4.La comida está servida
El sol de la mañana perforó los párpados de Sara; los rayos ingresaban por su ventana iluminándolo todo, cada rincón oscuro del día anterior. No era agradable, se sentía como cuchillos, y le recordaban que lo peor se daba en la vigilia.
Aunque lo había creído imposible, había dormido al menos una hora. No recordaba demasiado la pesadilla que siempre se repetía en su cabeza, pero estaba segura de haber descansado lo suficiente para afrontar el martirio. Quería ir a ver a Ámbar y a Francesca, pero le generaba pavor salir de la habitación por su cuenta, así que decidió utilizar el baño primero. Ducharse y cambiarse sería su prioridad.
El agua caliente ardía cada vez que tocaban sus heridas, asearse era un suplicio. El champú y los jabones tenían un aroma excepcional, nada comparado al jabón en pan que solía utilizar. Algo bueno era que podía tardar más de diez minutos sin que le cortaran en agua. No obstante, trató de no distraerse con nimiedades, no quería obnubilarse por el lujo y olvidar que estaba en una cueva de vampiros, en donde no era más que el plato principal.
Se sentía algo así como Hansel y Gretel, siendo engordada y consentida para luego ser devorada de un modo brutal y violento.
Tapada con una toalla comenzó a revisar los regalos. Había más ropa, zapatos y perfumes de lo que podía imaginar. Era como si supieran que no tenía nada; la avergonzaba a pesar de estar segura de no ser la culpable.
Sin más remedio, se enfundó con el vestido más sencillo que encontró. Y, en cuanto se dispuso a abrir la perilla de la puerta, alguien golpeó tres veces, de inmediato su corazón se paralizó, tan solo decidió abrir con la esperanza de que fuera alguna de las chicas.
—Sara, que alegría verte ya cambiada —dijo Evans, tras él estaban Ámbar y Francesca.
Haciendo caso omiso al hombre, y su insistente amabilidad, se dirigió a Ámbar.
—¡Ámbar, dime que estás bien! —Sara corrió hacia ella.
La pobre tenía un aspecto demacrado producto del estrés. Pero ahí estaba, de pie, como era normal para la más valiente y admirable del trío.
—Sigo viva —respondió con una sonrisa mordaz.
Evans les pidió que lo siguieran hasta el comedor, era la hora del desayuno. Por la noche se habían salteado la cena y ahora el hambre se hacía notar entre gruñidos en sus tripas.
Tras un largo recorrido llegaron a una puerta doble. Se oía algo de barullo, gente hablando, caminando.
En cuanto entraron, todo se enmudeció.
El comedor era un gigantesco sitio de muros tapizados, mesas redondas, vitrinas llenas de comidas de apariencia deliciosa, en donde algunos pocos hombres, que habitaban el Báthory, compartían alimentos. Esta vez pudieron ver directamente a los rostros de los vampiros; algunos no miraban, otros sonreían, unos tantos parecían asombrados y otros más bien se mostraban indiferentes.
De inmediato volvieron a sus cosas, como si entendieran que debían respetar el espacio de las recién llegadas, o como si estuvieran obligados a hacerlo. Las tres se sentaron en una pequeña mesa apartada, y Evans les alcanzó una bandeja con el desayuno. Luego de eso se esfumó.
—Esta mañana me pidieron disculpas —dijo Ámbar mordisqueando sus nudillos—. Azazel habló con ellos, por eso están tratando de pasar desapercibida nuestra llegada.
—Qué absurdo —siseó Francesca.
—También lo creo —musitó Ámbar—. Pretenden hacer de cuenta que no ha pasado nada cuando me mordieron por todos lados.
Por su relato, Ámbar había sido acosada al instante que había ingresado a una sala. Los vampiros, a los que alimentaría, drenaron su "dosis" en cuanto la vieron. Ahora, las demás, entendían que no era para menos el terror de ella. Por otro lado, los chupasangres, se habían disculpado y ahora todo pretendía funcionar con una extraña normalidad.
En cambio, Francesca tenía un discurso opuesto sobre sus compañeros vampiros. Ella explicaba que la habían recibido con buenos tratos, que en cuanto se enteraron de su preocupación por Sara, la dejaron acompañarla, por lo que no podía decir a buena primera que eran tan demoníacos.
Sara, en contraste, no podía formular opinión alguna, no había hecho más que desmayarse sin dirigirles una mirada. Pero el día había llegado. Tendría que mirar a esos individuos, a los que les daría su sangre, a la cara. Sin embargo el terror y la desconfianza la perseguían por más que le mostraran algo distinto. No tenía idea de lo que significaba un vampiro, las leyendas eran insuficientes y distorsionadas. Nada superaba la realidad.
La hora llegó. Los tutores reunirían a sus chicos para impartir algunas clases que fueran de su interés, no era algo obligatorio, pero no tenían nada más que hacer. Los habitantes del castillo comenzaron a moverse en dirección a las habitaciones donde ofrecían diversas cátedras.
Todos estaban dentro, antes de que Sara pudiera decidir moverse, la primera en levantarse fue Francesca.
—Debemos ir, no tiene caso seguir aquí. Corremos más peligro lejos de los tutores.
—Pero Ámbar... —musitó Sara, meneando su cabeza azabache.
—No te preocupes, esta vez no flaquearé. —Ámbar la tranquilizó, forzando una sonrisa—. Buscaré la manera de defenderme.
Era inevitable recordar algunas cosas vividas tiempo atrás. Así que Sara se levantó. Ella también debía ser fuerte, esta vez no era por Dios, era por ella, por Ámbar y Francesca.
Caminó hasta la habitación del día anterior, y deseó que no hubiera nadie, pero todos, incluido Evans, estaban dentro.
Sara cruzó la puerta, no sin antes tragar saliva. El amable educador le dio el pase con una bella sonrisa. Se sentía disgustada ante tanta falsedad.
Sin titubear, miró a esos monstruos a los ojos.
<<Parecen gente normal>>, pensó entre sorprendida y aliviada.
¡Cómo si las apariencias no fueran engañosas!
Dos estaban delante de todo, desparramados sobre sus sofás negros, eran un par de aborrecibles gemelos, de cabello oscuro y alborotado, piel blanca como la muerte, y ojos muy claros azulados; ambos la miraban con una sonrisita burlona, se mofaban de su miedo.
Había un chico en el centro, llevaba el cabello castaño recogido en una coleta, usaba lentes de un fino marco, pero vidrio tan desgastado que nublaba su mirada ¿Los vampiros podían tener mala vista? Por un instante sus pupilas se cruzaron con las de Sara, y ella creyó ver un brillo dorado, de inmediato él bajó su vista a sus notas, restándole importancia. Unos ojos verdes y vivaces estaban clavados sobre ella desde el primer instante, eran de un joven de cabello cobrizo, aterrorizado como una rata, con la boca semiabierta; tenía pecas en sus mejillas y sus dedos largos no paraban de moverse. La inquietaba bastante, su aspecto cadavérico era digno de una película terror.
Y, los últimos dos, estaban cada uno en una esquina del fondo.
Un rubio la miraba retador, sus ojos miel pretendían ponerla nerviosa, apretaba su mandíbula con rabia y provocaba que la estabilidad quisiera flaquear. El otro, de cabello sanguinolento, no la miraba, de hecho, estaba tumbado sobre un escritorio mirando un punto fijo en la pared, pensando o quizás estaba muerto. Como fuera, todos le horrorizaban.
—Ahora sí, Sara, bienvenida a casa —dijo Evans, quien le indicó un asiento al frente y al medio de la trágica postal.
La joven ofrenda tomó asiento, ante el frágil silencio que parecía a punto de quebrarse en mil pedazos. Inhaló con fuerza y miró hacia a la única persona que no le generaba intimidación: Evans. Él le dedicó una amable mueca.
—Sara —dijo él—. Aunque parezca, esto no es una escuela, mucho menos un orfanato o un convento. Los chicos pasaron los dieciocho, por lo que sus estudios básicos han sido concluidos con sus tutores particulares. Aquí están para especializarse para trabajar en los negocios de sus familias, entre tanto se completa su desarrollo.
<< ¿Son mayores?>>, se preguntó.
Eso la fastidiaba, le daba a entender que poco importaba si aprendía o no, dado que ella todavía no había acabado sus estudios secundarios, y mucho menos participaría de los "negocios familiares" de otros. Solo era la vianda.
Evans notó la incomodidad, pero se dispuso a comenzar a leer para todos. No obstante, antes que lo hiciera, el rechinamiento de un sillón al fondo, seguido de un golpe seco, sacudió la espalda de Sara.
Evans se detuvo y miró a quien hacía escándalo.
—¿Qué sucede, Adam? —preguntó él, con su serenidad.
—¡¿Vamos hacer como si nada?! —exclamó uno de los chicos. Sara pudo predecir que se trataba del rubio que la había punzado con sus pupilas con anterioridad—. Ayer tuvimos que aguantar el teatro de estas humanas. Mi familia dio los mejores regalos, ¡y no pude probar una gota de sangre!
—Adam, por favor. —Evans ahogó un insulto—. No te comportes como un animal, tendrás tu sangre.
<<¿Su sangre?>>, Sara no podía concebir esa idea.
—¡Un impuro no me va a decir que hacer! —bramó el muchacho, pateando una pequeña mesa a su lado.
Sara sintió su corazón comprimirse, era terrible que hablaran de ella como un pedazo de carne. También se sorprendía como le hablaba a Evans, ¿así de groseros eran los vampiros? No les importaba agredir a un adulto ¡a un profesor!
—¡Tengo el derecho! —respondió Evans, siendo para nada amable.—. ¡Te guste o no un impuro es la autoridad en este sitio!
Él también tenía carácter y eso aliviaba a la ofrenda, pero en cuanto Adam se dispuso a responder, un chillido ensordecedor se oyó por todos los rincones, sobresaltando el estómago de Sara.
Los gritos de súplica y sufrimiento de Ámbar otra vez rompían la quietud.
—¡Ámbar! —soltó Sara obviando la discusión, queriendo escaparse de la clase e ir en su rescate, pero Evans la detuvo con su brazo.
Todos quedaron en silencio.
—¡Sara, quédate aquí! —dijo Evans, antes de abandonar la sala.
Debido a la preocupación por Ámbar, Sara no llegó a darse cuenta en ese instante, pero cuando volvió a oír sus voces lo recordó. Evans acababa de dejarla a solas con los vampiros, quedando frente a la puerta cerrada, tratando de oír lo que sucedía afuera. Ámbar gritaba y sollozaba, pero con menos fuerza que antes. Sara temía que la hubiesen sedado otra vez, o que algo peor estuviese pasando. Por otra parte, no se animaba a dar vuelta la cara, porque ellos la verían a los ojos, notarían su miedo, lo olerían, y eso la aterraba.
—Muy bien, Evans no está aquí. Tomaré lo que es mío —dijo Adam, ella lo reconoció por su voz sobre su espalda.
<<No, Dios, no lo permitas, no me abandones >>, suplicó Sara al cielo, sus ojos se iban llenando, poco a poco, de lágrimas, sintiendo las pisoteadas de Adam alcanzarla.
—¡Yo también necesito hacerlo, no paro de babear! —comentó otra persona.
—Es verdad que muero por una probada —murmuró otro.
—No pueden hacer eso a-ahora —musitó alguien, pero nadie le hizo caso.
El miedo la inundó, pero no lo suficiente como para intentar abrir la perilla y huir. Sí, tan sólo eso: "intentó", pues de inmediato sus músculos ya dejaron de moverse, y eso no tenía que ver con su cuerpo.
Decenas de manos la habían atrapado y la jalaban lejos de su escape. Enredándola en un agarre violento. Sara perdía control de su cuerpo, gritando como última alternativa.
Ellos la habían tomado, arrastrándola lejos de la salida.
Gritó, Sara gritó. Gritó llena de desesperación. Iba a ser masacrada.
Sus alaridos de terror se entremezclaban con los de Ámbar, quien sufría el mismo destino. Pero ellos le taparon la boca, la sometieron con su fuerza inhumana. Le decían que se tranquilizara, que dejara el escándalo, que no le dolería, ¿cómo podía creerles? ¿Cómo podía consentirlos?
Sara desesperó, como quien se ahoga en aguas profundas y pantanosas. No podía moverse, no sabía quién estaba sosteniendo sus manos, su cuello, sus piernas.
Apretó los ojos, sabiendo que era inútil tratar de zafarse de la fuerza de esos "hombres", y más aún cuando sintió la punzada de los colmillos enterrándose en su cuello, en sus muslos, en su muñeca, provocándole la confusión más grande de su vida.
El sentimiento de ser devorada, el sentimiento de ver su humanidad siendo consumida. El sentimiento de ser la comida de los demonios.
Un golpe duro la obligó a abrir los ojos.
—¡Aléjense de Sara! —Evans regresaba para salvarla, pero ellos ya habían succionado su sangre, ya la habían tomado como querían. Era tarde.
La soltaron sin cuidado, su cuerpo cayó abatido al suelo. Sus lágrimas rodaban en sus mejillas pálidas, no podía detener el llanto, un gimoteo agudo e incontrolable la mantenía temblando, presa del terror, acostada con la cara al suelo. Por un momento había creído ver su muerte, era oscura y muy lejana al paraíso.
—¡Jack, Jeff y Adam, ustedes tres váyanse de aquí! —ordenó Evans, y ellos lo obedecieron maldiciendo por lo bajo, y otro tanto riendo. Evans la ayudaba a ponerse de pie y secaba sus lágrimas con un pañuelo.
Sara notó que los tres la habían atacado no eran, ni más ni menos, que el rubio: Adam, y los gemelos: Jeff y Jack.
—¡Yo no fui! —exclamó una voz que antes había escuchado. Se trataba del chico con ojos nerviosos y cabello cobrizo.
—Ya sé que no fuiste Demian, pero tampoco hiciste nada para impedirlo. —Sermoneó el profesor ubicando a Sara en un asiento, pretendiendo que todo siguiera con naturalidad.
—¿Qué sucedió con Ámbar? —Sara sollozó, olvidando su propio pesar.
—Lo mismo que te acaba de pasar a ti —respondió Evans, tirando su cabello hacia atrás—. Lamento haberte dejado sola, no pensé que ellos serían capaces.
Ella asintió con la cabeza, como quien se resigna a la desgracia, después de todo no había sido más que un susto. Era increíble, pero tampoco no había ningún dolor en su cuerpo, se tocaba en donde se suponía que debía tener una herida y solo tenía babas pegajosas que limpiaba con asco.
—¿Puedes escucharme, Sara? —preguntó Evans volviendo en sí.
Sara asintió con una mueca poco convencida.
—Estos chicos —dijo Evans, señalando a los tres muchachos que no le habían hecho nada—. Los gemelos, Adam, y todos los demás en Báthory, esperaron tu llegada. Con Azazel hacemos día a día lo posible para que aprendan a tratar a los humanos. Ellos no son malvados, ser vampiro no es sinónimo de ser un monstruo. Yo mismo soy un vampiro.
Ella frunció el ceño, no lo entendía. Sus lágrimas seguían cayendo de vez en cuando.
—Necesitan tu sangre para vivir —explicó sin más, casi resignado—. Los vampiros necesitan beber sangre directamente desde el cuerpo cuando están en su etapa de desarrollo. Los adultos podemos conformarnos con donaciones, pero ellos no. Aquí se los trata de contener durante su momento más difícil, para que no lastimen a otros.
<<¿No lastimen a otros significa descárguense con las ofrendas?>>.
Ella no dijo esto en voz alta, todavía le costaba hacerlo, hacer oír y respetar su voz, por lo que guardó silencio.
—¿Pero nosotras no somos parte de los otros? ¿Acaso no somos nadie?
—Sara, no es eso... —siseó Evans, considerando que no había escogido las palabras más adecuadas.
La joven corrió la vista a un lado haciendo un puchero. Lo que decía no justificaba el maltrato, y Ámbar parecía estar pasándola incluso peor.
—¡Yo no voy a hacer nada malo a Sara! —reiteró Demian en un grito—. ¡Yo les dije que se detuvieran!
Sara tuvo que admitir que le sorprendió su comentario, tanto, que no pudo evitar girar su rostro lloroso hacia él. Sus pupilas se cruzaron con las del vampiro de aspecto tras-tornado, pero esta vez él corrió su rostro del de ella, como si lo hubiese asustado. Le agradecía sus palabras, parecían sinceras, mas no olvidaba su naturaleza.
—Bien dicho, Demian —dijo Evans con una sonrisa, quizás percatándose de la incipiente calma en Sara—. ¿Y ustedes, pueden darle algo de tranquilidad a Sara? ¿Tony, Joan?
—No estoy para parecer complaciente, beberé de ella —dijo el joven que se ubicaba en la espalda tras Sara, aquel de lentes—. De todas formas, luego de esto, solo serán nuestros actos lo que le den un poco de tranquilidad. Supongo que para Sara las palabras ya están de más.
—Tienes razón, Joan —farfulló Evans, algo decepcionado con la respuesta—. Y tú ¿Tony? ¿Me oyes?
Tony, el chico de cabello bermellón, pensó un instante para luego hablar.
—Evans, no importa lo que hagamos, todo aquí está mal.
De algún u otro modo la clase continuó, en vano. Sara no entendía nada. ¿Cómo podía concentrarse con una crisis nerviosa y existencial? Los gemelos y Adam no regresaron, para su suerte. Con los tres chicos que quedaban no había problemas; dos la ignoraban por completo, y otro parecía tenerle más miedo que ella a él, pero no dejaba de preocupase por Ámbar, ¿qué habría sido de ella? ¿Al final había sufrido lo mismo? Era lo más probable, pero en cuanto se tocaba el cuello y las muñecas no tenían ninguna marca, y menos sentía dolor, lo que le hacía pensar que Azazel no había mentido, no sufriría, no de manera física.
¿Pero qué pasaría con el terror que no se iba? ¿Qué pasaría con el sentimiento de sentirse una presa en una jaula de leones?
No se atrevía a pensar cómo sería su vida con esos tipos queriendo alimentarse a cada instante.
La pesadilla recién empezaba o eso creía.
En tanto, los gemelos, Jack y Jeff, junto a Adam, veían salir a un grupo de vampiros impuros, del despacho de Azazel. Ahora era el turno de su sermón.
—Qué extraño —canturreó Azazel al ver a los tres vampiros ingresar—. Pensé que los jóvenes tenían la costumbre de rebelarse contra sus familias, no que preferían imitar sus peores formas.
—¿Eso tienes para decir, Azazel? —Lo enfrentó Adam—. Esa chica vino a alimentarnos. Por más que intentes mezclarla en nuestras cátedras no es más que un bocadillo. Darle esperanzas hará más dura la caída.
Los puños de Azazel se contrajeron contra el escritorio, sostuvo una mirada furiosa contra Adam, quien lo desafió arqueando una ceja.
—¡Tenía hambre! —Se excusó Jack.
Su gemelo lucía un tanto más arrepentido, y continuó hablando.
—Pensé que cuando la mordiéramos, y viera que no había daño, le iba a gustar —murmuró Jeff, con la vista al suelo—. Qué idiota.
El director tomó una bocanada de aire y pensó un segundo antes de hablarles.
—No me interesa que se crean el cuento de ser los "reyes del infierno", pero Sara no es un bocadillo. Esa chica es un ser humano, y aunque ella no lo sepa, en este mundo tiene más derechos que alguien considerado un mito. —Azazel se puso de pie—. Estoy cansado de lacras como ustedes, no importa cuán miserable sea su vida, no importa que vivamos como ratas en esta alcantarilla, siguen creyéndose superiores. Así que les pido, si no quieren verme furioso, tan solo intenten no volver a aterrorizarla, o los enviaré de vuelta a sus casas como la vergüenza de la familia.
—¿Eso es todo? —Adam se burló antes de darse la media vuelta para retirarse.
—No es para tanto. —Jack rodeó sus ojos, sosteniendo una sonrisa que pronto se borró al percibir el odio del director—. No importa que pretendas otra cosa, en este castillo ella es nuestra comida.
—Le pediremos disculpas, Azazel —concluyó Jeff, tomando a su hermano del brazo para llevárselo consigo—. No me interesa ser una "vergüenza", pero no tengo intenciones de volver a casa.
—Entonces cuida a tu hermano —finalizó Azazel, con la mirada puesta en los gemelos—. No querrán perder la única oportunidad del siglo para permanecer lejos de su padre.
Jack bajó su mirada y Jeff se lo llevó consigo antes de decir algo más.
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