44. Arrepentimientos
Desde aquel rescate había sucedido una semana. Los chicos y Ámbar habían regresado al Báthory para hacer su vida normal, debían dispar las sospechas, en tanto Azazel ultimaba los detalles de su plan.
Respecto al mundo de los vampiros, los Leone veían sus pistas desvanecerse en la nada, su último rehén había muerto y ya no quedaba rastros de los licántropos.
Al siguiente lunes, Sara despertaba con un estado febril insoportable. El día anterior los chicos habían ido a verla, sacando jugo a su visita, al punto de quitarle todas las fuerzas. Por la mañana no tenía a nadie que la mordiera para calmar su malestar. Debía agradecer la presencia de Azazel, al lado de su cama, poniéndole algunos paños fríos y llevándole la comida. Él no la mordería a menos que estuviera agonizando. Sara se había dado cuenta que le daban asco los besos y las mordidas; lo veía en su cara cuando Víctor besaba a Fran, o cuando los chicos lo hacían con ella. Sus tripas se revolvían, su expresión dejaba de tener esa risita sarcástica y era cambiada por arcadas.
—Deberías aprender a decir que no —sermoneaba Azazel, tocándole sus mejillas con el reverso de la mano—. Los vampiros poseemos mucha resistencia, la mayoría de las veces dormimos por pereza, comemos por gula. Esos jóvenes lujuriosos no se dan cuenta que te dan más trabajo que a una prostituta del siglo dieciocho.
—¡Azazel! —gritó Sara, ofendida ante la comparación.
—Tampoco deberías hacerlo por culpa —añadió arqueando una ceja—. ¿Cuándo piensas decirles que los vas a cortar? Ya tengo todo listo para el despegue.
<<¡Auch!>>
Maldito viejo sabio, le daba justo donde más dolía. Él sonrió al verla atrapada, pellizcó su moflete y llevó una cucharada de sopa a la boca de la chica. No esperaba que le respondiera. Pero, una vez que Sara tragó, tomó aire y contestó como una persona que intentaba demostrar su crecimiento personal.
—No los voy a cortar. —Ella ladeó al cabeza antes de seguir hablando—. Necesito descubrirme, poner en claro mi mente. No quiero pensar que estoy llenando mi falta de autoestima con la sed de unos vampiros, a los que no puedo decirles que los amo o que los quiero, por no sentir que me quiero a mí misma, por sentir que me falta amor propio. Y no es solo eso, quiero evaluar mis nuevas oportunidades y elegir mi destino en libertad.
—Lograrás hacer lo que te propongas —respondió Azazel—. Has cambiado mucho desde el día que te vi entrar a mi despacho. Puedes rehacerte, y podrás encontrar lo que quieres. Pero debes decírselo, todavía creen que viajarán contigo y que serán felices. Son una vergüenza para la especie, y dan lástima.
Sara suspiró sintiéndose agobiada. Había tomado una decisión, sin consultar por miedo. Se iría muy lejos, sin ellos, y no cambiaría de parecer. Todas sus fichas estaban puestas en su vida en solitario.
—¿Y si me odian? ¿Si no lo entienden? —Sara comenzó a morderse los labios con nerviosismo, quería llorar con la sola idea de sentir su rechazo.
—Demostrará lo poco que les importas, que todo fue una farsa. Así que te habrás sacado un peso de encima —respondió Azazel, cambiándole el paño de la frente, el mismo se había calentado en cuestión de segundos—. Dos años para un vampiro es un suspiro, para un humano significan muchos cambios. No obstante, sigue siendo poco para sanar todas esas heridas que llevas; las que ellos conocen y las que callas.
—Y... —murmuró bajando la vista—. ¿Si en un futuro yo los quisiera encontrar, pero ellos a mí no? ¿Si se enamoran de alguien más? Es obvio que van a preferir no compartir a su pareja —añadió con un nudo en la garganta.
—Serás bastante fuerte para afrontar un corazón roto. Sabes que hay cosas peores.
—Gracias, Azazel. Todavía no entiendo por qué me ayudas tanto.
—Porque yo no tuve suerte —confesó—. Quedé atrapado en este mundo que me corrompió. Mis ganas de escapar se fueron gastando cuando me vi solo y perdido, con la responsabilidad de cuidar a todos los impuros, con la responsabilidad de intentar joder un poco a las grandes familias. Y, la verdad, no estoy seguro de haberlo logrado.
—Ha pasado mucho tiempo, ¿por qué ahora?
—Las cosas cambiaron, dos grandes familias han caído, los lobos son una amenaza, y los descendientes pros, de los más déspotas seres que he conocido, se han enamorado de su desayuno. —Azazel rió corriendo el cabello de Sara tras su oreja—. El Báthory ha dejado de ser un lugar seguro para los monstruos, y puedo arriesgarme si tú lo haces. Con los altos linajes en la cuerda floja, y un gran desastre tocando la puerta, puedo arriesgar más.
—¿Desastre?
—No se quedarán cruzados de brazos si los jóvenes puros se rebelan —suspiró—. Por eso espero que, pasado el tiempo que necesites, ellos sigan queriéndote. ¡Ah! Por cierto, olvidaba darte algo.
Azazel se retiró de la habitación y regresó a los pocos minutos. En sus manos tenía varios papeles. Los documentos y pasaportes de Sara. Todos tenían su fotografía estampada.
—¡¿Sara Aneska Delacroix?! —exclamó la muchacha, al ver el terrible error en la parte que se suponía que debería ser su nombre.
—No vas a usar solo tu nombre real, además no tienes apellido, así que, tanto a ti como a Fran les doy el mío, bueno el de mi madre —dijo Azazel, Sara sonrió, era como ser adoptada—. ¿No me digas que no es genial?
—Parece el nombre de alguna vampiresa de hace trescientos años —dijo riendo justo cuando unas lagrimillas se juntaban en sus ojos—. Me gusta, es más sofisticado que solo "Sara del Cordero de Dios". Gracias, Azazel.
Los días transcurrían en aquella morada lejos del Báthory, donde todos los días eran soleados y parecían querer estimular el entusiasmo de Sara, junto a su ansiedad y su nostalgia. No quería pensarlo demasiado, el momento de develar sus planes frente a los vampiros había llegado. Sería un largo día, por el momento se despediría de Francesca; su vuelo estaba programado para ese medio día.
Francesca sostenía una sonrisa de la mano de Víctor, feliz, incluso con un lobo gestándose en su vientre. Se acariciaba la barriga, que aún no crecía ni medio centímetro. Sara admiraba su manera de llevar las cosas, a pesar de haber pasado por momentos tortuosos, similares a los de ella, se rearmaba mucho más rápido, para brillar con más intensidad. Por un lado tenía la suerte de haber elegido un hombre maduro, demasiado maduro, para apoyarla en su momento más crítico; claro que también se notaba su amor recíproco, la chica había logrado robarle el corazón.
Estarían bien.
—Te visitaré cuando nazca. —Sara la abrazó con fuerza.
—Yo te avisaré si quiero que lo veas. —Francesca le palmeó la espalda—. Tengo miedo que tenga cara de perro y te espantes. Tal vez tenga que dejarlo en el bosque y que los animales se encarguen.
—Qué cruel eres —comentó Sara no queriendo reír con la negrura de ese chiste, era bastante triste si lo pensaban demasiado—. Seré la madrina, ¿no?
—Y Azazel el padrino —comentó Víctor, riendo. Sí, ese hombre al fin sonreía.
Azazel rodeó sus ojos con desagrado.
—No me gustan los bebés, tampoco los perros.
Elizabeth, que estaba allí, dio un golpe en su nuca. Esos dos parecían estar amigándose, a pesar que su relación seguía distante. Se irían a vivir juntos, Azazel no tenía más remedio que llevarla a donde fuera.
Francesca y Víctor tomaron el poco equipaje que tenían, sus documentos, y lo necesario para poder rehacerse.
En los ojos de Francesca se formaban algunas lágrimas, Sara supo que le era imposible no hacer una retrospección de toda su vida. Recién caía, sería libre al fin. Ella comenzó a inspirar y exhalar de forma pausada para calmar sus emociones. Sara, por su parte, trató de no gimotear, no quería darle un sabor amargo a su despedida.
Antes de arrepentirse, Sara volvió a abrazarla con todas sus fuerzas, y la oyó lanzar un pequeño quejido. Francesca comenzó a sollozar, pero Sara aguantó. Frotaba su espalda con desesperación, sosteniendo un nudo de angustia en su garganta. La extrañaría demasiado, jamás se había imaginado la posibilidad de una vida lejos de ella, su ausencia le dolería a montones. Francesca era su cable a tierra, su sabia consejera, a veces fría, dura, pero sincera y bien intencionada. Por sobre todas las cosas, Francesca era su salvadora y su persona más valiosa en el mundo.
Sara temía ser demasiado dependiente con ella, por eso era hora de dejarla volar.
—Nos veremos pronto. —Francesca rió limpiando sus lágrimas—. Y, en cuanto a lo que harás, siéntete orgullosa, yo lo estoy por ti. No dejes que unos posesivos nacidos en cuna de oro te hagan sentir que estás mal. Será su problema si no lo entienden.
—¿Ese es tu último consejo? —Sara quiso llorar.
—No. —Francesca extendió su sonrisa—. Mi último consejo es: aprende a sonreír más.
La última imagen que Sara tuvo de Fran fue al verla saludándola a través del vidrio trasero del auto en movimiento. Ambas agitaban sus brazos, dejando escapar algunas gotas de los ojos en cuanto la distancia se hacía más y más larga.
Cuando reingresó a la casa, se recostó abatida sobre el sofá de la sala, pero el duelo tendría que esperar. Ya podía oír el rugido del motor que traía a los chicos, era hora de la cruda verdad.
El griterío intenso hacía temblar los muros y los suelos de la habitación. Había dicho todo lo que tenía que decir; y ahora seis vampiros parecían a punto de comerla viva. No era indignación, era pura furia. Esta vez no contaba con el apoyo de ninguno, y eso le hacía tambalear sus decisiones. Admitía haber sido una cobarde por no plantearlo con anterioridad, pero nada le aseguraba que las cosas no se hubiesen demolido de igual manera.
—¡¿Te parece esperar tanto para decirlo?! —gritaba Adam, las venas de su cuello parecían a punto de explotar. La aterraba.
—Pudimos buscar una solución entre todos — añadió Joan, esta vez no la ayudaba, de hecho, se mostraba decepcionado.
—No encuentro el sentido a lo que haces —recriminaba Jeff—. ¿Para qué nos tienes si no nos tomas en cuenta?
—¡Di la verdad, Sara! —protestó Jack—. Quieres irte a la mierda, siempre ha sido tu sueño. Quieres olvidarte de todo, es tu puta oportunidad.
—¡No es así! —exclamó ella al punto de lesionarse la garganta—. Ya lo he explicado, necesito poner en orden mi cabeza, si estoy en una relación, quiero hacerlo de forma correcta.
—¿La forma correcta? —preguntó Demian, no hablaba demasiado, estaba a punto de llorar—. ¿Tener solo a uno? ¿Qué sea humano? ¿Por qué no dejas que te convirtamos? El tiempo te será eterno y tus heridas sanarán.
—Déjala —dijo Tony, dedicándole una mirada poco amable—. Ha tomado esta decisión con mucha premeditación. No está pidiendo nuestra opinión.
Lo que le faltaba, estaba segura de que Tony ahora la veía como una especie de Clarissa. La mosca muerta conseguía lo que quería y ya no los necesitaba. ¿Por qué se hacía tan difícil hacerles entender? ¿Por qué Azazel y Francesca comprendían al instante, mientras ellos estaban dispuestos a dejarla como la malvada, a hacerle la guerra? Sara se sentó abatida sobre la cama, dejando caer los brazos, escuchando como sus reproches se intensificaban sin un respiro.
—¡Sigues creyendo que esto es una mentira! —dijo Jack, él no preguntaba, solo acusaba—. ¡Para ti somos las mismas bestias del primer día! ¡Nos manipulaste a tu antojo!
<<Esa era la idea, pero ahora no, de todas formas no lo entenderías, no tienes ganas de entenderlo>>, pensó Sara.
—No digas que no entendemos —añadió Jeff—. ¡Nos estás cortando, no hay otra forma de verlo!
—D-dependemos de tu sangre, ¿p-por qué haces esto? —La voz de Demian se quebró de angustia.
—No quiero ser comida, pueden beber la de alguien más.
—¿La de alguien más? —suspiró Joan, repitiendo esas palabras, un nudo había en su garganta—. Entonces te da igual.
—¡Claro que le da igual! —gritó Adam—. ¡Le importa una mierda que hayamos arriesgado la vida! ¡Le importa una mierda que sigamos aquí a pesar de lo humillante que es esta relación ridícula!
—¿Humillante? —Sara volvió a la realidad como si de un cachetazo se tratara.
—¡Sí, humillante! —recriminó Adam—. ¡¿Crees que es agradable estar compartiéndote?! ¿Sentirse insuficiente, poca cosa para ti? ¿Querer pasar un rato contigo, pero no poder porque estás revolcándote con otro? ¿Tener que guardarnos todos los insultos y las ganas de matarnos entre sí? Todos estamos aguantando esto, y ahora nos mandas a la mierda como si todo el sacrificio no valiera nada. Para ti es fácil estar con todos, pero, ¿alguna vez pensaste como nos sentíamos nosotros?
El silencio invadió la habitación, la mirada de Sara era buscada por seis pares de ojos dolidos, denunciantes. Todos pensaban igual, eso era lo que afirmaban al no contradecir ni una sola palabra de lo que había dicho Adam.
—Yo no tuve la idea. —Sara se paró firme—. No me dejaron elegir; ustedes se pusieron de acuerdo y yo tuve que acomodarme a darles el mismo trato a todos. ¡Mi vida dependía de ello!
Tony la interrumpió:
—¿Quieres decir que el único motivo por el que nuestra relación seguía era por esa ley, por ese "tratado de paz"? ¿Jamás cambiaste de parecer respecto a nosotros? ¿Seguiste esto por miedo?
—¡Cambié de parecer! —gritó exhausta—. Comencé a apreciarlos, no lo hice de manera forzada. ¡Por eso quiero recuperar mi cabeza, quererlos sin mis fantasmas torturándome! ¡Como lo merecen! Pero con lo que dijo Adam, creo que ustedes también deben reflexionar si quieren algo como esto. No quiero que sufran, no acepto que estén disconformes, o piensen que estar conmigo es humillante, degradante, vergonzoso o lo que fuera. Tampoco quiero que crean que se trata de una competencia, porque no elegiré a uno por sobre otro.
—E-está bien por mí —dijo Demian.
—No mientas, Demian. —Sara apretó sus puños—. Cada vez que me encuentras con alguien más, tiemblo pensando que vas a tomar represalias.
Azazel abrió la habitación de golpe, sorprendiéndolos a todos.
—¡¿Qué son todos estos gritos?! —Protestó enojado como nunca—. ¡¿No me digan que los seis la están atacando a la vez?!
—No la victimices —respondió Jack.
—Es verdad, aquí no hay víctimas —dijo Adam—. Solo seis vampiros demasiado estúpidos. El abuelo de los Arsenic debe estar revolcándose en su tumba.
—Él sigue vivo —murmuró Jeff.
—¡¿No pueden entender por qué necesita su tiempo?! —preguntó Azazel—. ¿Tan minúsculo es su cerebro?
—No entienden —repitió Sara.
—No lo creo necesario, no quiero alejarme de Sara —se excusó Joan, a ella le parecía extraño de él, siendo tan razonable, pero por sus actitudes le parecía conocerlo menos que a todos.
—Déjalos, Azazel. —Sara brotó en sarcasmo—. Tú dijiste que si no lo entendían era porque no me querían lo suficiente. Por lo demás, acabo de enterarme que estar conmigo es humillante. Sospecho que soy muy poca cosa, una vergüenza, un motivo para que los deshereden y se burlen de ellos. Lo correcto sería ser parte de su harem y no ellos del mío.
—Vete a la mierda, Sara —concluyó Adam, retirándose de la habitación.
Sara no entendía cómo, con las cosas que Adam había pasado, le dijera eso, que fuera incapaz de reflexionar sobre sus sentimientos. ¿Cómo podía ser tan terco, tan hiriente?
Los demás no se quedaban atrás. De a uno fueron abandonando la habitación, dejándole el amargo sabor de la culpa.
Maldita la hora que había aceptado sus defectos, sus demonios, sus locuras. Ahora tenía la paga. Azazel la miró como la huérfana infeliz que era: con lástima. A pesar de que ella también los extrañaría hasta agonizar, que le había costado horrores decidirse, que lo estaba haciendo, en parte, por ellos, para mejorar, porque los idiotas Arsenic le habían recordado que ella no era ella, sino alguien sometido, pero a los vampiros no les preocupaba nada, excepto sus propias narices.
—Parece que no van a seguir queriéndome. —Sara rió para que Azazel dejara de verla de ese penoso modo—. Al menos lo intenté.
—¿Me hablas a mí? —preguntó Azazel alzando las cejas.
Sara lanzó un largo soplido. Su pecho dolía, aguantar el llanto le quitaba el habla, las fuerzas.
—¿Puedes dejarme sola? —añadió tratando de ser amable—. Tengo que guardar algunas cosas, descansar y prepararme mentalmente para mi primer vuelo.
Azazel asintió sin agregar nada, cerrando la puerta dejándola en completa soledad. Sabía bien que cualquier comentario estaría de más.
Sentándose en la cama, Sara prefirió morder su mano hasta hacerla sangrar. No quería lanzar ningún quejido por ellos, no lo merecían. Pero su cuerpo respondía a emociones ambiguas y dolorosas. Como un manantial, el agua caía sin importarle la fortaleza que quería sacar adelante.
Los malditos sentimientos la volvían vulnerable, ridiculizándola, la delataban y la confundían. Se levantó enojada, de sopetón. Recordaba esa frase, moralmente incorrecta de Tony: si su corazón estaba hecho pedazos podía repartirlo.
<<A la mierda, ¡hipócritas y desconsiderados!>>, pensó.
Con un esfuerzo abismal, se dirigió al baño y tomó una ducha. Para cuando salió, todavía era de día, pero no pensaba abandonar la habitación. Sara, ya no veía la camioneta de los chicos por la ventana.
Sin un adiós, los vampiros se habían marchado.
En la camioneta, los seis vampiros cabían sin preocupación. Era amplia, con tres hileras de asientos. De conductor, iba Tony y a su lado Joan; detrás de ellos, Demian y Adam miraban hacia sus ventanillas. Y, en la última hilera, Jack y Jeff guardaban silencio a medida que avanzaban sobre la desértica carretera.
—¿P-puedes detenerte un momento? —preguntó Demian—. Estoy algo mareado.
Tony aparcó en un abandonado estacionamiento de un pequeño pueblo a punto de quebrar. Los negocios circundantes se encontraban cerrados, tan solo una gasolinera, con un pequeño mercado, admitía a los transeúntes.
Tony fue a comprar algunos alimentos, mientras los demás aguardaban fuera.
Era difícil elegir entre tantos productos de envases curiosos, tan solo se aventuraba a adivinar que contenía cada uno, en tanto mataba la angustia del momento.
Una vez hechas las compras, los chicos se acercaron a un mirador bajo la sombra de los árboles, desde allí se veían las colinas que debían traspasar hasta llegar al Báthory. Estaban a mitad de camino.
—Una parte de mí lo sabía —murmuró Tony—, no mostró entusiasmo cuando hablábamos del lugar en donde viviríamos. No quisimos verlo.
—Nunca le preguntamos lo que quería —dijo Joan—. Ya sabíamos la respuesta, lo que ha sucedido no debería ser una sorpresa.
—Puede que ella tenga razón en todo lo que dice —murmuró Adam—, aun así debió confiarnos su plan, nos ilusionó con la huida.
—Tenemos los pasaportes —recordó Jack—, quizás debamos empezar sin ella, ir a otro sitio y ser libres por nuestra cuenta. Después de todo, es muy posible que no nos quiera como creemos, ni ahora ni en el futuro.
—Puede que sea mejor así. —Jeff se sentó en el suelo y miró hacia lo lejos—. Si nos vamos ahora, puede que empeoremos el escape. Azazel nos ha advertido que nuestras familias no pararán de buscarnos, la entorpeceremos. Más allá de lo que sienta por nosotros.
—Azazel no se preocupó por ello —respondió Tony—. Él seguirá en la hermandad a la distancia. Sin embargo, si lo pensamos en frío, no es buen momento para huir. Ni siquiera tenemos un centavo, solo le daríamos más problemas.
Demian, quien se mantenía en el suelo tomando jugo de una caja, decidió intervenir.
—Tampoco será buen momento cuando ya no estemos en el Báthory. Intentarán casarnos lo más pronto posible para restaurar la hermandad.
Sus asertivas palabras enmudecieron a todos.
—A lo mejor Sara tiene razón. —Tony lanzó una carcajada que desencajó a más de uno—. Solo estamos pensando en huir de toda esta mierda. Ella hace lo mismo y la juzgamos. Esto va más allá de la relación que hemos forjado, tenemos que reflexionar sobre lo que queremos para nosotros y para ella.
—Actuamos como idiotas. —Joan se dejó caer al suelo y se agarró la cabeza—. Es la oportunidad de su vida, y se irá con el peor recuerdo de nosotros.
—Estamos a mitad de camino. —Jeff miró a sus compañeros—. Quizás podamos enmendar algo antes de regresar al Báthory.
—De verdad quería irme de aquí —murmuró Demian—. Quería irme con ella.
—Todos lo queríamos. —Jack resopló—. Pero no es nuestro momento de ser libres.
—Ni de huir, ni de estar juntos —concluyó Joan.
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