42.Desenterrado
Sara circulaba de un lado a otro en la habitación, no tenía más que ponerse que una de las camisas de Azazel. El resto de la ropa le quedaba demasiado grande.
—Nos da igual que tengas o no zapatos. —Adam giró sus ojos.
—No es eso. —Sara siguió revisando los cajos—. Tony se encargó hasta de tirar mi ropa interior. No quiero salir así.
—T- te ves bien —respondió Demian recostado entre las almohadas—. D-de hecho deberías venir a la cama, y aprovechar que no llevas nada bajo la camisa.
—Quiero ver a los demás. —Sara arrugó el entrecejo.
—Entonces deja de tontear —gruñó Adam, tomando del desayuno—. Vamos abajo.
Sin más remedio, Sara tomó a cada chico de un brazo y caminó por los pasillos.
La sala principal se hallaba vacía, y el silencio solo fue quebrado por los lentos pasos del director.
—¡Azazel! —Sara saltó hacia él, feliz como nunca.
Él se sorprendió al verla tan animada, su entusiasmo era contagioso, por lo que le respondió con una caricia en la cabeza.
—Sara, me alegro que estés bien.
—Gracias por todo, Azazel. —Los ojos de Sara centellaron—. Pero, ¿dónde están todos?
—Joan sigue en el baño —dijo Azazel con tono pensativo—, Y envié a los gemelos a buscarte ropa, he visto una tienda cerca, sé que podrán con esa misión. Tony está arreglando asuntos personales, Elizabeth duerme, y, por el amor de Dios, no te acerques a la habitación de Francesca. Ah, y Ámbar está en la cocina.
—¡¿Qué?! —gritó liberándose de los chicos, toda la repentina información la había abrumado—. ¿Ámbar?
—Sí, ella misma —aclaró Azazel—. Armó un gran escándalo en el Báthory. De hecho fue la que aceleró los trámites del rescate.
¿Ámbar estaba allí? ¿Por ella y por Francesca? No podía seguir cavilando. Los chicos y el desayuno debían esperar, tenía que hablar cara a cara con la resplandeciente vampiresa.
Un mobiliario de madera decoraba la amplia cocina, todo olía a tostadas y a mermelada de ciruelas; y, la luz que entraba por los vidrios le daba ese toque cálido y familiar. La melena colorada de Ámbar tenía un nudo con un pañuelo negro, ella llevaba un vestido, del mismo tono, bastante sencillo, lista para un funeral. De espaldas, y cortando algunos frutos, la joven no se había dado cuenta de la compañía.
—Así que es verdad —irrumpió Sara, sin miedo—. Estás aquí.
La pelirroja se dio la vuelta de manera brusca, su agudo oído no era de ayuda cuando sus pensamientos enigmáticos eran más fuertes.
—Mierda, me asustaste —protestó nerviosa.
—¿Qué haces aquí?
—Ya sabes, me enteré de lo que les sucedió. —Ámbar tomó una bocanada de aire—. Quise ayudar, aunque los chicos hicieron la mayor parte.
—Creí que seguías resentida —dijo la morocha arqueando una ceja—. Nos trataste como mierda las veces que intentamos acercarnos.
Ámbar frunció sus labios y asintió mirando al techo, sus palmas se abrían y se cerraban. Eran señal de que sus argumentos no tendrían validez. Por más que fuera la más fuerte, la más osada, de igual modo era la más incoherente. No era más que una niña a la que le costaba horrores aceptar sus equivocaciones.
—¡No tienes idea como es el Báthory de mujeres! —comenzó diciendo.
—¿Comienzas con excusas? —Sara la detuvo—. Agradezco tu preocupación, pero yo ya dejé de hacerlo por ti.
Sara se dio la vuelta para retirarse, era todo lo que quería saber. Azazel no mentía.
—¡Sara, espera! —exclamó Ámbar—. ¡Fui una idiota! ¡Lo sé! Ustedes no tenían la culpa. Siguieron pasándola mal mientras yo me convertía en un monstruo que disfrutaba de serlo.
—Me alegro que te hayas dado cuenta —finalizó Sara.
Dicho esto, se marchó dejando a Ámbar atragantada en sus palabras. Sabía bien que ella quería contarle miles de cosas; pero por el momento no tenía ánimos de oír sus dramas. Tantas veces había estado mal por ella, tantas veces se había sentido culpable por no poder hacer más, que ahora sentía que ninguna excusa surtiría efecto. Además, se encontraba de un extraño buen humor, no deseaba tener una discusión ni malos tragos. A decir verdad, bien conocía a Ámbar y a su orgullo, ella odiaba pedir perdón, admitir errores, por eso, reconocía su esfuerzo, mas no correría a sus brazos para abrazarla o felicitarla por su buena acción. Era algo que le correspondía.
Al alejarse de la cocina, vio a Joan hablando con Azazel en el marco de la entrada. No llevaba sus lentes por lo que su mirada brillosa resplandecía con la luz de la mañana. Además, tenía su cabello castaño mal atado y su ropa destrozada, haciéndolo ver más salvaje que intelectual. Él llevaba sus manos vendadas; y, en la forma de hablar con el director, se podía interpretar una angustia impropia del más frío y maduro del grupo.
—Joan, al fin te veo. —Sara caminó hacia él.
Él abrió sus ojos tanto como su boca, como si quisiera decir algo, pero las palabras no le salieron. A Sara le asustaba su actitud espantada, todos parecían estar ocultándole cosas. Azazel revolvió los cabellos del vampiro y se marchó dejándolos a solas. Ella se acercó con lentitud, lo cual parecía generar nerviosismo en Joan.
Sara llegó a su lado, las pupilas dilatadas de Joan oscilaban sin control. Ella sonrió a pesar de percibir la tensión del ambiente. Sara alzó sus brazos y lo tomó del rostro. ¡Vaya que era alto!, él más alto de todos. Ni poniéndose en puntas de pie llegaba a sus labios, por lo que, sin su ayuda no podía besarlo.
—¡Joan! —insistió, ahora, algo preocupada.
Él estiró sus brazos en un movimiento rápido, apretándola con fuerza contra su pecho. La abrazaba con ímpetu mientras su barbilla se hundía en sus cabellos. Sara respondió su abrazo con ternura, evitando preguntarle porqué contenía la respiración, porqué sus latidos enloquecidos amenazaban con hacer explotar su pecho.
—Estás bien... estás bien —murmuró para sí mismo.
—Gracias a ti y los demás —expresó ella levantando la vista hacia él.
—Fue nuestra culpa. —Joan apretó los dientes—. No pudimos evitarlo.
—Pudieron resarcirlo —sonrió—. Además, he oído que has quedado muy malherido por dejarlo todo.
—Sanaré, mi linaje es puro, pero está defectuoso —comentó afligido.
Sara acarició su rostro para que cambiara esa apenada expresión, él sonrió con ligereza. Poco le interesaban las cosas de los apellidos, para ella todos eran igual de importantes. No obstante recordaba que Adam tampoco era de linaje puro, y hasta el momento era un secreto entre ellos y Azazel; sin embargo no tenía heridas que lamentar, lo que le indicaba que de verdad Joan se había esforzado de más.
—Fuiste muy valiente —añadió Sara—. Los lobos son bestias temibles. Asesinos sin piedad. Tuve tanto miedo con ellos, creí que moriría.
Joan corrió su mirada hacia la ventana, era obvio que ya no quería tocar el tema. Incluso se acercó a ella para callarla con un pequeño y dulce beso. El mismo se intensificó cuando sus manos bajaron hacia sus piernas, adentrándose en su camisa.
—No tienes nada debajo. —Joan se rió, esforzándose por actuar normal, a pesar de su ligero temblequeo.
Ella quería preguntarle sobre lo que le sucedía, pero él la mantenía callada. Sus besos se desviaban hacia el cuello con excitación, y sus manos acrecentaban las caricias en los muslos. Parecía haberse olvidado que estaban en la sala, y no quería detenerlo. Era su reencuentro.
—¡Oigan! —Los espabiló una voz.
Al verse sorprendida, Sara se separó de inmediato del beso. Jeff traía consigo algunas bolsas de cartón, y posaba su mirada amable sobre la humana.
—Voy al jardín con los demás. —Joan carraspeó su voz y se alejó lo más pronto que pudo.
Sara mordió su labio, era frustrante que no contaran con ella.
—¡No te he echado! —gritó Jeff.
Joan lo ignoró.
Jeff giró su vista hacia Sara, suspiró girando sus ojos haciendo un gesto burlón. De inmediato dejó las bolsas a un lado y extendió sus brazos. Ella sonrió feliz de verlo, abalanzándose sobre él. En ese instante recordó el espanto que le generaban los gemelos al principio, y como todo cambiaba con velocidad, tanto que en la actualidad podía disfrutar de su compañía, de sus virtudes y errores.
—¿Dónde está, Jack? —preguntó ella con su rostro pegado a su pecho.
Jeff se apartó de Sara, su sonrisa se borró.
—Somos gemelos, no siameses —contestó amargo—. Anda por ahí, ve a verlo si te interesa.
—¡Jeff! —Sara buscó la mirada ofendida del vampiro—. Siempre están juntos, por eso pregunté. Además...
—Está bien. —Jeff ladeó la cabeza y ablandó su expresión—. Primero vístete, te traje ropa. Fue divertido pasear por la ciudad, te lo tengo que agradecer. Sabes que si existiera un a posibilidad, viviría en un mundo de humanos.
Jeff bajó su mirada y tomó las bolsas, de allí comenzó a sacar vestidos, blusas, faldas de todo tipo. De la misma manera tenía zapatos de distintas medidas y, por suerte, ropa interior. Sara hurgó en las bolsas algo de su agrado. Parecía como si Jeff hubiese arrasado con la tienda, inseguro de cuál era su talle o qué le podría llegar a gustar. Incluso había pantalones, una prenda prohibida en orfanato y ausente en el Báthory. De todas maneras pasó de usarlos, sentía que se vería extraña; por lo que eligió un vestido con flores anaranjadas y un saco blanco tejido a crochet.
Jeff se encargó de escogerle y colocarle los zapatos, eran sandalias delicadas y cómodas color negro, como para salir de paseo todo un día sin cansarse. Sara, lista para salir, dio una vuelta sobre sí misma y contempló su figura en un espejo de la sala. Él evitaba mirarla, mostrándose distraído en tanto acomodaba lo que no usarían. Los Arsenic eran bastante seguros de sí mismos, al punto de pecar de insolencia, por lo que la ausencia de Jack y la indiferencia de Jeff eran signos de preocupación.
—¿Sucede algo? —Sara se cruzó de brazos frente a él.
Era una pregunta retórica, a la que Jeff se negó a contestar con una sonrisa de labios apretados.
—Vamos con los demás. —Jeff caminó a la salida.
Sara suspiró dejando caer sus hombros. Primero Joan actuaba raro, luego Jeff se enojaba, y Jack no aparecía. Considerando que ninguno pretendía confiarle sus preocupaciones, caminó hacia el jardín en donde discutían a los gritos. A veces creía que lo único que los mantenía juntos era ella misma, de lo contrario, no imaginaba como en ese grupo podían existir lazos de amistad con tanta diferencia de personalidades.
En una mesa con sillas de hierro, Azazel sostenía una mueca relaja en la cabecera, los chicos, exceptuando al ausente Jack, reñían acerca de algo que Sara no descifraba.
—¡Cierra la boca —gritaba Adam a Demian—, no sabes nada!
—¡Porque hayas ido a una cafetería no sabes más que yo! —replicaba Nosferatu.
—¡Ninguno sabe de lo que habla! —interfería Tony.
Sara se sentó en la punta contraria a la de Azazel, ambos cruzaron miradas sin decirse nada. La disputa no terminaba allí, y para colmo Jeff se unía sin saber el porqué.
—¿Qué sucede? —preguntó ella, a pesar de que nadie la escuchaba.
Azazel negó con la cabeza y cerró sus ojos, quedándose como una estatua viviente a la que todo le resbalaba. Su autoridad fuera del Báthory era nula.
Sara dejó que los chicos siguieran con lo suyo, el hambre le ganaba, así que, aprovechando que no tocaban la comida, comenzó a servirse un poco de todo.
Con el estómago llenándose, prestó algo de atención a sus sandeces.
—¿Por qué no le preguntan a Sara? —irrumpió Joan, considerando que debía participar.
—Sara no sabe nada. —Adam le dio la espalda.
—Es verdad... —Tony rascó su barbilla.
Ella frunció el ceño. Era injusto que esos dos solo se pusieran de acuerdo para menospreciarla.
—¿Y ustedes que saben? —preguntó Jeff—. ¿Qué les hace pensar que pueden elegir el lugar donde vamos a vivir?
—Porqué a Sara le encantará mi propuesta —respondió Demian.
—No podemos construir un castillo nuevo —gruñó Tony golpeando la mesa.
—Llevará mucho tiempo —respondió Joan, más sereno—, llamará la atención y no tenemos dinero suficiente. Ninguno de nosotros puede tocar una mísera moneda familiar hasta que acabemos el Báthory.
—Sé la ubicación de algunas bóvedas. —Jeff se encogió de hombros—. No sería mi primera vez en robar.
—Increíble. —Sara se cruzó de brazos—. Son igual de pobres que yo.
—Pobres e ignorantes —aclaró Azazel—. Creen que es fácil comenzar una nueva vida en el mundo de los humanos siendo la "esperanza de la hermandad".
Y así comenzaba de nuevo la pelea, por buscar un sitio donde vivir, ¿todos juntos? ¿Con Sara? Ella no lo entendía, tras su estadía con los lobos y su secuestro no había tenido tiempo de pensar en su futuro. Para cuando terminó de comer, ellos terminaron de reñir, aunque sin llegar a ninguna resolución. Ofendidos, unos con los otros, evitaban sus miradas murmurando insultos, profiriendo maldiciones y otras blasfemias.
—¿Dónde está Jack? —irrumpió Sara, en medio del tenso clima.
Jeff giró los ojos y no respondió.
—¿A quién le importa? —bufó Adam.
—A mí. —Sara se puso de pie—. No ha venido a verme.
Sospechaba que su respuesta caía bien a nadie, pero ¿qué esperaban? Se suponía que Jack era su novio. Del mismo modo se hubiese preocupado por cualquiera de ellos.
—Está meditando por ahí —respondió Azazel—. La situación lo dejó consternado, es más sensible de lo que aparenta. Mejor pongamos las cosas en claro con el tema de la "mudanza".
—Sí puedes ponerme al tanto tú, Azazel —le dijo ella, un poco más tranquila.
Azazel comenzó a hablar y a explicar varias cosas de las que debía estar al tanto. Primero, no volvería al Báthory nunca más. De volver, los Leone la tomarían para interrogatorios hasta llegar a encontrar a los lobos. Era muy probable que los vampiros le dieran un trato igual que a un prisionero, o peor. Además, era la oportunidad perfecta para dejar de ser una ofrenda, ya que todos la creían muerta.
En segundo término, Azazel se tomaría un tiempo libre de la dirección para resolver asuntos legales que permitieran escapar a Sara, y, si le era posible, dar un golpe más grande, alejándose él y a los jóvenes puros. Todo eso llevaría mucho trabajo y paciencia.
Azazel tendría que ser mucho más prudente, calcular cada paso y asegurar que nadie se enterara de lo sucedido. Había encontrado a los lobos y no había dicho nada a la familia Leone, los encargados del caso. No solo eso, sino que había puesto en riesgo a los herederos de la hermandad, y consentía una extraña y prohibida relación entre una ofrenda y los vampiros, poniendo en jaque linajes como los Nosferatu o los Belmont. Mínimo, le cortarían la cabeza.
En fin, Azazel ya trazaba una ruta y un entramado plan muy lejos del Báthory y de la ciudad, lo mismo debía hacer Francesca y Sara, ella debían desaparecer por completo. Los chicos, tan ilusos, ni quiera podían imaginar todas las piezas que se moverían a partir de su audacia. Lo único en mente, para ellos, era conseguir una casa con varias habitaciones y baños privados.
La ofrenda debía admitir que le sorprendía saber del riesgo en el que todos estaban envueltos para salvarlas. Aunque sospechaba que pretendían ganar algo más. No podía entenderlo aún. Su cabeza comenzaba a sentirse presionada ante la idea de vivir con esos seis. Todo era tan diferente al primer día, en el que se había desmayado del terror de tenerlos cerca.
¿Cómo era posible que las cosas cambiaran tanto?
—Cualquier lugar que seleccionen estará bien —barbulló Sara, encogiéndose de hombros—. No tengo idea que hay más allá, solo sé que deberá ser una casa grande. Con habitaciones muy separadas una de la otra.
—Buscaré algunos lugares apropiados —dijo Azazel—. Luego me dirás cuál te gusta más. Por el momento debo contactar algunos amigos. Necesitamos documentos, pasaportes, no te imaginas todo lo que debo hacer.
Nadie dijo nada, que el director manejara la situación y el papelería era algo que los ponía de acuerdo al fin. Una vez aclarada las cosas, Sara se levantó de sus aposentos con la intención de ir por Jack.
Ninguno la siguió.
Los jardines de la casa eran bastante amplios y llenos de frondosos árboles. Era una hermosa vivienda, pensaba en que, a lo mejor, podría tener una igual algún día. Agitó su cabeza para no pensar en ello, no quería adelantarse, ilusionarse, la prioridad era Jack. Ni en el frente, ni dentro de la casa. Sara tendría que a dar la vuelta hacia el jardín trasero para encontrarlo.
La vegetación se volvía más espesa y descuidada, el jardín trasero era mucho más extenso, convirtiéndolo en un lugar selvático. Ella respiró aliviada, cuando vio la silueta de Jack encogida al fondo de todos esos árboles. La joven dio pasos lentos para poder sorprenderlo.
Lo más probable sería, primero, ser atrapada por el oído vampírico.
Ella se escabulló entre troncos y hojas de gran tamaño. Al final, lo vio sentado a la sombra de un pequeño arroyo, que se formaba entre algunas rocas, distraído y tirando piedritas, haciéndolas rebotar en el agua. Lucía inocente. Era lindo verlo sin sostener un papel de seductor y depredador.
Sara dio cortos, pero acelerados pasos hasta alcanzarlo, y una vez en su espalda se agachó cubriéndole sus ojos con las manos.
—Sí adivinas quien soy... —dijo, pero se detuvo al notar que tenía los ojos húmedos.
Sara quitó sus manos de inmediato, dándose la vuelta para verlo a la cara. Él se limpió a una velocidad increíble, a pesar que las lágrimas seguían en los dedos de la humana. Ella lo observó abrumada, se arrodilló a su lado y esperó las palabras de su boca, antes de atosigarlo.
Jack volvió a mirar al río y siguió lanzando piedras.
—¿Qué sucede? —preguntó ella, queriendo alcanzar su mano.
Jack corrió su mano y la llevó a su boca para comerse las uñas.
—Perdón —dijo.
Sara alzó las cejas.
—¿Por no venir a verme? Está bien —respondió ella—. Solo dime qué te pasa, Jeff no me contó nada. Se enojó cuando pregunté por ti.
Jack soltó una corta risa, para luego negar con su cabeza.
—Porque él sabe que soy un hijo de puta, y un cobarde —dijo, y la voz le tembló—. ¿Recuerdas cuando él me golpeó? Lo hizo con tanta saña que la herida me duro bastante. Me rompió el ojo, la cabeza.
Sara asintió, y ahora que lo sabía, que entendía la regeneración de los vampiros, se imaginaba que los golpes de Jeff habían sido impiadosos con su hermano.
—¿Sabes por qué pasó eso?
—Sí —respondió ella, cerrando los ojos al recordarlo—. Te propasaste conmigo, pensé que abusarías de mí.
Jack negó y de inmediato frotó su rostro.
—Cuando vi tus marcas en la espalda recordé un pecado cometido de pequeño, bueno no tan pequeño —explicó, y ella notó que se le hacía más difícil encontrar las palabras indicadas—. Algo por lo que Jeff me hacía sentir mal cada vez que nos peleábamos. Siempre lo usaba para hacerme ver como un maldito. Al final tenía razón, siempre tiene razón.
Sara abrió sus ojos con perplejidad, ellos peleaban más seguido de lo que imaginaba. Los gemelos tenían sus secretos y parecían ser algo oscuros.
—¿No quieres contarme? —preguntó ella con la intención de que se desahogara.
—Tengo que hacerlo —dijo volviendo su vista a ella—. Sara, no quería saber que habías sido tú. No quería que fueras tú, no quería enfrentarlo, y siempre fue obvio.
—¿De qué hablas? —Sara se impacientaba cada vez más.
—¡Yo te hice esas marcas! —gritó furioso al ponerse de pie.
Sin saber cómo reaccionar, Sara lo miró creyendo que el vampiro había perdido la razón.
—Deberías dejar de decir tonterías —protestó ella, parándose como él—. Y si tienes algo que decir, dilo sin tantas vueltas.
Jack apretó sus puños, mirándola con los ojos enrojecidos.
—Estabas en un calabozo, tenías los ojos vendados, mi padre te dio unos cuantos azotes para que tu sangre fluyera y con Jeff pudiéramos probarla —dijo y con cada palabra la mente de Sara se desbordaba más y más, llevándola a aquél día que quería enterrar ¿era posible?—. Jeff salió corriendo y yo tomé el azote. Lo lancé contra tu espalda, ¡tres veces hasta que la sangre comenzó a cubrirte! No pude contenerme, comencé a lamerte como un animal, ¡¿ahora lo recuerdas, Sara?! —añadió en un grito feroz.
Trastabillando, Sara sintió su equilibrio perderse, cayó al suelo sentada. No podía ser posible. Perdió toda reacción, el habla, sin siquiera poder pestañear. Era cierto. Levantó su vista hacia Jack, él tenía sus mismos ojos, los de ese hombre, y no había otra forma que Jack supiera lo de ese día, ese día que había sido tan especial y lo recordaba más que a otros por causas que, tal vez, ni él conocía.
Jack se arrodilló ante Sara, ella sentía su estómago revolverse. Idéntico, Jack y Jeff eran idénticos al hombre sin nombre, a su visitante y torturador. No era un chiste, la verdad la sobrepasaba, ella vomitó todo el desayuno ante la revelación.
Jack la observó.
—Volveré al Báthory, dile a Jeff que no me siga —dijo con su voz áspera—. Él es lo único bueno de mi familia, no dejes que se corrompa.
Ella lo escuchó, pero primero arrastró su cuerpo hacia el agua, enjaguó su boca y mojó su cara. Jack se marchaba.
Aún tambaleante, ella se puso de pie.
—¡Jack! —gritó, sintiendo su garganta lastimarse—. No te vayas, no seas idiota.
Fue lo primero que se le pasó por la mente. Él se detuvo sin entender.
—Sé lo que pasó, lo entiendo —dijo apresurada, todos sus recuerdos habían cobrado sentido, las piezas de su rompecabezas la rearmaban—. No sabía que eran vampiros; no podría haberlo imaginado. No pudiste contenerte, ¿no es así? Fue solo una vez, te arrepentiste.
—¡¿Estás tratando de justificarme?! —Jack gritó fuera de sí—. ¡Acabas de vomitar con solo recordarlo!
—No, no fue por eso —dijo, no se trataba de Jack, era por "él"—. Jack, ven aquí.
Sara dio unos pasos hacia él, cuya inseguridad lo atornillaba al lugar, sin dejarle escapatoria.
Ella lo tomó del rostro con ambas manos. Jack se quedó pálido, inmóvil. En sus ojos se empezaban a formar lágrimas espesas, así que hacía fuerza por no mostrar su debilidad.
—No eres como tu padre, sabes lo que está mal —afirmó, mirándolo fijo—. Eras un niño siendo manipulado, y te disculpaste igual.
—¿Cómo puedes darle tan poca importancia? —Jack apretó sus muelas—. ¿Tienes idea cuanto me costó tomar el valor para preguntar si eras tú? ¿Cuán culpable me siento?
Tal vez tenía razón, él no podía entender como era ella la que minimizara la situación. Pero no era tan estúpida como para no darse cuenta que Jack no tenía maldad, que su arrepentimiento era real, que era un vampiro con debilidad por la sangre.
Jack quería irse, pero Jeff apareció.
—¿Te perdona y te quieres ir? —Jeff se acercó a su hermano y lo empujó.
—Hice lo que me dijiste —se excusó Jack—. Dije toda la verdad.
—No se peleen entre ustedes. —Sara se situó en medio de ambos y tomó una mano de cada uno—. Está todo bien, de verdad. Es extraño y no sé cómo asimilarlo, pero no estoy enojada, no puedo estar enojada con ninguno de ustedes. Sin embargo, quiero saber algo.
Los gemelos no parecían muy convencidos con la resolución, Sara se negaba a sucumbir a un enojo temporal. Ellos le preguntaron qué deseaba saber, entonces habló.
—Su padre... —comenzó diciendo, y con solo recordarlo su estómago rugió—. ¿Él les hizo daño?
Ellos se miraron absortos, y luego le devolvieron la mirada. Los dos negaron con la cabeza.
—No era alguien muy agradable —comentó ella con una falsa sonrisa, casi parecía Francesca tratando de esconder la basura bajo la alfombra.
—No lo es —dijo Jeff—. Tenía la costumbre de torturar gente delante de nosotros para demostrar su poder y autoridad, pero jamás nos tocó un pelo. Somos sus favoritos, tal vez porque nos parecemos físicamente, porque somos dos, o porque somos hijos de su esposa preferida. ¿Quién sabe? De todas formas no está bien visto que puros torturen a otros de su casta.
—Hasta que se entere de nuestro amorío. —Jack tragó saliva—. Cometimos la peor herejía para un Arsenic: enamorarnos de una ofrenda, y ser parte de un harem en vez de tener uno.
—Gracias a Lucifer, no fue un padre muy presente —comentó Jeff—. Nos criaron sus ofrendas y concubinas, y nuestra madre, Helena, en cuanto podía. De hacerlo él estoy seguro que seríamos otros.
Al final, Sara, pudo respirar aliviada. Teniendo en cuenta de quien eran hijos, temía que hubiesen sufrido un destino como el de Adam, pero ellos eran distintos. Se les había dado vida de príncipes consentidos y mimados. No obstante, lo que contaban, le daba a entender porque no eran unos desalmados. En todo caso no iba a echar más leña al fuego, era tiempo de avanzar.
—Olvidemos esto, ¿de acuerdo? —Ella les apretó las manos—. Hay que pensar en el futuro.
—Pareces entusiasmada —dijo Jack, todavía sin convencerse, todavía con incredulidad a la reacción liviana de la humana.
—Es la primera vez que todo me sale bien —respondió Sara, encogiéndose de hombros—. Como sea, con todo el berrinche no me saludaron de forma adecuada.
Jeff sonrió, pero Jack lo hizo de un modo más apenado. Sara se fastidiaba con las caras largas, de verdad quería dejar todo eso atrás lo más pronto posible. No se imaginaba hasta qué punto quería deshacerse de esos recuerdos, no se imaginaba cuanto dolía estar reconociendo, en sus facciones, los genes de aquel demonio.
Los dos se le acercaron al cuello, como si estuvieran sincronizados; y, al mismo tiempo, clavaron, con lentitud, sus colmillos en la piel, rompiéndola para quedarse allí, quietos, mientras sus manos la acariciaban, la abrazaban. No iban a drenar su sangre, ya había perdido demasiada, lo sabían. Daba igual, con sus solas mordidas ya podía sentirse abstraída de todo mal recuerdo.
El cuerpo de Sara perdía la fuerza, pero cuatro manos la sostenían de todos lados. Ellos se separaron para mirarla a los ojos. Ella mordió sus labios porque esos dos siempre convertían cualquier momento en uno lujurioso.
Esta vez, se acercaron a su boca, los tres pares de labios se encontraron. Sus lenguas comenzaron a ingresar en ella, jugueteando. Los gemelos, valiéndose de su fuerza, la fueron llevando hasta el suelo donde continuaron con sus arrumacos.
—¡Sara!
La identificable voz de Demian aparecía de forma tan inoportuna como habitual.
Sara se libró de los abrazos de los chicos, y se arrastró lejos de ellos para ponerse de pie, antes de que las cosas se intensificaran. Demian se acercaba a ellos. Los gemelos se reincorporaban con miradas traviesas, mientras ella se aventaba con las manos, procurando disimular su excitación.
—Sara, estás sucia y despeinada. —Demian colocó su mirada oscurecida sobre los gemelos.
—Agradece que llegaste justo a tiempo —respondió Jack.
<<¡Idiota!>>. Sara rechinó sus dientes esperando a que no lo provocara.
—Me caí —explicó Sara, evitando los conflictos desde temprano—. El suelo es muy inestable en esta zona.
Demian volvió en sí.
—T-ten cuidado. —Nosferatu se acercó a la humana para ayudarla a caminar—. Es mejor que descanses un poco más. Ha-han sido días difíciles.
Era un amor, uno al que debían decirle mentiras piadosas para que no enloqueciera. Ella lo siguió, dejando pendiente la situación con los gemelos. A pesar de su sonrisa, y las noticias de libertad, un nuevo malestar se generaba en Sara, una ligera incomodidad que le exigía replantearse su vida, sus actos.
Algo diferente a lo destinado sucedería, sería dueña de su vida. Por ello prefería dormir un día más, hasta tener que tomar sus propias decisiones.
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