Capítulo IV; Calíope
Entré a la escuela con el pulso acelerado a pesar de la enorme calma que me consumía. Traté de tranquilizarme antes de dirigirme a la sala magna para presenciar la subida de bandera, aprovechando que había llegado más temprano de lo usual, o mejor dicho a la hora en la que debía llegar.
Me sentí completamente ansioso caminando por los pasillos, como si el aire a muerto inundara por sobre mis hombros, esparciéndose por distintas partes del suelo en las que evitaba pisar.
Cualquiera que me viera creería que soy un lunático que camina en zigzag y pega pequeños saltos en el aire.
Pese a que no entendí mi propio comportamiento, le resté importancia apenas llegué a la puerta del salón. Empujé esta para poder entrar, pero la encontré trabada y obstruida, imposible de abrirse.
Por dentro se escuchó un último quejido, como cuando alguien daba su último suspiro de esperanza, largando de manera lenta su vida misma.
Quise huir de ahí rápidamente cuando el llanto de aquel niño comenzó a reproducirse en mi cabeza, como si fuera un recuerdo doloroso y persistente.
Retrocedí a paso lento y comencé a llegar al salón de respaldo, por alguna razón sentía que no debería estar ahí, que tenía que irme y respirar un poco de aire vivo, así que en vez de entrar giré a la derecha dispuesto a marcharme.
Lo hubiera hecho si, a lo lejos, no hubiera notado a la muchacha de pelo teñido, en su típico traje amarillo, en medio del salón.
Este mismo comenzó a hacerse oscuro al punto de ya no poder notar su rostro, el aire a pudrición llenó mis fosas nasales queriéndome hacer vomitar y, para rematar las náuseas, en el suelo comenzaron a notarse unos enormes bultos por donde yo había cruzado.
Personas. Muertas.
Se veían borrosas, como si viera un programa distorsionado de mala calidad, pero el hecho de que estuvieran allí era... indiscutible.
Me sentí mareado, corrí lejos hacia el patio con tal de recomponerme, y fue allí donde vi una vez más el muro caído, una mano saliendo de las enormes rocas y el bello jardín completamente destruido.
(...)
- ¿Por qué no estás en el aula? ¿No viste que estamos en alerta? -
- Podría decir lo mismo de ti, Bri. -Calíope me sonrió por unos segundos antes de que su rostro se desfigurara del miedo.
Un ruido sordo atacó mis oídos a su vez que las manos de Calí me empujaban a un rincón lejano del jardín, golpeando mi cabeza en el acto y dejándome desmayada.
En cuanto volví a enfocar mi vista, un incendio ya había empezado a propagarse al rededor de las inmensas rocas, de lo que antes fue un resistente muro.
Me había alejado de allí al ver cómo el fuego me empezaba a alcanzar, miré para atrás viendo todo destruido y decidí huir antes de que algún antipatriótico me alcanzara.
La había dejado allí, sola debajo de todo ese escombro.
(...)
- Calíope... -agarré mi cabeza debido a las punzadas que me arremetían, causadas por los ¿recuerdos?
No sé qué estoy viendo. Todo estaba hecho cenizas, las piedras con bordes negros y aquellos dedos finos en plena descomposición, pertenecientes a mi primera y única amiga.
Corrí hacia aquellas rocas intentando quitárselas de encima, en un intento por reparar mi error, y todo con la misma desesperación que experimenté al tratar de rescatar a aquel niño en la plaza.
El niño... ¿Entonces, eso también fue real?
El piso deforme lastimó mis piernas, llenándolas de múltiples raspaduras. A su vez, las heridas que olvide que tenía volvieron a abrirse intensamente, produciendo un dolor enormemente agudo.
Escarbe en lo más profundo de mi memoria, tratando de entender cómo es que llegue hasta aquí, el porqué ella no estaba a mi lado aún con vida...
(...)
- Hay que tener cuidado, se dice que van a usar un pueblo chico de Contanya como advertencia. -nos recordaron en una clase de ese día.
Los altavoces del colegio se habían activado en ese momento.
- El aula magna fue destruida, por favor diríjanse al salón de respaldo y aguarden instrucciones de sus docentes. -
Me había ido por otro lado, ignorando las advertencias, ella me había seguido preocupada... y todo para que muriera salvándome.
Los antipatrióticos habían derribado los muros en un instante, lanzando a su compás innumerables bollos de telas incendiadas.
No pude rescatarla, en cambio, fue ella quien me había empujado lejos, salvándome del muro, el cual terminó por aplastarla.
(...)
- N-no... no es verdad... Calí, yo... -
Pasos.
Era esa mujer, estaba seguro.
No quería dejar a Calíope así, otra vez... juro que no quería, pero dejando que mis lágrimas se fundieran y le hagan saber que no hice nada al respecto me marché.
Si aquella muchacha me veía no sé qué podría pasar...
- Perdón, Calí. Por favor, perdóname. -besé sus dedos y hui a mi hogar lo más rápido que mi estado en deterioro me permitió.
Quise llegar al espejo lo más antes posible, quería verla, que me hiciera compañía, que no me dejara solo como todo el mundo.
Solo que no pude llegar, ni siquiera logré atravesar mi cuarto para cuando caí y allí me quedé; con las heridas abiertas, la sangre derramada y la culpa incrustada en medio de la garganta.
Algo me dice... que todavía hay mucho por recordar.
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