Y como si esa palabra le hubiera hecho a Altaïr generar movimientos de engranajes en su cerebro, pronto su cuerpo se tensó, mirando a sus dos lados, rascando su pierna inconscientemente. —¿Y para qué me traes acá entonces?

Ezio lo miró, sacando una hoja de un pequeño bolso, y sus ojos brillaron con malicia, y algo de picardía. —¿Quieres que te lleve a otro lugar? —, y soltó una fuere risa que resonó hasta en el ultimo rincón de la iglesia.

Altair pareció atezarse más, encogiendo ligeramente sus hombros con un incomodo bochorno que recorría su cuerpo. Él no era irrespetuoso ni con los templos ni sus Dioses, porque sabía como la gente podía actuar, pero cierto italiano a su lado parecía no interesarle ni una gota.

Pero el semblante del joven muchacho cambió, y acabó por quitarse su capucha, y mirar hacia el cristo unos metros delante de ellos, apoyando sus brazos en sus piernas, e inclinarse levemente para descansar su cuerpo, soltando un suspiro confianzudo.

—Ha pasado un tiempo desde que te conocí. Las cosas siempre suceden por una razón. Sé que quizás esto ha sido algo del destino, o tal vez como una época de oro para mi... también sé que será bastante corto este gusto, pero adoro disfrutarlo contigo... Y, bueno... te lo quise decir en esta iglesia porque... creo que eres lo más importante que me ha sucedido hasta ahora...

El sirio sintió un escalofrío recorrer por su cuerpo, y su piel se puso de gallina con sólo sentir la cálida mano de Ezio traspasar la tela de su pantalón, sobre su muslo. Sabía que no eran como malas intenciones por parte de él, pero por qué lo hacía, justo en ese momento...

—¿Qué es eso? —, dijo Altaïr apuntando con sus ojos a aquel papel doblado escrito en tinta que Ezio llevaba en su mano.

—Ah... esto. Es para ti—, y sin poca timidez, se lo acercó para que el otro lo tomara.

Y así lo hizo. Le lanzó primero una mirada de sospecha, con la cual lo examinó de arriba abajo, para luego sólo girar sus ojos al papel, abrirlo, y leerlo.

Parecía estar escrito en versos, escrito con una caligrafía perfecta en puño y tinta en italiano. Algo entendía al leer el italiano, así que, entrecerrando sus ojos, hizo su mayor esfuerzo.


"Aumentó mi pasión y aguijoneó mi anhelo,
aquel ojos de candela, ámbar, embozado en blancos mantos de sombra.
Entre la oscuridad me hacía señas, como un dedo blanco
teñido de rojo en la punta, y perteneciente a una mano escondida.
Si no soplaba la brisa, brillaba su llama como un hierro de lanza;
si la brisa lo torcía, se achataba como una pulsera de luz.

Me distrajo una noche en que me desazonaba el deseo,
porque lucía unas veces, y otras se apagaba.
Si yo decía: "No brilles", me sacaba la lengua;
si yo decía: "No te apagues", retiraba su luz.
Así, hasta que el alba salió del golfo de negrura,
y el céfiro del jardín nos destapó su pomo de aroma.
¡Dios te guarde, ojos de candela, porque pareces mi alma,
que también se consume en las ansias del amor!"


El corazón de Altaïr latía con fuerza, y la sangre logró subir hasta sus frías mejillas y acalorarlas efervescencia. Soltó un suspiro para relajar la electricidad que recorría su cuerpo y lo daba vuelta una y otra vez. Sus dedos apretaron ligeramente el papel, hasta que su ambarina mirada se asomó bajo su capucha con escrúpulo. —¿Tu escribiste esto?

El florentino le sonrió de lado, y su mirada se hundió en la de él. A veces el lado artista de aquel joven florentino, que había heredado a la poesía de su madre, salía a la luz para demostrarlo, y no solamente con la creativa coquetería que usaba de repente y que no dejaba de impresionar su falta de vergüenza al usarla, sino también en la lírica y trova que poesía en su cabeza y dejaba salir cuando más apasionado se sentía, como cantar, tocar, escribir o bailar.

—Mi pasión por ti, tal vez.

Altaïr soltó una risa que no pudo aguantar, y para Ezio, su perfil sonriente le pareció demasiado atractivo. Ante eso, se quiso inclinar, y la banca de aquella iglesia rechinó, con el sonido que hizo que el sirio se girara ligeramente para sentir cerca el rostro del florentino atrapándolo una vez más sin advertencia, y lo detuvo con una mano sobre su pecho, echándose ligeramente hacia atrás.

Le sonrió ligeramente, con algo de avidez al atrevido florentino, quien intentó besarlo dentro de esa iglesia, pero lo mantuvo ahí. —No conocía tus dotes de artista, eres un baúl lleno de sorpresas... 

—Podríamos salir de esta iglesia, y mostrarte una que otra sorpresa más que ofrece este bello día—, y con la coquetería que lo caracterizaba, comenzó a levantarse de la banca, esperando al sirio, quien hizo lo mismo y rodó los ojos bufando con una risa, seguramente aceptando su invitación.


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