Día 1. Primer Encuentro [1/2]
Dedicado a mi maravillosa Eri, quien me indujo a esto:') (Y quien me ayudó con unas cuantas cosas de música que no sabía. La amo:'v)
AU Actualidad.
—¿Realmente no sabes quienes son los hermanos Auditore? — Preguntó con gran sorpresa el muchacho de cabellos negros alborotados, usando su dedo audazmente, deslizando y descendiendo con gran velocidad en busca de información en su móvil. —¡De la banda Sonohra!
El sirio de ojos dorados, con el libro abierto en sus manos, lo miró negando con la cabeza confundida y aburridamente, para luego darse el ligero tiempo de mirar la información que se le era ofrecida, con los ojos entrecerrados por el fuerte brillo que la pantalla emitía.
—¡Son realmente conocidos, Altaïr! No me digas que ni siquiera sabes que son de Italia, ¿Lo sabías? ¡Y han viajado por casi toda Europa! ¡Créeme! Inglaterra, Rusia, Estados Unidos ¡Hasta a Japón y Sudamérica! Y adivina a donde se dirigen ahora...
—No sé. No me interesa— Respondió tajante el mayor, concentrando su atención en su libro nuevamente.
—¡Ahora vienen aquí! ¡A España! ¡A Barcelona! — Chilló el muchacho de ojos azules en la máxima emoción conocida. —En realidad, se supone que ya están aquí, ¡Y mañana darán un concierto! ... y... y... se quedarán una semana más, ¡Para dar más conciertos! — El muchacho, con una gran sonrisa en su rostro, giró su mirada al otro hombre que se encontraba más a lo lejos sentado en un sofá. —Malik va a ir conmigo, ¡Ven tú también, Altaïr!
—Tengo que estudiar.
El muchacho lo miró con carita de perro suplicante, y sus ojos brillaron cual reflejo de un claro lago a la luz del sol, como si fuera algún tipo de exagerado ruego por su vida. Siempre había amado la compañía de Altaïr y su hermano Malik para estas cosas. El ir solo no era lo suyo, y el él lo sabía de sobra. Muchas veces había sido testigo de su excesiva insistencia, y hasta a veces se le hacía divertido molestarlo de esa manera.
El muchacho mayor lo miró de reojo, para terminar respondiéndole con un rotundo "no", con una oculta sonrisa bajo su inminente seriedad, siguiendo con lo suyo.
El más joven blanqueó sus ojos y se echó hacia atrás soltando un sonoro bufido, alzando los brazos y dejándose caer de espaldas exageradamente al sofá tipo Urbino que asemejaba una cama, rebotando en este al caer, para comenzar a gemir y retorcerse tontamente en signo de pataleta.
—Déjalo, Kadar. Se está haciendo de rogar—, resopló el hermano mayor sentado en el sofá de cuero al otro lado de la sala, muy cercano a una ventana, con su vista fija en su móvil, usando sus dedos para teclear con concentración.
Altaïr lo observó, lanzándole sigilosamente una mirada fulminante, pero contuvo su represalia, sólo porque el hermano menor de este le causaba lástima, y sabía que no le gustaba cuando se generaban rupturas por cosas tan simples como eso.
Consideraba que lo mejor, en casos como esos, era salir a tomarse un aire.
Silencioso, y con un suspiro, cerró su libro, y de donde se encontraba sentado, miró a la ventana de su lado, y observó la gran catedral gótica de la Santa Cruz y Santa Eulalia que se asomaba por entre las casas como la copa de un gran pino.
Tan cerca de esta catedral, como de su apartamento, estaba la biblioteca Francesca Bonnemaison, en realidad, sólo era bajar y llegar hasta allá, y pensó que ir a reponerse con un nuevo libro de geografía para el próximo examen, e ir a caminar un momento, sería lo ideal, por lo que, bajando del alféizar de la ventana en la que se encontraba, pasó por sobre el muchacho de ojos azules quien torpemente intentó atrapar los pies de la victima para hacerlo enfadar y perder el equilibrio, pero fue sólo un movimiento torpe de su cuerpo, para finalmente quedarse tirado y rendido en donde estaba.
El moreno de ojos dorados salió avente de su torpe ataque, y se dispuso a buscar su sudadera entre el pequeño sofá del otro extremo opuesto al de Malik, donde habían luces de pequeñas bombillas iluminando la zona de donde estaban colgadas.
Ideas de Kadar. Con sus miles maceteros dentro del apartamento y sus pequeñas luces alrededor de la sala. No se veían mal, pero Altaïr pensaba que era algo un tanto hiperbólico, aunque agradecía la tranquilidad que traía.
—¿Pensarás al menos en ir con nosotros?
—Lo pensaré—, respondió antes de salir por la puerta con su llave en mano, y bajó por las escaleras de emergencia. Era una edificación un tanto antigua, (sin mencionar lo pequeño y arcaico que su departamento compartido entre los hermanos era) así que no había ascensores.
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No le tomaron más de cuatro minutos de lenta caminata; y era el aire vespertino que le agradaba, y la calma de poder estar solo un momento. La verdad es que su apartamento estaba prácticamente a la vuelta de la esquina de dicha biblioteca dirigida por un ancho callejón de paredes de piedra y suelo de adoquines poco transitado por la gente, solo algunos transeúntes y habitantes de la zona.
Al entrar al edificio abriendo las puertas de cristal, su corazón se sintió nuevamente encimado por lo bello que era por dentro, y las estanterías llenas de libros siempre a primera vista. No podía negar que ese había sido su lugar favorito desde que llegó a Barcelona, sobretodo porque por fuera, era estar fuera de una edificación burguesa de la época, con sus paredes de piedra exteriores, lo que más le encantaba.
Soltando un ligero suspiro y agachando la mirada, se encaminó hasta el centro de la gran biblioteca iluminada por focos amarillos colgados del techo, en donde habían algunas personas sentadas en mesas estudiando, y otros buscando en estanterías. Miró hacia arriba, al segundo piso en redondela y corva, y las millones de estanterías que allí habían también.
Decidido, se dirigió hasta el otro extremo de esta primera sala para entrar a un ligero pasillo, girar y subir por unas estrechas escaleras, hasta llegar al segundo piso. Pudo ver la redondela con más claridad, y rodeó el oscuro barandal hasta entrar en un pequeño pasillo con una larga fila de estanterías. Esa era la sección que buscaba. Historia y Geografía IIV. Comenzó a mover sus manos en busca de algún libro que le sirviera, o el que pareciera más adecuado. Quizá también podría llevar algunos otros de historia y génesis, tema que le era también de su interés.
Entre buscar por estanterías y sección, serpenteando entre las pocas personas que allí habían, y evitándolas, terminó por llevar tres libros en sus manos que tomaría prestados, así que se dirigiría a registración para firmar la ficha y llevar dichos libros, a cambio de devolver otros que también había traído. Así podría relajarse en casa nuevamente, quizá podría ir antes a la tienda de comestibles y llevar algo para los tres para la cena.
Antes de salir del pasillo con las miles filas de estanterías, infortunadamente chocó con un individuo que lo había empujado de un lado, haciéndole botar los libros al suelo estrepitosamente.
El rostro del sirio mostró impresión por un segundo al no ver más que un solo libro en sus manos, y a cambio, ver los demás esparcidos en el suelo. Sus cejas se fruncieron, listo para recriminar a la persona que había cometido el crimen.
–¡Ah! Mi dispiace!
Exclamó el joven que lo había empujado, volteándose rápidamente para ayudar a la persona a la cual había hecho botar los libros a pronto prestar.
Altaïr arqueó una ceja, sin entender muy bien lo que había dicho.
–A veces soy un poco torpe–, se disculpó este con un pronunciado acento italiano en tal voz jovial. Este comenzó a recoger los libros con rapidez, y al tenerlos todos apilados en sus manos, a la lasciva, se los ofreció al joven moreno de delante suyo, quien lo miraba con extrañeza y seriedad. No esperó mucho, hasta que los colocó en sus manos, sobre el único libro que llevaba a posesión.
Llevaba un sombrero trilby gris, y su cabello castaño oscuro largo y agarrado en una cola, cual parecía estar dividido en dos, en mechones que casi cubrían sus ojos, lo que hizo que así mismo se corriera el cabello por detrás de la oreja. Vestía una bufanda negra suelta sobre sus hombros, y una chaqueta negra de cuero, y su escultural rostro era como el de un perfecto y gallardo muchacho de veinte años, probablemente, o eso pudo apreciar Altaïr, hasta que este, luego de haberlo mirado con algo de sorpresa notable en su rostro, se largara de ahí apresurado sin decir ninguna otra palabra más.
El joven castaño claro observó como este huía metiendo sus manos a los bolsillos de su chaqueta, mirando hacia el suelo, y sin observar más que sus pies hasta desaparecer en el pasillo que le llevaría al primer piso, como si se ocultara de alguien. Altaïr miró a sus espaldas, quizá habría habido alguien allí quien le asustó o incomodó, pero nada, sólo un pasillo libre de almas.
Al llegar al puesto de registro, puso los libros sobre el mesón, entregándoselos a la vieja de cara de no gustarle su trabajo, que comenzó a abrir las tapas de estos con su propio tiempo y a registrarlos en la computadora.
No tendría mucho más que hacer más que esperar, por lo que sacó su móvil, viendo la hora: Un cuarto para las nueve de las ocho de la tarde. Ningún mensaje de Whatsapp, ninguna notificación. Tenía tiempo para relajarse antes de irse a la tienda de comestibles.
Soltando un suspiro, guardó su móvil en su bolsillo, y miró por sobre su hombro a la gente de la biblioteca, sus ojos examinaron de derecha a izquierda como un escaneo. Nada en especial. Continuó esperando mirando a sus pies con calma, hasta ser llamado para firmar la ficha y ser libre para salir con los libros registrados. Había poca gente que entraba y salía de la biblioteca, así que Altaïr tomó la oportunidad de infiltrarse entre ellos, y salir.
Tras cerrar las puertas a sus espaldas, sus ojos se toparon con el mismo joven con el que había chocado, pero esta vez, parecía estar esperando algo o a alguien.
Era como si hubiera salido a la luz de entre la gente transitando, que le pareció ser bastante, justo a su lado y como si se tratara de un paso en cámara lenta. Altaïr pasó a su lado, lanzándole una mirada a quien hacía lo mismo, pero como si el otro estuviera estupefacto con tan irrelevante presencia del joven al cual había empujado accidentalmente. El contacto visual pareció durar largos minutos. Los brillantes ojos marrones del contrario siguieron a los tranquilos orbes dorados del otro, hasta que lo que pareció un hechizo, se rompió, y el aire pareció volver a la normalidad.
Uno que otro vehículo pasaba, la gente caminaba, y Altaïr se confundía entre ellos cruzando la calle de adoquines, para dirigirse a al local al cual había ideado en un principio.
Se sintió extraño al mirarlo esos segundos que sus ojos toparon. Como si aquel momento de videncia o hipnotismo, lo hubiera vivido en algún momento de su vida. Se sintió tan incomodo como una paramnesia, como un Déjà vu.
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–¿Y? ¿Lo pensaste?
–No.
Tras cerrar la puerta a sus espaldas, dejó la bolsa en la pequeña mesa de la cocina. –Pero traje algo para que coman, yo no tengo hambre.
No estaba seguro por qué el apetito se le había ido, quizá sólo pensar en la rareza de ese tipo, o en la rareza de una extraña vivencia. Sólo huyó a su habitación a dejar los libros junto a otras cosas. La verdad es que no estaba seguro ni por qué se sentía así de extraño.
Nunca en su vida había sentido algo tan similar como eso.
–¿Qué has traído? – Preguntó el pelinegro mayor, apoyándose en el marco de la puerta.
–Revisa la bolsa–. Respondió tajante, ordenando su cama, para luego pasar por su lado como si lo evitara, rodando los ojos con hastío.
El menor del grupo sintió la molestia en el ambiente, así que se acercó a Altaïr quien ahora se dirigió al sofá más cercano y desocupado para dejarse caer de boca.
–Quizá... si quieres relajarte, puedes venir conmigo al concierto–. Le sonrió, sentándose a su lado. Se acercó a su oído con una pequeña sonrisa para contarle un secreto. –Malik nos alcanzará en unas horas, pues se le presentó un examen a esa hora, si es eso lo que te incomodaba.
Altaïr le negó con la cabeza mirándolo. –No es tu hermano quien me incomoda...
–No será un lugar muy concurrido tampoco. El concierto se realizará cerca de la Catedral, así que será un espacio al aire libre.
Era como si le hubiera leído los pensamientos. Realmente no le gustaban los lugares repletos de gente, esos lugares asfixiantes. La idea de relajarse un poco también sonaba bien. Quizá era la universidad lo que lo tenía algo alterado, y quizá ese sentimiento extraño en su pecho que revoloteaba amargamente en él, como ansiedad. Y aparte... Kadar estaba siendo muy insistente, así que, aceptar su insistencia, no estaría mal.
–Está bien, altiflu, iré. Pero si se pone muy aburrido, me largaré.
El rostro del niño pareció florecer de magia y felicidad, y sus ojos azules brillaron con más fuerza, conteniendo todo el aliento. Se lanzó sobre Altaïr, abrazándolo con fuerza, y el atacado por dicho abrazo, giró los ojos con hastío, mirando a lo lejos a su hermano mayor, quien miraba un tanto enternecido la situación. No era simple ganarse el corazón de Altaïr... aunque, bueno... Kadar siempre lo hacía.
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Kadar le había mentido.
La presente noche de lo que sería al día siguiente, dicho concierto prometido, estaba rebosado de gente la cual gustaba de dichosos y exitosos hermanos italianos. El lugar estaba lleno de gente, y no había sido una plaza, como había mencionado Kadar. Era un espacio público inmenso, con un gigantesco escenario con pantalla, demasiado armado. Habían pagado para entrar, bueno, Kadar había pagado por ambos, y lo último, no era un concierto, y algo como lo que Kadar había dicho que sería pequeño y poco concurrido, casi como un pequeño grupo musical. Era un festival de música. Y todo estaba repleto de personas, por todos lados. Perderse en esos lugares sería lo más fácil del mundo. El camino estaba repleto de personas cerca del escenario, lleno de luces que ahí yacían puestas.
Tuvieron que hacerse paso entre la gente, quienes buscaban desesperados con sus miradas a los cantantes, y los esperaban sobre-emocionados a que salieran a la luz.
Altaïr se había arrepentido de ir. No sabía qué tipo de hechicería había usado el niño para convencerlo.
No era que quisiera; y odiaba las palabras bonitas, sólo porque sabía que podía caer en ellas.
Odiaba los lugares saturados de gente gritona. Ni siquiera aparecían los artistas y la gente gritaba más que emocionada.
–¡No puedo aguantar por ver a Ezio en persona!
–¡Muero por ver a Federico Auditore!
Altaïr chasqueó la lengua con desagrado al escuchar a un par de muchachas a su lado, chicharreando entre ellas. El sirio odiaba todo eso, y estaba a punto de alejarse, cuando el joven sarraceno de ojos azules lo tomó del brazo, arrastrándolo hacia el escenario, hasta que humo pareció salir de este, y los focos comenzaron a girar en distintas direcciones, iluminando cada rincón de lo que podía existir. Parpadeos electrizantes, cegaban los ojos de Altaïr.
El presentador subió al escenario, haciendo de la gente revolver la sangre por la impaciencia y ansias. Hasta de Kadar. Los ojos de todos brillaban con deseos, y parecían casi vibrar.
–...¡Este festival trae a algunos de los mejores artistas, y no solo de España sino del mundo! Sí, así es, gente. Hemos recorrido la faz de la Tierra para encontrar los mejores y más recientes números y a los más célebres artistas musicales. Y los podréis ver sobre el escenario aquí, hoy ¡Tenemos artistas del Reino Unido, Europa, Norteamérica e incluso Japón! ¿Pero cómo no, presentar e introducir a los más clamados, hermanos italianos? Aquellos añorados por las muchachas, y admirados por lo jóvenes. ¡Nadie más, y nadie menos que Ezio y Federico Auditore! ¡Con ustedes, Sonohra!
Y la gente comenzó a chillar de emoción y demencia, impaciente a la apariencia de los dos nombrados, hasta que del humo, comenzaron a aparecer ambos artistas con grandes sonrisas. Uno era de cabello oscuro y corto, usando una camisa negra abierta del cuello y una chaqueta ancha naranja, y el otro era un tanto más bajo de estatura, vistiendo una camisa azul bajo un bolero negro, el cabello amarrado y mechones delante de su frente, tomó el micrófono, con su escultural rostro cual era como el de un perfecto y gallardo muchacho de veinte años, cual las muchachas gritaban y se desmayaban por apreciar.
Altaïr lo reconoció inmediatamente su respiración pareció acelerarse. Sus ojos se ensancharon. Había sido el mismo muchacho que se había topado en la biblioteca, el mismo que lo había empujado accidentalmente, y el mismo que luego no le había dejado de mirar.
–¿Lo ves? ¿Lo ves? – Gritó Kadar entre el inmenso bullerío, dirigiéndose al de cabello claro. –Él es Ezio Auditore, se habla mucho de su fama entre las muchachas, y la extrañeza de que no tome a ninguna. Sin embargo, es alguien demasiado amigable.
¿Ezio? ¿Y qué le importaba que fuera amigable o que tuviera algún noviazgo? No le gustaban esos artistas de canciones clichés de amor, y no le importaba en absoluto porque jamás hablaría con él. Era algo obvio. Y hasta le era incluso algo molesto de que se dijera que era amable, o cosas por el estilo, si ni siquiera lo conocía del todo.
Sin embargo, admitía que quizá podría ser aquellos italianos envidiados por algunos otros varones. Ambos eran guapos y bien formados. No dejaba de sonreír, y eso lo encontraba estúpido.
–Come stai, gente di Barcellona? – Saludó, y nuevamente todos comenzaron a gritar, para que este soltara una risilla. –Realmente estamos muy felices de estar aquí–, dijo el italiano menor al micrófono, digno de ser llamado italiano por su fuerte acento incrustado en su voz.
El sirio entrecerró los ojos. Sonaban a que sólo eran palabras de un discurso mecánico como cualquier otro.
No sabía si llamarlo defecto, pero sí que era bueno criticando bandas que no le agradaban.
Fue ese tal Ezio quien habló en su momento, parecía manejar mejor el español. Lo típico de siempre de todos los artistas "Hemos viajado desde tal lugar para llegar hasta aquí", "Estamos muy emocionados", "La gente de España es muy amable" –...pero no quiero seguir aburriéndolos con estos preámbulos típicos de cualquier artista...
Altaïr alzó una ceja, en señal quizá de aprobación.
Se comenzaban a entender.
Sobre todo porque aquel italiano había lanzado miradas a la gente, y entre ellas, vio al sirio, y desde que lo captó entre la gente, pareció no dejarlo de buscar con la mirada. Como si se asegurara de que no le fuera a robar la billetera a alguien o algo así, pero a cambio, el italiano sonrió, volviendo su atención a la gente. –Andiamo con l'arte, allora!
Una secuencia de piano comenzó a sonar, seguida por una orquesta, y humo comenzó a salir en el escenario, y las luces cambiaron a colores más fríos.
El italiano mayor tocaba el piano, frente a un micrófono puesto a su altura, mientras que el menor se encontraba de pie delante del escenario. Abrazó el micrófono con ambas manos y susurró al mismo en la introducción de los bellos sonidos: –Ama ancoa.
La gente comenzó a gritar celebrando, siendo silenciada de a poco por la melodiosa voz del artista. La música triste comenzó con ir en un acenso armonioso con la maravillosa orquesta de cuerdas, a lo que pareció llevar a un hermoso coro, en el cual las luces cambiaron a una iluminación amarillenta, y ambos hermanos cantaban al unísono, siguiéndose por cada frase, proyectando la pasión atreves de su voz.
Así fue, con ambos hermanos cantando juntos, y la gente casi llorando, siguiendo con sus labios la letra de la canción cual parecía tan triste como alentadora, hasta que acabó con un solo de la misma orquesta del comienzo.
–Grazie, grazie–, agradeció en una tímida voz el sonriente italiano, quien retrocedió, tomando de un banquillo dos botellas pequeñas con agua, lanzando una a su hermano mayor, ese Federico, quien la atrapó en el aire, riendo y lanzándole alguna broma en italiano mientras abría la botella, cual apenas había sido escuchada al micrófono puesto a la distancia y cara vuelta. Aquel Ezio, rió ante la broma, pareciendo seguirle el juego. Ambos rieron.
Tomando el micrófono lascivamente, el italiano menor sonrió en palabras. –¡La verdad, es que tenemos para toda la noche aquí! No entiendo como algunos no están cansados a estas horas, ¿Acaso no tienen escuela?
La gente tomó la broma en risas, gritando todos un "No" al unísono.
El italiano rió. –Me parece, pero bien, mi hermano tenía justamente un tema preparado para ustedes esta noche...
Federico tomó el micrófono y caminó hacia el borde del escenario intentando no enredarse los pies con los cables. –...Y para todas las bellas damas di Barcellona.
Ezio había desaparecido del escenario, dejando al mayor ahí. La canción que este prosiguió se llamaba "Incantevole", y había sido maravillosa. Nada para el gusto del sirio, pero sin embargo, nunca perdía ese toque de epicidad, y a la gente le elevaba el alma. El piano, la guitarra, los sonidos de fondo, todo.
Tras aquella canción, los frenéticos aplausos y las reverencias dulces del hermano, prosiguió el menor, dejándole el escenario el mayor a este.
Los tramoyas le sirvieron poniendo una silla para que se sentara cómodo, y bajaron el micrófono a la altura del joven, ahora sentado con una guitarra acústica en sus manos.
Una vez que la gente calló, él comenzó a mover sus dedos, jugueteando con las cuerdas de esta guitarra, tocando dulcemente, para luego comenzar a cantar delante del micrófono. La gente lo reconoció como "L'immagine" y enloqueció.
Era esa una de las más preciosas canciones que Sonohra tenía, según Kadar. Sus toques épicos, como de imaginarse en una cabalgata sobre pastizales dorados y cielos anaranjados, con miles de nubes bañándolo en un atardecer. Y era la guitarra, y su toque italiano, y la orquesta de fondo, y los épicos tambores. Absolutamente todo. Las almas volaban en dicha melodía, hasta que acabó.
Hizo una reverencia, dando las gracias al micrófono, y su hermano se le unió.
–Bene, bene, chicos...– Rió el hermano menor al micrófono, para luego dirigirse a su hermano mayor. –Sembra che alla gente piaccia davvero di te–, el hermano mayor sonrió graciosamente, encogiéndose de hombros. –Quindi sembra.
Altaïr no podía entender el maldito italiano, y no sabía si la gente, toda esas miles de personas reunidas en ese festivales apreciando las preciosas caras de los hermanos a la pantalla, entendía italiano y reían y gritaban y estaban a punto de desmayarse por el divertido ego que entre ellos se compartían, o por el simple hecho de escucharlos hablar a la gente, sintiendo como si les hablaran a alguien en singular. La naturalidad de ambos, hacía parecer que hablaran para alguien de manera singular.
–Como sabemos que están bastante aburridos...– La gente comenzó a gritar en signo de negación, y el italiano rió ante su pequeña broma. –Los liberaremos un pequeño momento, así tendrán tiempo de ir a comprar un hotdog Barcelonense antes de que regresemos.
O eso había entendido Altaïr antes de que el niño lo hubiera perdido de vista y liberado de su agarre.
Huyó de la gente, de las tiendas, y de todo lo masificado a un lugar que estuviera menos concurrido, sintiendo como se alejaba de la nueva música de otros artistas de relleno que habían proseguido ante la pausa, para acompañar el ambiente durante el break, antes de que los italianos siguieran con sus canciones. De todos modos, el sirio no pensaba en volver.
Se perdió, entrando a un callejón, y se apoyó en la pared de ahí. Sabía que aún estaba en el sector del festival, pero al menos estaba sólo, y menos acalorado por las masas saltando y gritando. Aún se seguía preguntando el por qué había accedido a ir, apenas conocía a los artistas... aunque la música no estaba tan mal, aunque no fuera su estilo.
Procedió a sacar un cigarrillo, y encenderlo ahí, sólo para ver con el rabillo del ojo a un hombre aproximarse a él, entrando por el mismo callejón privado, con un móvil en la mano. Al levantar este la cabeza, lo fue guardando lentamente, y de a poco, se fue acercando.
–Hey... yo te he visto–, sonrió aquel de acento italiano.
El muchacho exhaló el humo por entre sus labios, aún mirándolo de reojo. Lo había visto: Empujado para botar sus libros y luego escapado. Bajó la mirada alejando ese pensamiento. No le iba a decir tampoco que había estado viendo su concierto y que apenas había sido capaz de soportarlo. –Cantas bien–, dijo serio, el joven. Ni siquiera estaba tan seguro si de verdad lo había reconocido del todo.
El italiano sobó su nuca de manera vergonzosa, con una modesta sonrisa adornada en sus facciones. –Gracias. No siempre tuve tanta confianza en mí mismo. Esto es algo nuevo para mí, de todos modos.
¿Qué? ¿Acaso no había ya viajado alrededor del mundo exponiendo su música y gran vitalidad? ¿Le iba a contar ahora su vida personal e inseguridades? ¿Qué demonios estaba pasando? ¿Por qué justo con un civil cualquiera como Altaïr a quien ni siquiera le interesaba oír eso?
Quedó en silencio, así que para que aquel silencio extraño fuera roto con hacha, el artista habló balbuceante.
–Lamento... ah... lamento haberte hecho botar tus libros en la biblioteca. Cuando te ví al levantarlos por ti, estuve muy seguro de que te había visto antes...
Y el corazón de Altaïr, en ese momento, comenzó a palpitar demasiado fuerte. Sus ojos se agrandaron.
–...fue extraño–, Rió. –Soy Ezio Auditore, de Florencia, Italia.
Altaïr suspiró el humo una vez más de su boca con un aspecto totalmente desinteresado, dejando caer el cigarrillo y aplastándolo contra la cera con su zapatilla. Hecho eso, comenzó a caminar para salir por el callejón, para huir, sí, pasando por al lado del italiano con indiferencia. – Ya te conozco.
Ezio parpadeó, para reaccionar y golpearse mentalmente su frente, ante la obviedad de su presentación. Observó como el muchacho salía ya del callejón, por lo que atinó a correr tras de él, –¡Espera! –, llamó, tirando ligeramente de la manga de su sudadera, para luego soltarlo rápidamente, notando lo tonto que eso era. Observó como la luz se filtraba por entre la ligera silueta sombreada ajena. –¿Cuál es tu nombre?
El sirio se volteó ligeramente sorprendido, oculto tras su seriedad. Miró al ansioso italiano por unos segundos con indiferencia fría y sombría, para luego romper un poco su guardia en un suspiro. Quizá hacer amigos no sería algo tan malo. Levantó la mirada, mostrando firmemente sus ojos dorados bajo una ceja arqueada. –Soy Altaïr.
Los ojos del italiano brillaron, y sonrió con delicadeza y dulzura en respuesta, entrecerrando los ojos, como si estos sonrieran también. –Me alegra conocerte–, nuevamente.
NOTA:
¿Por qué coloco el [1/2]? Tengo planeado adjuntar el camino de esta parte, con otro capítulo de uno de los días con-siguientes, ya lo tengo todo planeado(???).
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