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Capítulo IX; Final

La pelirrosa y su grupo salieron a buscar gente fuera del pueblo, tal vez en los límites o en la ciudad. Al parecer en Finnyts ya no hay vitalidad alguna, no queda nadie.

Al ser solo el noreste de Contanya, el único territorio afectado fue la ciudad, más específicamente el límite de Cantina, por lo que no era de importancia revisar los pueblos que le seguían a Finnyts, los cuales se encontraban a kilómetros de él y la ciudad.

Seguramente no encontrarían mucho.

Entre todas mis deducciones, escuché el ruido de unas ruedas, miré hacia la puerta con mucho esfuerzo, pues me encontraba postrada en la camilla, y logré ver a un muchacho de unos dieciséis años en silla de ruedas, mirándome con los ojos empapados.

- ¿Samael? -

Se acercó despacio moviendo la silla con su mano libre, al llegar a mí extendió su mano y tomó la mía.

- Yannick... —todo mi interior se removió al escucharlo— sigues vivo. Con un carajo, sigues vivo. -

Pasó un rato largo hasta que logré calmarlo, dejé que apretara mi mano tan fuerte como quisiera con tal de hacerle creer que era real, tanto para él como para mí.

Había alguien más aparte de nosotros mismos.

- E-el último día del ataq-que me... me salvaste —me recordó hipando— no te volví a ver, creí que... creí que te habían matado. Los hijos de puta salían por la ciudad y tú simplemente te fuiste, ¡No puedes hacer eso! ¡Estábamos en peligro! No puedes, no puedes simplemente desaparecer así... -

- Briseida, —mencioné, instantáneamente me miró confundido— así es como en verdad me llamo. Cuando te vi estaba atravesando un desorden mental... no era conciente del peligro, de los terroristas, de nada en realidad... ¡Creí haberte salvado de un robo! Imagínate jaja, —definitivamente no le causó gracia— la cosa es que... Yannick, él era como mi hermano, lo último que me quedaba de familia en Finnyts, pero definitivamente no soy yo. -

Sus ojos se abrieron en cuanto lo mencioné— ¿Eres de Finnyts? -

- Me había perdido, pero sí. -

- ¿Qué tan mal te dejó? —preguntó con pena, era... una muy buena pregunta, en realidad.

- Lo suficiente como para arrebatarme cualquier signo de identidad. -

Quedamos en silencio por un rato, delineando cada herida que poseía el otro.
Pude descifrar que tenía una pierna inmóvil, pues la otra se movía en un típico tic nervioso, su brazo derecho estaba enyesado y tenía un par de magulladuras negras en el rostro. A pesar de no encontrarse en el núcleo del bombardeo, sin duda la pasó mal.

Los antipatrióticos no pudieron irse sin causar más daños, por lo que no solo fue el pueblo, sino que la ciudad también tuvo que sufrir.

Sin darme cuenta, Samael soltó una pequeña risa vergonzosa mientras me volvía a mirar a los ojos.

- Creí que eras transexual, jaja, ¿Qué chistoso, no? —yo lo miré atónita— ¡O alguien no binario! Ya sabes, por tu ropa y nombre, entre otras cosas, eeh... —pegué una risotada ante su nerviosismo sin poder creerlo— ¡¿Qué esperabas?! Que nos estuvieran por matar no era excusa para faltarte respeto ¿Verdad? —explicó en un tono burlón.

- Ya, ya, entendí. Tal vez ahora lo sea, ya no tengo idea si me identifico con algo. —comenté.

Nos quedamos mirando siendo cómplices de unos chistes absurdos pese a la situación. Miré al techo pensando cuánto duraría el sentimiento de normalidad, cuánto tardaría en recordar que era lo último que quedó de mi hogar.

No tardé mucho en suponer un final...

No lo aguanto.
No quiero ser cenizas de un dulce pueblo manejado por unos corazones crueles.

- Samael... si yo no estuviera, ¿Qué crees que te pasaría? —volvió a apretar mi mano con fuerza.

No supe en ese momento si comprendió mi pregunta.

- Briseida, ¿Verdad? No te juzgo, no puedo hacerlo, no he perdido tanto. Sinceramente, mis problemas más graves se resolvieron en cuanto supe que tú lograste sobrevivir. -

- ¿Y si no hubiera servido de nada? ¿Qué tanto te dañaría? —miré a otro lado sintiéndome terrible por hacerle esto.

- Soportaste la crueldad de los antipatrióticos, lo que pase después, de ahora en adelante, no me afectará, no tendrá nada que ver con lo valiente que fuiste al soportarlo todo. —quise llorar aliviada, pues sus palabras fueron como una ola de paz para mí.

Una ola que estaba a punto de ahogarme.

- Prometo que voy a recordarte bien. —me aseguró, acercándose a mi mano y depositando un beso suave en ella— Fue un placer volver a verte, Bri. -

Lentamente, direccionó su silla hacia la puerta y salió del cuarto.
Quedé con la mente en blanco mirando las paredes de igual color, tranquila de no tener otro cargo en mi conciencia.

Saqué la aguja que se encontraba incrustada en mi brazo derecho, cortando aquel suero que anhelaba seguir pasando por mis venas, y de manera serena la acerqué a mi cuello.

No iba a aguantar ser las cenizas de una desgracia.

Era hora de irme a una nueva realidad, o tal vez a una nueva ofuscación.

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