37. Plan B
Su corazón latía a mil por hora, iba a escaparse por su boca. Sara no tenía idea de las consecuencias del hurto en la ciudad, y no tenía intenciones de averiguarlo. Disfrutaba la suerte de mantener su ligereza, o tal vez era que el hombre no tenía un buen estado físico. De todos modos, se culpaba por su imprudencia al tomar comida cuando la gente escaseaba, quedando desprotegida a la vista de todos, ¡qué idiota! Casi lo echaba a perder. Por eso era que seguía corriendo, mirando a los alrededores, sujetando, con pura devoción, los alimentos que le darían la fuerza para continuar viviendo en ese nuevo mundo que comenzaba a descubrir.
Segunda torpeza en el día, chocó con algo, y las naranjas salieron volando por los aires. Con pena y desesperación, vio como rodaban hacia el asfalto y eran aplastadas, una a una y sin misericordia, por los vehículos que transitaban. El jugo salpicaba a todos lados, el olor a naranja ahora le haría recordar como todo podía empeorar.
Dejó caer los brazos abatidos y se arrodilló de un golpe, lastimándose con el cemento del suelo, sintiendo un dolor intenso en la cabeza. Casi hubiera creído que no era su día, de no ser por lo que sucedió después.
—¿Sara? —preguntó una vocecita familiar.
Sara alzó la vista para comprobarlo; y, como si se tratara de una aparición milagrosa, la de una santa virgen enviada por Dios, Elizabeth le tendía la mano para que se pusiera de pie.
La ofrenda intentó abrir la boca, sus palabras no salieron. Sus ojos se nublaron por las lágrimas, ¿era real? No sabía qué hacía ella allí, en la ciudad, pero estaba claro que no corría su misma suerte. Elizabeth lucía un vestido de volados y un sombrero amplio que la cubría del sol, olía a perfume de jazmines, y cargaba dos bolsas llenas de víveres. Irradiaba belleza, una hermosura mucho más brillante que la habitual
Sara tomó su pequeña mano, y la abrazó con la misma confianza que tenía con Francesca. El llanto salió por sí solo, lloraba de felicidad, la felicidad de tener una aliada en un mundo cruel. Elizabeth le correspondía el alterado afecto con palmaditas en la espalda. Sin preguntar nada, la tomó de brazo; y, con un paso lento, la llevó al lugar que llamaba "nuevo hogar".
Era una pequeña casa, la más pequeña que recordaba haber visto. Tenía un cerco bajo en la entrada, rodeado de flores coloridas y plantas de todo tipo. Sus tejas rojas hacían resaltar el blanco de los muros. Los marcos barnizados, de las ventanas de vidrios repartidos, le daban el encanto de un cuento de hadas.
Al entrar, el aroma a pan tostado y café logró hechizar a la ofrenda por completo, su boca generaba más saliva de lo habitual. Pero, previendo que Elizabeth le indicaba donde estaba el baño, entregándole ropa limpia, le hacía entrar en cuenta que apestaba.
Sara prefirió ingresar a la bañera antes de probar bocado, por más hambre que tuviera.
El baño era tan pequeño como cualquier rincón en la casa, Sara entraba en la bañera con las rodillas flexionadas, lo cual era más que suficiente para quitarse la mugre y el sudor de días y días.
Mientras se llenaba de espuma comenzaba a pensar en la realidad. ¿Qué hacía Elizabeth en la cuidad, sola? ¿Cómo había conseguido una casa?
Los recuerdos de la noche del último Sabbat volvían en sí. Se había preocupado tanto por mantenerse con vida que ya no podía pensar en los demás.
Con un enorme vestido celeste, Sara salió del baño emanando aroma a jabón. Elizabeth servía el desayuno en la mesa de madera del comedor, la cual adornaba con bonitas rosas que le recordaban al Báthory. La humana se sentó mordiéndose los labios, sin saber por dónde empezar.
—¿Quieres que empiece? —Elizabeth rió.
—Primero quiero saber... —dijo Sara, en un hilo apresurado.
—Sobrevivieron. —Elizabeth respondió antes de dejarla terminar—. Los niños puros están bien.
Sus ojos se cerraron. Sara dejó ir el aire contenido en sus pulmones. Podía librarse de la tensión que oprimía su pecho. De ahora en más todo iría sobre ruedas.
Poco a poco Elizabeth fue buscando las palabras para contarle los últimos acontecimientos. Ya no era humana, y, debido a las peleas con Azazel, se había ido del Báthory. Una vez por semana, recibía la visita de Rosemary, la nueva ofrenda del castillo. Poco a poco iba aprendiendo a realizar su vida de manera solitaria en la ciudad.
—Los líderes de la hermandad ni saben de mi existencia. —Elizabeth se encogió de hombros—. Algunos me dieron por muerta, y otros creen que fui enviada con Catalina. En definitiva, cuento con la suerte de ser la única con la capacidad de vivir por fuera de la hermandad.
Sara notó su apariencia vampírica la cual era bastante notable, a pesar del maquillaje para ocultar su palidez antinatural. Sus colmillos afilados al final de sus comisuras, el brillo rojizo de sus ojos, sus labios purpúreos y su hermosura insuperable, producto de una eterna salud, confirmaban que ya no era una simple humana. De todas formas se alegraba verla tan de buen humor, muy diferente a Ámbar; pero, en cuanto nombraba al director, podía notar cierto vestigio de tristeza.
—Es una casa muy hermosa. —Sara miró a los alrededores, tras dar un sorbo a su bebida—. Azazel ha sido muy atento en elegirla y darte la oportunidad de empezar de nuevo.
Dicho esto, Elizabeth bajó la mirada mordiscando sus labios de manera aturdida.
—Soy la peor —siseó y se agarró cabeza entre sus manos—. Le dije cosas horribles sin pensar. No podía controlar la ira y lo herí demasiado con mis palabras. ¡Yo sabía muy bien que él no tenía idea de mi existencia, él no me pidió como ofrenda!
—Elizabeth, tranquilízate. —Sara estiró su mano a ella—. Azazel es el hombre más comprensivo que jamás he conocido. Tiene trescientos años, no son en vano. La ayuda que te da es la muestra que entiende tu dolor.
Elizabeth masajeó su cuello con preocupación. Algo era cierto, de otro modo, otro en su lugar, no la hubiese consentido tanto. Incluso le daba a pensar que Azazel la apreciaba más de lo que decía.
—Pero más importante —dijo Elizabeth, viendo fijo a su invitada—. ¿Quieres contarme que ha sucedido contigo? Y sobre todo con Francesca.
—Francesca —balbuceó Sara, al momento que bajó su mirada.
El solo oír su nombre le daba un vuelco a su corazón. Su amiga, su hermana de corazón seguía en manos de un licántropo delirante. Tan solo quería juntar fuerzas para poder volver a ese lugar y traerla a su lado.
La morena carraspeó su voz, y comenzó por el principio. No omitió detalle alguno de toda su odisea, de su estadía con los licántropos y el motivo por lo cual estaba a salvo, pero su amiga no.
La expresión de espanto de Elizabeth demostraba que la historia era demasiado para ella. No era para menos, a pesar de su vida en el claustro, tenía la inocencia intacta, a pesar de ser mayor, Sara la veía más pequeña.
—Tengo que salvarla —dijo Sara entre dientes—. Buscaré la forma de regresar, tengo que planear algo y sacarla de ahí.
—Ya es un milagro que tú hayas salido con vida. —Elizabeth tomó un largo trago de agua y continuó—: que te enfrentes sola a eso es casi imposible. De todas formas ya no debes preocuparte, estás de suerte, hoy vendrá Rosemary y podrás regresar al Báthory y Azazel te ayudará.
—No lo hará. —Sara apretó sus puños y sus muelas—. Esa Rosemary es la nueva ofrenda, ya no nos necesitan. No soy estúpida, ¿acaso alguien nos buscó hasta ahora? No, era más importante buscarnos un reemplazo, y ya lo tienen. Siempre lo tuve en cuenta, las ofrendas somos material de descarte.
Elizabeth no pudo disimular una mirada nerviosa. No podía prometerle nada a Sara ya que tras el Sabbat solo se había preocupado por su nuevo estado. No tenía idea si alguien buscaba a las desaparecidas, lo único que sabía era que ya tenían a alguien más haciendo el trabajo.
—Lo sabía —masculló Sara ante el silencio—. Siempre lo supe, solo nos tenemos a nosotras. No puedo fallarle.
—Sara, no sé qué hizo Azazel con los problemas que pasaron —insistió tratando de darle esperanzas—. Yo no estoy allí, no puedo asegurar que no te están buscando. Sabes que le importas mucho a los vampiros.
—No lo suficiente —afirmó apretando sus puños—. Está bien, no esperaba más. Además los vampiros necesitan comer y, sobre eso, ¿qué tal es esa Rosemary? —preguntó siendo masoquista.
Enterarse que los chicos se alimentaban de otra, mientras ella padecía, le revolvía las tripas, no mentiría.
—Linda, agradable, simpá... —Elizabeth se detuvo al ver como la cara de Sara se iba descomponiendo de la rabia—. Su voz es bastante chillona, tiene olor a perro, dice chistes estúpidos y por lo que me cuenta no puede llevarse bien con nadie.
—Yo tampoco me llevaba bien con nadie, y adivina, me acosté con cinco de ellos.
Elizabeth corrió su vista, sus mejillas ardían, lo que Sara confesaba era puro despecho, puro veneno y resentimiento. Sentirse traicionada por tantos hombres a la vez no era algo que deseaba a nadie. La amargura nacía en su corazón y se expandía por todo su ser como cáncer. Tan solo se alegraba no haber permanecido en la ilusión más tiempo, la caída habría sido fatal. Aunque era natural, la vida le había enseñado que si quería algo debía conseguirlo sola, o en todo caso con ayuda de su compañera.
En parte era bueno no ser tan ilusa, podía sentir que cada golpe acumulado era una escama más en una armadura que la volvía invencible.
—No seas así —susurró Elizabeth, con la preocupación marcada en una mueca torcida—. No sé qué sucedió, de verdad. Azazel siempre hablaba de lo mucho que esos chicos te apreciaban, tea doraba a ti y a Fran. Tú me lo has dicho recién, Azazel es comprensivo, no te abandonará, no dejará sola a Francesca.
—No es lo mismo, Eli. —Sara mordió sus labios—. Mi existencia está por debajo de cualquiera.
Dejando caer sus hombros abatidos, Sara se resignaba a aceptar la realidad. Azazel podía ser bueno y comprensivo, pero como cualquier director dentro de su institución. Tras dos semanas, era fácil entender que lo mejor era olvidarlas, o tenerlas como un gracioso recuerdo.
Las vidas de los vampiros eran eternas, por lo que su presencia no había sido más que un banal soplido. Era momento de dejar todo eso atrás. Esta vez lucharía para hacer lo que quisiera, sin importar las consecuencias, como cuando era pequeña. Su dignidad y su amiga lo valían; tenía que recuperar todo eso que le había sido arrebatado, que había dejado ir, y, que con su corta estadía en la ciudad, estaba aprendiendo a valorar como nunca antes.
Por otro lado, todo el cariño que les había tomado a esos vampiros, todas esas confesiones de amor y extraños buenos momentos, debían quedarse congelados para no atormentarla más.
Sara ya no quería hablar de su vida en el Báthory, a donde no regresaría, prefería esperar a esa tal Rosemary para que llevara una carta de despedida y así seguir con su rumbo. Trataba de mantenerse distraída entre quehaceres, ayudando con la comida. Aunque sabía desenvolverse con las labores domésticas, no tenía idea de los productos comercializados en la ciudad; todo se vendía empaquetado, deshidratado o listo para comer. La vida en la ciudad era práctica, lo que le hacía pensar que, para una persona experta en sobrevivir, una vida allí era algo que podría hacer sin problemas.
No fue hasta que acabaron de hornear algunas galletas para la nueva ofrenda, que la susodicha llegó en un vehículo negro, que dio el aviso con su bocina. Sara husmeó por la ventana, quería saciar su curiosidad. La infortunada nueva ofrenda era tan agraciada como Elizabeth la había descrito. Daba pequeños saltitos alegres hacia la entrada, haciendo mecer su pollera de tablas y su melena castaña. Su cuerpo era contorneado, y su sincera sonrisa opacaba la mismísima luz del sol.
Tres golpecitos suaves fueron dados a la puerta. Elizabeth abrió de inmediato, recibiéndola con un abrazo. Sara no pestañeó.
—¿Tienes visitas? —Rosemary dirigió sus enormes e inquietos ojos a Sara—. ¡Hola! ¿Qué tal? —saludó extendiendo la mano y agitándola con fuerza.
—Hola. —Sara gesticuló sin ganas, como si la chica tuviese culpa de algo y no fuese otra víctima del sistema. De inmediato miró a Elizabeth, la dejaría hablar.
—Ros, tengo una buena noticia. —Elizabeth amplió su sonrisa—. ¡Ella es Sara! La chica a quien sustituyes en el Báthory, es una larga historia, pero gracias a un milagro nos encontramos.
De repente la cara de Rosemary se puso blanca como la de un cadáver, y una sonrisa cuasi macabra se dibujó de oreja a oreja.
—¡¿Sara?! —exclamó tan animada y tan eufórica que daba miedo—. Por Dios, esto es perfecto —murmuró por lo bajo.
—¿Perfecto? —inquirió Sara, creyendo haber oído mal.
Luego lo entendió, era perfecto para Rosemary. Sara notó, con amargura, como dos hombres vestidos de negro, y armados, bajaban del vehículo que esperaba por la sustituta, entonces supo que los vampiros pecaban de inocencia al abrir las puertas a una ofrenda en tiempos tan turbulentos.
Como fotografías, las cosas pasaban por sobre Sara y Elizabeth. Fueron reducidas, atadas y metidas en el vehículo que había traído a Rosemary, quien no era nada más ni nada menos que otro señuelo de los licántropos. Una espía con cara de niña buena.
Ella, durante el viaje, les contaba que los rehenes que tenían los Leone, habían hecho un gran trabajo de investigación durante los últimos años, hasta que fueron capturados. Lamentablemente, esos hombres, eran humanos bien entrenados, por lo que a los Leone les sería imposible sacarles algún dato.
Sara ignoraba demasiadas cosas, el conflicto entre licántropos y vampiros le era ajeno, ni podía entender los negocios con la iglesia. Sin embargo se daba cuenta que los licántropos no perdían tiempo a la hora de golpear, y cada vez que lo hacían eran duros, brutales y certeros.
—Es inútil —dijo Sara a Rosemary, que estaba entre Elizabeth y ella en el auto—. Ya estuve con los licántropos. Me torturaron y no les serví de nada. Incluso tú pareces saber más del Báthory que yo misma, si lo que buscaban era información.
Rosemary lanzó una risita divertida, casi inocente.
—Es verdad, ya tengo todo lo que Adolfo quería. —Rosemary se mostró entusiasta entre sus dos rehenes—. Sé muy bien que las familias no gastarán recursos en ustedes. Sé todo, soy muy buena oyendo tras las puertas ¿sabes? Pero un pequeño grupo está dispuesto a arriésgalo todo por ti —añadió arqueando una ceja.
—Estás equivocada —respondió Sara—. De lo que te hayas enterado, debo decirte que solo fue momentáneo.
—Belmont, los gemelos Arsenic, Nosferatu, Joan Báthory e incluso un Leone —comentó mientras enumeraba con sus dedos—. Lo único que quieren es encontrarte. Con que atraigamos solo a uno de ellos bastará.
Sara abrió sus ojos con sorpresa.
—¡Pero a mí no me necesitan! —gritó Elizabeth furibunda.
—Lo siento Eli, eras nuestro plan A —explicó Rosemary—. Contigo atraeríamos a Azazel, pero encontrar a Sara fue mucho mejor. Los vampiros se lo buscaron, primero secuestrando a nuestros espías, luego secuestrando los cuerpos de los caídos, y por último, ahora tienen de rehén a uno de los nuestros.
Esta vez, Rosemary habló con un rastro de congoja. Era verdad, Sara conocía la falta de piedad de los Leone a la hora de torturar. Los vampiros no eran santos, y a la vez no olvidaba las masacres de los licántropos. Era imposible no estar confundido respecto al lugar que debía tomar.
Como en cualquier guerra, no se trataba de buenos y malo, y la sangre derramada, y quienes peor salín de ella era la gente inocente. Sara bajó la mirada, avergonzada de no tener idea de la realidad que la rodeaba, de haber quedado en medio de un conflicto entre mundos a los que no pertenecía.
Al final dejó que la llevaran a donde quisieran sin llorar o sin sentir miedo. Lo único que le quedaba era culparse por echar a perder el sacrificio de Francesca.
—Terminará pronto —comentó Rosemary antes de que el vehículo doblara hacia la autopista—. Ellos planean venir por ti, ¿sabes? esos vampiros me trataron mal todo el tiempo. Son fastidiosos, amargos y con olor a muerto. Pero al parecer hay algo vivo en sus corazones. Luego de esto estarás libre, Sara, es una promesa. No es personal.
Como una bomba de tiempo, el corazón de Sara latía a punto de estallar. ¿De verdad la vendrían a buscar? ¿De verdad planeaban ir por ella? ¿De verdad todo este maldito tiempo no había esperado nada de ellos? Rosemary no tenía motivos para mentirle. Sara lo sabía, su sustituta no era una chica mala, tan solo era su contraparte en esa situación.
Sin embargo era distinto, desde que había comenzado a preocuparse por ella y por lo que quería; incluso había renunciado a la idea de ser una ofrenda, de volver al Báthory. ¿Por qué? Bueno, alejarse un poco de lo que conocía le daba una perspectiva nueva del mundo y eso le gustaba, prefería llevar una vida de vagabunda a volver a ser una esclava.
—¿Eres una licántropo? —preguntó Elizabeth a Rosemary sonsacando a Sara de su mente—. Eso explicaría el olor a perro.
—No lo soy. —Rosemary olfateó su ropa—. Soy una humana. Los licántropos me rescataron junto a un grupo de niños secuestrados por los Nosferatu, esa noche los exterminaron. Aunque ahora me entero que hay uno con vida.
—Demian —murmuró Sara.
—Es mejor que Adolfo no se entere, se pondrá como loco —añadió—. Se suponía que los había extinguido, ahora ese tartamudo es la semilla que puede renacer esa familia de comeniños.
—Al menos te salvaron —susurró Sara—. ¿Por qué a mí y a Francesca no?
—La situación en diferente. —Rosemary observó por la ventana del auto—. Adolfo sabe que puede obtener más de ustedes. Su percepción de la situación no tiene comparación. No se equivoca.
Luego de eso no volvieron a hablar. Atravesaron la ciudad, y por fin llegaron a lo que era un enorme galpón en medio de un campo. Lejos de la posada de los licántropos. Tras lo vivido con los lobos, Sara no esperaba que al final la dejaran ir. Le daba pena por Elizabeth, ella no acostumbraba a esos tratos. Gritaba y se quejaba al ser ingresada al sitio.
Dentro, no había mucho más que algunos autos viejos, sillas y chatarra. Aunque, un poco más allá, se podía ver una melena rubia, una muchacha delgada que corría hacia ellas con los brazos extendidos.
—¡Sara! ¡Elizabeth!— exclamaba Francesca, feliz de verlas.
Ella se estrelló contra las recién llegadas; abrazándolas, aunque ellas no podían responderle, ya que seguían atadas de manos.
—¡Francesca! —bramó Sara, temblorosa—. Lo siento tanto, fui atrapada —añadió con los ojos llorosos.
—Está bien, Sara —respondió frotándole la espalda—. Vivamos o muramos, pronto todo acabará.
Sara la miró llena de frustración, era triste pensar que serían libres en la muerte. Pero ¿qué hacía ella allí? Estaba suelta, y Tommaso no andaba por los alrededores. No lo sabía, tan solo podía deducir que se las podía apañar mucho mejor que ella.
—Desaten a mis amigas —ordenó Francesca a los secuestradores.
Ellos lo hicieron, con una clara advertencia de que si intentaban algo no tendrían piedad.
Sara se acercó al oído de Francesca.
—¿Cómo es que te obedecen? —preguntó.
—Engañé a Tommaso. —Las manos de Francesca se volvieron inquietas, al igual que su mirada—. Fue difícil que me dejara un hueco por donde escaparme, pero comploté junto a Adolfo para que me utilizaran de rehén. A cambio pedí que me alejaran de él. No hubo problema con eso.
—¿Cómo lo lograste? —indagó Sara, al ver que su amiga no se sentía todavía a salvo.
—Él no me daba un respiro, pasaba el día pegado a mí como una garrapata —comenzó diciendo—. Siempre que le decía de dejarme caminar sola, o lo que fuera, se negaba rotundamente. Temía de lo que pudiera hacerme su familia, pero para mí, él era mi verdadera piedra en el zapato, así que, comencé a seducirlo —añadió tragando saliva.
—¿Sedujiste a un lobo? —preguntó Elizabeth, absorta.
—Su punto débil soy yo, y más aún el supuesto embarazo. —Francesca ladeó la cabeza, a cada momento parecía abochornada—. Le hice creer que me estaba agradando la idea de tener un hijo, buscábamos nombres juntos, le dije que incluso ya tenía antojos. Lo envié al bosque a cazar liebres y conseguir frutos. Sus ojos se llenaron de brillo, y sin pensarlo, salió al bosque en medio de la noche. Fue tan simple manipularlo con un poco de falso amor.
—Lo importante es que funcionó. —Sara lo podía leer en la mirada de su amiga, no le gustaba manipular de ese modo—. ¿Qué hiciste luego? —inquirió.
—Fui con Adolfo para que me sacara de allí. —Francesca soltó el aire de su interior—. Él aceptó, no me quiere con su hijo, sabe que lo detesto. Además, así lo prefieren todos, ningún licántropo podría quererme en su clan luego de las cosas que dije e hice.
—¿Por qué pareces tan triste? —interrumpió Elizabeth.
—¿Empatía? —Francesca sonrió de lado—. Tommaso es un loco, pero el modo en el que jugué con su ilusión fue un golpe bajo. Él parecía feliz, incluso comencé a creer que lo que tenía no era malicia, sino instinto animal, y eso es algo que sigue fuera de mi comprensión.
—Olvídalo. —Sara fue firme—. Piensas en ello porque, a pesar de todo, tu corazón es grande. Tommaso ya no importa, él hizo algo imperdonable, está lejos y no volverás a su lado.
Francesca asintió, abstraída en su mundo. Entre tanto, los dos hombres que guardaban silencio, tan solo lograban oír que Adolfo regresaría con sus hijos al anochecer.
Una gran camioneta ingresaba por la ruta principal hacia el centro. La misma, de color negro y vidrios oscuros, tenía un camino marcado. Tomaba la carretera hacia una zona de casas pequeñas, alejadas del convulsionado movimiento turístico y comercial.
—¡Acelera, viejo! —Ámbar pateaba la cabina del conductor, en donde iba Azazel al volante.
El director pretendía ignorar a la jovencita exasperante. En cambio, los chicos debían soportar sus insultos y maldiciones durante todo el trayecto. Nadie encontraba el modo de silenciarla de una buena vez.
Joan se distraía con la vista en la ventana, pero su caballeroso porte era opacado por sus puños apretados, iba a romper algo si esa mujer no cerraba la boca. Jeff y Jack simulaban dormir una siesta. Adam se mantenía al lado de Azazel, conocía sus limitaciones, no podría viajar junto a la vampiresa sin querer ahorcarla. Demian contestaba a todo lo que decía Ámbar, haciendo que esta se volviera más loca, ocasionando discusiones absurdas que parecían no tener final.
—¡No puede acelerar en un semáforo rojo! —exclamaba Demian.
—¡¿No puede o no quiere?! —respondía Ámbar a los gritos.
—Dime que estamos llegando —habló Adam a Azazel, rechinando los dientes.
—Estaremos en casa de Elizabeth en diez minutos —respondió el morocho de forma calmada—. Llegaremos a tiempo para la visita de Rosemary, allí nos encontraremos con los demás, entonces empezaremos a buscar.
Adam giró sus ojos con tedio, veía a sus compañeros por el retrovisor, tenían su misma expresión en las caras. Al menos la promesa del director era real, minutos después ya se encontraban aparcando en la casa de Elizabeth.
El vehículo de Víctor se situaba estacionado por delante de ellos, lo que indicaba que estaban dentro.
—Pequeña inmundicia le conseguiste a Elizabeth. —Adam observó los alrededores de la humilde morada—. Mi baño es más grande que esto.
—Es hermosa, y simple. —Azazel detuvo el motor—. Te gusta Sara, deberías entenderlo.
Adam no respondió a las provocaciones, ya no tenía ánimos para tonterías.
—Llegamos tarde. —Víctor salía de la casa con una nota en mano y con Tony tras su espalda.
—¿De qué hablas? —Azazel intentó ver el interior de la residencia.
—Los licántropos van un paso adelante —afirmó Tony.
Todos se acercaron curiosos para leer la nota.
"Querido director:
Lamento haberlo engañado, pero usted y los suyos han matado a mi gente y han hecho demasiado daño al mundo.
Entregaremos a las rehenes a cambio de uno de sus chicos puros. De este modo podremos librarlo del compromiso, y seguir negociando por los nuestros con los Leone.
No cometan ninguna tontería, venga a la dirección que adjunto y tráigame a uno, solo uno de sus chicos.
Sara, Francesca y Elizabeth están bien, no lo arruine. Rosemary.
—¡Perra traidora! —Demian pateó las macetas del jardín.
—No es posible... —dijo Jeff ante la consternación de todos.
—Miren el lado positivo —comentó Tony ante la mirada odiosa de más de uno—. Todas están con ellos y tenemos la dirección.
—No teníamos ni un rastro. —Víctor frotó su rostro cansado—. La ciudad es demasiado grande, y los lobos no son más que leyendas para la mayoría.
—Como sea, vamos de una vez. —Adam se dio la media vuelta, hacia el vehículo.
—No. —Tony lo detuvo—. Ellos quieren a uno solo, si vamos todos juntos será tomado como una amenaza. Empeorarán las cosas
Adam desvió su violenta mirada hacia Tony, apretó sus puños y se dirigió a él. Pero antes que al rubio se le ocurriera una estupidez, Azazel lo detuvo tomándolo del brazo.
—Belmont, sé lo que piensas. —Azazel lo mantuvo atrapado—. No podemos actuar de forma impulsiva, no con esas bestias.
Adam apretó sus muelas hasta hacerlas crujir, y luego escupió en el suelo.
—No deberías meterte en esto. —Adam se dirigió a Tony, levantando el tono de su voz— ¡Ya bastante le hiciste a Sara, ya bastante nos ocultaste la búsqueda! ¡Si no te rompo la cara es porque estás teniendo suerte!
Tony buscó su centro de paz, le molestaba que alguien de contextura más pequeña le hiciera frente de un modo tan descarado. Él era uno de los más temidos hombres vampiro: Tony Leone. Muy bien podría romperle todos los huesos de la cara de un puñetazo y erradicar a los Belmont en un segundo, Adam no tenía un poco de cuidado, no le temía para nada. Tal vez era la madurez de Tony, o tal vez era la culpa, el saber que Adam no estaba tan errado, en el fondo sabía que merecía una bofetada, como mínimo.
—Voy a ofrecerme como intercambio —afirmó Tony, volviendo en sí, todos se sorprendieron al oírlo—. Quieren a uno de nosotros, y el conflicto es con mi familia. Me entregaré a cambio de las chicas, por eso no es necesario que vengan.
—Nada asegura que el intercambio sea exitoso. —Joan se quitó los lentes y los guardó en su bolsillo—. Cuando Tony se sacrifique por ellas, sabrán el valor que tienen para nosotros. Además, si solo va uno, no podrá escapar en caso de que sea una emboscada.
—Joan tiene razón —dijo Azazel, para confusión de Tony—. También es verdad que si vamos juntos será tomado como amenaza. Necesitamos pensar un plan B.
—Todos vinimos con la intención de hacer algo —interrumpió Ámbar—, no me voy a quedar de brazos cruzados esperando a que la suerte se ponga del lado de Tony.
—Estoy de acuerdo —dijo Jack—. Vinimos con la intención de dejarlo todo, y eso no debe significar actuar sin pensarlo. Los licántropos son profesionales.
Azazel les dio la razón. Conforme pasaba el tiempo sentía el alivio de ver a sus chicos poniendo sus ideas en claro, pensando en frío, madurando al fin. Ninguno arriesgaría las pocas fichas que les quedaban, ninguno se atrevía a hablar sin pensar, o a actuar de cualquier forma que tuviera consecuencias irreversibles.
Cuando el sol comenzaba a ponerse anaranjado y la luna parecía resplandecer mucho más temprano, llegaron a un acuerdo que solo ellos conocían. Subieron a los vehículos y bifurcaron sus caminos en la autopista.
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