Día 12. Abrazo de Espaldas
AU Actualidad.
Altaïr siempre, todas las noches, trabajaba arduamente conjunto a un foco bien luminoso y miles de libros y documentos de trabajo, sobre una amplia mesa de vidrio cubierta por papeles y su laptop. Era ese tipo hombre que jamás se despegaba de su trabajo. Trabajador y emprendedor, aquello a lo que llamaba pasión por la arqueología, también le agotaba, y sus documentos llegaban a ser tan extensos como sus horas de trabajo, pero siempre sin dejarlos incompletos; lo quería exactamente todo a la perfección, y como quería perfección, no quería ruido obviamente, así que Ezio, muchas veces tenía que silenciar para no desquitarlo de su concentración.
El italiano, entonces, muchas veces lo veía trabajar en sus proyectos, o si no, a veces le hacía momentos de compañía.
A veces, llegaba con comida china que pasaba a comprar y se lo dejaba al lado de sus trabajos, y se sentaba en un sillón cerca de él, con el fin de quedar a su vista y poder sonreírle mientras que el árabe, entre que trabajaba, y a penas tocaba su comida. A veces quería cocinar para ambos, pero pensaba que no tendría el tiempo suficiente siquiera para disgustar su comida.
A veces era hasta triste todo el trabajo que tenía que hacer, y no había tiempo para ellos dos.
Ezio también quería tiempo para ellos dos, pero no siempre lo conseguía.
Cuando llegaba de clases, al fondo del salón veía al sirio tomando fotos de sus pequeñas figuras arqueológicas sobre lo que parecían manteles blancos estirados sobre sillas para darles su limpieza y profundidad (explicaba él), y luego trabajaba rápidamente en su computadora y en más papeleos a mano. Muchas veces Ezio dejaba caer su bolso en la entrada y caminaba hasta él, abrazándolo desde la cintura por detrás en los momentos en los que estaba de pie leyendo alguno que otro libro para sus guías. Besaba su cuello ligeramente, y le decía cuanto lo había extrañado.
"—Estoy muy ocupado—" decía Altaïr en su señal de que no era momento para tener la ansiada intimidad.
Entonces Ezio buscaba con su mirada a la alfombra, como si su dignidad estuviese ahí, o en alguna partícula de polvo, estuvieran los antiguos días que le traerían de regreso esos gustos. Simplemente suspiraba con una media sonrisa, recorriendo sus manos por la cintura del sirio hasta sacarlas de ahí, y poner sus manos en sus propias caderas, mirando aún al suelo, o pasando un dedo bajo su nariz, esnifando para romper algo de hielo. "—Veré si hay carne. Quizá con pommes duchesse no quedaría mal."
Decía Ezio, poniendo su mano en el hombro del mayor, y apretándolo ligeramente para regalarle algo de fraternidad y apoyo en su arduo trabajo, trayendo las cosas a la normalidad junto a una grata sonrisa a la cual Altaïr agradecía.
Todo era tan normal que lo abrumaba.
Sin embargo, una noche, Ezio, tras finalizadas sus clases en la universidad, partió directo a un bar, sólo para pasar un rato. La verdad es que lo estaba frecuentando de a poco, y uno que otro shot no era tan malo, y las buenas conversaciones, pero esta vez fue sin el mero discernimiento de que acabaría llamando a un taxi.
No pudo calcular bien cuantos shots se había bebido, pero mental y torpemente, se creó un juego, diciendo que las veces que no acertaba la llave a la ranura, era la cantidad de tragos que había tomado. En total, fueron once, hasta que de suerte, acertó.
Había entrado, tirado las llaves en el mueble del costado a la entrada del departamento, cual tenía un espejo, y se miró el rostro por un momento. No deseaba mucho que Altaïr lo viera así, y no sabía si era porque al caminar desde donde el taxi lo había dejado, había helado su cara, pero estaba pálido y mareado.
Notó, al fondo del salón entre las sombras, que Altaïr seguía ahí. Podía calcular con lo restante de su noción, que al menos eran las dos de la madrugada, ¿Y Altaïr seguía trabajando? Qué bazofia.
Intentó caminar sin chocar con ningún mueble, porque Dios santo que tenían muebles. Altaïr ganaba un buen sueldo, y le gustaba el lujo y los toques antiguos, y aquellos muebles de madera perfectamente barnizada con retoques de marfil eran hechos precios remunerados para ambos. Desgraciadamente, a Ezio le pareció que habían mil muebles por el mismo camino, y había chocado con cada uno de ellos, intentando no botar ninguna de las figuras arqueológicas de Altaïr, porque sabía que se enfurecería, o ninguna cosa de valor, que nada cayera e hiciera ruido.
Un jarrón de cerámica estuvo a punto de caer incluso, pero en cuanto iba pasando, su cuerpo dio justo con él, y si no fuera por su lento cuerpo en el cual se apoyó este jarrón, probablemente ya estaría durmiendo con algún vagabundo en la calle. Lentamente intentó situarlo en su posición, cuando escuchó movilidad de un lado.
Fue el sirio quien se había asomado entre la oscuridad. —¿Qué haces? ¿Hasta ahora tuviste clases?
Ezio sólo le sonrió con los parpados entrecerrados ante aquel que le fulminaba con la mirada. Por una u otra razón, con su mente no totalmente perdida en las toxinas del alcohol, pensó que si no hablaba, se le notaría menos los efectos que justamente no quería demostrarle.
Finalmente, entró a la sala de trabajo de Altaïr, apoyándose en el umbral de esta, observándolo trabajar con los brazos cruzados.
El sirio, delante de su escritorio, se volteó en su silla con cansancio, y lo miró con extrañeza. Sinceramente, no era común que alguien llegara a las dos de la madrugada, botando cosas por el camino, para acabar silencioso, de brazos cruzados, postura autoritaria, apoyado en la pared bajo el umbral de tu sitio de trabajo.
—Creo que es más que claro que no acabas de salir de clases—, dijo Altaïr, moviendo ondulatoriamente sus hombros sin dejar de mirar, de arriba abajo al italiano en frente suyo.
—Creo que está más que claro que alguien aquí no acaba con su trabajo—, respondió incoherentemente el italiano, y fingiendo hastío, uno exagerado, con voz temblorosa, y caminó finalmente entrando a la sala, pasando por detrás de Altaïr, quien nuevamente se acomodaba en su sitial de trabajo.
Y al parecer, que de cierta manera, esas palabras le habían llegado al sirio, pues no dijo nada, hasta que se levantó de su silla, dejándola a un lado, para buscar en unos cajones cercanos unas carpetas. Fue cuando el italiano, en un leve tropiezo, había abrazado a Altaïr por detrás, sujetándose ligeramente en él, aplastando su rostro contra su ancha espalda. Aspiró profundamente el aroma de la camisa azul del sirio, y le encantaba que no fuera la típica camisa formal de trabajo. Era justamente una camisa de mangas cortas que por delante tenía el logo de NASA, y le encantaba como se veía. En ese momento, realmente le encantaba como se le veía. Quizá le hacía ver más voluminoso de cuerpo, o quién sabe, pero Dios que alucinaba.
—Estás ebrio—, declaró finalmente el sirio a lo que no quería declarar, en cuanto olió el con tan sólo respirar del italiano quien puso su mentón en el hombro de este, como si de su cuerpo emanara el olor a alcohol.
—¿Y? — Respondió Ezio, apretando más su abrazo al sirio, sin querer dejarlo ir.
—Y que mañana tienes clases, no quiero verte después con resaca. Estás ya a exámenes finales para acabar tus estudios—, le había gruñido, sabiendo que pelear con un borracho, o, mejor dicho, pelear con un Ezio Borracho, no era nada fácil, sobretodo, porque la terquedad aumentaba al doble.
Como odiaba la terquedad de Ezio no borracho.
—Mañana no hay clases, sciocco—, rió el italiano cerrando los ojos y moviendo lentamente su cabeza de un lado a otro, sintiendo como el mundo se le iba de cabeza y casi se levaba a Altaïr consigo.
—Entonces vete a dormir.
El italiano giró su cabeza para apoyarla con la del sirio. Sus manos se movieron hacia arriba, abrazando su pecho, y apegando más su cuerpo al de él. —¿No puedo quedarme contigo?
—No quiero distracción—, había declarado el sirio, colocándole aquello como un serio y difícil obstáculo que sabía no podría cumplir.
—Bene, no ruido—. Había asentido el italiano en su propio decreto, con una divertida sonrisa de ojos tornados, liberándolo de su agarre, para retroceder con dos desequilibrados pasos, y dejarse caer de espaldas sobre el sillón negro que ambos tenían.
Y allí se quedó, ladeando su cabeza y sonriéndole con ingenuidad y pereza, quizá hasta con demasiado sueño para seguir despierto y esperar algún tipo de milagro, que eso era lo que hacía. De vez en cuando, en medio de los silencios, Altaïr le preguntaba cosas como el donde había estado, o porque había demorado tanto, siempre de manera asertiva, y Ezio le respondía luego de algunas pausas en sus esperas, siempre esperándolo, siempre de manera corta. "Por ahí", "Beber". "—A penas sí me miras." Había dicho en un momento.
"—¿Debería?—" Había respondido el sirio con su característica soberbia, bastante punzante, a decir verdad, para recalcarle lo anteriormente dicho "No distracción".
Y luego de eso, sólo hubo silencio, y no hubo más que silencio de ahí en adelante.
Pero Altaïr estaba también preocupado por él, y de vez en cuando lo miraba de reojo, preguntándose cómo es que había acabado así, si habrá bebido en la calle o en algún bar, o si era acaso que lo tenía tan apartado causa a su trabajo, que iba a esos lugares para no molestarlo mucho. No podía negarse el ligero pesar que sentía al no poder complacerlo de alguna manera por el poco tiempo que tenía, y sin embargo, Ezio siempre estaba ahí, contándole como fue su día, preguntándole como estuvo el suyo, haciendo comida para ambos, y aportando con su compañía hasta que sus ojos no dieran más. Incluso muchas veces llevaba sus cosas a ese salón para estudiar mientras Altaïr estaba en lo suyo.
A veces, no entendía como era que quería tanto a ese italiano, y que no fuera un poco capaz de demostrárselo.
Llegó el momento en el que cesó con su trabajo, y apretando el puente de su nariz, con sus dos dedos, y soltando un suspiro cansado, cerró su laptop y le pareció que cuando lo hizo, la luz se desvanecía como en pequeñas partículas, quizá de lo encandilada y cansada que estaba su vista.
Se giró con desaliento al sillón, y con el silencio había dudado de que el italiano estuviera aún ahí, pero ahí estaba, recostado aquel joven de veintitrés años cual parecía niño de diez en su posición. Se había dormido en su espera, y acorrucado, intentaba mantenerse al margen del frío.
En un suspiro, negó con la cabeza y usó sus brazos para cargarlo. No era tanto su peso, pero como era peso muerto, y de borracho, claro, era el doble.
Lo llevó hasta la cama y ahí lo tumbó cuidadosamente. Tan dormido estaba, que ni en el camino lo notó despertar. Con su debido y pausado tiempo, le quitó la ropa y lo enfundó bajo las sabanas, y pronto, él hizo lo mismo consigo, y era en estos momentos, como los de cada noche, cuando veía a un italiano dormido, sumamente relajado en sus propios sueños, y lo observaba, y a veces, acariciaba su cabello, quitándolo del camino para poder ver su placido rostro, intentando siempre descubrir por qué él era así. Tan tierno. Y por qué él mismo era tan tonto.
Sintió que ni siquiera quiso que el italiano se volteara para acomodar su posición, pero lo comprendía, eran los deseos de sus más profundos estados de sueño; pero él disfrutaba mirándolo. No lo pensó mucho, y arrastrando su cuerpo por la corta brecha que los separaba, situó su cuerpo tras el de Ezio, y pasó sus manos por su cintura y vientre, y lo abrazó, atrayéndolo más a él, abrazándolo por las espaldas, para demostrarle que lo quería mucho también.
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