Hace meses, Mesnek nos amenazó con la apropiación de Finnyts, un pueblo del Noreste de la ciudad Cantina que hacía unión entre él y nuestro país. Este era muy especial para ambos, pues allí compartíamos lo más importante socioculturalmente y, a su vez, de forma internacional.

Contanya, nuestro país, se apropió de los lugares y destruyó todo lo que compartíamos.

En el pueblo habitaba el Cementerio del Fuego, un sitio en donde las personas de Mesnek y Contanya, que asistieron a la segunda Guerra Mundial, estaban enterrados con el mayor de los respetos...

Nosotros construimos una escuela sin una educación religiosa sobre aquello, incendiando todo el lugar antes de la construcción.

También había uno de los monumentos más fundamentales puesto en una de las plazas que nos unía.

Era la plaza de los 30 mil mundos, en donde algunos inmigrantes argentinos habían escapado del terror de su dictadura y murieron a la mitad del parque, descansando de las heridas que dos ladrones le habían hecho.
Ladrones que, por el mal manejo del país en su momento, escaparon de la cárcel y terminaron con aquellos extranjeros que solo buscaban un poco de respiro.

Al pasar los años, en un reconocimiento y pedida de disculpas, se mandó a hacer el mismo monumento que en Argentina se había levantado, y se nombró al parque de la misma forma. Con esto los países unidos reconocían lo sufrido en Argentina y mostraban su debido respeto por ello, cuidando así la relación internacional entre nuestros territorios y él.

Nosotros lo derribamos y pusimos allí los baños públicos.

Hace tres meses exactamente, el porcentaje de población había subido de manera casi desapercibida en Finnyts.

Quién iba a saber que eran personas pagadas por Mesnek.
Personas dispuestas a ir en contra de su patria y destruir todo lo que construimos sobre aquellos cementerios y monumentos.
Antipatriotas que nos atacaron cuando menos nos dimos cuenta.

Balearon a toda persona que pasaba por la plaza, bombardearon parte de esta y tiraron abajo. Luego, destruyeron la escuela para después incendiarla, tal y como nosotros hicimos con el Cementerio del Fuego.

Y no solo eso.
Fueron derribando todo lo que encontraban en su paso.

Yo estaba allí cuando pasó, con mi uniforme de falda y camisa, y mi cabello negro y largo, paseando por los pasillos sin importarme las advertencias de los parlantes, fijándome con mis ojos azules que nadie me viera.
Como si no me interesara haber escuchado que aula magna había sido destruida, dando la imposibilidad de entrar y salvar a las personas que allí dentro se encontraban atrapadas.

Calíope me había seguido al verme salir al patio, saltándose las advertencias que su curso correspondiente intentó darle.
Finalmente, murió tratando de salvar a su complicada amiga.

Murió tratando de salvarme.

Hui de allí lo más rápido que pude, me esforcé en llegar a mi casa para refugiarme, pero un mal uniformado me apuñaló casi sin darme cuenta. Me dejó tirada en el suelo junto a tanta gente igual de herida que yo, bueno... salvó que ellos ya estaban muertos.

Nos estaban limpiando... nos eliminaban poco a poco.

Caminé como pude hasta escuchar los ruidos de una moto, lo único que alcancé a ver era un edificio destruido en donde se asomaba un agujero del tamaño de mi cuerpo. Me metí en él ganándome un enorme y profundo tajo en la pierna izquierda.

Paso una media hora a reloj para cuando procuré salir de aquel lugar tan asfixiante, apenas podía respirar debido al humo, perteneciente a los lugares incendiados que paulatinamente se iba extendiendo por el pueblo.

Di unos pasos por fuera del lugar y me dirigí a su costado, resignada a lo que podría o no llegar a pasarme, o eso creí antes de que una mano me agarrara el tobillo dándome el susto de mi vida.

Había un joven en el suelo que me miraba impresionado, uno que obviamente conocía.

- ¿Yannick...? —mencioné.