Día 10. Una Cita en la Noche
Esta es la música perfecta para una cita perfecta, pero si desean escucharla y ambientarse con esta, les dejé la indicación en el momento exacto que debe ser puesta un poco más adelante.
¿Cuál era la definición de cita, exactamente?
Era una pregunta que tenía muchas incógnitas, o muchas definiciones, quizá. Siempre dependía de la cultura.
El amor pasional es una construcción de la Europa. Pero en todo lo que era llamado Oriente, era concebido como placer, como simple voluptuosidad física, y la pasión, en su sentido trágico y doloroso, que no solamente era escasa, sino que además, y sobre todo, era despreciada por la moral corriente como una enfermedad frenética.
Si había una familia, muchas veces era solamente por el hecho de elevar el estatus social, lo demás, era sólo para satisfacerse, al menos en la mayoría de los casos.
La vida amorosa en Sira, Ezio había entendido que era difícil, no por las mismas palabras de Altaïr, sino por algunos escritos que él había dejado. Que en Masyaf, no sabías como amar a una mujer, sólo tener sexo con ella para procrear un legado... pero en Italia... en Italia era diferente...
En Italia, esta definición de cita era mil veces más diferente, y a pesar de que no muchas veces existía el libre albedrío en la gente de todas sus clases, estos europeos iban a cantar serenatas bajo las ventanas de sus amadas, y les prometían el amor cortés para toda la eternidad, así es, aquel amor noble, sincero y caballeresco. Los trovadores parecían satisfechos con poder enseñar el lazo o una joya de su dama. Era un amor ferviente, absoluto, imperativo, irresistible y era compatible con el matrimonio, y muchas veces, si esto no se podía llevar a cabo, escapaban juntos. Quizá, el poder máximo realmente era el amor en estas lejanas tierras, lo que rompía incluso toda norma eclesiástica. La potestad de obrar por reflexión y elección se hacía.
Las parejas muchas veces mostraban su amor en las calles. En Florencia, por ejemplo, en el Ponte Vecchio, aquel sobre el río Arno, se podían ver candados atados por todas partes, sobre todo en el enrejado que impedía la caída de algún aventurero. Cada candado era una muestra de amor. En Venecia era parecido con el puente Rialto: También habían marcas de amor por todas partes.
Los jóvenes y los adultos siempre de amaban, y siempre se mostraban en los centros de comercio donde participaban en grandes bailes y preciosas veladas. Los hombres siempre llevaban a sus mujeres a un romántico paseo sobre góndolas por cada canal veneciano, u otros bailaban maravillosas tarantelas. En estos lugares, parecía todo casi perfecto en ese ámbito de vida.
Aunque muchas veces, esto era muy menudeado para cierto Italiano, teniendo tantas otras cosas que mostrar.
Una tarde, ambos se habían tendido en un tejado realmente rojo, que contrastaba con los colores naranjos y rosados del cielo. Eran vísperas de año nuevo, los carnavales abundaban, y no tenían una idea de lo que hacer. Sólo mirar al cielo y suspirar.
Hubo un momento, en el que un milano negro pasó surcando las nubes y las iglesias, girando en la cruz de una, para acabar posándose ahí, descansando en la punta de esta cruz y extendiendo sus majestuosas alas, como si estuviese a punto de realizar un salto de la fe, y así, el ave dejó caer su cuerpo para que en un segundo de giro en el aire, retomara su vuelo magistral y dotado de hermosura con tales habilidades aéreas, guiándose por las corrientes del suave viento salado de Venecia.
Era tan relajante como precioso.
—Auditore— había llamado aquella silenciosa voz que por lo general siempre estaba guardada. —¿Te has preguntado, alguna vez, cómo es que lo hacen las aves para volar?
El florentino había girado su cabeza tardamente, esperando encontrarse con unos ojos dorados y penetrantes mirándolo, pero al contrario, sólo vio el perfil de aquel sarraceno sumido en la observación de aquel arte etéreo, con un gran arrobo, siempre curioso por las incógnitas.
—La verdad es que no mucho.
—¿Nunca te has preguntado cómo se sentiría ser un ave? ¿Qué se sentiría volar?... Sentir el aire en tu rostro, tener el poder de los cielos en tus propias alas.
Una sonrisa destacó en las facciones de Ezio. Su descripción sonaba exactamente a como se sentía. —Es hermoso.
Altaïr asintió con la cabeza, siempre circunspecto, aún sin despegar la mirada de las nubes con sus dos manos en la nuca.
Sin embargo, Ezio se giró completamente de cuerpo, siempre con su sonrisa en el rostro. —Aguarda para esta noche. Quiero llevarte a un lugar.
El sirio alzó una ceja ante lo que sus oídos escuchaban, y finalmente giró su cabeza, quitando las manos de su nuca, y al girar, vio la sonrisa en el rostro del florentino.
A Ezio le pareció ver impresión en su rostro.
Quizá qué se le ocurría al florentino ahora.
Esa misma noche en promesa, los petardos habían estado golpeando el suelo con escándalo, y los cielos, atronadores; llenándolos de colores, asombros y risas, y dos siluetas brincaban por los tejados con maestría que sólo unos pocos poseían. Ezio había notado en la mirada del sirio, y en la intensidad de su velocidad, que algo extraño pasaba, y Ezio lo ignoraba. Altair había observado sobre los tejados y casetas grandes hogueras en platillos metal, encendidas, flameando un elegante fuego naranjo. Había vuelto a mirar a Ezio, buscando en su mirada algo que le respondiera aquello.
Quizá Ezio sabía si era algún símbolo de que avecinaba batalla contra grandes enemigos o no, no lo sabía.
Ambos se detuvieron ante los pies de una torre alta sobre el actual tejado en el cual se encontraban. De esta torre, o al menos, de esta cara de la torre, colgaban largas cuerdas y ascensores de madera con aquellos extraños y evolucionados mecanismos que solo ese da Vinci podría crear.
—¿Por qué estamos aquí? — Había preguntado el sirio, al observar como el italiano amarraba unas cuerdas alrededor de un soporte y tirando de otras. No dejaba de observar aquel ascensor de más arriba. No es que no hubiera de esos en Masyaf...
...Bueno, no construidos con tal precisión, pero habían unas cosas que asemejaban a estos desde que Altaïr los vio. Unas planchas de madera sujetadas a cuerdas, que mediante primitivas poleas, podían subir y bajar.
Esa era LA tecnología de ese Medio Oriente.
Sin embargo, ambos hombres escalaron ladrillo por ladrillo, saliente por saliente de tan alta torre, hasta llegar a la cima. Era una gran base de madera, y no un tejado de piezas de cerámicas, como el sirio habría esperado. Y tampoco esperó ver a otra persona más allí arriba.
Al tener los pies sobre la base, Ezio sonrió ampliamente a la persona que se le había acercado a un paso rápido y siempre sonriente. Altaïr ya lo había conocía. —Leonardo— cito, para luego abrazarlo más que amistosamente, sino bien, familiar.
—Mio caro amico!—, sonrió el rubio, haciéndole de paso una animosa reverencia a Altaïr, quien le correspondió la reverencia, siempre frío de expresión, asintiendo con la cabeza. Pronto, miró a Ezio, y sus ojos celestes comenzaron abrillas con magia, como siempre lo era cuando hablaba con él y de sus inventos, siempre con una gran sonrisa —He hecho unos cuantos arreglos a la macchina volante, los suficientes para que pueda resistir un poco más de peso, pero para esto, me temo que el copiloto no sólo tendrá que mirar, sino también, maniobrar.
Ezio amplió su sonrisa, y con eso, se volteó al sirio, quien observaba aquel gigantesco artefacto de grandes alas como las de un murciélago, solo que en tamaño gigante. Lo había rodeado en un lento paso, curioso y atento a aquella maquina dotada de elaborados mecanismos, cables, poleas y palancas, y se le hacía imposible creer lo que sus ojos veían, eso jamás visto. Con detenido movimiento, llevó su mano a una de las gigantescas alas, y ahí colocó su palma, sobre lo que parecía ser cuero seco de animal entre cada larga vara de madera que era separada por este.
—Fue un proyecto que duró muchísimos años, ¿Sabes? — El rubio había estado observando con Altaïr su trabajo, orgulloso de este, y de que el extranjero lo viera. —¿Has visto alguna vez las patas de las ranas? ¿De los cocodrilos o lagartijas? Cuando entran a las aguas, las membranas que tienen entre sus dedos, les ayuda a impulsarse allí dentro, bien entonces, como lo es el agua una masa, el aire también. Y el cuero, o bien te detiene sobre el aire, o te mantiene en planeo, tal y como a las ranas en el agua—, había explicado, con sus labios ocultos en una sonrisa emocionada, balanceándose en sus propios tobillos.
—¿Este trasto es para volar?—, preguntó con una oculta sorpresa el sirio, alzando una ceja al mirar al artista, quien le asintió solemnemente con la cabeza. Altaïr entonces, miró a Ezio lentamente, quien lo había estado mirando con argucia en su sonrisa y de brazos cruzados, y supo que el corazón del sirio comenzó a palpitar con fuerza, así como si fuera una conexión entre ambos, porque así era cuando comenzaba a respirar rápido, intentando controlar sus latidos, sin haber estado corriendo.
El momento de equiparse fue breve. Mientras Leonardo revisaba algunos mecanismos de la máquina para que nada fallara en vuelo, el sirio había estado caminando de un lado a otro, intentando que no fuera vidente, pero que obviamente mostraba estar nervioso, siempre en silencio, y Ezio lo había estado observando, apoyado contra el barandal de un extremo allí, mientras dejaba que Leonardo hablara y hablara, pero en realidad, Ezio estaba también perdido en sus pensamientos.
La primera vez que probó la maquina voladora, había sido un desastre. Había acabado rasmillado y golpeado, astillado por completo gracias a la maquina que se había estrellado en una casa, pero luego solucionaron el tema con las hogueras. Ahora, le preocupaba el peso que esta podría tener, pero había pensado, que la cita perfecta para ambos (después de muchas otras), sería justo en estas fechas, en esa ciudad, y en ese lugar, con ese artefacto.
Sabía que Altaïr era un hombre que gustaba demasiado del riesgo y la aventura, pero pensar en volar, sólo habría sido en sueños para él. Vamos, ¿Quién en su vida, podría volar como los pájaros? Un salto de la fe, no podría compararse con eso tampoco. Entendía que ese sirio estuviera nervioso. Él también lo estaba, no quería que acabaran estrellado una vez más en la misma casa, pero quería cumplir el sueño de aquel sirio que había robado su corazón.
Cuando todo estuvo listo, el florentino castaño caminó a la par con Altaïr. El espacio era suficiente para ambos entre las vigas de esta máquina, y Ezio le explicó, con tranquilidad, las cosas que debía hacer antes y después cuando estuvieran en vuelo. Tendrían que correr juntos para impulsarse, y al contar hasta tres, saltar junto con la maquina y colocar los pies en la viga trasera. Juntos miraron la ciudad de Venecia, la luna llena y los fuegos artificiales, con los corazones palpitantes y quizá, asustados. Era el suicidio, si nada salía bien. Si las alas no soportaban el peso, podrían matarse en el duro suelo. Leonardo incluso se los había advertido, pero quizá, lo que tenían ambos en común, era la curiosidad, el deseo de sentir más allá de lo que era el peligro.
(Impartir música desde aquí)
Ezio tomó la mano de Altaïr, quien había estado perdido en sus pensamientos como si este fuera el comienzo de un sueño... o una pesadilla, en todo momento con casi una caótica mirada. —No te preocupes—, le dijo, apretando su agarre ante una sonrisa para entregarle confianza. —Serás un ave ahora.
Los ojos dorados del sirio, expandidos de par en par, fueron mirando desbordantes luego toda la ciudad, y pareció, con esas palabras del florentino, querer comenzar a retroceder y no lanzarse a la vida. —Auditore...— pero antes de que pudiese decir algo, el nombrado había comenzado a correr por la plancha de salida con fuerza, y las piernas de Altaïr, también, ante el empuje de la gran máquina. En un momento, sus piernas intentaron detenerse, pero era el poco equilibrio que tenía en su cuerpo en ese momento sin poder reponerse mientras Ezio corría, y la adrenalina que estaba comenzando a correr por sus venas.
—Un! — Había dicho Ezio, en total valor.
—Ezio...— volvió a llamar el sirio, arrepentido de la decisión.
—Due! —
—¡No es una buena idea!
—Tre!
Y entonces, los pies de ambos se despegaron del suelo, sintiendo como sus tórax eran presionadas contra la viga principal en cuanto las alas golpearon con el aire... pero había sido un mal golpe. Las alas, inclinadas hacia abajo, y con el aire conduciéndolas irregularmente, la maquina comenzó a ir en descenso, y de descenso, en una tenebrosa picada. Peligrosamente en el peor de los estados, con siniestras turbulencias del viento cuales hacían rechinar horrorosa y dolorosamente a la maquina entera, y casi parecían que iría a destruirse ante tal lóbrego declive, y con ellos dos encima.
Eran dos situaciones: Intentar inclinar un poco ante las empecinadas turbulencias del viento y aire la maquina y poder alcanzar una hoguera, o morir en el intento.
Fue entonces, cuando Ezio lo hizo, y en menos de un segundo de terror, el fuego abrazó sus cuerpos, y la maquina rechinante, se elevó gloriosamente sobre todo lo que en algún segundo se pudo ver desde el suelo.
Altaïr, abriendo lentamente sus ojos, con el aire golpeando su cara, vio la ciudad de Venecia a metros bajo su cuerpo. Comenzó, con su mirada, a recorrer las alas de la maquina, cuales se mantenían rectas e intactas, con el aire pasando por entre ellas. Los desenfrenados latidos de su corazón comenzaron a descender ante la preciosa calma que se había comenzado a generar. Miró a Ezio, quien maniobraba con seguridad la maquina, con una dulce y preciosa sonrisa en sus labios, y Altaïr, al observarlo con detención, por un segundo, sintió la necesidad de querer besarlo, pero no quería causar un desequilibrio en el gran monstruo de madera, así que junto a él, maniobró.
La maquina fue girando suavemente a un lado, pasando por al lado de una alta capilla, jugando con sus alas rectas al aire en la dulzura de la noche, y de nuevo, pasaron sobre una hoguera, y la poderosa máquina, se elevó en los vientos ante las más altas iglesias, y la luna llena, y los fuegos artificiales se mostraron nuevamente delante de ellos.
La ciudad iluminada, era preciosa y sin igual, ni Masyaf podría ser comparado con tal belleza. Nunca nadie podría haber esperado a ver algo como eso, algo que no tenía precio. Poder volar como un ave, sentirse como uno, sentir el viento en tu rostro, sentirte libre, y lo más precioso de todo, que nadie pudiera quitarte este privilegio. Altaïr nunca se imagino, que sus ojos podrían ver tanta maravilla como un águila lo hacía... Nunca pensó, siquiera, que podría volar, y no como si se tratase de un salto de la fe.
Muchas veces envidió la regalía de las aves, aquella divinidad que poseían, y lo tan maravillosa que era. Cuantas veces soñó con la mera idea de mantenerse en el aire, y poder habituarse a lo que exactamente estaba haciendo ahora. Menos se imaginó hacerlo con la persona a la que quería... y Ezio tampoco.
Muchas veces pensó en invitarlo, agasajarlo a hacer esto desde que comenzó a crear este sentimiento... por él, pero luego de ciertos sucesos, dudo en hacerlo. No sabía cómo reaccionaría. Sabía lo sarcástico que Altaïr era, y quizá hasta se burlaría de su idea. "¿Volar? Estás enfermo". Pero sin embargo, parecía disfrutarlo incluso más que él mismo.
Sin embargo sonrió para sus adentros, y miró a la ciudad, y por supuesto, a los guardias, que con sus arcos con fuego los apuntaban. Ezio lo había notado, pero le sonrió al sirio, quien había mostrado algo de preocupación en su rostro. No miedo, pero sabiendo que debían actuar cuanto antes.
—Nos conocen ahora como demonios voladores— Dijo Ezio, canalizando a un guardia que tenía lista la flecha para disparar. —Seamos demonios para ellos.
La mirada del sirio, en los ojos de Ezio se intensificó, pero no de modo de desagrado, sino más bien, en un modo de reto, como si fuera un "el que más guardias bate, gana" y ambos, inclinaron la maquina un poco hacia abajo y luego hacia un lado, esquivando una flecha de fuego que pasó rosando el ala izquierda del lado de Altaïr. El poderoso artefacto, con su rechinante sonido cual rugidos de furia, se fue acercando a tres guardias que habían bajado sus armas y comenzado a correr, para recibir las duras patadas de aquellos que nuevamente se elevaban en una hoguera más. Los guardias caían de esos muros, y el gigante armatoste, como un tenebroso dragón de los cuentos de hadas, encajó en la luna nuevamente con sus alas extendidas, filtrándose la luz de esta por su oscura silueta, y los guardias huyeron despavoridos.
La potestad era de ellos, y Altaïr rio con diversión, sintiendo Ezio como sonrojaba de a poco al mirarlo reír. Y una cita así, no podría ser mejor.
El corazón del florentino no podía latir más fuerte, y mirando a la ciudad en el tranquilo vuelo, alzó una comisura, mirando al sirio. —¿Te gusta esto?
Sentía que muchas veces le había preguntado aquello, con las mismas palabras. Viendo los carnavales tras la oscuridad de barandales. Viendo enormes paisajes de la Toscana, viendo hermosas ciudades de la Italia. Era casi como si una pregunta y la misma de siempre, pudiera convencerlo una vez más de que se quedara con él, en Italia.
El sirio lo miró con una media sonrisa y ojos a medio cerrar, respirando hondo. —Te lo he dicho. Muchas cosas carecen de belleza, a excepción de estas—, pronto, su cabeza la volvió hacia el frente, y respiró nuevamente hondo el aire, con su cabello claro revoloteando con el viento. —Jamás en mi vida pensé ver algo así, como esto. Sentirme tan libre.
—La cita perfecta, ¿No crees? — Rio Ezio, dándole un leve empujó con el hombro, haciendo que la maquina rechinara al moverse, como si se quejara, pero el sirio ayudó a acomodar el equilibrio, acostumbrado ya al uso de esta en el poco rato en el que habían estado.
—¿Ese fue tu plan todo este tiempo?
El florentino asintió.
—Es perfecta. Gracias, Auditore...
Ezio no pudo evitarlo, como Altaïr había querido, y se inclinó a un lado, haciendo la maquina girar con tranquilidad en el aire, y en la inclinación, acercó sus labios a los de él, helados por el viento veneciano, pero presionándolos suavemente, para profesarle la misma gratitud, por todas las cosas que había sentido junto a él, y en especial, esta.
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