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5. Quiebre

¿Quién diría que Sara, por la tarde, regresaría sana y salva a su recámara? Evans se preocupaba tanto por darle de estudiar haciéndole creer que su problema mayor era leer tres novelas en dos semanas. Claro que, en cuanto vio a Ámbar y a Francesca en la puerta de su habitación, lo recordó todo: la miseria de ser una presa.

Corriendo a abrazarlas, como si no lo hubiese hecho en años, ellas le respondieron de igual manera. Entraron a la habitación, asegurándose de trabar la puerta tras sus espaldas, como si eso pudiera detener a cualquiera.

Todo era como Evans le había dicho, los chicos que alimentaría Ámbar, la habían tomado a la fuerza para sustraerle una dosis de sangre de una manera abrupta, violenta e inhumana. Por otra parte, Fran había dicho oír los gritos de Sara, por los que ella les contó, con lujos de detalles lo que había sucedido.

—Han tenido mala suerte —afirmó Francesca—. Kevin me lo explicó.

—¿Kevin? —preguntaron Sara y Ámbar, al unísono.

—Desde que he llegado no he recibido más que buenos tratos —contó Francesca—. Kevin es uno de mis compañeros, un vampiro. Él me explicó que para alimentarse los han divididos por castas y clases, y por ello se refiere al linaje.

—¿Linaje? —indagó Sara, un tanto curiosa.

—Sí —asintió la rubia—. Los chicos que me acompañan na­cieron de un impuro y un puro, se les llama mestizos. Son una especie de burguesía, pueden aspirar a algunos favores y más dignidad que otros. En cambio, los que están contigo, Sara, esos chicos son los del linaje puro. Son descendientes de demonios, vampiros hijos de otros vampiros de las cinco familias que conforman la gran hermandad que gobierna su mundo. Su sangre es más fuerte que la de los demás, y su estatus está en lo más alto.

—¿Es para tanto? —preguntó absorta—. No les veo nada especial.

—Sí, pero son menos humildes que los chicos que están conmigo —Francesca resopló y miró a Ámbar—. Tú te llevas la peor parte, Ámbar. Estás con los impuros. No lo creerías, pero ellos son vampiros novicios, convertidos hace muy poco. Es de­cir que eran humanos.

—¡¿Qué?! —Ámbar no podía hacerse la idea que hombres, que habían sido humanos como ella, ahora se estuvieran comportando peor que los monstruos—. ¡No es posible! ¡Son unos salvajes, unos dementes!

—Lo sé. —Francesca rodó sus ojos en busca de las palabras correctas—. Kevin me explicó que los vampiros novicios se vuelven hostiles, como si olvidaran que alguna vez fueron humanos. Creen que han ganado un gran poder y que se han vuelto superiores, por eso es que actúan como unos patanes. En cambio, a mí me ha tocado estar con los que están en medio del drama. Son mucho más comprensivos y puedo tratar con ellos.

—¡Como sea! Yo no puedo aguantar un minuto más aquí —Ámbar apretó sus puños conteniendo la ira—. Toda mi maldita vida la viví en un infierno, en una mentira, y ahora debo soportar que un montón de bichos me tomen cuando quieran y me usen como su muñeca. ¿Vestidos, perfumes, una habitación? ¡No quiero esa mierda! ¡Quiero ser dueña de mi vida! ¡Quiero esca­par de esta pesadilla! ¡¿Es tanto pedir?!

Ámbar se levantó de la cama y nos miró decidida.

—Tenemos que escapar, nos matarán.

—Las puertas están abiertas —indicó Francesca desviando su mirada abajo—. No lo entiendes, esto no es una prisión, el con­vento lo era.

—¡¿Estás loca, Francesca?! —gritó Ámbar, con la cara enrojecida— ¡¿No me digas que ya te compraron?! ¿Otra vez harás el papel de la mosca muerta?

—¡Ámbar! —exclamó Sara, al prever una pelea innecesaria.

—Estás equivocada —explicó Francesca, levantando su mirada arrogante—. Puedes irte, yo no te seguiré. No soy estúpida, por eso nunca recibí los castigos que tú sí.

Una mirada de odio traspasó a Francesca.

Ámbar tensó sus puños, conteniendo las ganas de golpearla. En parte ofendía a Sara, ella había sido igual de golpeada por impertinente.

—Francesca, no sigas. —Sara mordió su labio inferior. Sabía lo hiriente que podían ser las palabras de esa pequeña rubia con rostro angelical.

—¿Dime a dónde irás, Ámbar? —Francesca dejó de pestañear al mirarla con dureza—. No tienes idea de cómo es el mundo porque nunca salimos del claustro. Esto es lo mejor que nos ha pasado en nuestra maldita vida. ¿Por qué debería importarme que unos ti­pos me succionen algo de sangre? No duele, no deja marcas, puedo consentirlo. ¿Dignidad? ¿Qué es eso? Tu vida será el precio a pagar.

—Eres una puta, Francesca —dijo Ámbar, y con eso se dio media vuelta, pero antes de salir ella le dirigió unas palabras a la morocha—. Sara, sé que no eres como ella, has sufrido como yo por el afán de ser libre, así que, si quieres escapar, ven conmigo.

Ámbar abandonó la habitación antes de que pudieran respon­der algo.

Francesca negó con la cabeza y resopló en vista a Sara.

—Es tan infantil, de verdad lamento lo que ha pasado. Me da pena que jamás aprenda. —Francesca rió de una manera forzada—. ¡Y me dice puta como si eso fuera un problema!

—Fran, no seas dura con ella —siseó Sara—. No crees que tiene algo de razón, ¿por qué siempre nos debemos resignar a lo que nos toca?

—Para sobrevivir, Sara.

—¿Y eso tiene sentido?

—No intentes averiguarlo —masculló Francesca, haciendo rechinar sus dientes—. No estoy para soportar más mierda de la que ya cargo.

Lo que menos necesitaban en ese momento sucedió, su pequeña unidad se fragmentó y Sara quedó pululando en el medio, pues sabía que Francesca era razonable, y Ámbar impulsiva. En cierta medida estaba al tanto que las dos tenían algo de verdad en sus palabras, y el miedo, en las dos, era por igual. Tomar partido por alguna sólo empeoraría la situación. Ahora no se trataba de conservar su vida; debía unirlas o perecerían, eso lo tenía en claro.

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