Día 13/2. Viviendo una película de terror
PD: Qué fome (aburrido) estar viendo una película de terror, pero... ¿Qué mejor que VIVIR una película de terror?:)
En el agua cayeron dos gotas, una tras otra, con la tristeza de las nubes oscuras deseosas de llorar. En el lánguido ambiente de Venecia, los botes sobre el mar se movieron ligeramente ante una brisa que avisaba dolor, y tan pronto como esta pasó, la lluvia se dejó caer sobre la ciudad, torrencial en una silenciosa calma. Una agresiva tristeza de la cual relámpagos comenzaron a destellar en los tan amplios cielos e iglesias del lugar.
Sus botas de graba tocaron el suelo luego de dejarse caer de un tejado, salpicando el agua de los adoquines cuales brillaban por las antorchas, y más aún con las chipas de la lluvia cuales quebradizas perlas. Su pecho subía y bajaba, frenético. El terror abundaba en su mente, embullado, y no podía entender lo que estaba sucediendo. ¿Era una enfermedad? ¿Un virus? Una parte de su brazo tenía un corte con profundidad, dolía, sangraba, pero no entendía. De una u otra forma, intentó ayudarlo. Estuvo ahí, pero... aún después de escapar, no podía dejar de ver ese corte, y preguntarse el por qué, y por qué su corazón y mente dolían tanto. ¿Había intentado matarlo? Era imposible, le sucedía algo, y por lo mismo, tenía que detenerlo. ¿Intentar atacarlo? Parecía ser más fuerte que él mismo ahora. Parecía que en sus ojos ya no estaba el cariño que ansiaba ver todas las mañanas en él, esa sonrisa brillante, y esa mirada sonriente... a cambio sólo había... un enfermizo odio, o una retorcida obsesión.
Altaïr necesitaba poner en orden sus pensamientos, pero no sin antes esconderse, pues unos pasos corriendo por charcos de agua en el suelo hicieron que su cuerpo se electrizara por completo, y sus sentidos de supervivencia lo guiaran a la parte más oscura de ese callejón veneciano, en donde dejó apoyar su espalda, y mantuvo su brazo en una carroza sitiada ahí. Él no era temeroso ante nada, luchaba con braveza cuando era perseguido y se sabía defender, su orgullo no le dejaba demostrar miedo, pero esta vez era muy diferente.
Demasiado diferente.
Se atrevió, con una alerta que saltaba de un lado a otro en su cabeza cada vez más imprudente, a mirar por el borde de la pared, apenas su mirada visible, para corroborar de que se encontrara solo, y así idear una forma de concentrar sus ideas, e idear un plan.
—Oh... Alty...
Esa voz. Tan burlesca, tan fúnebre, tan dolorosa...
El sirio, apenas sintió la voz, su cuerpo saltó lo más lejos de él, y nuevamente la adrenalina dio vuelta su cuerpo y este, ante el shock pareció simplemente paralizarse, inmóvil, como si un balde de agua le hubiese caído encima. No lograba aún creer lo que estaba viendo, y viviendo. Sacó su espada de su envaine, en defensa.
Vio a aquel joven florentino de pie a cabeza, oculto entre las sombras y la luz. Su ropa estaba salpicada en sangre, como ambas cuchillas, y por lo visto, sus expresiones mostraban tan poco remordimiento, que le hacía imposible predecir algún movimiento. No era él. Su retorcida sonrisa causó escalofríos en su cuerpo, y sus ojos, tan abiertos, como si fuese la diversión misma bajo la lluvia, se iluminaban solamente por las antorchas, haciendo parecer sus orbes más brillantes de lo normal. Ni en limpiarse la sangre de la cara se preocupó, como si el asco por la sangre inocente claramente no existiera esta vez.
Simplemente soltó una risa gutural, dando un paso hacia adelante, con una extraña elegancia en él. Sus ojos no los sacaba de los del sirio, quien dio un paso atrás. —¿Sigues huyendo de mí? Eso duele...
Y aquel tono de voz que usó, tan fingido, hizo que Altaïr gruñera con recelo. —¿Qué es lo que tienes? —, dijo el hombre mayor, como las gotas de la lluvia, cuales lo habían empapado por completo ya, caían desde su nariz y mentón al hablar. Su expresión se endureció más con su pregunta, soltando un suspiro para poder relajar todas sus emociones, que ahora iban a mil por minuto.
—Puedo ser sincero al decirte que me gusta cuando me hablas así...—, dijo el muchacho, dando otro paso hacia él, viendo cómo se colocaba esquivo. Ezio tapaba su posible intento de escape y mantenía sus ojos en los del mayor, como si leyeracada uno de sus pensamientos e intentos de escape, como si fuese una presa, y esto, un juego. Su sonrisa, esa tan infantil, ahora se ampliaba, como su sombra, con la luz de las antorchas, y esta sombra tras él hacía ese tenebroso movimiento de una figura sonriente y acolmillada como las vistas hacia unos minuto atrás, mal intencionada, sobre los mojados adoquines, la cual amenazaba con tocar los pies de Altaïr y parecía estirar sus manos con garras hacía él, como tomar a un ratón acorralado. Su rostro era cual auténtico psicópata, sediento de sangre ajena. —Me gusta verte con miedo... pero me enoja tanto que lo ocultes. ¿Por qué eres así? ¿Por qué eres así? ¿Qué te he hecho para que seas así?
Lo leía como como un papiro. Sí, estaba vulnerable.
Si tuviéramos que describir una debilidad en Altaïr, sería el hecho de ver a la gente que quiere, cambiar de la peor forma. No lo entendía. Lo había visto con muchos en su vida, a los cuales soportar, pero esto lo descolocaba, y no le dejaba pensar con claridad.
Pronto, la sonrisa de Ezio comenzó a bajar de a poco, y aquella que parecía acolmillada, se abrió ligeramente para exhalar un aire caliente de su boca. Su mirada pareció ahora brillar con ira y una mezcla de disgusto, algo cercano quizás al dolor, como si hubiese sufrido una dolorosa traición. —¿Por qué no me hablas? ¿Qué es lo que hice?—, dijo con una voz tan baja como ronca.
—Escucha, Ezio... Sé que estás desesperado, no... no logro entender el por qué, pero si sólo me permites hacerlo, si solo te permites explicarme tu sentir...
El asesino italiano gruñó con ira. —Me dejaste atrás, solo...—, y aquellas palabras que salieron dolorosamente de sus labios partidos, hicieron que el cuerpo de Altaïr se estremeciera, y un sentimiento de remordimiento lo hundió por completo.
—Estaba volviendo por ti...
—¿Y qué pasó? —, de repente, el florentino volvió a retomar su paso, esta vez un poco más agresivo, amenazante. —Te fuiste...—, dijo, y su agresividad se volvió más fuerte, su voz se desgarró en un feroz grito de ira. —¡ME DEJASTE, AL IGUAL QUE EL RESTO! ¡¿ERES COMO ELLOS?!
Altaïr hizo una recapitulación en su cabeza, y viajó a ese momento por un segundo.
Estaban ambos en aquel bello carnaval veneciano, en el cual las luces saltaban y estallaban con mil y un colores. Los ojos de ambos se iluminaban con alegria y colores. Por primera vez en la vida, sus manos estaban tomadas, enlazadas como una, sin miedo al reproche de la gente, o al qué dirán de los grandes traidores y gobernantes quienes tan bien conocían al asesino florentino, y a la vez, como si los arboles hablaran, se habían enterado del otro nuevo asesino, cual acompañaba a aquel que había perdido su familia.
Todo era hermoso, parecían no ser juzgados por primera vez en sus vidas. Incluso, el sirio tiró un poco de la mano del florentino, pero este sólo le sonrió con confianza, y lo guió consigo hacia el centro de la Piazza San Marco, donde todo el mundo bailaba y reía.
Era tan hermoso, que no parecía real.
Pero esas mencionadas autoridades, fueron los mismos que, enmascarados, en medio de la multitud de gente de divertidos colores y elegantes trajes, comenzaron a reír con maldad. Sólo fue cuestión de segundos para ellos reconocer al muchacho florentino entre la multitud.
Ezio había mirado su mano enlazada en la de Altaïr, y pronto lo miró al rostro, pero no sentía vergüenza, no sentía miedo. El sirio, tampoco; lo había mirado con decisión y seguridad. Pero las expresiones de Ezio comenzaron a decaer más y más, como si algo no hubiese estado correcto, como si algo hubiese salido mal, como si todo el dolor de algún pasado volviese a él. Altaïr podía sentir su pecho hundirse, podía sentir el dolor y la desesperación.
Aquellas voces y sonrisas burlescas, pasaron a ser más y más, como si se hubiesen puesto de acuerdo para atacarles con burla, y eso sólo llamaba la atención de la multitud, mirándolos. Pero no era que los vieran tomados de la mano, compartiendo lo íntimo. Era algo más, que las voces, y la muchedumbre, cual miraba y murmuraba hacia sus lados, miraban con indignación... y decían, y decían, claramente decían:
"Hijo de Giovanni Auditore", "Aquel que murió en vergüenza", "Sus hermanos asesinados", "No valía la pena esa pobre familia", "Quizás qué le hicieron a su madre y hermana también cuando él no estuvo ahí", "las dejó solas", "su madre vio a su hija se trasgredida y por eso nunca más pudo volver a hablar", "Él no llegó a tiempo", "Él los dejó morir"...
Y cada vez los comentarios se volvían más violentos, más hirientes, más ofensivos, y sólo causaban que Ezio se enfureciera cada vez más.
Se tapaba los oídos, gritaba para no seguir oyendo, pero las voces estaban ahora en su cabeza, y lo golpeaban, no lo dejaban en paz.
Comenzaba a exasperarse, a respirar irregularmente, y su pecho parecía cada vez llenarse más de aire y odio, como si esos susurros y voces lo trasformaran. Derepente, los colores de los petardos y luces alrededor, se comenzaron a tornar de colores tan rojos y agresivos como la sangre que se derrama ante su ira, y sólo era capaz de ahora mirar un objetivo. A aquellos de elegantes trajes y bolsas llenas de dinero. Aquellos quienes habían intentado sabotear a los gobernantes de ciertos palacios, a aquellos sucios lacayos del Dogo.
Ezio había soltado la mano del sirio, y había, en un impulso al correr, saltado con su hoja cortando el aire.
Lo había intentado, como si hubiese cortado el gran estómago de uno de ellos. A aquel hombre de prendas preciosas, muy parecido a El Español, ese que se había burlado de la familia de Ezio, ese quien había estado ahí para que murieran, ese mismo que tenía a los Barbarigos a sus lados, de sonrisas malévolas cada uno de ellos, burlescos al igual que la gente que miraba y susurraba a sus espaldas.
Pero eso sólo fue la peor cosa que pudiese haber hecho.
Una vez fue cometido el profundo y sangriento corte, sombras empezaron a emerger violentamente de la zona abierta, como sucias manchas negras de la peste negra, con brazos, garras y sonrisas espeluznantes. Como si ese hombre se desarmara y comenzara a flamear como telas al fuerte viento, y se trasformara de su interior en esas cosas. Los que estaban al lado de él, comenzaron a salir de ellos como vomito sombras negras de sus bocas, y las risas, violentas y diabólicas parecían crecer más y más.
Comenzaron a ver a sus lados, y la gente que antes murmuraba con vestidos elegantes y mascaras venecianas ya no estaban, sólo sombras con sonrisas perversas en su lugar, con puntos blancos de ojos, cuales los miraban con sed de matarlos y brillaban intensamente.
Ambos asesinos vieron aquellas sombras que crecían y crecían como una gran ola provocada por un terremoto, y las campanas de las iglesias comenzaron a sonar, como si se tratara del comienzo de un asedio. No había escapatoria, sólo sus espaldas.
Ezio estaba boquiabierto, con grandes ojos contempló hacia arriba, con horror esta pesadilla que no dejaba de avanzar. Su cuerpo temblaba, inmóvil, como si por primera y última vez en su vida, no supiera qué hacer, más que entregarse a la muerte.
—¡Ezio, corre!
La voz de Altaïr fue como una bofetada, que le permitió despertar del terrorífico transe que sufría y volverse para huir. Altaïr lo esperó en posición de carrera hasta que llegara a él, y una vez que estuvo a su paso, corrieron tan rápido como sus piernas le permitían.
Unas cajas apiladas les dieron la oportunidad de poder tomar más rápido el próximo tejado a su merced. La desesperación al correr hacía que la sangre bombeara por sus cuerpos desenfrenadamente, y el cansancio no podría existir jamás gracias a la potente adrenalina en ellos. Aquellas sombras, como manchas negras, parecían absorber la ciudad a sus espaldas, apagando todo el festejo de hace un momento, con risas y lamentos, persiguiéndolos, intentándolos alcanzar.
Al menos las nubes les daban la oportunidad de correr, pero amenazaban con llover y mojar los tejados, lo que haría más complicada la huida de ambos, así que resistieron el cansancio, y siguieron corriendo.
Y cuando Altaïr creyó ver el final de esta pesadilla a un horizonte cercano, escuchó un estruendoso golpe a sus espaldas.
Ezio había caído. Soltó un grito que pareció desgarrar su garganta, como si le hubiesen roto un hueso del cuerpo, o algo más. Lloraba con desesperación.
Altaïr, sin pensarlo dos veces, con el corazón en la garganta al escucharlo, desenvainó su espada con valentía para saltar a defender al muchacho, quien comenzaba a ser arrastrado. Sin embargo, Altaïr no lo había notado, y al momento de intentar saltar, sus pies fueron tomados por dos manos oscuras, lanzándolo fuera del tejado, tirándolo a la tierra firme, y arrastrándolo un par de metros, escuchando a lo lejos solamente los lacerantes gritos de dolor de Ezio.
Pero tuvo más fuerzas que eso, las fuerzas de querer salvar a Ezio, de ir en su búsqueda y sacarlo de ahí. Logró cortar esas manos que se desvanecieron en el aire y fueron absorbidas por el suelo como fantasmas, lentamente.
Sin pensar en aquel suceso que había causado que su mente se desencajara por completo, se puso de pie y escaló la muralla para llegar al tejado de nuevo, y correr hasta el florentino. Sus dos manos tocaron las primeras tejas del techo, y al darse el vuelo para subir, activó su hoja oculta, listo para la batalla, y sus dorados ojos miraron con bravería al maligno y anómalo enemigo para salvar a quien más quería ahora en el mundo.
Pero para su sorpresa, no había nada.
Miró hacia todos sus lados posibles, boquiabierto, enderezándose de a poco, girándose de un lado a otro, intentando encontrar algo, o a alguien. Ni sombras malditas, ni Ezio estaban ahí. Fue entonces que su pecho se comenzó a llenar de pánico al no encontrarlo, y su aliento se iba. El terror nuevamente se apoderaba de él. "—¡Ezio! —", gritaba una y otra vez. Y solamente veía las casas sin luz, y las iglesias sin vida a su alrededor, y todo lo que había parecido una ensordecedora música de persecución en sus oídos y angustiantes campanadas de persecución, era ahora remplazada por una espeluznante calma, como si nada jamás hubiese pasado.
Fue entonces cuando comenzaron a caer las primeras gotas, y la lluvia se dejó caer. Altaïr miró al cielo por un segundo, con confusión, obteniendo en su campo de visión aquella lluvia torrencial de los nubarrones sobre Venecia. Quizás fue la ruidosa lluvia que no le dejó escuchar a nadie más, pero bastó para darse cuenta, cuando una dolorosa patada a sus espaldas le hizo caer a la superficie de ese tejado, golpeando su cara en este, causando que su cuerpo se resbalara levemente por el techo mojado, sin caer aún.
Con el dolor había cerrado fuertemente sus ojos, y su tos no paraba. Se intentó estabilizar como pudo. El agua corría por su nariz y boca, y caían a la vez que el resollaba con dolor, jadeante. Con una mano tanteó a su lado, tomando el mango de su espada. Miró por sobre de su capucha, y en su ojo dorado se reflejó el tajante destello de una cuchilla avecinándose a él, la cual alcanzó a esquivar echándose hacia un lado, pero no por completo, dañando su brazo con un profundo corte.
Soltó un fuerte gruñido, poniendo una mano sobre su brazo ahora herido, y cuando volvió a mirar, dispuesto para pelear, su cuerpo se inmovilizó una vez más, perplejo. Un rayo hizo iluminar los cielos a las espaldas de esa silueta que luego dejó mostrar su forma. Era Ezio, quien lentamente se reponía del ataque que había efectuado, jadeando. Era Ezio quien le había pateado, y quien también le hizo aquel medio fallido ataque. Era quien, lentamente, giró su mirada, fulminante a la de Altaïr, y sus ojos parecieron ser irreconocibles. De su boca abierta, salía un espeluznante vaho por el frío, y pronto comenzaba a sonreír, con lo más parecido al desquicio, como si "al fin lo hubiese encontrado". Parecía reconocer bastante bien a Altaïr. ¿Era Ezio?
Altaïr no lo podía creer, simplemente no podía. Intentaba encontrar en el fornido joven algo que lo diferenciará del dulce y divertido florentino. —Ezio...—, fue lo único que pudo decir, inmóvil sobre el tejado, aún sin poder pararse. Habría esperado que Ezio lo intara ayudar a hacerlo, mientras velaba por su herida de forma preocupada, pero a cambio, corrió hacia el sirio, gruñendo con fuerza, para matarlo.
Eso fue lo que causó que el sirio se levantará rápido, y huyera nuevamente, que saltara del techo, sintiendo una extraña brutalidad de su atacante al perseguirlo. ¿Iba a pedir ayuda? No, iba a intentar perderlo por un momento, a reordenar su mente, y asimilar todo lo que estaba pasando. Por qué Ezio le había hecho daño, por qué quería matarlo... hasta hace poco habían escapado juntos.
Y entonces el sirio volvió a estar en sí, con un furioso grito proporcionado por el ahora maniático joven.
—¡TE FUISTE!
Altaïr negó con la cabeza, y su mano libre la pasó por su cara, quitando el exceso de agua que corría en ella, obsesivamente, reordenándose una vez más interiormente, soltando su respiración por la boca. —Ezio, escucha, date cuenta de lo que estás haciendo. ¿Mataste a gente antes de llegar hasta aquí? ¿Por qué?
Ezio gruñó con rabia, como si esa palabra le afectara por dentro. —Tantos han muerto en nuestras manos...—, pero luego pareció hablar para sí, se sumergía en sus pensamientos, y comenzó a sollozar. —Yo no quería... no quería que me dejaran, ¿Por qué me hacen esto?
—Ezio...—, susurró intentando formar tranquilidad en sus palabras, aprovechando ese extraño y por no decir retorcido momento de fragilidad por el que pasaba. —Tu nunca has hecho eso. Nunca has querido matar inocentes. Siempre has protegido de ellos... Ezio nunca haría algo así.
Aquellas palabras que Altaïr decía, parecían hacer efecto en Ezio, pero de una forma negativa, como si lo consumiera la paranoia. Comenzaba a respirar con agitación, como si se comenzara a fatigar, y gruñía, quejumbroso, las lágrimas rodaban por su rostro, llevando sus dos manos a su cabeza, no queriendo escuchar, se tiraba el pelo, dolía. Parecían de algún modo funcionar las palabras, por lo que él comenzó a gritar.
—¿Crees tener el coraje de decirme eso? Qué risa me da, ¿No hiciste tú lo mismo con el hermanito de tu compañero? ¡Yo me sentiría miserable! ¡Estúpido! Tan solitario...
Esas palabras llegaron tan profundo, hasta las entrañas de Altaïr, que parecía no soportarlo, y sus ojos comenzaban a pinchar como agujas, y las lágrimas amenazaban con querer irrumpir su desespero, y quebrarlo. No podía atacarlo. No podía. Pero lo estaba buscando. Y seguía sin poder comprender su reacción, como si hubiese sido poseído, y aquello que tenía adentro, quería tomar a Altaïr también.
Fue entonces que Ezio comenzó a reponerse levemente de aquello que pareció ser lo más cercano a un ataque de pánico, resollando aún, como si su cuerpo entero hubiera sido molido a golpes, y su figura no se pudiera reconstruir y erigir.
Era algo en el cuerpo del florentino, una tuortuosa lucha interna, intentando escapar de él mismo.
Sin embargo, él comenzó a sonreír de a poco, y probablemente su mente retorcida ideaba otra situación. Su cuerpo parecía reconstruirse de mejor manera, y malintencionadamente, con una fingida afabilidad, ladeo su cabeza al ver los ojos del sirio cristalizar. —No llores, no llores. No me importaría nada más... lo que hiciste es grave, me daría miedo que me hicieran eso... pero... tu no harías eso conmigo, ¿Cierto? Nessun problema. Está bien... —, susurró cantarín el florentino, y sus expresiones parecieron ablandarse, comenzando a caminar con lentitud hacia Altaïr, quien había vuelto a concentrarse en la situación, y con rechazo, había comenzado a retroceder, alzando su espada. — Ven, acércate a mí—. Dijo, alzando su mano a él, para consolarlo. —Perdón por decirte aquello tan hiriente. Ven, abrázame.
Su mirada, por un segundo, pareció expresar a ese dulce Ezio, sus cejas se arquearon hacia arriba, como si demostrara compasión, dulzura, cordialidad, amor. Lo hacía bien. Pero Altaïr desconfiaba. No le gustaba ver ese guante manchado en sangre, ese rostro salpicado en sangre. Sus pasos parecían demasiado cuidadosos, y sus palabras dulces y persuasivas, al igual que su rostro, tan amenazantes. Eran sus ojos, eran lo único que no cambiaba de aquel que lo poseía.
—Aléjate, o tendré que defenderme.
Y Ezio se detuvo, como si respetara su decisión, o tal vez, como una ruptura en su corazón. Eso pareció ser sólo un segundo, cuando su expresión cambió nuevamente. Su ceño se frunció de forma gradual y sus labios fueron ahora rectos, a la vez que su mirada volvía a brillar con decepción, ira. —Sé que siempre me odiaste...
—Jamás podría odiarte...
—Yo también te odio... —, continuó, como si no lo hubiese escuchado. —Lo hago, tanto. Me dejaste atrás, para que me mataran... no te importó, y ahora que lo estoy... Me pareces tan débil, que hasta podría matarte yo.
Altaïr soltó un suspiro tan profundo como si un puño hubiese golpeado su estómago, y tan pronto como lo asimiló, su atacante se abalanzó a él entre la lluvia, sacando sus cuchillas.
Se defendió protegiéndose con su espada ante cada corte que se le era propinado, haciendo temblar la espada firme en su mano. En ningún momento se atrevió a atacarlo, y eso parecía enfurecer más a Ezio, quien golpeaba más y más fuerte intentando desestabilizarlo, queriendo provocarlo. Altaïr podía retroceder, moverse a los lados, quizás lo contra atacó en más de una oportunidad, rompiendo más de una defensa, y empujándolo, alejandolo de él para un respiro de unos segundos, pero jamás tuvo el valor de blandir su espada en él.
En un momento, en su desconcierto y poca concentración, tal vez en su cansancio, probablemente no había estado seguro si había resbalado con los adoquines mojados por la borrascosa lluvia, pero Ezio hizo que su espada volara por los aires, cayendo lejos de él.
Con ambas manos el florentino tomó desde las cienes la cabeza de Altaïr y con la mayor de sus fuerzas, le propinó un fuerte cabezazo, dejándolo aturdido una vez fuera, y así finalmente, lo lanzó al suelo. Altaïr cayó, demasiado atontado con el golpe para reaccionar, llevando su mano ante el dolor, dándose cuenta que su nariz sangraba, seguramente la había quebrado. El suelo parecía moverse más de lo normal ante sus ojos.
Ezio jadeaba, y una vez más se repetía aquella espeluznante imagen del aire caliente salir de su boca abierta, cada vez que respiraba. Su cabeza sangraba demasiado causa al golpe, y esa misma sangre pasaba por su ojo, incluso pintando parte de sus labios, resbalando con el agua, pero parecía no dolerle en absoluto, sino, querer seguir con el intento de terminar con Altaïr. Sus ojos giraron siniestramente hasta el sirio, y comenzó a caminar hasta él, desenvainando su espada y empuñándola hacia abajo, como si se tratara del final de un sangriento ritual, aunque, lo que lo hizo más extraño aún, fue que de sus ojos comenzaron a brotar perladas lágrimas, las cuales se fueron combinando con el agua y la sangre, que también caían por la punta de su nariz y mentón, como su mojado cabello. —Yo no quiero hacer esto...—, gimió Ezio, mirándolo, y sus ojos parecían sufrir, desorbitadamente, a la vez que alzaba por sí solo sus brazos con la espada empuñada.
—No lo hagas...—, susurró Altaïr, buscando con sus ojos al verdadero Ezio, a ese niño que lo llenaba de alegría, buscando una esperanza. No podía moverse, sentía como si lo amarraran al suelo.
—Altaïr...—, lloró Ezio, con su mandíbula tan apretada que parecía doler, mostrando sus dientes juntos, gruñendo, como si intentara luchar consigo mismo una vez más. Sus ojos, tan grandes, cuales brillaban con un amarillo intenso por el brillo de las antorchas, con ambas pupilas tan pequeñas que hacían de su rostro un completo loco.
Entonces Altaïr pudo ver contra lo que Ezio estaba intentando luchar. Pudo ver detrás de él dos grandes manos de aquellas sombras, sosteniendo sus brazos, guiándolo para apuñalar al sirio delante suyo. Pero no podía hacer más.
—Perdóname...
Y al haber sentenciado su disculpa, blandió su espada con fuerza a Altaïr, quien cerró sus ojos, sin poder reaccionar a más, haciendo que su cuerpo se entumeciera por completo, como un golpe de adrenalina que lo llenó de arriba abajo.
Era el miedo máximo que lo había hecho reaccionar, como a la caída de un precipicio, haciendo que sus ojos se abrieran y su cuerpo se inclinara frenéticamente hacia adelante después de una electricidad que le hizo saltar. Pareció retumbar todo el lugar, como si su escándalo pudiera despertar al mundo entero.
Comenzó a jadear, mirando hacia todos sus lados, aferrando sus manos al suelo, para luego tantear su cuerpo en busca de alguna sangrienta herida... hasta darse cuenta. Estaba sentado sobre un colchón de sabanas blancas, en medio de la oscuridad, respirando con agitación, y con una capa de sudor frío en todo su cuerpo, el cual, se encontraba desnudo. Observó a sus piernas, sólo enredadas por una sábana blanca desordenada, como si hubieseestado infinitamente tratando de huir. Seguía en Monteriggioni, en la Villa Auditore, en la habitación de Ezio, en su cama.
—¿Altaïr? —, había dicho esa voz, esa somnolienta voz.
El llamado miró a su lado, para ver a aquel muchacho florentino, de torso desnudo, con el cabello suelto cayendo por sus hombros, y con los ojos entrecerrados, cuales frotaba con una mano, apenas despierto. Su rostro real, y angelical era visto por los ojos del sirio con impresión, y él lo notó, un poco extrañado, pero decidió ignorarlo.
—¿Estás bien? Qué alboroto fue ese, es demasiado tarde aún, y...
Sin poder terminar su confundido reclamo por haberlo despertado, el sirio se abalanzó a él y lo abrazó con fuerza, escondiendo su rostro en el cuello de Ezio, del cual su cerebro iba a mil por hora al intentar entender la reacción de ese loco sarraceno. Giró sus ojos en dirección a Altaïr, con una expresión de confusión extrema, perplejo, sin poder corresponder ese caluroso abrazo aún.
—Sigues siendo tu...
Ezio por un momento miró hacia el frente, intentando entender, arqueando una ceja, dubitativo. —¿Creo que sí? Hace poco hicimos el amor, así que creo no haber cambiado mucho...
Y su tono burlesco, aunque no lo hubiese sido tanto, hizo que Altaïr riera con un gigantesco alivio en su pecho. —Lo sé, lo sé... Sólo tuve una pesadilla...
Entonces Ezio entendió, y sonrió ampliamente, para luego abrazarlo con sus fuertes brazos, y hacerlo tender en la cama nuevamente, como a la vez, usaba una de sus manos para acariciar el cabello castaño claro del sirio cual cachorro de gato. —Oh, mi dulce Altaïr, mi dulce Altaïr—, cantó Ezio amorosamente, dándole un beso tras otro en su frente en el intento de hacerlo calmar, acorrucándolo en sus brazos. —Tu también tienes miedos, me hace tan feliz—, bromeó con una risa jocosa, al igual que su sonrisa en sus labios, tanteando el hecho de que el sirio siempre se mostrara fuerte e indestructible frente a él.
—De perderte, bastante...
Y esas palabras sólo hicieron que Ezio la acobijara más en sus brazos. Así ambos se quedaron abrazados en la oscuridad, con sus piernas entrelazadas y enredadas entre las desordenadas sabanas que sutilmente alcanzaban a tapar sus piernas o caderas descubiertas. Y con aquella sensación de alivio, se quedó escuchando el vivo corazón de Ezio latir en su pecho, para poder quedarse dormido otra vez.
Pd: Y agradecer a mi querida StriderMarie164 quien me ayudó a formar un poco esta historia. Es una gran y detalladora escritora que recién se está iniciando en watt, y que ahí sus historias y como escribe... es mi diosa.
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