Capítulo VII; Ofuscación
El ruido de las sirenas me despertó desconcertado, temiendo que aquello pudiera significar que venían por mí. Sentía la sangre seca de mi pierna como si fuera una cáscara que se partía con el movimiento, así como también una parte importante de mi cuerpo semi entumecido.
Me volqué hacia el costado y mire para arriba tratando de enfocar el espejo, aquel que, aún roto, se esparcía más por el suelo que por su respectivo lugar.
Recordé inmediatamente los golpes en la cabeza que tuve, que me provoqué.
- Briseida... —un escalofrío recorrió mi espina dorsal al escucharme— Si no soy Yannick, entonces soy Briseida, ¿Verdad? —pregunté a la nada misma, esperando que alguien me diera respuestas.
Yannick... tal vez por eso, cuando me alejaba del reflejo, este nombre me resonaba tanto. Tal vez por eso me molestaba escucharlo.
Yo... lo extraño, lo necesito.
Aun así, hubiera preferido quedarme en mi ilusión, en mi ofuscación de la realidad... o, mejor dicho, de mi inexistencia, pues ella no era otra que yo misma, no era otra cosa que lo que quedó de una Briseida quien, desesperadamente, llamaba a Yannick una y otra, y otra vez.
Una Briseida que se quedó sola y dejó de existir sin darse cuenta.
¿Acaso me encerré yo misma en el espejo?
¿Tan fuera de mí me sentía?
Pero, si es que siempre fui ella, si es que sigo siendo ella... ¿Por qué se siente tan lejano?
¿Por qué mis heridas no se curan para que me dejen vivir en paz?
¿Tanto quiere mi cuerpo que recuerde quién soy? Si es hasta mi mente la que ya no se siente como antes, ni tampoco el cómo quiso sentirse... duda de estar sintiendo en este mismo momento.
Pese a que me estoy levantando, pese a que el vidrio se está clavando bajo mis pies mediante que avanzo hacia el espejo, aun así sigue sin sentir.
Aunque me desgarre, la sangre fluya y yo me dé cuenta de que siempre fui la del espejo... no siento nada.
Nunca fui Yannick, él se fue.
Me dejó.
Pero tampoco soy Briseida, pues a ella la destruí, junto al vidrio roto, aquel día en el que decidió no reflejarse en el espejo y dejarme a la deriva.
Comencé a destruirla el día en que dejó morir a Calíope y no hizo nada al respecto.
¡¿Quién soy entonces?!
¿Alguien que huye de aquella misteriosa uniformada?
¿Alguien que no pudo salvar a un niño?
¿Que pasó siempre por encima de miles de cadáveres y pretendió no saber por qué es que caminaba de esa forma?
¿Que escuchó el último suspiro de vida en el aula magna?
¿Alguien que existe? ¿Que no existe? ¿Una ilusión? ¿Una realidad?
¿Quién? ¡¿Quién?! ¡¿QUIÉN?!
Por favor, alguien... ayúdeme.
No quiero morir, no quiero vivir.
Quiero dejar de llorar y salvar aquel niño, quiero dejar de escuchar su llanto de auxilio una y otra vez en mi mente, quiero quitarme la imagen de su madre desmembrada por la roca encima suyo.
Quiero salvar a Calíope y quedarme a su lado, pedir ayuda y decirle que todo estará bien..., quiero sacar la imagen de sus dedos dejando de moverse de mi cabeza.
Ayuda... yo no soy una mala persona... no quise dejar que murieran...
Pero... ¡Por favor! ¡Saquen al niño! ¡Aún está atrapado! ¡Sigue ahí, lo juro!
¡¿Qué están esperando?! ¡Él quiere que lo saquen de ahí! ¡Es en serio!
- ¡¿POR QUÉ NO ME AYUDAN?! ¡POR FAVOR, HAGAN ALGO! Por favor, sálvenlo..., sálvenme... -
Y a pesar de todo, las sirenas siguen ahí, intensificándose a medida que mis ojos se van cerrando y mi garganta se va ahogando con mis propias lágrimas.
A medida que toda mi realidad se va tornando jodidamente borrosa.
Dedicado a Santi, otra vez.
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